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Historias

Los dolores de Rafa

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Nadal vive tiempos difíciles. En los últimos años las lesiones lo han perseguido. 2015 no fue su mejor temporada y este año, cuando ganó Montecarlo y se afianzaba como el tenista que siempre fue y amenazaba con su décimo Roland Garros, una lesión en la muñeca lo sacó de las canchas. Este es un diálogo íntimo entre Nadal y su biógrafo, Javier Martínez, exclusivo para DONJUAN, en el que el tenista revela sus dolores e inseguridades y una vez más muestra su fe inquebrantable. 
Con su victoria en los torneos de Montecarlo y Barcelona, Rafael Nadal (Manacor, 1986) recuperó la iniciativa sobre tierra batida, si bien el debate se reabrió después de que Djokovic y Murray se impusieran en Madrid y Roma. Al margen de que en los últimos años haya dejado de ser el dominador exclusivo de una superficie sobre la que ejerció un mando autocrático durante casi una década, refrendado con nueve títulos de Roland Garros, otros tantos en el Principado y el Conde de Godó y siete en Roma, lo cierto es que el hoy número cinco del mundo vuelve a ganar de nuevo torneos importantes tras una temporada en la que dio razones para pensar en el lento crepúsculo de su raqueta. Nadal está de vuelta y, como suele suceder en cada uno de sus regresos, pues ha sido protagonista de asombrosos renaceres a lo largo de una carrera trabada por las lesiones, el circuito recupera un grado de competitividad del que venía careciendo.
Da la impresión de que sin el español peleando ahí arriba, al tenis de hoy, del que ha sido protagonista desde que emergió en 2004, le falta algo, un punto imprescindible de pasión, el plus mediterráneo y aventurero del que lo dota el ganador de 14 títulos del Grand Slam. Así volvió a suceder, lamentablemente, en Roland Garros, donde, después de superar convincentemente las dos primeras rondas, anunció, para sorpresa de todos, su retirada del torneo. ¿La causa? Una lesión en la muñeca izquierda que le había obligado a disputar varios partidos infiltrado y que podía comprometer su presencia en los Juegos Olímpicos de Río, objetivo que se ha convertido en prioritario en los últimos años de su carrera. “Otras veces he llegado al límite del dolor, pero ahora no puedo pegar el drive y, según Ángel [Ruiz Cotorro, su doctor], la zona está muy inflamada. Si sigo jugando me expongo a una lesión de larga duración; así solo pararé unas semanas”, explicó. Baja también en Queen’s, y ahora se descarta su participación en Wimbledon.
El percance detuvo una progresión evidente, con resultados que empezaban a asemejarle al gran campeón de siempre. “Yo creo que en Montreal, el año pasado, ya hubo un cambio. Pero cuando uno lleva tiempo jugando mal, y encima con problemas de ansiedad, las cosas no pasan de un día para otro. Hace falta un proceso, adquirir de nuevo confianza para que vayan mejor. A principios de 2016, en Abu Dabi y Doha, los resultados fueron bastante peores en relación a como me sentía. Uno, como deportista, sabe cuándo está bien y cuándo no lo está, y yo me encontraba bien, para hacer lo que finalmente hice. Luego perdí unos cuantos partidos que estuve muy cerca de ganar, y sacar adelante esos partidos o no hacerlo marca la frontera entre hacer o no hacer un gran torneo. Me tocó lo segundo, pero mis sensaciones seguían siendo buenas. Necesitaba ganar para confirmar esa impresión personal. Indian Wells fue un gran paso y Miami, una pena, porque estaba bien”, me comenta en una larga conversación que mantuvimos recientemente en un hotel de Madrid.
