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Historias

La acelerada vida de James Hunt

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Foto:

Revista Don Juan
Doctor James Hunt. Para fortuna de la medicina y del automovilismo esas tres palabras nunca llegaron a pronunciarse juntas. Si todo hubiera salido según lo planeado, a los 18 años, en 1965, James Hunt hubiera tomado las 5.000 libras esterlinas (96.000 en el 2019, ajustadas a la inflación) que le habían ofrecido sus padres para inscribirse en la facultad de medicina. Sin embargo, el día anterior a su cumpleaños, Hunt recibió una invitación para ir a una carrera automovilística en el circuito de Snetterton en Norfolk, Inglaterra. Según lo recuerda Hunt, el flechazo fue inmediato: algo que parecía “imposiblemente remoto”, pero que, a la vez, “estaba al alcance de un simple mortal”.
James empezó a ahorrar para ir a las carreras y les propuso a sus progenitores la genial idea de darle la mitad del dinero para la universidad con el fin de comprar un carro. “Papá, mamá, lo siento, pero no creo que yo vaya a ser doctor. Voy a ser corredor de autos y voy a ser campeón mundial”. No es claro si lo que sonó en casa de los Hunt tras esa frase fue un regaño o una carcajada, pero lo que sí quedó perfectamente cimentado fue el no rotundo que recibió el muchachito como respuesta. Era el segundo de seis hijos. Un muchacho sensible, buen estudiante –aunque no genial–, aficionado a la trompeta y amoroso con los animales. Que él terminara acabando con el dinero y, posiblemente, también con su vida en un deporte que en la década de los setenta era muchísimo más peligroso de lo que es ahora, resultaba impensable. Apenas había obtenido su licencia de conducción un año antes y su primer intento por conducir, años atrás, había sido en un tractor. ¿Cómo era posible que se fuera a convertir en un campeón?
Pero Hunt, terco y rebelde, sin el dinero familiar y sin suficiente experiencia al volante, empezó a correr en un Mini. Los aficionados empezaron a notar sus habilidades: a los 21 años pasó a la Fórmula Ford y un año después estaba en la Fórmula 3. Ahí se ganó el apodo de “Hunt the Shunt” (Hunt el Estrellón) por su proclividad a los accidentes. De ahí en adelante, continúa su biografía hasta su ascenso a la Fórmula 1, el campeonato, la fama, las estadísticas y el retiro.
Hunt en el circuito de Brands Hatch en 1978. Foto: (CC BY 2.0) Smudge9000
Si es por las estadísticas y la biografía, uno podría pensar que Hunt fue un buen corredor, pero apenas un campeón más en la historia del automovilismo. Desde 1950, cuando arrancó la Fórmula 1, la mayoría de campeones que repetían título apenas tenían dos victorias. Solamente Jack Brabham y Graham Hill tenían tres. En un lugar aparte estaba el argentino Juan Manuel Fangio, con cinco campeonatos que lo convirtieron en el amo del deporte en los años cincuenta, y al que apenas vino a igualar Michael Schumacher en el 2002. En los años setenta, el gran rival y amigo de Hunt, Niki Lauda, obtuvo dos campeonatos y el tercero llegó en 1984.
Según sus propias palabras, a Niki Lauda le gustaban pocas personas, respetaba aún a menos, pero solo envidiaba a James Hunt. Tenían cosas en común, por supuesto: el automovilismo, el hecho de venir de entornos privilegiados –Hunt era hijo de un corredor de bolsa y Lauda era nieto del rico abogado y empresario austriaco del papel Hans Lauda– a los que sus familias les negaron el apoyo cuando se enteraron de sus aspiraciones profesionales y que los dos tuvieron que entrar por su cuenta al automovilismo. Tuvieron un ascenso paralelo desde la Fórmula 3 hasta la Fórmula 1 e incluso compartieron apartamento cuando Lauda llegó a vivir a Inglaterra para iniciar su carrera.
Pero ahí terminan las similitudes.
Lauda era cerebral y extremadamente analítico, aplicado, un hombre de familia delgado y dientón. Hunt, en cambio, era emocional, impulsivo; y, además, era alto, guapo, musculoso y con una poderosa melena rubia. Lauda decía que para él era imposible irse de fiesta la noche anterior a una carrera o un entrenamiento, mientras que para Hunt eso era parte de la rutina. En ese mundo de diferencias surgió una rivalidad encendida en las pistas, pero también una amistad fuera de ellas.
¿Pero por qué habría de sentir envidia Niki Lauda de un hombre que murió a los 45 años, que solo ganó un campeonato de Fórmula 1 –con 10 victorias y 23 podios– y cuya fama y dinero fueron inferiores? Quizá la de Lauda era una envidia de “la buena”, que, en últimas, es un eufemismo de “admiración”. No fuera a parecer desagradecido con su buena fortuna y su talento.
