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Historias

Música, trópico y crimen: el cine de Carlos Moreno

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Foto:

La plata. La maldita plata. El único motor que conocen los criminales para moverse. No importa el riesgo. Por conseguir cualquier suma de dinero, así sea aparentemente insignificante para las escalas del crimen organizado, cualquiera puede matar a otro o convertirse en un miserable traidor.
Cuando Carlos Moreno tiene tiempo para dedicarle al cine, le gusta pensar en los criminales: en esos personajes que, por plata, son capaces de negar sus valores. Es la plata la que lleva, por ejemplo, a un simple lavaperros –un hombre que vive, literalmente, de bañar a estos animales– a convertirse en un criminal. “Siempre me quise imaginar cómo sería una película de Tarantino ambientada en la decadencia colombiana”, dice este director caleño, con 51 años, tres películas dirigidas y un sinnúmero de capítulos de series –como Narcos y Escobar: el patrón del mal– que han sido transmitidas por Netflix o por diferentes canales de televisión en América Latina. Por eso en sus películas está el calor y el color de las calles del Valle del Cauca, pero también, y en medio de todo eso, la violencia.
Carlos Moreno. Foto: Natalia Hoyos.
–¿Y qué piensa de los que dicen que Colombia no necesita más películas sobre violencia o narcotráfico?
–La verdad, no me importa –dice Moreno–. La violencia hace parte de nosotros y para mí, hablar sobre ella es casi una postura política. ¿Acaso quieren no hablar sobre ella en un país lleno de corrupción y de drogas?
Moreno está en una casa vieja del barrio La Merced, de Bogotá, donde funcionan varias salas de cine independiente. Natalia Hoyos, la fotógrafa, le hace un comentario sobre su camiseta y él responde tranquilo: “Es rojo revolución”. Entonces se sienta y se pone a hablar de que las primeras veces que Carlos Moreno se acercó al cine fue para hacer unos cortos documentales con sus compañeros de la Universidad del Valle. Él, un amante de la música, había salido del conservatorio y persiguiendo la literatura terminó estudiando comunicación social. Si cogió las cámaras, fue porque en ese momento estaba teniendo un boom la producción de videos en su universidad, que seguía la escuela de Rostros y rastros, un programa que se transmitía por Telepacífico. Junto con Jorge Navas –el director de Somos calentura y La sangre y la lluvia– hizo cortos documentales como Cali rock, donde exploraron la movida de grupos underground de la capital del Valle en los años noventa. Después, haciendo videoclips para esos mismos grupos –y después para Superlitio, La Pestilencia y Sidestepper– aprendió que en el montaje estaba la magia del cine. Y siguió, inconscientemente, combinando el cine con la música.
El poster de la película Lavaperros. 
En Perro come perro, su primera película, la canción de Superlitio toma una dimensión especial en una historia de bandidos que buscan una plata perdida (y que uno de ellos está intentando robarse). En esa ocasión, trabajó con los actores Marlon Moreno, Óscar Borda y Blas Jaramillo. “Ellos fueron muy pacientes porque yo tenía una idea en la cabeza y hacíamos muchísimos ensayos hasta que todo salía perfecto”, dice. “Nunca les dejo ver a los actores cómo van quedando las escenas. Eso es un pacto de confianza que siempre hago con ellos, antes de empezar a rodar”.
En su nueva película, la música también impacta: Kobe Yesscas trabajaba en la logística de la película y poco a poco fue haciendo una letra que captaba el espíritu de la historia que Moreno tenía en la cabeza. Después, en el estudio del productor MP Cruz, esas rimas se convirtieron en Quiero dinero, la canción principal de la banda sonora de Lavaperros. El tráiler es contundente: un rap seco que muestra a una banda de traquetos de poca monta andando por las calles de Tuluá, una ciudad que Moreno siempre había querido incluir en su trabajo. “Es una ciudad especial, porque está toda la vida del campo, pero también todos los problemas de una ciudad colombiana”, dice.
En medio de los tiempos de pandemia, es difícil encontrar espacio para el cine. Lavaperros iba a ser estrenada durante el Ficci, en Cartagena, y luego en cines de todo el país a finales de abril, pero los planes se trastocaron. Por ahora, como a todos, al cine también le toca esperar.
JOSÉ AGUSTÍN JARAMILLO
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 157 - MARZO 2020
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