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Historias

La vida feliz del 'Happy' Lora

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Foto:

 Ama las motos y los carros y disfruta de la comida sin culpas. No tuvo escándalos de drogas ni de alcohol y en su ciudad, Montería, es un aliado de los pobres, que lo buscan para pedirle ayuda a toda hora. En su momento de gloria, eran comunes las llamadas de la Casa de Nariño para requerir su presencia. Recordado por su plasticidad, velocidad e inteligencia en el ring, “Happy” Lora hace parte del olimpo del boxeo colombiano, junto a Pambelé y “Rocky” Valdez.
La primera vez que Miguel “Happy” Lora llegó a su casa después de practicar boxeo, a mediados de los años setenta, su mamá, Mercedes Escudero, le quemó la pantaloneta de ejercicios y le despedazó los guantes. Quería eliminar de tajo su gusto por ese deporte, y para asustarlo y convencerlo, le recordó que él pesaba solo 45 kilos. —Me dijo: “¿Tú estás loco? ¡Aquí no me vuelvas más con esto porque ese deporte no me gusta! ¡Ese es un deporte para gente fuerte y tú estás muy flaquito!” —recuerda el Happy.
Su cara no tiene una sola cicatriz de los más de cuarenta contrincantes que enfrentó hace dos décadas. Recibió pocos golpes. Ese fue su secreto. En su rostro se impone, sí, la figura de su emblemático bigote, hoy entrecano, que le cubre la mitad del labio superior. Sin él, su semblante no sería el de un hombre de 52 años, sino el de un joven de mirada infantil e ingenua que levanta las cejas ante las más pequeñas impresiones. Los 84 kilos que pesa hoy, treinta más de los de aquel Happy que ganó el campeonato mundial de boxeo la noche del 9 de agosto de 1985, no le han disminuido su agilidad, parecida a la de alguien que esquiva culebras en un camino. En las esquinas y andenes hace amagos boxísticos con amigos o conocidos que se tropieza.
En las imágenes del triunfo exhibe un pecho velludo, y la luz de los reflectores ilumina y rebautiza a un don nadie que había salido quién sabe de dónde para vencer ante millones de televidentes al mexicano Daniel Zaragoza. Tocó el cielo. Pero tenía una tensión grande. Muy grande. —Soy derecho e iba a pelear contra un zurdo, que es guardia equivocada. Yo manejaba muy bien la mano izquierda peleando contra un derecho, pero con un zurdo esa mano ya no es buena como para manejar la pelea. Me incomodó en los primeros asaltos. Afortunadamente le metí una derecha en el mentón y lo tumbé. En los entrenamientos había planeado ese golpe. En el boxeo es la mente rápida lo que vale. Brusa, mi entrenador, me decía “apúntale al mentón”, y lo intenté e intenté hasta que lo cogí y cayó. Se levantó y lo volví a tumbar en ese asalto. El entrenador de él le dijo: “¡pilas, te va a meter otra derecha!”. Yo lo escuché y aproveché. Ahí mi vida cambió.
Ganar el título mundial le bastó a Happy para que el presidente de la república lo homenajeara en la Casa de Nariño y lo mandara a Montería en el avión presidencial, y sus ocho defensas hicieron que por fin el país mirara hacia esa pequeña ciudad del Caribe de la que millones de colombianos jamás habían oído hablar. Atrás habían quedado las hazañas de Pambelé y Rodrigo Valdez. Con el primero, Happy lleva buenas relaciones, con el segundo, también, pero el gallo del Sinú no olvida cuando el cartagenero dijo en una entrevista que él no era como “Happy” Lora, que vivía en un barrio riquito.
***
Antes de entrar al boxeo amateur, Happy ya había tenido peleas callejeras. En la adolescencia, el primero en sufrir sus puños fue un panadero cercano a su casa. —Me la tenía montada, decía que yo me las tiraba de chachito. Duré como una hora dándole puños, en plena calle, se me iba y yo lo perseguía hasta que me lo quitaron. Lo reventé todo. Ahí se le acabó el perrateo conmigo.
