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Gabo y otros genios vagos

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¿Cuántos de nosotros creemos que “trabajar duro” es un motivo de orgullo? Seguramente la mayoría. Suele decirse que el trabajo dignifica, que la vida premia a quien trabaja. “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente”, le grito el iracundo Dios del Viejo Testamento a Adán antes de expulsarlo desnudo del Paraíso.
Vivimos en un mundo en el que se recompensa a quien trabaja sin descanso y prima aquella palabra fría y lejana: productividad.
El consultor de Silicon Valley y estratega de negocios de la Universidad de Stanford Alex Soojung-Kim Pang ha escrito un libro titulado Rest: why you get more when you work less, en cual analiza por qué trabajar de más se ha vuelto lo normal, mientras que descansar es percibido como algo negativo: lo opuesto a trabajar.
El epígrafe del libro, que aún no ha sido traducido al español, da cuenta de lo que busca explicar Kim Pang: “Solo en la historia reciente el ‘trabajo duro’ es señal de orgullo y no de pesar”. La cita es de Nassim Nicholas Taleb.
Según Kim Pang, “La oficina moderna fue conceptualizada como una máquina para racionalizar y organizar el trabajo intelectual copiando en la jornada laboral de las fábricas. Pero el modelo NO HA CALZADO en las industrias creativas, pues es muy difícil medir la productividad y calidad in el trabajo creativo y teórico”.
Para demostrar que el trabajo creativo ‘no calza’ en los métodos que usan las fábricas de producción en serie, el autor analiza las rutinas de varios genios creativos, entre los que se cuentan Charles Darwin, Gabriel García Márquez y Ernest Hemingway.
Darwin, creador de la teoría del origen de las especies, llevaba una vida reposada. Se levantaba y daba un paseo por su casa campestre de Downe, desayunaba y trabajaba de 8.00 a.m. a 9.30 a.m. Luego leía el correo, escribía algunas cartas. A las 10.30 a.m., volvía a trabajar, bien fuera en su aviario o alguno de sus laboratorios. Al mediodía declaraba: “Hoy he hecho un buen trabajo”, y salía a dar una caminata por un camino de arena junto a su casa.
Charles Darwin 
Otro científico, el matématico francés Henri Poincaré, autor de 30 libros y 500 ensayos sobre astronomía, mecánica celeste, física y filosofía, entre otras materias, era la quintaescencia de lo que se conoce como un “universalista”. Poincaré, considerado un genio por los científicos en el siglo XIX, trabajaba dos horas en la mañana (de 10.00 a.m. a 12.00 p.m.) y dos en la tarde (de 5.00 p.m. a 7.00 p.m.)
El inglés G. H. Hardy, uno de los más grandes matemáticos del siglo veinte, comenzaba su día con un desayuno pausado, luego leía los resultados del cricket en la prensa, y de 9.00 a.m. a 1.00 p.m. se concentraba en su trabajo. En la tarde almorzaba, daba un paseo y jugaba tenis. “Cuatro horas de trabajo creativo son el límite para un matemático”, decía Hardy.
El prólifico escritor Ernest Hemingway, autor de las novelas como Por quién doblan las campanas, Adiós a las armas y El viejo y el mar, además de varios cuentos magistrales, comenzaba su tareas a las seis de la mañana. Al mediodía terminaba sus tareas. Saul Bellow, John Cheever y otros escritores tenían una rutina muy similar. Algunos ocupaban parte de la tarde en revisar cuanto habían escrito en la mañana.
Ernest Hemingway
Cuando el Nobel Gabriel García Márquez se dedicó a escribir literatura de ficción, escribía sin descanso todo el día. Pronto se dio cuenta de que lo que escribía en la tarde debía reescribirse al día siguiente en la mañana. El novelista colombiano empezó a trabajar solo cinco horas en la mañana, con una gran concentración. Esa rutina le sirvió, dice Kim Pang, para escribir y terminar su obra maestra: Cien años de soledad.
Otro gran novelista, W. Somerset Maugham, solo trabaja cuatro horas. “Pero nunca menos”, según dijo. Cumplir con sus rutinas, con una disciplina monacal, parece ser un común denominador en estos personajes. Además de tener unos objetivos claros, como Hemingway, que todos los días escribía 500 palabras, sin excepción. Todos parecían tener una capacidad “casi sobrehumana” para concentrarse en lo que hacían. Nada los distraía.
W. Somerset Maugham,
Charles Dickens, el escritor más popular de Inglaterra después de Shakespeare, se creó un hábito que conservó toda la vida. A las 9.00 a.m., Dickens se encerraba en su estudio, salía para almorzar y terminaba de trabajar a las dos”. Así todos los días…Otro que trabajaba cinco horas.
Charles Dickens
El libro de Kim Pang invita a revalorizar el descanso y el ocio, y a desvirtuar el trabajo desmedido. En un aparte de su estudio, el autor cita a Leonardo Da Vinci, “A veces los grandes genios obtienen más cuando trabajan menos”.
En últimas, la obra de Kim Pang demuestra que las dinámicas laborales no se adaptan a todas las mentes, y que en el empeño de estandarizar todo, de hacer sin medida, el hombre ha olvidado descansar con orgullo.
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