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Historias

Santorini, la verdadera isla de la fantasía

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Foto:

Desde la distancia, en las aguas profundas del mar egeo se distingue un imponente acantilado de 260 metros de altura, espolvoreado de blanco con escasos tintes azules y amarillos en la cumbre y un muelle sencillo en sus partes más bajas. Al divisarlo, los navegantes comienzan a prepararse para el desembarco antes de que el sol decida internarse en el océano. Sujetan sus morrales, organizan las maletas, acomodan como pueden sus alborotadas cabelleras salpicadas de sal y preparan sus cámaras para registrar cada detalle del descenso.
El transbordador avanza con lentitud hasta el atraque definitivo. Viene desde El Pireo ateniense, dando brincos entre Paros y otra serie de montículos marinos con dirección al sureste, cada vez más cerca de las no menos seductoras costas de Creta y de Turquía. Luego de ocho horas de travesía marítima, nos inquietan los 586 escalones del empinado ascenso peatonal a Fira, la apital del archipiélago. Descubrimos, sin embargo, que hay otros medios de transporte: bus, teleférico o a lomo de burro –el más pintoresco y, tal vez, el más económico de todos, con excepción de nuestras propias piernas–.
Una vez superada la estribación, el espectáculo es hermoso y su panorámica deja entrever los accidentes geográficos de la zona. Al voltear la mirada hacia el mar que nos trajo, desde la cima de Thera —la isla más grande— divisamos una especie de bahía, una laguna con varias porciones de tierra adentro, de dimensiones mucho menores que la que nos soporta. La mayor de ellas lleva el nombre de Therasia y tiene menos de trescientos habitantes. Las otras apenas si asoman sus picos.
“Pueblo pequeño, infierno grande”, exclaman algunos, y razón deben de tener porque los unos saben las cosas que dicen y hacen los otros y viceversa, aunque en buena parte los divierten los turistas con su dinero y sus cuentos del más allá: los japoneses con sus anteojos y sus flashes, las europeas del continente con sus senos al desgaire, las vecinas musulmanas, los estadounidenses con sus camisas abrumadas de colores, los uniformes chinos, los largos y pálidos troncos nórdicos, las maletas rebosantes de recuerdos de los latinoamericanos, los eternos playboys con sus afeites y los mochileros del mundo entero.
La fama de Santorini permea el imaginario del viajero. Le recuerdan historias de las gestas de los dorios, de las invasiones venecianas y otomanas. Mástiles y espadas, guapas mujeres, príncipes altaneros han pasado y visto estos jirones mediterráneos. La cadena BBC de Londres la eligió el año pasado como la “mejor isla del mundo”, por encima de fabulosos destinos como Bali en Indonesia y la Gran Barrera de Coral en Australia.
Estas distinciones exaltan sus maravillas y la convierten en una de las mecas del turismo mundial, a tal punto que su población, cercana a los 14.000 habitantes, puede quintuplicarse en las temporadas de vacaciones de verano de julio y agosto dentro de los 73 kilómetros cuadrados que componen su territorio. A la sazón, no es nada recomendable asistir a este espectáculo de hacinamiento babélico y es mejor planear el viaje para finales de mayo o junio, o esperar a los primeros días de septiembre, cuando aún se mantiene un clima agradable, sin la presencia de tanto calor humano.
Playas de arena negra y rojiza dejan de manifiesto su temperamento geológico. Los cinco peñascos que conforman el archipiélago de Santorini son el resultado de una cadena ininterrumpida de erupciones volcánicas descomunales, la primera de ellas ocurrida hacia el año 1.500 a. C. En ese entonces, el que fuera un terreno circular reventó desde su centro, solo dejando a la vista una de sus faldas y los vestigios de otra que pretende contornear la caldera.
Emisiones posteriores sacaron a flote los tres picos que completan el paisaje (Nea Cameni, Palea Cameni y Aspronisi), dando origen a uno de los lugares más hermosos del planeta. Varios historiadores han insistido en que este cataclismo fue la causa —3.500 años atrás— de la desaparición de la mítica Atlántida mencionada en los Diálogos de Platón y de la destrucción de la asombrosa civilización minoica de Creta.
Este mar de rocas bombardeadas desde las entrañas del subsuelo es ahora un remanso teñido de cal, cubierto de hospedajes, museos, bares y restaurantes. Al remontar Fira, el más bullicioso de los villorrios, se abre ante nuestros ojos una amplia gama de encantadoras estancias aferradas a la cuesta. Habitaciones de ensueño, balcones abismales que sirven a su vez de techo a otras residencias, nos llevan a pensar que, en efecto, como decía Facundo Cabral: “Hay una vida mejor, ¡pero es carísima!”.