Sin embargo, antes que el boxeo, en esa época al Happy le interesaba el fútbol. Jugaba en una cancha que hoy queda al lado del coliseo “Miguel ‘Happy’ Lora”. Era puntero derecho y le decían Willington Ortiz y Jairzinho, por su velocidad. Vivía en la calle 23 con carrera 8, en un barrio antiguo y central, en casa de su abuelo Manolo Escudero Benítez, dueño de varias fincas en los alrededores de Montería. El papá de Happy, Miguel Lora Gómez, abandonó a su familia: una esposa, cinco hijos, un hogar. Por eso el abuelo se los llevó a vivir con él. —Mi papá tenía un bar que se llamaba La nueva ola y el almacén La bota roja, en Montería. Él dejó a mi mamá y se fue a trabajar a Bogotá, iba y venía, iba y venía…, hasta que se quedó. Nos abandonó…,
fue muy duro eso, yo tenía nueve o diez años. Fue duro porque me hacía mucha falta. Quedamos bajo la sombra de mi abuelo y mis tíos, y de mi abuela materna, Eduarda Jiménez. Volví a ver a mi papá cuando ya era campeón mundial de boxeo, no me dijo que se sentía orgulloso de mí. Él fue cuatro veces concejal en Maicao y dos veces diputado de La Guajira —comenta Happy, un poco incómodo con el tema. Su papá fue asesinado en Maicao a puñaladas y degollado. Dicen que en un atraco.
Cuando el Happy regresaba de jugar al fútbol se asomaba por una pared a ver practicar boxeo en el patio de la vecina familia López Castellar, que había hecho un gimnasio en el que entrenaban el “Yata” Durango, el “Barbulito” Zuluaga y “Lucho” Zúñiga. Un día vio de cerca cómo guanteaban y quiso hacer lo mismo. —Me puse los guantes y todos empezaron a decir: “Mira, Happy parece un boxeador profesional”, “mira cómo le pega al sand bag”, “¡cómo brinca a la sombra!”, “¡cómo se mueve!”. Mis amigos me organizaron las primeras peleas y las gané. El apodo “Happy” se lo puso una tía cuando era niño, porque siempre lo veía brincar de un lado a otro, muy feliz.
***
Hace 28 años, Happy hacía ejercicios y trotaba en las playas de Coveñas. Yo tenía siete años y le insistí a mi papá para que me tomara una foto con él. Era el ídolo de todos en mi colegio, en mi barrio, en mi familia. Mis papás ya me habían regalado unos guantes, y tenerlo cerca era la oportunidad de tocar al héroe. Le muestro a Happy la fotografía en que aparezco junto a él. La mira y repite muchas veces “¿cómo va a ser?”, “no, no, no, no”. Se toma la cabeza una y otra vez. Es una imagen suya que no conocía, por tanto, está reconociéndose, observándose por primera vez desde un ángulo inédito. En la gráfica parece un hermano de él joven y delgado.
—Champion, ¿seguro este eres tú? —me pregunta. Estamos junto a su esposa, Piedad Malluk, en el restaurante La Bonga del Sinú, en Montería.
—Sí, campeón. Las vueltas que da la vida… –le digo.
—No, no, no, no… no puede ser.
—¡Ay, Happy! No puede ser, Happy. ¡Mira, Happy, mira esto! Tienes que cuidarte, no puedes andar comiendo tanto. Ya te lo he dicho —le dice Piedad al mirar la foto, con el tono de las mamás regañonas, ese que sugiere cariño. Él no parece escucharla y vuelve a decir “¿cómo va a ser?”, mientras come uno de los platos más apetecidos del restaurante, “Lengua viperina”, seis rodajas medianas de lengua asada y tres patacones, que untó de suero hasta que desapareció el amarillo verdoso del plátano.
