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Historias

Nostalgias de un taurino

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En medio del ruido y las protestas, La Santamaría abrió nuevamente sus puertas, y las palabras iban y venían: Corte Constitucional, recusación, inconstitucionalldad, Petro, decretos, activistas, marco regulatorio, tradición y expresión cultural, demandas, políticos oportunistas, violencia, prohibiciones, ley, Congreso, fiesta brava, tauromaquia, arte, tradición, espectáculo. Más allá de argumentos y contraargumentos, La Santamaría tiene una larga historia. Los grandes matadores de todos los tiempos la han tenido como escenario y la política colombiana ha vivido allí algunos de sus mayores momentos. 
El sentimiento en el taurino, aquel llamado “de hueso colorao” por las tardes de sol, por los años o por añejo en vino; ese que ha visto corridas como otros han visto partidos de fútbol u obras de teatro o películas, porque son su pasión y su libertad; ese que se sabe la vida de Manolete o de Juan Belmonte..., en él, digo, el sentimiento hoy, cuando el arte de Cúchares está ante la espada legislativa, más que de tristeza es de nostalgia.
Hay agobio en ese aficionado que en condumios y remates de corrida no duda en evocar la tragedia de Linares en la tarde gris, de hombría y competencia, cuando Islero, un miura negro bragado, hizo carne en el ídolo de todos y torero de todos los tiempos. Y era un toro que no llegaba a los 500 kilos ni espantaba a nadie, menos a Manuel Rodríguez, “Manolete”. Pero todos los toros pueden matar. En el toreo hay peligro en cada instante. Pero ahí, muchas veces, surge el arte. Ese es el secreto de la fiesta.
Manolete.
El aficionado del que hablamos, casi con ojo aguado, porque en toros hay sentimiento por todos lados, dirá:
“Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y solo muerte
a las cinco de la tarde”.
Luis Miguel Dominguín.
Y seguirá el taurino declamando este y otros; así ha sido. Por ejemplo, a Rafael Alberti en su poema a Luis Miguel Dominguín:
“Vuelvo a los toros por ti,
yo, Rafael.
Por ti, al ruedo
¡Ay con más años que miedo!
Luis Miguel.
¡Oh, gran torero de España!,
¡Qué cartel!
qué imposible y gran corrida,
la más grande de tu vida,
te propongo, Luis Miguel.
Tú, el único matador,
rosa picassiano y oro;
Pablo Ruiz Picasso, el toro,
y yo, el picador”.
Antonio Ordóñez.
Más conmovido ahora, el aficionado, porque quieren apagar la fiesta brava como se marchitan los claveles de admiración y de amor que llevan ellas para lanzar, besados, a los toreros valientes de grana y oro, o de inmaculada y oro.
La Corte Constitucional, que en el 2010 avaló el toreo como una expresión cultural, el pasado 1.º de enero, creo que a “las cinco en punto de la tarde”, se arrepintió y dijo que no se justifican las excepciones en la ley sobre maltrato animal. La tradición, la historia milenaria, aquí de unos 400 años, no es argumento para permitir las corridas de toros. Eso, puesto en la arena, significa que las penaliza, y le entregó los trastos al Congreso para que legisle en un plazo no mayor a dos años.
Juan Antonio Ruíz, "Espartaco".
A los legisladores les rinde en tiempos electorales. Y este es un año de esos, terminado en 7. Como el 47, en que murió Manolete, el “Califa de Córdoba”, nacido en 1917, solo unos meses después de haber toreado tres tardes en Bogotá, cuando su tocayo Manuel Rodríguez, Manuel H., que no falló una tarde en 50 años a La Santamaría, le tomó la foto en la barrera, que le dio la vuelta al mundo. En fin, el Congreso puede ser “Islero” para el toreo.
¿Y entonces qué van a hacer con la historia, con lo inmaterial y con lo material? ¿Se imaginan la Feria de Manizales, que tiene 61 años de dar temporadas en esa bella plaza, donde se inspiran hasta los areneros, sin fiesta brava? ¿Y Cañaveralejo, que cumplió 60? ¿Y la Macarena, ay, La Macarena, que llegó a 70? ¿Y La Santamaría, la pionera, a sus 86 años bien cumplidos? ¿Y de los aportes? Porque en los últimos años Bogotá ha recibido casi 15.000 millones de pesos de la fiesta.
Manuel Benítez, "El Cordobés".
Esta plaza, la de Bogotá, es historia viva desde ese domingo 8 de febrero de 1931 en que se inauguró, a reventar, pues si su aforo era apenas para unas 14.000 almas apretadas, ese día entraron 15.000, que habían pagado boletas entre 1,90 pesos en sol y 3,30 en la barrera de sombra. Allí estaba, en su palco, el presidente de la República, Enrique Olaya Herrera, con Ignacio Sanz de Santamaría, un gran benefactor y quien donó los terrenos y erigió la plaza; Carlos E. Restrepo y sus asesores Luis Castro Montejo y Pepe Vallserra.