Pasa revista a su prometedor comienzo de temporada, con final ante Djokovic en Catar, las derrotas en semifinales de Río, ante Pablo Cuevas, en tres sets, con dos “tie-breaks”, y de Buenos Aires, contra Dominic Thiem, tras disfrutar de una pelota de partido; de la también penúltima ronda en California, donde evidenció una sensible mejoría y dispuso de bola de set antes de caer en dos parciales con el número uno del mundo, y del desgraciado golpe de calor en Miami, que le obligó a retirarse en su debut frente a Damir Dzumhur. Al fin llegó la recompensa en Montecarlo, con fotografías inmediatas al triunfo en la final con Monfils que revelaban una enorme liberación, arrodillado sobre la arena, cabeza hacia atrás, con gestos harto elocuentes.
“AL PSICÓLOGO SOLO FUI UNA VEZ, DE PEQUEÑO, CUANDO TENÍA OCHO O DIEZ AÑOS, PORQUE ME COSTABA DORMIR POR LAS NOCHES”.
“Estaba feliz por ganar y por la satisfacción de hacerlo bien en un gran torneo. Montecarlo siempre ha sido muy especial para mí. Me encontré fuerte y capaz durante toda la competición, al igual que en Indian Wells, capaz de volver. Cuando consigues parar esa ansiedad que provoca que cada fallo te afecte mucho más de lo habitual, a partir de ahí vuelves a jugar bien”.
Relajado, con parlamentos largos y meditados, cuenta otra vez con la confianza de toda la vida, la renovada autoestima, la fortaleza mental que vuelve a intimidar a sus adversarios. No hace tanto que aún pesaba sobre él ese lastre de sorprendente vulnerabilidad motivado por problemas de cabeza, que detalla sincero. “A principios de 2015 notaba la ansiedad entrenando. Lo cierto es que estaba jugando mal. En Australia hice cuartos de final [perdió en tres sets con Tomas Berdych], pero mis sensaciones tenísticas eran malas. Cuando uno está entrenando mal o jugando mal, entiende la ansiedad o los nervios, el descontrol de sensaciones personales. Son cosas que pasan. Ahora, cuando entreno bien, normalmente juego bien; si en competición esos problemas persisten es que algo no funciona. En mi vida, entrenar bien y competir mal no me ha sucedido casi nunca, sobre todo no tener el control de mí mismo en la pista. Miami, el año pasado, fue un ejemplo claro de lo que ocurría. Había entrenado bien, pero llegaron los partidos y ya, en el primero, contra Almagro, sin hacerlo mal, me sentía agobiado a nivel de respiración. Con Verdasco, igual. A partir de ahí, en Montecarlo [semifinales, ante Djokovic] jugué bien; en Barcelona [octavos, con Fognini], otra vez mal; en Madrid [final, frente a Murray], más o menos bien; en Roma [cuartos, ante Wawrinka], bien. A partir de ahí las cosas empezaban a ir mejor, lo que pasa es que en Wimbledon tuve otra vez una sensación rara contra Brands. Más allá del juego o de perder, que entra dentro de la lógica del deportista y con lo cual nunca he tenido problema, se trataba de un agobio interior, de no controlar los tiempos ni del punto ni de la pelota ni de la respiración. Al no controlar la respiración, dejas de controlar todo lo demás”.
Más cautivador, si cabe. Plasmación genuina de vigor y convicción, el héroe también presenta flancos débiles, lagunas mentales, temores, estrés. Por momentos, parece ser una víctima más del vértigo de la sociedad contemporánea, lo cual estrecha los vínculos con los aficionados. Si en la victoria, por su forma tan natural y entusiasta de ganar, es uno de los nuestros, en modo alguno deja de serlo cuando las cosas se tuercen. De alguna manera, también le vemos sentado en el diván. Pero no es del todo así…
“Al psicólogo solo fui una vez, de pequeño, cuando tenía ocho o diez años, porque me costaba dormir por las noches. En realidad, es un tema de hablar más con la gente, de estar cerca de quien te conoce bien. Uno puede tener ansiedad, pero al final esta también se va. En todo momento he pensado que las cosas iban a cambiar y a ir mejor. No tenía control de la situación personal en la pista, y eso que entrenaba muy bien. Por muchas reflexiones que me hiciera a mí mismo, ‘llevas no sé cuántos años aquí, has hecho todo lo que has hecho, ahora toca una época peor y no tiene ningún sentido sufrir ansiedad a estas alturas de tu carrera, cuando ya está todo hecho’, aun sabiendo eso y teniéndolo todo muy claro en la cabeza, cuando llegaba el momento se me escapaba el control. Pero bueno, es mejor no seguir hablando de ello. Creo que lo he superado y que las cosas van mejor, ganando o perdiendo, pero al menos disfrutando dentro de la pista”.