Happy y Piedad se conocieron a finales de los años setenta, en una fiesta, cuando él la sacó a bailar. Se casaron a escondidas en Cartagena en enero de 1981. Ella tenía 14 años y su familia se ponía a la unión por su corta edad. En 1984 nació Samia, después vinieron Sarina y Miguel Samir, nombres árabes como tributo a los antepasados de Piedad.
—¿Por qué han podido estar juntos más de treinta años? –le pregunto a Piedad.
—Porque no le compito a Happy. Yo sé cuál es mi lugar. Hoy muchas relaciones se acaban porque la mujer quiere superar al marido. “Ah, ¿tú te compraste un carro? Bueno, ahora yo me compro otro”. “¿Tú compraste la casa? Listo, yo te voy a demostrar que puedo sostenerla sola”. Esto que digo puede malinterpretarse…, a lo que me refiero es a que no hay que hacer todo lo que el hombre diga, es verdad, pero tampoco todo lo que él hace.
—¿Happy es vanidoso?
—¿Sabes que no? Y no le gusta comprar cosas que no necesita…
—¿Tú crees que yo voy a invertir $200.000 en una camisa sabiendo que hay muchos niños que se acuestan sin comer? —dice Happy, interrumpiéndonos—. No. Cuando me pongo algo costoso es porque mi esposa me lo regala. La gente vale por su pensamiento, no por el oro.
—No le importan las marcas. Lo que sí lo mueve es un carro. Le encantan los carros —dice Piedad. Hace un momento llegaron al restaurante en un Mazda 3.
—¿Cómo es él en la casa?
—Normal. Hay días que se levanta muy temprano, se va para el balcón y dice “¡qué día más heeerrrrrmoso!”. Yo me he preguntado varias veces “¿qué le verá de hermoso?”. Eso se volvió un reto para mí…, enseguida recapacito y le veo la belleza…, qué más que la vida de nuestros hijos, el cariño que la gente le tiene a Happy. Él me ha enseñado varias cosas…
—¿Como cuáles?
—Cuando iba a pelear por el título con Zaragoza, se le metió que él tenía que mostrar en Miami el sombrero vueltiao. Yo me opuse, le dije “no, Happy, ese sombrero es muy corroncho, no me hagas pasar esa vergüenza, mira que esos gringos no saben nada de ese sombrero”. Y él me decía que sí lo iba a lucir cuando ganara la pelea. Y fíjate, él fue el primero en lucir el sombrero vueltiao con orgullo a nivel mundial. No se dejó convencer ni de mí, que soy su esposa. Hoy no pienso lo mismo del sombrero, por supuesto.
—¿Happy es muy enamorado, Piedad?
—Él es muy respetuoso. Pero a veces vamos por la calle y me deja ir adelante, después yo volteo a ver atrás y lo veo mirando por ahí. Yo le hago creer que no me doy cuenta —revela su esposa. Y continúa con una anécdota que ocurrió en uno de los viajes de Happy a peleas a Estados Unidos—. Una vez, él iba en un ascensor con amigos y periodistas. De pronto, entraron un hombre y una mujer rubia. Happy empezó a decirles a sus acompañantes “¡qué mujer tan buena!”, “¡cómo está de linda!”, y se reían y reían, cuando en esas el marido, que él pensaba que era gringo y no hablaba español, le dijo: “¿qué te pasa, Happy? Nosotros somos de Cali”.