Ella, con su estilo mudéjar, es patrimonio arquitectónico de Bogotá y parte vital de la historia de esta ciudad. Y del país. Es identidad. Nadie marcha de la plaza de las protestas hacia la plaza de Bolívar. Siempre se ha marchado de la plaza de toros, y de ella se habla con orgullo de ciudad.
Sebastián Palomo Linares.
Y en ella todos cabemos. Ahí han convivido los taurinos, los teatreros, los cantantes, los jugadores de tenis, los boxeadores y luchadores, todos. Es la plaza de Manolete, de Carlos Arruza, de Luis Miguel Dominguín, de Antonio Ordóñez, de Cantinflas –que toreó aquí y la llenó–, de Pepe Cáceres, de Joselillo de Colombia, de Palomo Linares, del Cordobés, de Enrique Ponce, de César Rincón y de la Virgen.
La báscula de la plaza no puede con la leyenda de este ruedo. Allí, hasta los políticos se han “jugado la vida”, porque este circo es un termómetro de la política.
Enrique Ponce.
Ahí, en sus barreras, ya en corrida o en campaña, han estado los presidentes en más de medio siglo. Recordemos a López Pumarejo, a Guillermo León Valencia, Laureano Gómez, a quien los registros gráficos muestran una tarde, de sombrero y abrigo, y detrás, con parecida pinta, el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. A ese tendido especial, memorable, han asistido Alberto Lleras Camargo, Virgilio Barco, Misael Pastrana, Turbay Ayala, Luis Carlos Galán, César Gaviria, entre otros.
José Tomás.
Y aquello de sangre, sol y arena, en esta Santamaría tiene dolorosa connotación. Muchos aficionados se fueron a los balcones celestiales la nefasta tarde del 5 de febrero de 1956, durante la dictadura de Rojas Pinilla, pues el domingo anterior, el 29, hubo una silbatina a María Eugenia, la hija del general, cuando Joselillo de Colombia le brindó el toro. Ese 5, no se permitió rechifla. Dicen las crónicas que las huestes del gobierno infiltradas en los tendidos golpearon y sacaron un número de personas aún incierto. Se habla de 36 muertos, o de 50 desaparecidos a los que se llevaron en camiones, como a toros.
Alberto Lleras Camargo, 22 de enero de 1956.
En esas barreras han estado también unos valientes de la pluma como Guillermo Cano, mártir del periodismo, director de El Espectador, y su amigo, el antiguo director y copropietario de El Tiempo, don Hernando Santos Castillo, cuyo pañuelo blanco terminó siendo señal de música y de orejas. Y ahí han estado los “Manoletes” de la literatura y de la pintura. Me parece ver a Gabriel García Márquez, cuando le brindaron toros. Lo mismo a Mario Vargas Llosa, quien quería ser torero, y al maestro Fernando Botero, otro que deseó vestir de luces y armar la gorda, pero cortó orejas al dibujar La corrida, y sabiendo que un capote de paseo de Rincón es un dibujo suyo.
César Gaviria, 30 de enero de 1994.
Qué sería de La Santamaría cerrada para lo que nació, donde el 8 de febrero de 1982, el gran Antoñete graduó a César Rincón, el colombiano que marcaría la leyenda del toreo mundial al salir cuatro veces consecutivas en hombros del templo del toreo: Las Ventas de Madrid. Qué sería de ella sin los oles, sin los pasodobles –y no me refiero a los políticos, sino a los musicales, tocados por las bandas desde el balcón–, como Gallito, Manolete, Pepita Creus, La Giralda, El gato montés y tantos en tardes de sol. Y en noches de remate. Es que, definitivamente, los toros han sido todo un acontecimiento social, taurino y político en Colombia.
Laureano Gómez (primera fila) y Jorge Eliécer Gaitán (tercera fila), 1946.
Y qué sería de las ferias de todos los pueblos sin toros. Y de las ganaderías, y los nacederos de agua, y los bosques de tantas fincas que cuidan los toros bravos. Y de los mayorales y sus familias, y de los hospitales que reciben aportes económicos del toreo. Y de las plazas de tientas y de los vendedores, y de las escuelas taurinas y de los muchachos que sueñan y quieren ser toreros y famosos y un día brindarle un toro al rey de España, como hizo Rincón, quien toreó un mano a mano en Madrid con Ortega Cano y otro, en Bogotá, la tarde de 1992 que no olvidaré.
¿Y qué sería de los toros de lidia? Porque si no salen al ruedo, se van extinguiendo.
*Con datos del Libro de Oro de La Santamaría.
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