–Los problemas de sueño no los resolvió del todo. Creo que algunas veces todavía le sigue costando dormir.
–Dormir, duermo bien a día de hoy [Risas]. No soy un gran fanático del dormir; toda la vida me ha dado la sensación de que cuando duermo pierdo el tiempo. Pero también, con los años, he ido mejorando en eso y duermo mucho más que antes.
“Cuando consigues parar esa ansiedad que provoca que cada fallo te afecte mucho más de lo habitual, a partir de ahí vuelves a jugar bien”.
Por si los titubeos en la cancha no fueran un problema de suficiente calado para el ganador de 69 títulos, oro olímpico en los Juegos de Pekín y número uno del mundo en dos largas etapas, se reprodujeron venenosos juicios que le acusaban, sin fundamento alguno, de juego sucio, de hacer trampas, de consumir sustancias prohibidas. Las manifestaciones de Roselyn Bachelot, ex ministra francesa de Sanidad y Deporte, arrojando más que sospechas sobre su proceder, acabaron con la paciencia del tenista, que presentó una demanda en los tribunales franceses. Deseoso de defender su integridad, Nadal quiere que todos los controles se hagan públicos, y así se lo ha comunicado a David Haggerty, presidente de la Federación Internacional de Tenis (ITF).
“Ojalá sea así. De ese modo se dejaría de especular sobre el deporte en sí, que tiene que ser limpio y ha de parecerlo. Todo lo que se haga para que el deporte siga siendo un ejemplo dentro de la sociedad y se pueda mirar con fiabilidad, como un referente positivo de valores, servirá para acabar con la especulación y con la gente que hace trampa. Me gustaría que los controles de todo el mundo fueran completamente transparentes. Si yo paso un control a día de hoy y dentro de dos semanas se tienen los resultados, sería lógico que salieran a la luz. Se sabría así cuántos controles pasa cada uno, de orina, de sangre, etcétera”.
–Con la querella ha querido combatir la frivolidad, esa idea de que todo es gratis, de que se puede difamar sin consecuencias.
–Más que nada es que llega un momento dado que ya vale. Ha habido dos motivos por los que en el pasado no he querido hacer nada cuando se ha dicho algo sobre este tema acerca de mí: uno es porque entendía que las personas que lo habían dicho no tenían credibilidad suficiente y otro porque es un asunto muy desagradable, y cuanto menos se hable de él, mejor. Ahora bien, cuando llega un momento en el que las cosas se van repitiendo, y lo dice una persona que debería ser seria y que se supone que podría contar con información privilegiada, sí que ya es algo más grave. Cuando una persona así hace comentarios gratuitos, falsos y sin ningún tipo de información, llega un momento en el que se tiene que parar y se ha de luchar por defender lo que uno es, lo que ha sido durante toda su vida, y por lo que ha trabajado para cumplir su gran ilusión, que era ser un tenista profesional. Después he disfrutado de la suerte de ser un privilegiado en ello.
Nadal, atacado desde diversos frentes. Un programa satírico de la televisión francesa que le incorpora como sospechoso en los momentos del “boom” del deporte español; un colega como el tenista Olivier Rochus, con acusaciones concretas y personales. Un cierto runrún en las redes sociales sobre el posible “cover up” que camuflaría con los períodos lesionado. Ahora la ex ministra francesa. ¿Por qué se le señala de ese modo? ¿Por qué a él y no a otros?