Lauda ganó tres campeonatos, tuvo 25 victorias, 54 podios, una vida más larga –murió a los 70, Hunt a los 45– y llegó a tener su propia aerolínea, con aviones que, en algunas ocasiones, él mismo piloteaba. Y aunque es difícil pensar que Lauda sintiera envidia del estilo de vida de Hunt, sí se puede decir que el austriaco añoraba la actitud que su rival tenía hacia la vida. En una entrevista con Graham Bensinger, Lauda dijo que Hunt “tenía una personalidad fantástica, era chistoso, una persona de la que uno nunca se olvida al conocerla”. La descripción era exacta. Lauda nunca tuvo muchos amigos y podía ser muy frío y directo con su entorno. En cambio, Hunt podía ser encantador y bravucón en igual medida, el alma de la fiesta y la chispa que la Fórmula 1 necesitaba para animar las carreras.
Aunque parezca paradójico, Hunt no se arriesgaba en la pista. No porque le tuviera miedo a la muerte o a las normas, sino porque quería chupar hasta la última gota de vida. “Me aterra morir porque lo estoy pasando muy bien aquí y la verdad es que no quiero que eso cambie de ningún modo. No quiero arriesgarme”, dijo en una entrevista en televisión en 1976, uno de los años más accidentados, pero a la vez legendarios de la Fórmula 1.
Hunt en el GP de Inglaterra en 1976. Foto: (CC BY-SA 2.0) Martin Lee
En esa temporada, durante el Gran Premio de Alemania, en Nürburgring, Niki Lauda sufrió un accidente al que sobrevivió de milagro con quemaduras en los pulmones y en el rostro, por lo que quedó desfigurado. Cuando Lauda estaba en el hospital, Hunt le envió un telegrama que decía: “No te atrevas a morir. Necesito que regreses y corras contra mí”. Lauda estuvo fuera de competencia durante un mes y medio, mientras que Hunt acumuló puntos y se convirtió en campeón en la última carrera del año, el Gran Premio de Japón. Le ganó el campeonato a su archirrival apenas por un punto porque el austriaco se retiró de esa última carrera por la lluvia intensa y porque no estaba parpadeando bien debido a las cicatrices de las quemaduras. Quedó claro que Lauda podía haber ganado el campeonato, pero prefirió ser precavido. Hunt, entre tanto, lideró la mayor parte de la carrera y un pinchazo lo mandó un buen rato a los pits faltando pocas vueltas para el final. Terminó en tercer lugar, apenas con el punto necesario para quedarse con el campeonato.
Esa historia –y las personalidades diametralmente opuestas de sus protagonistas– dio suficiente material para hacer una película al respecto. Rush, de Ron Howard, estrenada en el 2013, es bastante fiel a los hechos que ocurrieron durante la temporada de 1976, aunque enfatiza mucho más en la rivalidad que en la amistad y el aprecio mutuo que se tenían. La recreación del accidente de Lauda (Daniel Brühl) es milimétrica. El apetito sexual de Hunt (Chris Hemsworth), en cambio, se quedó corto porque, al fin y al cabo, era una película de Ron Howard y había que presentarla en cines decentes.
En 1978, otro accidente tocó de cerca a Hunt. En el gran Premio de Italia de 1978, el Arrows de Riccardo Patrese tocó el McLaren de Hunt, lo que lo hizo girar y tocar el Lotus de Ronnie Peterson, que a su vez giró contra las barreras del lado derecho de la pista. Vittorio Brambilla intentó evitar el accidente, pero su Surtees se estrelló contra el carro de Peterson. El Lotus estalló en llamas, James Hunt salió de su carro y junto a Patrick Depailler y Clay Regazzoni logró sacar a Peterson de las llamas. La decisión de Hunt no impidió el terrible saldo de cuatro heridos y la muerte de Peterson, a quien lo recogió la ambulancia casi 18 minutos después del accidente, pero sí dejó claro el talante y el heroísmo de un corredor que no dudó en arriesgar su vida con tal de salvar la de uno de sus rivales.
Por fuera de las pistas, las anécdotas sobre Hunt se acumulan como las de una estrella de rock de los setenta. Patrick Head, cofundador del equipo Williams, cuenta que minutos antes del inicio del Gran Premio de Japón de 1976, entró a uno de los pits para descubrir a Hunt con su overol en los tobillos mientras tenía relaciones sexuales con una joven local. Hunt soltó la risa y salió de ese encuentro para convertirse en campeón de Fórmula 1. No hay registro de qué estaba haciendo Niki Lauda en ese preciso momento, pero seguramente estaba revisando hasta el último detalle de su monoplaza y hablando con los mecánicos. Tras la victoria, la parranda de celebración de Hunt duró dos días seguidos.
