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Historias

Jaime Granados, el abogado del expresidente Uribe

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En la universidad le decían “Tanga”, por el chiste popular de los futbolistas que dice “tapa más una tanga”. Es el abogado del expresidente Uribe y el de Laura Moreno, implicada en el caso Colmenares, y con sus casos hizo del derecho en Colombia algo cercano a las películas. Aquí no habla de sus amenazas de muerte, pero habla de la noche que pa só en la cárcel, de los aguardientes que se ha tomado con Uribe, del hacker Andrés Sepúlveda y de lo mal bailarín que es.
Fotografía: Sebastián Jaramillo
Un tipo vestido de verde camina adelante llevando en alto la bandera de Estados Unidos. Muhammad Alí va tras él. El púgil va vestido con una bata larga de seda blanca con un extraño estampado en negro. Su nombre escrito en su espalda. Una auténtica bata africana, había dicho en el camerino, minutos antes de salir. Alí sube al ring y desde que toca la lona empieza a dar pequeños saltitos y a lanzar puñetazos al aire con las manos vendadas, sin guantes puestos. Luego se quita la bata de seda y queda vestido apenas con una pantaloneta blanca brillante. No ha parado de dar saltos. “Vamos a bailar”, es lo que le ha mandado a decir Alí a Foreman con Doc Broadus, el observador del vestuario. Así lo cuenta Norman Mailer en su libro El combate:
–Dígale que se prepare.
–No pienso decirle nada.
–Dígale que aprenda a bailar.
–Él no baila.
–¿Que no qué?
–Que no baila.
–El hombre de George Foreman dice que George no sabe bailar.
¡George no sabe baiii-lar!
“Para mí llegar a un juicio es como llegar a esa pelea, la pelea entre Muhammad Alí y George Foreman”, dice Jaime Granados. “Uno de mis deportes favoritos es el boxeo y esa pelea me marcó. Foreman destrozó al que había sido campeón mundial y había liquidado a Ken Norton. Era un animal. Cuando entrenaba, salía a trotar cargando un cordero de 30 o 40 kilos en sus hombros. Su ejercicio favorito era tumbar árboles con un hacha. Y Alí lo derrotó. Hizo que se cansara y luego lo noqueó”, dice emocionado. “Lo que estaba en juego en ese combate era la lucha de dos voluntades de hierro donde iba a triunfar el mejor, noblemente y con inteligencia. En el derecho –sobre todo en los juicios– lo que se respira, el ambiente que se vive, tiene una carga tal de adrenalina y una tensión sin parangón, que es como estar en un ring. Yo veo cada juicio como un combate de boxeo al que salgo a ganar siempre”.
Granados habla con tal pasión sobre el boxeo y el derecho, que inevitablemente recuerda a Hemingway, que amaba lanzar golpes, sostener peleas en la calle o al menos hacer sparring con algún boxeador conocido. Todo en Hemingway era riña y batalla. Como en Granados. Su bufete de abogados Jaime Granados Peña & Asociados Ltda. Nació el 3 de abril de 1998, fue fundado por él junto a Said Idrobo Gómez, bajo el nombre Granados Idrobo Asociados Ltda. y desde el 11 de octubre de 2001, de acuerdo con modificación a la razón social, pasó a llamarse Jaime Granados Peña & Asociados Ltda.
En su página web –que entre otras cosas recomienda el sitio y el Twitter oficial de Álvaro Uribe Vélez, la Corte Suprema de los Estados Unidos y las novelas Resurrección, de León Tolstoi, y Los reyes malditos, de Maurice Druon– se lee: “Somos un equipo de abogados dedicados a la asesoría jurídica y defensa técnica en el área del derecho penal en Colombia, con más de quince años de experiencia”.
Trece abogados conforman su oficina, catorce incluyéndolo a él, más una persona encargada de su relación con la prensa y once personas en la parte administrativa. Jaime Granados se ha convertido en un rockstar del derecho por cuenta de los casos que ha llevado. Es el abogado del expresidente Álvaro Uribe Vélez, quizá su cliente más famoso, pero también tiene a su cargo la defensa de Laura Moreno en el tan sonado caso Colmenares. Sin embargo, su fama viene de la época del Proceso 8.000, cuando defendió a uno de los sindicados por el asesinato de la “Monita Retrechera” y logró su absolución. Y en el escándalo de la parapolítica fue representante de Jorge Manzur, exgobernador de Córdoba, y Luis Eduardo Vives, senador del Magdalena. Asumió la defensa del almirante Gabriel Arango Bacci, uno de sus casos más famosos, y ha defendido además a los Nule, al exfiscal Luis Camilo Osorio; a Bernardo Moreno, exdirector del DAS ; a Pablo Albir Sotomayor, expresidente de Porvenir; a Hugo Escobar Sierra en el tema de Dragacol, y ha llevado casos que trascienden fronteras como el de la masacre de los maniceros cuando denunció a Hugo Chávez ante la Corte Penal Internacional o los casos contra Venezuela por temas con Colombia que han llegado hasta Washington.