“Normalmente la gente que acusa a los demás sin contar con ningún tipo de información es porque tiene problemas personales. Cuando uno está satisfecho y seguro de sí mismo no necesita buscar a los demás. Yo tengo total confianza y credibilidad en todos mis rivales; pienso que están completamente limpios. No me cabe ninguna duda de ello. Primero, porque creo en el programa antidopaje, y segundo, porque creo en las personas hasta que se demuestre lo contrario. No soy de esos que acostumbran a pensar mal de los demás. Lo hacen porque, evidentemente, tienen un problema personal y, a partir de ahí, buscando más allá, en el aspecto técnico, quizás solo por mi forma de luchar cada punto, la que he tenido durante toda mi carrera, mi estilo de juego. Otros tienen un revés cortado muy bueno, otros destacan por su saque, otros por su cabeza, otros cuentan con un gran físico; cada uno tiene sus cualidades, y no por ello proceden de algo mal hecho”.
Puede deberse a la lógica incomodidad que suscita esa infundada rumorología o a la fatiga de tanta obligada sobreexposición mediática a lo largo de los años, pero lo cierto es que, paralelamente a la evolución de su juego, hoy más decidido y agresivo que antaño, Nadal ha perdido frescura ante los medios, se muestra progresivamente más blindado y receloso. Como recojo en mi libro, Nadal, retrato de un mito, editado por La Esfera de los Libros, “nos quedaríamos con aquel Nadal de mayo de 2005 que aún no llevaba demasiado tiempo asomándose a los extraños, esos seres cargados de curiosidades propias de su oficio o de inquisiciones banales.
“Más allá del juego o de perder, que entra dentro de la lógica del deportista y con lo cual nunca he tenido problema, se trataba de un agobio interior, de no controlar los tiempos ni del punto ni de la pelota ni de la respiración. Al no controlar la respiración, dejas de controlar todo lo demás”.
El chico que aparecía en la sala de prensa de Roland Garros con un libro bajo el brazo y un pedazo de pan que mordisqueaba discretamente durante las regulares comparecencias en días alternos, tras cada partido, el cuarto atestado de enviados especiales que se frotan las manos, no tanto porque aguarden escuchar palabras fácilmente reconvertibles en un goloso titular que alcanzará proporciones ajustadas al grado de su absurda vanidad, sino por lo infrecuente de observar en primera fila a una estrella libre de cosmética, sin afeites, a un chaval valiente, capaz de renovar sin pudor las últimas versiones del ‘spanglish’”.
“No soy muy partidario de leer lo que se escribe sobre mí”, me dice ahora, once años después, con centenares, tal vez miles de presencias ante los periodistas. “Intento no prestar mucha atención, pero con los años uno sabe la gente que se porta bien con él y la gente que se porta menos bien, la gente con la que se puede tener más confianza y con la que se puede tener menos. Y ya está. Intentando respetar el trabajo de cada uno, siempre y cuando se respete el de uno. Tengo que estar agradecido a los medios de comunicación, pues gracias a ellos soy lo que soy”.
–Hombre, gracias a lo que has hecho.
–Evidentemente, gracias a lo que he hecho dentro de la pista, pero si los medios no lo contaran la trascendencia sería infinitamente menor; lo tengo claro. Después, hay cosas que puedes haber leído que no te gustan mucho, otras que te gustan demasiado, éxitos sobrealimentados. Muchas veces, en sí, eso es un poco la prensa. Mi vida es un poco lo contrario; de continuidad, de regularidad, de subirme poco a los altares cuando las cosas van muy bien y de no caerme demasiado cuando van mal. La vida sigue casi siempre igual, ganes, pierdas, juegues mejor o peor, y la felicidad que tengas por una victoria es un poco momentánea, pues al cabo de un tiempo sigues estando igual de nervioso, y cuando pierdes sigues teniendo oportunidades. La prensa cuenta o vive las cosas, todas, de forma más dramática. Entiendo y respeto todas las opiniones siempre que sean desde el respeto que tengo yo hacia los medios. Otra cosa es cuando se cruza la línea, cuando se va más allá. Creo que siempre he tenido un comportamiento adecuado, dentro de la pista y fuera de ella. Y cuando uno hace lo que puede, no está obligado a más. No es que haya lanzado ni roto raquetas ni me he peleado ni he pegado gritos. Cuando he perdido me he ido a casa. He intentado ser sincero siempre con todos vosotros en ruedas de prensa, explicar las cosas como las he sentido, dentro de lo que se puede, evidentemente.