***
Raúl Porto Cabrales, experto en boxeo, dice que Happy era un estilista consumado. No desperdiciaba los golpes. En esa precisión era donde él marcaba la diferencia. “Cuando uno revisa su récord, se da cuenta de que casi 50% de sus peleas las ganó por nocaut. Llamaba mucho la atención esa flexibilidad que tenía para mover el tronco. Tenía una inmensa capacidad de improvisación, algo poco común en los boxeadores. Era astuto y a veces tenía un boxeo un poco clásico, y otras, intuitivo”, explica.
l gozo visual lo producía su delgada silueta corporal en movimiento libre, como el vaivén de la pluma que cae y el zigzag de su defensa que ridiculizaba al contrincante que le tiraba y tiraba sin éxito. Su figura era vaporosa al escabullirse: eludía el ataque y sonreía. Pero cuando resolvía ametrallar al rival que en mala hora dejó agarrarse por uno de sus ganchos de izquierda o un cruzado de derecha, esa figura era concluyente. Entonces, el sinuano prendía motores y los golpes irrebatibles que lanzaba arrancaban orgasmos de patria a través de gritos de emoción. Contra Antonio Alvear, el gallo brincaba con gracia y perfección en la lona. Sus guantazos eran predecibles cuando tenía dominado al contendor, ahí recurría al bolo punch o molinillo que universalizaron Muhammad Ali y “Sugar” Ray Leonard y lo soltaba en busca del nocaut o el lucimiento.
Para descansar, Happy se iba contra las cuerdas y bajaba la guardia, se paraba. Ahí era cuando su entrenador lo regañaba, porque quedaba expuesto a un mamonazo en la mandíbula. “Eso me ocasionó mucho susto a mí y a Colombia. Sin embargo, eso era lo que lo hacía grande”, dice Tutico Zabala, hijo de Tuto Zabala, apoderado del Happy. Pero nada de mamonazos. Su astucia le hacía esconder su “veneno” en esa aparente irresponsabilidad deportiva. Era una trampa, porque después salía entero y con la mente clara. Su concisión en el ataque al no desperdiciar golpes, su exactitud y la fuerza expresiva de su rostro como diciendo “tranquilos, aquí no ha pasado nada”, lo tatuaron en la memoria de quien lo vio pelear.
El periodista Eugenio Baena, uno de sus mejores amigos, recuerda: “A mí me hacía sufrir mucho. Yo le gritaba ‘¡Gira, Happy, gira!’, y él lo que hacía era retroceder. El drama de los inteligentes es que se quieren lucir. Él era impenetrable. Se ponía de una manera tan rara que no le llegaban. Yo sufría porque sabía que le podían dar un golpe que lo sacara de circulación. Los golpes le pasaban tan cerca, a milímetros, que él se abanicaba, y con su plasticidad se llevaba los aplausos”.
—Mi movimiento de cintura no me lo enseñó nadie, nació conmigo —explica el excampeón—. Eso y la rapidez mental. Lo perfeccioné viendo los pasos laterales de Muhammad Ali, el bolo punch, el jab y sus movimientos rápidos a pesar de ser un peso pesado. Admiré también a “Mantequilla” Nápoles, a Alexis Argüello y a “Sugar” Ray Leonard, que es lo mejor que yo he visto. Tenía una gran velocidad, era muy inteligente, veloz de manos y de piernas.
Su mejor golpe, el gancho de izquierda, era sorpresivo. En el ring imponía el camino e improvisaba. Pedro Vanegas Cassiani fue uno de sus primeros preparadores: “Desesperaba al rival. Era 70% defensa y 30% ofensiva. Se ponía para que el otro le tirara y no le daba, y cuando bajaba las manos era peor, porque el otro le pegaba menos. Tenía una gran velocidad para esquivar”. A Happy le tiraban seis golpes y le pegaban uno o dos; él tiraba tres y pegaba dos. Por eso siempre se veía como ganador.
***
Happy llegó en una motocicleta Yamaha YZ 150 a Libro Tinto, un tertuliadero ubicado en la avenida Primera de Montería. Se sentó en una mesa frente a una ventana.
—¿Dónde dejaste el casco, campeón?
—Yo no uso casco, champion.
—¿Y cómo haces en los retenes?
—Los policías me ven pasar y me dicen “adiós, campeón”.
La gracia de ser “Happy” Lora no puede esconderse en un casco.Su gracia es que lo reconozcan y lo saluden. En este lugar, luego de cincuenta minutos ha saludado 61 personas.
