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Historias

¿Qué tan atractivos son los nerds?

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Revista Don Juan
Está en segundo semestre de internado en Medicina, estuvo becado durante toda la carrera y dice tener cierto éxito con las mujeres. ¿Qué tan seductora es la inteligencia?
Hace poco, Daniel Vesga participó en una cirugía para quitarle la lengua, por completo, a un paciente con cáncer. Fue asignado a las cirugías de cabeza y cuello y ha debido asistir a operaciones de varios pacientes con cáncer. Ya no ve materias. Está en su segundo semestre de internado. Se levanta a las 5 a. m., come una tostada o toma un jugo de naranja. Es el hijo menor, aunque ahora es hijo único, porque sus hermanas estudian fuera del país. A las 6 a. m. llega al Hospital San Ignacio, ubicado en la Pontificia Universidad Javeriana, donde estudió medicina.
Pasea de cuarto en cuarto revisando pacientes, ayuda en alguna cirugía, va a consulta externa con los médicos y ayuda en el papeleo. A veces no alcanza a almorzar, la comida siempre se mbolata, puede convertirse en un almuerzo-comida. Muchas cosas catalogan a Daniel como un tipo inteligente: está becado hace doce semestres y saca todo por encima de 4.0. No recuerda bien cuánto puntaje obtuvo en el Icfes, dice que setenta y pico, pero el puntaje le dio para estar entre los diez mejores que se presentaron a Medicina ese semestre, entre los mejores 100 de Bogotá y, además, le dieron la beca. Sin embargo, solo el promedio se la mantiene. Y lo ha mantenido.
Aparte de su vida profesional y académica, que parece ir muy bien, su futuro amoroso está por verse. Será el tiempo el que nos diga si tuvo éxito con las mujeres o no. Por ahora cuenta con cuatro relaciones estables a cuestas, de más de un año y medio, y un buen puñado de flirteos y affaires que se quedaron en eso. El dicho de las cartas podría venir muy bien para hablar de lo relativo que es que a alguien inteligente le vaya bien en el amor: “de buenas en el juego…”. Por eso, vale la pena preguntarse ¿qué tanto influye la inteligencia en la atracción? ¿La inteligencia es un afrodisiaco?
Daniel sabe que si fuera igual de inteligente pero gordito y más bajito –mide 1,81 m–, no levantaría igual. “La comida entra por los ojos”, me dice. Entre su inteligencia y su aspecto físico no cree que haya una de las dos que se sobreponga a la otra: “es una mezcla. No hay comida por más linda que sea, que sepa a feo o que no sepa a nada que uno quiera comerse. Si es una mezcla de esas dos cosas, comida linda y que sabe delicioso…”.
Además, Daniel cree que el tema de la inteligencia pesa mucho para las mujeres, sobre todo por su necesidad de estabilidad, por sus planes de hacer familia o de reproducirse. Pero lo dice pensando en el futuro, porque a sus veintitrés solo piensa en divertirse –cuando no está descansando de sus jornadas en el hospital, se toma un trago con amigos en Little Indian o Pravda– y quizá enamorarse de alguien, si es lo suficientemente chévere. No es capaz de soportar a una niña bruta, pero tampoco le dice que no. “Es supermolesto tener que pasar más de dos horas con una persona que no tiene nada que aportarte y que te va a aburrir”. Si a Daniel le gusta una niña bruta, la clasifica en un “plan diferente”.
Un estudio de la Universidad de York revela que a los hombres ahora les importa más la inteligencia de las mujeres y que a las mujeres les interesa más la apariencia de los hombres. Recién divorciada de Tom Cruise, Nicole Kidman le dio una entrevista a David Letterman en que lo resumió de una manera brillante: Now I can wear high heels (ahora puedo ponerme tacones). Y aunque no se refería solo a la estatura de su exmarido y hacía un juego de palabras referente a otras alturas, dejó claro que su marido estaba muy por debajo de ella. Y no es que las mujeres nos hayamos vuelto más superficiales, sino que la igualdad social que ha generado el nuevo papel de la mujer con voz, voto y trabajo, hace que ya no le preocupe tanto aquello de que la “provean”.