–Lo de no tirar raquetas, ni de niño. Pero me imagino que alguna vez habrás tenido la tentación de hacerlo.
–No, tentación de golpearme la cabeza, sí, de romper la raqueta, no. Al final la raqueta no tiene ninguna culpa. También te digo una cosa, uno está acostumbrado a aguantar, a tener el control de sí, gracias a mi tío y a mi familia, que me lo han inculcado desde pequeño y me han obligado a ello. De eso sí que estoy satisfecho. Y cuando uno tiene el hábito de que eso sea así, ya no se plantea otra cosa.
La actitud modélica, la relación equidistante con el éxito y la derrota, sin concesiones al envanecimiento o la ira, le ha convertido en un referente. En España, poca gente pone peros a Rafael Nadal, un joven que cae bien, despierta simpatía y admiración, también entre los que no son aficionados al tenis. El filósofo Javier Gomá, autor de la Tetralogía de la ejemplaridad (Taurus) y devoto de este deporte, considera que Nadal representa una ejemplaridad transversal, en la que pueden converger personas de distintas tendencias políticas o religiosas, gente de derechas o de izquierdas, nacionalistas, independentistas, ateos, creyentes. Hay quien, entiéndase en tono de broma, le ha postulado para presidente del Gobierno, dada la convulsa situación política.
“Si te soy sincero, como nunca me he considerado un referente social, no lo llevo de ninguna manera. Siempre he sido yo mismo, he intentado hacer las cosas que creo que están bien hechas y que me han inculcado desde pequeño, y después, si eso es un ejemplo para la sociedad o los jóvenes, bienvenido sea. Intento al menos hacer las cosas siempre lo mejor posible. Soy consciente de que estamos delante de las cámaras cuando me encuentro en una pista de tenis y de que no se tienen que hacer determinado tipo de cosas, pues, al fin y al cabo, hay niños que te están mirando, y para ellos es malo ver según qué tipo de actitudes a nivel educativo, creo yo. Pero también, al mismo tiempo te digo que yo he vivido mi carrera y mi vida de manera natural”.
Poco dado a opinar de política, lo hace de manera abstracta, sin definirse por ninguna tendencia. Son las suyas palabras sensatas, ponderadas, que responden plenamente a lo que se espera de una persona con sus señas de identidad.
“La situación política se puede solucionar, creo yo, si se deja de mirar por los beneficios personales y se deja de radicalizar todo en general, si se deja eso de que todo lo que uno hace está bien y todo lo que hace el otro está mal. Las cosas no son ni blanco ni negro, y para llegar a pactos uno no puede estar criticando siempre lo que hace otro. Si gobierna el PP, el PSOE no puede estar criticándole, o Podemos, o los que están en la oposición. Y si gobiernan los demás, el PP no puede estar criticando lo que ellos hagan. Creo que nadie está en la posesión de la verdad. Creo que todos hacen cosas buenas, otras menos buenas, y desde el consenso, desde el hablar, desde el conversar y llegar a pactos, que es lo que ha votado la sociedad, pues las cosas se tendrán que arreglar. Pero para que eso suceda no queda más remedio que la gente, los partidos, en este caso, cedan y dejen que el pueblo se vea recompensado por lo que ha votado. No ha votado nada que sea blanco ni nada que sea negro. Ha votado un gris, por lo cual, se tienen que poner de acuerdo”.
