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El inmortal embrujo del Willys

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Después de pelear en la segunda guerra mundial, en 1950, llegaron al país las primeras unidades de un vehículo perfecto para la topografía colombiana: con un chasis compacto, un motor sin mucho consumo de combustible y un nivel de resistencia formidable. El Willys se convirtió en el vehículo ideal para trepar montañas y abrir trochas e, igualmente, en un objeto de diseño capaz de balancear la rudeza y la elegancia.
La historia de la marca Willys empezó en 1908 en Estados Unidos, sorteando muchos problemas financieros y pasando por diferentes propietarios hasta que, en 1941, lanzó el Willys MB (diseñado específicamente para la guerra), un carro tan legendario que popularizó en todo el mundo la palabra "jeep" para referirse a ese tipo de automóviles. Después de la guerra se lanzó una serie de modelos llamados CJ, basados en el veterano guerrero pero pensados para el campo y la ciudad, convirtiendo a Jeep en una marca registrada de Chrysler, la compañía que compró a Willys finalmente.
En Colombia, ese jeep agrícola se convirtió en la herramienta fundamental de los cafeteros, tanto que hoy los "yipaos" (los Willys que recorren las montañas del eje cafetero) se pueden considerar un símbolo nacional: no sólo sirven para transportar gigantescas cargas de café y plátano o tantos pasajeros como una chiva sino que ya hacen parte del paisaje nacional.
Para los fanáticos de los carros, además, esas bestias de cuatro ruedas son una pieza digna de colección por su inconfundible gallardía y rudeza.
El precio de un Willys militar de los que lucharon contra los nazis puede estar alrededor de los veinticinco mil dólares, dependiendo de las piezas auténticas que conserva y el respeto por el diseño original. Los modelos de la posguerra valen la mitad y son menos codiciados por los coleccionistas. Sin embargo, como todo carro clásico, el valor de un verdadero Willys es incalculable.
Héroes, otro objeto del deseo
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Fotografía. Fotolia
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