Por eso, donde la diferencia económica entre hombres y mujeres es menor, es decir, en países más desarrollados como Suecia, las mujeres se fijan mucho más en el físico de los machos. Así que la ecuación parece resolverse así: mientras más exitosa e inteligente sea una mujer, le va a descrestar poco que un hombre sea inteligente. “Siempre el que está arriba es atractivo”, dice Daniel, al contarme que en su medio es usual que los médicos mayores tengan éxito con las chicas cuando, por ejemplo, les dan monitorías o le enseñan algo a una estudiante. Y tal y como muestran en las series como Grey´s Anatomy, el mundo de la medicina es muy dado a las relaciones furtivas entre colegas, porque pasan tanto tiempo juntos en lugares que se prestan para ello y a deshoras. Es de noche, hay camas, tienen que cambiarse… Daniel asegura que en el internado le coquetean muchas mujeres. Sin embargo cree que está dentro del promedio.
Yo me inclinaría por decir que los inteligentes buscamos a otros inteligentes. Un estudio de varias universidades en el Reino Unido reveló que las mujeres con mayor coeficiente intelectual tienden menos al matrimonio y que, por el contrario, los hombres con un mayor coeficiente intelectual tienden más al matrimonio que los que tienen bajo IQ. Para la muestra el ejemplo de Simone de Beauvoir, que jamás se casó con Sartre –vivieron en unión libre– y nunca quiso tener hijos.
La economista y experta en género Sylvia Ann Hewlett hizo un estudio en el que reveló que las mujeres exitosas o con “altos logros” que a sus treinta no estaban casadas tenían menos de 10 % de probabilidades de hacerlo. Afortunadamente el mundo avanza y un estudio del American Journal of Sociology hecho en 2005 contradice esta premisa, al asegurar que a los hombres ahora les parecen más sexis e interesantes las mujeres poderosas y exitosas que aquellas que de una u otra forma están subordinadas.
Alguna vez, una amiga casada con un exitoso corredor de bolsa quiso sacarme en una cita a uno de los colegas solteros de su marido. A pesar de que me interesé por la manera en que la bolsa funcionaba, él solo hablaba del Audi que acababa de comprar y de los miles de millones que había hecho ese día. Cuando le conté que era escritora me dijo que dónde se conseguían mis libros. Quise contestarle que en una panadería, pero no lo hice. Así las cosas, supongo que a las mujeres inteligentes nos gustan los hombres inteligentes, y que el dinero y el éxito no son necesariamente sinónimo de inteligencia.
¿Qué es, entonces, la inteligencia? ¿Cómo puede diferenciarse del éxito o del poder de un hombre? Según el diccionario de la Real Academia Española, inteligencia es la capacidad de comprender o entender y en otra acepción menciona la capacidad de resolver problemas. Puede que yo, de tan bruta, no sepa ver que eso es una constante, porque muchas de las personas más inteligentes que conozco son más bien desadaptadas y les cuesta resolver ciertas cosas elementales de la cotidianidad. La inteligencia siempre viene con preguntas de más, con formas de relacionarse con el mundo más complejas, y muchas veces con poco pragmatismo. No siempre el macho alfa es el más inteligente. Quizá tenga la destreza de adaptarse y de sobresalir, pero la inteligencia, a mi modo de ver, va más allá del éxito.
Daniel dice que la inteligencia es la capacidad de sobrevivir a una situación, hablar de todo, desenvolverse en cualquier ambiente, haber hecho muchísimas cosas en la vida y que, además, a uno le vaya bien. Pero yo conozco músicos brillantes que no son capaces de hablarle a una chica en la barra de un bar o de pagar la cuenta vencida de la luz. “Es más que un montón de conocimientos”, dice Daniel. Pero es solo a través de conocer que se logran todas las anteriores.
