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Historias

Jean Jaques Muyembe la primera línea contra el ébola

A principios de agosto, cuatro décadas después de empezar su batalla, el doctor congolés
Jean-Jacques Muyembe finalmente pudo decir la frase que siempre había querido pronunciar:
“De ahora en adelante, ya no podemos decir que el ébola es una enfermedad incurable”.
Su historia empezó en 1976, cuando él era un médico recién llegado de Europa –donde había estudiado los virus más mortales de la época– y fue despachado a la región de Yambuku, en Zaire (su país, que desde 1997 se llama República Democrática del Congo), donde se había presentado una epidemia dentro de una misión católica que dirigía un grupo de monjas. Él ya había trabajado con brotes de cólera y meningitis, pero lo que estaba matando a la gente en esa misión era completamente desconocido. Muyembe hizo lo que cualquier científico: tomó muestras de sangre de los enfermos y anotó que las heridas de ellos sangraban tanto que llegaron a manchar sus manos, que no llevaban guantes. “Hoy sé que si no me hubiera lavado las manos, habría muerto”, dijo en 2018 durante una entrevista para el boletín de la Organización Mundial de la Salud. Luego despachó las muestras al Instituto de Medicina Tropical en Antwerp, donde el doctor Peter Piot pudo aislar e identificar el virus del ébola.
La enfermedad no volvió a verse hasta 1995, cuando golpeó con todo su poder la ciudad de Kikwit. “Empecé a montar equipos para cuidar de los pacientes en los hospitales, fue el principio de la respuesta de emergencia”, cuenta. Desde entonces ha habido muchos más brotes de ébola, sobre todo en la última década, pero la lucha que Muyembe ha dado viajando a las zonas de epidemia y en laboratorios ha arrojado resultados asombrosos: encontró, por ejemplo, que la razón de los brotes es la exposición a los murciélagos de frutas y su idea de mandar a uno de los sobrevivientes de la epidemia de 1995 a Estados Unidos, por fin dio frutos: el anticuerpo encontrado fue el primer paso de un tratamiento que acaba de terminar los estudios clínicos y que baja la probabilidad de muerte por ébola hasta en un 34 % entre las personas infectadas. No es el fin de la guerra, pero es una gran victoria que él y sus colegas llevaban años esperando.
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