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Historias

La historia de Wu Rongrong y el feminismo en China

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En abril del 2015, las paredes del centro de detención del distrito de Haidian, en el oeste de Pekín, se inundaron con los versos del poeta Xu Zhimo. “En silencio me voy, / tan silenciosamente como vine; / agitando suavemente mi manga, / no estoy quitando una sola nube”. Era Wu Rongrong la que les prestaba la voz a esos versos, una activista, que en ese entonces tenía 30 años. Un mes antes, el 8 de marzo, había sido detenida en una cacería que terminó en el encarcelamiento de Li Tingting, de 25 años; Zheng Churan, también de 25; Wei Tingting, de 26, y Wang Man, de 33. Ese día el mundo las conoció como “Las cinco feministas de China”.
El motivo de su arresto fue una campaña que iba a ser lanzada el 7 de marzo para condenar el acoso sexual en el transporte público. Las asistentes se reunirían en un parque en Pekín y repartirían calcomanías que apoyaban el sexo seguro y condenaban las agresiones sexuales. Parecía una protesta que no amenazaba en lo más mínimo al Estado unipartidista chino. Sin embargo, la policía buscó y capturó durante tres días a cada una de las involucradas en la iniciativa. Incluso, cuando, según explicó Rongrong en su artículo No lloren, amigas. No están solas, “ya habíamos hecho promesas por separado a la policía local de no seguir adelante con el evento e incluso habíamos enviado nuestras calcomanías y materiales impresos a las autoridades”.
Para Wang Zheng, una académica de la Universidad de Michigan que ha centrado su investigación en la historia moderna y contemporánea de la mujer y el feminismo chino en la era de la globalización, el arresto de las “Cinco Feministas” respondió a un intento del gobierno por acabar con Yirenping, una ONG que trabajaba por los derechos de los discapacitados, lucha contra la discriminación laboral, entre otras causas. Tanto Rongrong como las otras detenidas eran parte de Yirenping y trabajaban en un grupo de igualdad de género.
Zheng es conocida por haber sido parte de un grupo de doctores y candidatos a doctorado que estudiaban en el extranjero cuando decidieron, en 1989, impulsar los estudios feministas en las universidades. Para esto fundaron la Sociedad China para Estudios de la Mujer. La organización recibió subvención en 1993 para organizar seminarios y capacitaciones a nivel universitario. Al mismo tiempo tradujeron toda la literatura feminista que pudieron y, en 1999, Zheng regresó a China para iniciar programas de estudio de género. Dado que después del movimiento democrático de Tiananmén en 1989, todos los estudios sobre la mujer fueron suprimidos, el trabajo no fue fácil. Pero gracias a que China fue sede de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, el gobierno se vio obligado a apoyar esta iniciativa.
Antes de que Rongrong fuera trasladada al centro de detención ya era conocida como una de las lideresas del Grupo de Acción en Favor de los Derechos de las Mujeres. Su recorrido en el activismo había dejado una estela bastante fácil de seguir. Acciones como afeitarse la cabeza, invadir baños de hombres, usar vestido de novia cubierto en tinta roja para simular la sangre, o defender la inocencia de Deng Yujiao –la joven que asesinó a un funcionario del Partido Comunista que la iba a violar– mediante la obra “Deng Yujiao podría ser cualquiera de nosotras”, la convirtieron en un ícono de la lucha femenina china.
Wu Rongrong.
Violencia intrafamiliar, desigualdad de género, sexismo y abuso sexual fueron los temas que abordó Rongrong desde un activismo performático en las calles de Pekín. Sin embargo, no fue hasta el 8 de marzo del 2015 que sentiría la respuesta del Estado chino. Poco después de su liberación, el 13 de abril, publicó en WeChat, la red social más popular de China, que su espíritu estaba al borde del colapso. Y es que, según una entrevista que sostuvo The New York Times con el esposo de Rongrong, hubo un punto en el que los oficiales amenazaron con lanzarla a la celda de los hombres para que la violaran en grupo.
Wu Rongrong nació en 1985 en Shanxi, una provincia rural cerca de Pekín. Creció en un ambiente extremadamente patriarcal en donde, según ella, las niñas no tenían valor. En varios textos confiesa que fue testigo de cómo muchas jóvenes brillantes de su aldea eran obligadas a abandonar sus estudios para trabajar y apoyar la educación de sus hermanos varones. Su vecina tuvo que dejar la escuela a los trece años y trabajar. Luego de una explosión en la fábrica de fuegos artificiales que le impidió seguir con sus labores, se vio obligada a casarse con un anciano. Muchas niñas más en China compartían un destino similar. Fue entonces que Rongrong hizo un gran esfuerzo por seguir con sus estudios. Ignoró los consejos de personas que intentaron persuadirla para que comenzara a trabajar. Logró ingresar a la Universidad de Mujeres en China, ubicada en el distrito de Chaoyang de Pekín, y se especializó en psicología y trabajo social. Hizo un sinnúmero de voluntariados en organizaciones no gubernamentales, en donde sumó casi dos años como voluntaria en el Grupo de Publicaciones y Prensa Infantil de China, y cuatro años como voluntaria en el programa Big Brother / Big Sister de la Fundación New Path, en donde trabajó como mentora de niños en situación de riesgo. Hasta que tuvo que volver a Hangzhou.