El éxito y la inteligencia son sinónimos en los estudios y por lo general se miden en términos de educación e ingresos. Es decir, cartones y billete. ¿Qué pasaría si en estos estudios contaran la capacidad de ironía, el humor, la sensibilidad artística o, mejor, el sentido común, tan poco común por estos días? Daniel, por ejemplo, generalmente intenta levantarse una mujer sin levantársela. De hecho, siempre asume el papel del desinteresado. Su táctica para competir con otros hombres a la hora de levantarse una chica es ponerse en el papel del que no le está cayendo. “Te vuelves más interesante en la medida en que no eres tan evidente”.
Y a estas alturas del asunto, ya no me pregunto qué significa que alguien sea inteligente, sino si el culmen del éxito con el sexo opuesto es el matrimonio o puede ser más bien el número de mujeres que un hombre se levanta o que se lleva a la cama. Y lo digo sin remilgos: que otras de mis amigas ya estén casadas y yo no, no significa que ellas hayan ganado la batalla del amor y yo no. El matrimonio no es garantía de nada ni para hombres ni para mujeres. A veces en la variedad está el éxito. Y aquí, inevitablemente, volvemos a las diferencias de género establecidas por la sociedad. En Colombia, un hombre que se levanta muchas mujeres es un putas, mientras que una mujer que se levanta muchos hombres es una puta. Estas son variables importantes a la hora de ver si la inteligencia hace parte del darwinismo del amor o no.
Y como ya superamos el tema de género –o mejor, nos toca pasar la página si queremos avanzar-, diremos que a veces la inteligencia en el amor es un arma de doble filo y no es muy bien vista en las relaciones amorosas. Las personas inteligentes, que generalmente tienen la razón, están acostumbradas a tenerla siempre. Cuando una persona inteligente no tiene la razón en una discusión de pareja, casi que descalifica el argumento del otro con una superioridad propia de su temperamento.
La inteligencia muchas veces trae consigo torpeza social, como Daniel lo confirma con sus recuerdos de adolescencia: “No soy el más brillante, aunque tuve una época en el colegio en que fui muy ñoño y solo me interesaba el estudio, perdí mucho tiempo interesado solo en el estudio, hasta que comencé a ir a fiestas, pero porque tuve un cambio radical de amigos y pasé a los amigos locos que tomaban y aprendí a beber con ellos”.
La inteligencia, entendida como ese no sé qué muy profundo que hace que un hombre sepa qué decirnos en cualquier situación, más que vista como el éxito profesional o económico de una persona, es el ingrediente primordial para poder levantarse mujeres bellas y seguras, que no buscan un macho alfa que las mantenga, como hace algunos años lo dictaban los estudios. Por supuesto que el tema de la admiración no se puede dejar por fuera y en esa medida nos interesa que nuestro hombre tenga éxito en las cosas que hace. Pero también nos interesa que nos admire que no se sienta apabullado por nuestro propio éxito. La inteligencia masculina muchas veces trae consigo cierta arrogancia. Daniel, por ejemplo, no osa en decir que le es complicado escoger la especialización porque es bueno en todo y a lo mejor eso mismo le pasa con las mujeres. ¿Es bueno con todas? Es solo una conjetura.
Lo cierto es que aquellos hombres que son extremadamente inteligentes se basan siempre en la lógica y no en las emociones, y las mujeres claramente preferimos un hombre que nos haga sentir, no que nos haga pensar. Pero, sobre todo, que nos haga reír. No es un mito que todos los personajes de Woody Allen interpretados por él mismo se queden siempre con la chica guapa. Basta con recordar al tristemente desaparecido Jaime Garzón, que en la vida real andaba siempre con las más guapas, desde la Mencha hasta Flora Martínez, por mencionar solo dos de las mujersotas que le pararon bolas.
El día en que hagan un estudio que mida qué hace reír a las mujeres, ese día entenderán que la inteligencia sí pesa mucho para nosotras –las inteligentes, por supuesto, no hablo por todo mi género–. Hacer reír a una tonta se logra con nada. Hacer reír a una lista es cosa de listos. La inteligencia es un afrodisíaco para los inteligentes.
Por: Margarita Posada – Fotografía: Zuan Carreño
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