De vuelta a la cancha, le aplaudo cómo conserva su pasión por el juego, ya con 30 años y con una carrera prácticamente redonda. Nadal sigue jugando con el ardor de la adolescencia, como si aún todo estuviera por hacer, conserva intactos los rasgos que han hecho de él uno de los mejores jugadores de siempre.
“Quizás tenga un poco menos de energía que antes, a lo mejor, pero tengo la ilusión de siempre, de hacer las cosas bien, de seguir mejorando algo cada vez que voy a entrenar y de dar lo mejor cada vez que voy a competir. Ni quejarme, ni protestar, no poner malas caras cuando las cosas van mal. Intentar asumir todo como viene y estar positivo con ello, que es una de mis grandes fuerzas”.
Las nuevas generaciones intentan abrirse paso, pero ahí arriba siguen mandando los de siempre. Djokovic, Murray, Federer y Nadal, los denominados “big four” gobiernan el circuito con mano de hierro desde hace casi una década. Todos han crecido en un proceso de retroalimentación: se han hecho mejores gracias a la severa rivalidad establecida.
“Creo que ha habido una gran exigencia, la de tener la obligación de ser muy regular, de perder poco para estar en el grupo de arriba. Djokovic, Federer, Murray, Ferrer. Quizás los tres de arriba hemos tenido una grandísima regularidad durante muchos años y nos hemos obligado a estar al máximo en cada partido que competimos, o sea que, quieras o no, nos hemos impuesto mantener la regularidad en cada entrenamiento y ser profesionales al cien por cien, respetar a todos los rivales y saber que cada derrota es importante para lo que pueda pasar al final del año con el ‘ranking’. Evidentemente, cuando ves enfrente a jugadores de nivel tan alto, sabes que nada te basta. Ya no es, ‘voy a salir a la pista y si juego bien voy a ganar’, no, es, ‘voy a salir a la pista y si juego bien quizás pierda’. Eso te obliga a dar lo máximo de ti en cada entrenamiento y a saber que nada es suficiente, que estás obligado a mejorar”.
Anda preocupado por el futuro del juego, porque esa tendencia de “pegar y no pensar”, de reducir las confrontaciones a una pugna de golpes violentos donde apenas caben intercambios, a la ley del más fuerte. “Yo creo que en tierra sí se juega. Ves los partidos en Barcelona, en Montecarlo y sí que hemos disputado puntos muy largos, de muchas bolas. En rápida es otra historia. El saque y el resto tienen un impacto tremendo a día de hoy. La tendencia es a jugar pensando menos, a que la táctica prácticamente no influya en los partidos, sino que el que esté golpeando mejor, el que tenga la capacidad de pegar más bolas buenas, es el que gana. Y no tienes posibilidad de buscar una solución estratégica o alguna alternativa. La pelota a veces va tan rápida que el que da primero da dos veces, sobre todo en pista rápida. Es difícil de explicar, pero aunque un tenista sea mejor que muchos otros, a nivel de jugar y entender el juego, si el otro está decidido a golpear la pelota al cien por cien desde la primera y a jugarse los restos, estás en sus manos, y a día de hoy, esto es difícil de parar”.
–¿Qué les falta a las nuevas generaciones para dar el salto?
–Pueden ser dos cosas. O que los de la siguiente generación no han sido lo suficientemente constantes o que no han tenido el nivel para echarnos o que nosotros hemos tenido un tono muy alto y no han sido capaces de alcanzarlo. Cualquiera de los dos pensamientos puede ser válido, y no sé muy bien cuál de los dos es el más verdadero. Si es verdad que ha habido un hueco generacional, que no ha venido un grupo de muy buen nivel, pero creo que ahora sí llega. Kyrgios, Zverev, Thiem...
Si quiere saber más del autor, sígalo en Twitter como @JavierMartnez5
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