Siempre se las arregló para lograr estudiar. Vivía en un apartamento de menos de ocho metros cuadrados en Pekín junto con más compañeros, y pagaban setenta y cinco dólares mensuales de renta. Lideró campañas para defender a las personas VIH positivas, sobre todo a las mujeres que sabía que estaban siendo presionadas por las instituciones para abandonar sus estudios. Pero equilibrar esa lucha con la excelencia académica no fue nada sencillo. Rongrong necesitaba becas que exigían certificaciones de funcionarios del pueblo en el que nació. Por eso, muchos de estos personajes se aprovecharon para acosarla sexualmente u obligarla a limpiar sus casas sin retribución económica. Cada certificado era un arma que utilizaban para mostrar poder sobre Rongrong, quien no tenía ningún defensor y que si hubiese denunciado por sí misma, confiesa, “habría resultado en chismes humillantes e insinuaciones y me habría hecho incapaz de mostrar mi cara en el pueblo”. Sin embargo, Rongrong logró graduarse y ser parte de campañas que tuvieron eco internacional.
La mejor arma que tienen las activistas en China es WeChat. Según lo explica Wang Zheng, todos están en WeChat. En el 2014, después del caso de acoso sexual de un profesor de la Universidad de Xiamen, varias alumnas de Zheng crearon un grupo contra el acoso sexual en el que abrieron grandes conversaciones y discusiones sobre el quehacer frente a toda la situación. El resultado: una campaña antes del Día del Maestro, cartas al Ministerio de Educación, creación y divulgación de material en el que explicaron qué hacer en caso de ser víctimas de acoso sexual.
Fue precisamente mediante WeChat que se creó la campaña para el Día Internacional de la Mujer en el 2015. Zheng dice que cuando todos se enteraron de la detención de las “Cinco Feministas” a través de WeChat, pensaron que se trataba de una práctica común entre la Policía china llamada “beber té”. Se trata de una citación policial para ir a un interrogatorio con tal de diseminar la protesta y el activismo en las calles. La gran sorpresa llegó cuando a las activistas las trasladaron a una prisión y presionaron a los fiscales para acusarlas de “organizar multitudes para perturbar el orden público”.
El gobierno, aparentemente, quería silenciar una campaña que revelaba que, según el Centro de Investigación de Opinión Pública de Cantón con sede en China, “de las 1.500 mujeres de 16 a 25 años encuestadas en Pekín, Shanghái y Cantón, el 48 por ciento dijeron que enfrentaron un aumento en los incidentes de acoso sexual. El 65 por ciento de las víctimas dijeron que sus acosadores los tocaron físicamente”. Esas cifras, al día de hoy, no han variado significativamente.
A pesar de que Rongrong encontraba tranquilidad declamando poesía durante su encierro, los largos interrogatorios la quebraron emocionalmente. El caso tomó dimensiones internacionales. Así fue como el 13 de abril, luego de varias protestas en las calles chinas y del apoyo de figuras como Hillary Clinton y Joe Biden, las “Cinco Feministas” fueron puestas en libertad bajo fianza a espera de juicio. El caso se perdió entre folios y jamás fueron condenadas o formalmente acusadas de algo. Frente a todos los reclamos de activistas como Rongrong respecto al acoso sexual en el transporte público, las autoridades correspondientes invitaron a las mujeres a no utilizar minifaldas o ropa ajustada en los trenes y autobuses y que cuidaran su cuerpo con bolsas, revistas y periódicos. Una respuesta bien conocida que legitima la violencia sexual y busca culpar a las víctimas.
Actualmente, el gigante asiático sigue siendo objeto de fuertes críticas.En palabras de Mary Lawlor, directora ejecutiva de Front Line Defenders, “la reacción instintiva a la protesta en China, que no es una protesta que exige la caída de un régimen u otro gobierno, sino la igualdad de género, también demuestra el temor a la reforma. Su aversión a la libertad de expresión se ha vuelto tan grande que están tomando medidas enérgicas contra las mujeres que dicen que ya no tolerarán que los hombres las toquen en el tren para ir a trabajar”.
En el 2017, Wu Rongrong, quien todavía se encontraba bajo vigilancia, obtuvo una beca para estudiar una maestría en Derechos Humanos en la Universidad de Hong Kong. Su provincia le negó el pase y se le prohibió salir de China durante una década. Fue su última aparición pública. Unos meses después, luego de que su petición fue viral, pudo marcharse a Hong Kong. Sin embargo, la igualdad de género sigue siendo la última víctima de la campaña de China para erradicar todas las formas de disenso. ¿Pero un orden público que acepta el acoso sexual puede llegar a ser legítimo? “Para que haya alguna mejora”, dice Lawlor, “se debe poner fin a la persecución de mujeres que durante décadas han luchado por un cambio”.
NICOLÁS ROCHA CORTÉS
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 156 - FEBRERO 2020
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