Al regresar a Londres, lo esperaba su esposa, la modelo Jane Birbeck. A pesar de estar casado con una mujer que hacía abrir los ojos como platos, James Hunt siempre necesitaba más. Mucho más. En las dos semanas que estuvo en Japón, para acostumbrarse al cambio de horario, por ejemplo, Hunt se hospedó en el Hilton de Tokio. La elección, muy posiblemente, no fue al azar. Ese hotel era el mismo donde se alojaban las azafatas de British Airways, y según Tom Rubython, biógrafo de Hunt, en esas pocas semanas, por la cama de Hunt pasaron 33 de ellas.
James Hunt en el GP de Holanda en 1976. Foto: (CC BY-SA 3.0 NL) R. Croes / Anefo
Durante el campeonato de 1976 no solo hubo drama, accidentes y victorias. Durante una prueba privada en el circuito de Mosport, Canadá, uno de los asistentes miraba con atención la preparación del carro de Hunt. Mientras tanto, Hunt aprovechó para llevarse a la acompañante del atento aficionado a una ambulancia que estaba estacionada cerca de los boxes. Los mecánicos, al ver el tambaleo de la ambulancia –así como la ausencia de Hunt y de la mujer– iniciaron una conversación más intensa con el hombre para que estuviera concentrado en el carro.
Birbeck y Hunt duraron juntos seis años y se divorciaron en 1981. Dos años antes, Hunt se había retirado. Los años ochenta le dieron dos hijos y una nueva esposa, Sarah Lomax, “una maníaca salvaje y adicta a las drogas” –como la describía él mismo–. Pero también le dieron penurias: perdió dinero por malas inversiones.
Un día, se citó con Niki Lauda para almorzar en Londres. Hunt llegó al restaurante barato en una bicicleta con las llantas sin aire, en mal estado físico y mal vestido. Parecía no notarlo. Lauda le dijo que no se veía bien, que se parara y se mirara en un espejo porque parecía que se iba a matar. Le dio 300 libras y le dijo que por favor hiciera algo por sí mismo. El encuentro se repitió poco después y Lauda le volvió a dar algo de dinero al verlo mejor. Al tercer encuentro, Hunt había recuperado su estado físico, había dejado de fumar y tenía trabajo como comentarista automovilístico en la BBC. En las pantallas Hunt no tenía piedad para las críticas, pero, al mismo tiempo, aprovechó esa plataforma para atacar al apartheid en Sudáfrica y siempre que pudo evitó que sus comentarios se retransmitieran en ese país; las veces en que no lo logró, donó sus honorarios a grupos antiapartheid. También abogaba por mayor seguridad en las pistas y para que la Fórmula 1 usara combustibles menos contaminantes. Era, al fin y al cabo, un fanático de los animales y por eso mientras Lauda fundó una aerolínea exitosa cuando aún era corredor –Lauda Air–, Hunt dedicó una parte importante de su retiro a otro tipo de vuelos, concretamente a los de sus 300 pericos que crió en su casa de Wimbledon.
A pesar de la espectacularidad de su vida, Hunt murió el 15 de junio de 1993 en su cama, mientras dormía, de un infarto a los 45 años. Antes de irse a dormir, había llamado a su novia, Helen Dyson, para proponerle matrimonio. Ella aceptó. Dyson, que era 18 años menor que él, había sido fundamental en su recuperación. La había conocido en 1989 en un restaurante en Londres donde trabajaba como mesera. Pero Dyson no era como las mujeres que frecuentaba Hunt en su juventud. Tardó dos años en aceptar vivir con él. Dyson y Lauda, sin conocerse y cada uno por su lado, fueron la clave para que James Hunt no terminara convertido en una caricatura de sí mismo. A ambos, Hunt les cumplió su promesa de recuperarse.
James Hunt no habría sobrevivido en el mundo actual. Su pico de fama lo tuvo en los setenta y esa, tal vez, pudo ser la mejor época para que alguien como él viviera como lo hizo. Los excesos existían antes de que Hunt llegara a la cima y han seguido existiendo después de su retiro, pero ahora la factura por mala reputación es muchísimo más alta. Ningún equipo consentiría tener a un tipo como Hunt en sus filas por más talentoso que sea. Era una estrella de rock de los setenta metida en el cuerpo de un corredor de carros.
JORGE PATIÑO
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 152 - OCTUBRE 2019
Revista Don Juan
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