—Me levanto todos los días con mucho optimismo, y cuando salgo, en la esquina le pregunto a un señor “¿qué dirección busca?”, al de la tienda le digo “¿cómo amaneciste, mijo?”, al taxista lo saludo con efusividad, le doy un billetico al que anda jodido. A mi apartamento siempre va gente a pedirme cosas: “Happy, ayúdame con esta fórmula”, “Happy, regálame una camisa”, “Happy, ¿no tienes un par de zapatos viejos por ahí que ya no te pongas?”. Desde que gané el título la gente me pide ayuda…, unos para comprar unas medicinas y otros hasta para pagar el recibo de la luz. ¿Y por qué lo hacen? Porque yo soy de todo el mundo.
—Happy, tu primera defensa con Wilfredo Vásquez, de Puerto Rico, fue dura…
—El golpe más duro que a mí me pegaron en mi carrera me lo dio Wilfredo Vásquez, en el malar derecho, enseguida se me durmió media cara. Yo pensaba “este tipo me desencajó el cerebro, ¡Dios mío!”, porque me tocaba la cara con el guante y no sentía nada. Ese golpe fue muy fuerte, me fracturó el malar y mi ojo derecho terminó muy hinchado. Fue mi pelea más difícil.
La historia del Happy no termina en la droga ni en el licor. Recibió una buena educación de su mamá y abuelo y no se dejó pegar mucho en la cabeza. Eugenio Baena dice: “su cerebro ha permanecido bien, sin ninguna conmoción. Por lo regular, algunos boxeadores desvarían un poco por algún golpe. Además, cuando provienen de cunas demasiado pobres, al llegar a la gloria se enferman y dilapidan todo lo ganado. Él se quedaba en mi casa, en Cartagena. Allí conoció a mi esposa, Ruth Guzmán, que en paz descanse. Ella estaba embarazada y Happy le tocó la barriga y le dijo: ‘Usted va a ser mi comadre, y lo que salga de aquí, va a ser campeón del mundo como yo’. Y mira, ¡Dios mío!, eso fue premonitorio, hoy tenemos a la Chechi [Baena], que es su ahijada. Ella es como él, ganadora y carismática”.
En la cumbre de su carrera, cuando la telenovela Gallito Ramírez había puesto de moda el boxeo en Colombia y Happy era más popular que el presidente, el gallo del Sinú perdió el título. Le acababa de ganar a Alberto Dávila por segunda vez, en Los Ángeles, California, el 1° de agosto de 1988 —la primera vez fue el 15 de diciembre de 1986 en Barranquilla—. Happy volvió a Colombia y su amigo Baena recibió un telegrama de Don King, apoderado de Happy, que decía que debía regresar a Estados Unidos a defenderse de una acusación de dopaje. El campeón regresó y en una corte demostró que la sospechosa sustancia no era más que suero Pedialyte y complejo B. El escándalo lo había armado el apoderado de Dávila y presidente de la Comisión Atlética de California. Happy no entrenó y tampoco siguió su dieta para la próxima defensa. Se subió a 142 libras, muy lejos de las 118 que debía dar si quería pelear con Raúl “Jíbaro” Pérez, 45 días después en Las Vegas. Diez días antes de esa pelea almorzaba un muslo de pollo y pocas verduras, y cenaba un huevo cocido con un té.
—Happy llegó débil a esa pelea —recuerda Piedad—. En ese entonces había mucho desconocimiento sobre las dietas. ¡Imagínate que a él le decían que no podía tomar agua porque eso lo subía de peso!
Happy le había dicho a Don King que no estaba satisfecho con los 18.000 dólares que recibía por pelear. Por su calidad, en cambio, él consideraba que debía recibir más de 100.000. El campeón y el empresario se la llevaban bien, incluso, en una ocasión la mamá de Happy, Mercedes Escudero, en un apartamento en Las Vegas les hizo patacones a Don King y a Mike Tyson. Sin embargo, la insatisfacción económica del monteriano persistía.
