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Historias

Katherine Porto y la guerra de los cucos

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Foto:

La actriz colombiana Katherine Porto estará con todos los donjuanes vía twitcam el próximo miércoles 25 de abril a las 5:00 p.m.
Pregúntele lo que quiera a la chica de portada de la edición 63 de DONJUAN, que posó para nosotros con un arsenal de encajes y transparencias.
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La ropa interior, para la mayoría de los hombres, no es más que un estorbo. Para las mujeres es parte de su juego de seducción, Katherine Porto posó para DONJUAN con todo un arsenal de encajes y transparencias. Nos sedujo y va a seguir haciéndolo: acaba de filmar una película en México, la comedia romántica siete años de matrimonio y sueña con grabar un disco este año. Su defensa de la ropa interior contrasta con el texto de Adolfo Zableh que, por supuesto, solo clama para que se la quite.
Por Adolfo Zableh // Fotografía Hernán Puentes
Los hombres no le damos a la ropa interior femenina el valor que ellas le dan. No se lo damos, como también menospreciamos (injustamente) un corte de pelo, un nuevo par de zapatos, unos aretes recién comprados. Somos básicos: conocer a una mujer, charlar, tomar trago, reír, tener sexo, casarse, trabajar, levantar una familia, ahorrar algún dinero y morir.
¿Recuerda cuando era niño y llegaba la mañana del 25 de diciembre? ¿Recuerda la ansiedad con la que salía corriendo a buscar los regalos debajo del árbol de Navidad? ¿Es capaz de retroceder en el tiempo y visualizar el desespero con que arrancaba esa envoltura inútil? De adulto ocurre lo mismo: la ropa interior es el papel de regalo; no es un complemento, sino un obstáculo. Uno no quiere el empaque, sino lo que viene adentro.
No le damos a la ropa interior el valor que tiene, decía, pero tampoco la entendemos, que es el verdadero problema. Para empezar, no sabemos si a la parte de abajo se le dice "tanga", "cuco", "calzón" o "panty". Tengo amigas que me han tratado de corroncho, bruto, ignorante y hasta irrespetuoso por llamarla de una u otra manera. Y ni hablar del brasier.
Tuve que consultar un diccionario para saber cómo se escribía: nunca he tenido claro si el término correcto es ese, o "brasiere", o "brassière". Al parecer "sostén" es el único aceptado por la Real Academia de la Lengua, pero me niego a usar esa palabra. No me veo pronunciando la frase "Explícame cómo se quita este sostén"; suficiente vergüenza pasa uno con no saber quitarlo.
Llámennos desconsiderados, poco románticos, como quieran, pero si una mujer quiere seducir a un hombre es mejor que vaya al gimnasio y se cuide la piel, porque uno se fija más en el contenido que en la forma, en la  esencia que en el decorado, en las tetas que en la copa.
Por eso, mientras más sencilla sea la ropa interior, mejor. Ojalá blanca y de algodón, sin tanto encaje, sin tanta transparencia, sin tanta tela importada de París. El otro día una amiga me salió con ropa interior roja de encajes. Además de que nunca me ha agradado el rojo, la parte de abajo del juego tenía una ranura en la entrepierna; es decir, no necesitaba ser quitado para tener sexo. Yo no sé de qué facultad de diseño salió el tipo que se lo inventó, pero seguí el juego pese a mi desagrado y terminé irritado (y no me refiero a mi estado de ánimo).
Tenía una novia, en cambio, que compraba su ropa interior en Punto Blanco. Su preferida era esa línea que tiene una pequeña estrella plateada. Recuerdo que me volvía loco, no veía la hora de estar con ella. Esa ha sido la única vez en mi vida en que le he puesto real atención a la ropa interior de una mujer. Y era ropa interior de combate, su belleza no estaba en la finura de sus encajes, sino en su sencillez, que no es lo mismo que simpleza. Ni siquiera era costosa.
Porque esa es la otra: la ropa interior femenina cuesta el equivalente a un posgrado en Harvard. Un hombre, acostumbrado a comprar tres calzoncillos en veinte mil pesos, no entiende cómo un solo brasier puede costar, fácil, más de cien mil. Y no es solo el precio, sino el cuidado con el que debe tratarse.
Uno puede echar a lavar cualquier pantalón, cualquier camisa sin hacer caso de las etiquetas internas que hablan de la temperatura, el tipo de detergente y el tiempo dentro de la lavadora que tiene que estar la prenda. Dios no permita, en cambio, hacer lo mismo con los calzones de su mujer. Debe ser lavado a mano con guantes, jabón de coco y agua tibia (lo de tibia me lo inventé).
Si el hombre no ha llegado a Marte es porque los mejores científicos de la NASA están dedicados a mejorar las fibras de la ropa interior para que las mujeres echen sus cucos a la lavadora sin miedo.