Aunque en Santorini prevalece una variada oferta hotelera que va desde un sencillo espacio para acampar hasta las suites más lujosas, la belleza incita a tirar la billetera por la borda y gastar unos buenos euros en, por lo menos, un par de noches en refugios como estos, verdaderos paraísos con piscinas incrustadas y atractivos parasoles, todo destinado a satisfacer nuestros deseos más terrenales. Los precios oscilan entre los 50.000 y los 7’500.000 pesos colombianos la noche por una habitación doble, eso sí, “con desayuno incluido”, en el Sun Rocks de Firostefani… No es cuestión de “ser o no ser”, sino de tener o no ese dinero.
Entre carreteras y calles empedradas podemos acceder a los distintos sectores de la isla principal. A poco más de tres kilómetros al norte se encuentra Imerovigli, con sus hoteles boutique que también vigilan desde las alturas el acantilado. Siguiendo la misma ruta, pero mirando al oeste, llegamos a Oia, que tiene especial interés por ser el más retirado y, por lo tanto, el menos concurrido, con unos atardeceres inolvidables.
Y si tomamos el sendero contrario, en el sureste y cerca del aeropuerto, avanzamos hacia Kamari, que por estar en el costado externo es la franja menos exclusiva del recorrido. Para quienes se interesan por la arqueología, es indispensable saber de la existencia de Akrotiri, localizada en el suroeste, donde se descubrió uno de los vestigios más relevantes de la Grecia antigua, correspondiente a la cultura minoica, con elementos africanos que hacen suponer que la región fue un importante punto de encuentro de civilizaciones.
La superficie volcánica ha permitido el resguardo de estos asentamientos milenarios, entre los que se destacan sus viviendas de tres plantas, decoradas con frescos y murales donde figuran pájaros y delfines, entre otras imágenes. Su proceso de restauración y análisis —a cargo de expertos profesionales del Museo Arqueológico Nacional de Atenas— ha hecho que permanezca cerrado hasta el momento.
A través de todo el archipiélago son sobresalientes sus templos azules y blancos, hermosas capillas que rinden culto a la Iglesia Ortodoxa Griega, autocéfala desde 1833 y religión prevalente en el país, según lo designa su propia Constitución. Y como no hay parroquia sin feligreses, pululan mujeres —ancianas en su mayoría— ocultas bajo rigurosos pañolones negros. Aparecen y desaparecen como por arte de magia en las esquinas, detrás de las casas, en las puertas de los claustros. Se cruzan en las colinas con los campesinos que arrean las bestias de carga, fastidiadas con el peso de las cosechas de la vida y los frutos del trabajo diario. Abajo están los pescadores soltando sus redes y los marineros trasegando por la cuenca con sus veleros colmados de extranjeros que, con una sonrisa dibujada en sus caras, van a zambullirse en las aguas sulfurosas de Palea Cameni en busca de la tan codiciada eterna juventud.
Mientras tanto, otros descubren la felicidad en sus paladares cuando saborean los mejores platos de la cocina isleña: dolmades —estofado con hojas de parra—, moussaka —berenjenas con carne de cordero, canela, vino rojo y aceite de oliva—, avgolemono —pollo con arroz, huevos y jugo de limón—, kebabs, calamares y pulpos en abundancia, con salsas —hechas a base de yogur, aceite, ajo, pepino y eneldo—, acompañados de quesos, calabacines, aceitunas, tomates al gusto. Y para hacer una correcta digestión u olvidar las penas propias y ajenas, nada mejor que unos tragos de metaxa –mezcla de brandy y vino– o de ouzo, el tradicional licor griego hecho a base de uvas maduradas y anís, al compás de un violín, una melodiosa guitarra y una buena compañía.
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Santorini en TripAdvisor
Anastasis Apartments (Imerovigli, Imerovigli 84700, Grecia) es el hotel ganador del premio Travellers’ Choice™ 2013 que entrega Tripadvisor. “Tranquilo, con unas vistas que te impiden pestañear, la infinity pool es escandalosamente bella. Todos los días desayunas en la terraza privada de tu apartamento.
Pocas estancias para alojarse lo que aporta exclusividad y paz. El personal encantador, elegante y simpático. La ubicación no puede ser mejor. Cada vez que sales del apartamento te hacen la habitación”, dice el usuario Sibarita270.
Metaxi Mas (Exo Gonia, 84700, Grecia) es el restaurante mejor rankeado en Tripadvisor. “El restaurante está en un pueblo del interior de la isla y lo probable es que uno no se aloje cerca, pero merece la pena moverse. Es el único restaurante del pueblo y suele estar lleno, por lo que es mejor reservar. Ambiente acogedor, comida excelente y precio estupendo comparado con los restaurantes de Oia y Fira”, dice el usuario Jabyll.
Texto y fotos: Gustavo Mauricio García Arenas.
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