—Me querían quitar el título porque yo les había ganado a todos los mexicanos, que eran los reyes en gallo. Con ese juicio me desconcentraron. Yo llegué débil a la pelea…, si uno ve bien se da cuenta de que Jíbaro no me gana…, cuando mucho, un empate. El tipo no me ganó en franca lid, le dieron la pelea porque Jíbaro se iba a quedar con Don King, mientras que yo no quise firmar más contratos con él. Baena recuerda que al terminar la pelea, Don King abrazó a Jíbaro, levantó sus manos y gritó: “¡Jíííbaaarrooo!”, cuando unas horas antes decía “Happy, usted es mi Happy, mi champion”. Humberto González Kerguelén narró ese combate por radio. Dice que la defensa ante la corte de San Diego para no perder el título mundial en el escritorio, desenfocó a Happy. “Ya estaba la fecha escogida y había un compromiso del señor Don King con la televisión americana y lo obligaron a pelear. Happy debió de conseguirse una excusa médica en Colombia. Don King era juez y parte. Era su apoderado y el promotor de la cartelera, entonces tenía sus intereses”.
***
Podría pensarse que un deporte como el boxeo hace que un peleador sea cualquier cosa, menos nervioso. Happy jamás temió que un uppercut lo sacara del cuadrilátero. Pero había —y hay— algo que lo pone pálido y le hace sudar frío: volar. Estando en Los Ángeles, en agosto de 1988, Happy recibió una invitación de Andrés Pastrana, entonces alcalde de Bogotá, para que lo acompañara en la celebración de los 450 años de la capital. El campeón aceptó. Él y su esposa tomaron un avión hacia Miami.
—El avión cogió altura y de un momento a otro sentí un golpe. Me asusté y mi señora me dijo: “Happy, ya vas tú con tus cosas, cálmate, mira que toda la gente va normal”. De pronto vi a uno de los pilotos que salió de la cabina, miró por una ventanilla y se puso las manos en la cabeza. Yo no sé ni qué me dio a mí. Dije: “Hasta aquí llegué”. Peor cuando nos avisaron que una turbina estaba en llamas. Aterrizamos, nos montaron en otro avión y unos amigos tuvieron que darme un whisky para poder subirme, menos mal y ya había peleado. Pero lo peor vino después: nos montamos en el vuelo Miami-Bogotá y cuando comenzó a despegar, el piloto suspendió y tiró el avión a la pista otra vez. Nos parqueamos y yo me paré y dije que me quería bajar, armé un escándalo y un auxiliar me respondió que me calmara: “Anda, Happy, tranquilo, tú eres boxeador, no te pongas nervioso”. Yo le contesté: “¿Que no me ponga nervioso?”. Le dije que había tenido otro percance en otro avión al que se le prendió una turbina hacía apenas unas horas. Y el tipo no me quería abrir, entonces le dije “o me abres la puerta o la levanto a puños y a patadas”, y tuvo que abrirla.
Happy y Piedad se quedaron en Miami.
—Y Pastrana, por supuesto, todavía nos está esperando —dice Piedad—. Tan seria es su fobia a volar, que como campeón del mundo le ofrecieron la bolsa de su vida, 200.000 dólares por una pelea contra Jiro Watanabe en Japón, y la rechazó porque debía volar más de veinte horas.
—Yo pregunté “¿Cuántas horas dura el viaje?”, y me contestaron “Más de veinte, campeón”. Dije: “No, señor, a mí me dejan tranquilo en mi Montería, yo para allá no voy”. Y no fui.
***
En la panadería El horno de mi abuela, Happy le compra a un lotero un pedazo de la Lotería de Bogotá, con el número 8625. A los cinco minutos otro lotero le ofrece un billete más. Él le responde que no y le da las gracias. El señor no se va y Happy parece avergonzado. Entonces le muestra la fracción al vendedor, que se marcha mientras le advierte: “Mañana tienes que comprarme a mí”. —Me duele mucho ver la mala situación de la gente. Esto me pasa siempre: lo hago para que no vayan a pensar que no les quiero comprar, para que no digan que yo ando orgulloso y ya no los volteo a ver —dice.