Tengo un amigo que afirma que los tres grandes fetiches masculinos de la civilización occidental son el carro, el celular y la ropa interior. Tiene mucho de razón: la ropa interior nos obsesiona, casi nos intimida, pero cuando la mujer no la lleva puesta. Porque -repito- la ropa interior se hizo para ser quitada. Un hombre ve un catálogo de ropa interior, un desfile, y queda paralizado, igual que cuando a un perro le rascan el pecho. Pero no es por la ropa interior, sino por las modelos que la usan. Se trata de un concepto básico que tienen claro los fabricantes de este tipo de prendas, no las mujeres que las utilizan.
Hay que ver la cantidad de marcas que hay y los nombres que les ponen: Bésame, Triumph, Laura, Carocuore, Amour, pantitex, Intimagge. Hasta existe una que se llama Antonia Secret, y para que no hubiera sospecha de copia con la mundialmente famosa Victoria's Secret, le cambiaron el nombre de la mujer, le quitaron el apóstrofo y movieron de lugar la S. Todo con la sutileza de un hipopótamo en una cristalería.
Dentro de ese universo de rediseños y nombres hay dos que llaman la atención: Pijamas Good Night y Creaciones La Baronesa Ltda. Desde ya lo advierto, a mí me llega a salir una mujer con prenda alguna de Pijamas Good Night o de Creaciones La Baronesa y renuncio al sexo de una manera tan radical que me convierto en el primer papa colombiano.
La mejor marca, siempre lo he dicho, es "Quítate esa vaina ya". Y digo quítate, porque confiarle a un hombre que le quite el brasier a una mujer implica un riesgo tan grande que puede terminar matando cualquier momento de pasión. Es, en ocasiones, más difícil que abrir el paquete de un condón. En tiempos en los que se pueden trasladar millones de dólares con solo escribir una clave de cuatro dígitos y conseguir una cita express en una red social, debería haber un dispositivo que permitiera desenganchar cualquier brasier sin importar lugar, nivel de luz o condición climática.
Y no se trata de negar el estímulo que puede tener en un hombre una prenda bien puesta (y bien quitada después), pero el universo de la lencería femenina es más grande de lo que se cree. Fueran dos, vaya y venga, pero en el catálogo de prendas de ropa íntima actuales y en desuso hay bodies, bombachas, bragas, corsés, enaguas, hilos dentales, ligueros, cacheteros, medias, pantimedias, wonderbras.
Existe una llamada bustier, una especie de mezcla entre brasier y corsé. Es más grande que el primero, pero más pequeño y menos rígido que el segundo, y aparece con frecuencia en películas ochenteras de softporn que no excitan a nadie. Hay otra prenda llamada miriñaque, que no era más que una falda ancha con aros de metal que le daban forma. Sabido esto, la famosa expresión "tupirle al miriñaque", que inmortalizó la difunta "Nena" Jiménez, adquiere dimensiones insospechadas.
Hay hasta un cosa que se denomina négligée, algo a medio camino entre el babydoll y un vaporoso vestidito de verano que muchos hombres no sabemos ya cómo quitarlo, sino cómo pronunciarlo. Si no sabemos cómo encontrar ni qué hacer con algo que las mujeres traen de fábrica como el "punto G", menos vamos a saber qué hacer con la ropa interior, que no es más que una prótesis.
¿Para qué meterle entonces tanto ingrediente extra al arte de la seducción, si las mujeres ya nos tienen en sus manos? A ellas les basta con decir que duermen desnudas. Nada más estimulante que eso, así en el fondo todos sepamos que aquello es improbable. Por eso el porno real sí excita, mientras que el industrial no nos mueve la aguja: en el segundo las actrices salen demasiado engalladas; mucho cuerpo apretado, mucho liguero por quitar.
¿Sabe usted qué es sexy? Una mujer en calzoncillos. El calzoncillo es una prenda familiar, sabemos cómo usarla; una mujer en calzoncillos, además de dar ganas de desnudarla, habla nuestro mismo idioma.
Una vez estuve a punto de tener sexo con una que se salió del libreto. No tenía ropa interior sexy ni calzoncillos de hombre: debajo de los jeans llevaba una pantaloneta de fútbol con el número 6 impreso, por lo que asumo que era volante de marca. Pensé en pedirle una explicación, pero no fui capaz. En vez de eso le dije que me sentía mal, pedí permiso y me fui al baño a ver si con algo de agua fría en la cara lograba recuperarme del golpe.
Al prender la luz me encontré con una fila de tangas, panties, cucos, o como usted quiera llamarlos, de todos los colores, texturas y tamaños colgados por todas partes. Debo reconocer que me excitó el panorama, pero la sola idea de tener que volver al cuarto a quitarle la pantaloneta hizo que tratara, sin éxito, de escaparme por la ventana. Desde ese día no pretendo entender al sexo opuesto, ya que el sexo opuesto es muy complejo.
Lo único que busco es un antropólogo (respaldado por un sociólogo y un siquiatra, si es posible) que me explique por qué las mujeres tienden a lavar la ropa íntima mientras se bañan, y por qué a mí me gusta más ver su ropa interior colgada en la ducha que puesta sobre ellas.
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