Ahora camina por la avenida Primera. Sonríe. En la calle 30 lo detiene un vendedor de productos de cocina. “Cómprate esta, Happy”, le dice el hombre y le muestra un hacha pequeña de filo brillante, “a ti que te gusta la pelea”. Rieron los dos, y también Piedad. Desde un carro un señor pita varias veces al verlo pasar. En la siguiente esquina otro hombre le pregunta “¿cómo estás, Happy?”. En la puerta de un almacén una vendedora le dice a otra “mira, ahí va el Happy”. “¡Firme, campeón!”, le dice un conocido y él le choca el puño mientras le responde “salúdame a tu papá”… Happy por aquí, Happy por allá. “Mira, ¿dónde anda tu esposo?, no lo he vuelto a ver”, le pregunta él a una señora.
En el parque Simón Bolívar se encuentra de frente con Amancio Castro, un boxeador monteriano que fue campeón mundial en el peso wélter júnior por una entidad poco conocida, y que terminó en las filas de las AUC.
—Happy, mi hermanito, te estaba buscando. Necesito que hables con el señor de la oficina de deportes del municipio para que me ponga un gimnasio en el barrio P5, pa rebuscarme, tú sabes…, enseñándoles boxeo a los pelaos, tú sabes —le pide Amancio.
—Bueno, Amancio, yo hablo con él. ¿Qué te habías hecho? —le pregunta Happy.
—Estaba en Medellín, recuperándome de la droga. Quiero decirte una vaina, Happy — continúa Amancio—, aquella vez que pasé por donde tú estabas no te saludé porque me dio pena llegar…, estaba jodido con la droga.
Tírame algo ahí pa la comida —le dice Amancio antes de irse—. Happy le da diez mil pesos.
A los pocos metros lo aborda Jairo Encinales, un veedor ciudadano. Le dice lo mismo: “Te estaba buscando, Happy, para pedirte que hables con el alcalde para ver si conversa con los vendedores ambulantes de verduras y de frutas. A esos muchachos hay que ayudarles, Happy”. Ese reconocimiento de la gente, ha hecho que a Happy se le cruce por la mente lanzarse a la Alcaldía de Montería. Su esposa dice qué lo ha detenido:
—Eso sería arriesgar el inmenso cariño que la gente le tiene. En política, hacer las cosas bien no siempre es bueno ni a todo el mundo le gusta. De todas maneras, Happy ha acompañado en sus campañas a reconocidos políticos locales, como a Marcos Daniel Pineda García y a Carlos Eduardo Correa, para la Alcaldía de Montería; a Campo Elías Terán, a la de Cartagena; a la gobernadora de San Andrés Islas, Aury Guerrero, y a Andrés Pastrana, a la Presidencia. Se tomó fotos con ellos para vallas y periódicos, los acompañó a las comunidades y a algunos asesoró después en sus planes deportivos. De esta manera, y dictando conferencias sobre su experiencia de vida e inaugurando certámenes, justas regionales y nacionales, se gana la vida el Happy mientras espera una pensión del Estado. Happy tiene que ser feliz siempre. No le ha sido dado el lujo de la soledad, y públicamente, menos, el de la introspección. Piedad recuerda qué dice la gente cuando él no saluda en la calle porque va pensativo: “¡Happy!, ¿qué te pasa?... ¡Tú no eres así!”. —¿De verdad, eres feliz, campeón? —le pregunto. Largo silencio. —Sí, porque soy sietemesino, champion…, mi mamá me daba los alimentos exprimiendo un algodón en mis labios para que viviera. Casi no vivo. Estoy agradecido con Dios y con la vida. Por eso sonrío.
Por: Carlos Marín Calderín – Fotografía: Sebastián Jaramillo
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