Además, Granados es reconocido como uno de los hombres que reformó el sistema penal acusatorio en Colombia. De hecho, viajó a Puerto Rico en enero de 1989 y allá fue profesor de derecho penal de la Escuela de Keyed en la Universidad de Puerto Rico y asesor del secretario de Justicia de ese país desde 1992 hasta 1994. Ese contacto con la academia y el sistema penal puertorriqueño le bastó para regresar a Colombia, en septiembre de 1994, convertido en uno de los hombres más conocedores del tema. Un experto penalista, hoy radicado en Washington y bastante cercano a Granados, explica: “Existen dos modelos de proceso penal. Uno basado en la inquisición católica y otro basado en el modelo gringo –lo que se ve en las películas, las audiencias públicas, los jurados, etc.–.
Desde 1988, dieciséis países de Latinoamérica han implementado este sistema o han hecho intentos por implementarlo. Granados vivió en Puerto Rico, país que hace parte de Estados Unidos, y allá aprendió todo lo que hay que saber sobre el sistema, y fue la persona que propuso y lideró la reforma para migrar a ese modelo. Mucha gente se montó al bus de la reforma, pero Jaime fue el impulsador principal. Implementar este nuevo sistema ha sido un esfuerzo monumental en términos de recursos, formación humana y cambio de cultura. Aún lo seguimos montando. Nadie en Colombia sabe y entiende el sistema gringo, excepto Jaime Granados”, dice el experto.
Rosalyn Orozco lleva quince años trabajando con él. “Yo era juez en un municipio cuando empecé con el sistema acusatorio y él tuvo muchas quejas de mi parte frente a lo que era el sistema en ese momento y cómo se aplicaba en provincia. A él le llamó mucho la atención que una niñita de 23 años, que era más o menos la edad que yo tenía en esa época, tuviera esa inquietud y que fuera juez en un municipio. Trabajar con él es la mejor experiencia académica y personal que una persona pueda tener, es una fuente de conocimiento impresionante”.
Jaime Granados pronuncia el nombre: Aura María Velásquez. De repente hay un leve temblor en su voz. Entonces prefiere el silencio. De un momento a otro el aire se ha cargado. Se quita los lentes. Y solo ese nombre, Aura María Velásquez, queda flotando en el ambiente. Se frota los lagrimales de los ojos. No puede hablar más. Pide apagar la grabadora. Y arranca a llorar. Llora en silencio. De repente se levanta y sale del salón. Un rato después regresa.
“Aura María Velásquez era una empleada del servicio doméstico de una extracción muy humilde que le dedicó toda su vida a una familia, crio a un niño, le entregó a ese niño todos los ahorros de su vida y este tipo se los robó cuando tenía veinte y pico de años. El caso que tuve que asumir fue el de intentar rescatar los ahorros de toda la vida de una señora analfabeta, enferma, que lo que quería era pasar su vejez en un ranchito en Boyacá. Y el sistema judicial de Colombia fracasó. No pudimos lograrlo, esta justicia le negó esa oportunidad.
Todos los diciembres, cuando yo vivía en Puerto Rico y regresaba a Colombia, esta señora recorría la ciudad en un bus desde el barrio Venecia para llevarme un regalo en agradecimiento porque luché por ella. Ocho años, casi nueve años, me demoré para lograr que le repusieran una parte de la plata. No toda. Murió hace casi veinte años. Murió con una tristeza de ver lo que le hizo alguien que ella crio y de ver que la justicia fuera tan indiferente con ella. Pero a pesar de eso tenía el alma tan pura y tan agradecida que hasta el día de su muerte se subió dos horas en bus a traerme una botella de un vino de cinco mil pesos que era lo que ella podía comprar. Una mujer fuera de serie”. Granados debe parar de nuevo, pues inevitablemente ha empezado a llorar otra vez. “Esa impotencia que sentí como abogado...”, dice sin terminar la frase.
Estudió derecho por recomendación de su papá, un ingeniero que le aconsejó estudiar derecho por ser una carrera rentable que le daría para vivir. “Yo no iba a ser abogado. A mí lo que me gustaba era leer, esa era mi pasión. Pero no tengo el talento para ser escritor”. Le apasiona la historia, la filosofía y la literatura. Su autor favorito de la antigüedad clásica ha sido Cicerón. Pero salvo la de Tolstoi, ninguna obra lo ha impactado tanto como la de García Márquez. “Mi madre me dormía leyendo, ella era profesora de apologética y retórica. Murió cuando yo tenía tres años, mi hermana tenía dos y mi otra hermana nueve. Ella me leía siempre. Me cuentan que yo aprendí a leer con ella. La manera que encontré para conectarme con ella cuando murió fue leyendo”.
En realidad, Granados es un apasionado de la literatura, aunque no la estudió en la universidad y terminó entrando a la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Javeriana. Le encantan los clásicos rusos y le apasiona además la historia alemana y el tema militar. Le impactó mucho El último encuentro, de Sándor Márai. Pero a pesar de su cercanía con el sistema judicial estadounidense, dice no conocer mucho de la literatura contemporánea de ese país. “Más que Estados Unidos, me gusta Alemania”, dice. De los gringos rescata el béisbol: “Veía los partidos de las grandes ligas con mi papá”.
El deporte es otra de sus pasiones. El boxeo siempre le ha gustado, aunque nunca lo practicó. “Lo que sí jugué mucho fue basquetbol. Yo crecí en el barrio Normandía en Bogotá y allá tenía un combo de amigos con los que jugué mucho en mi adolescencia. El equipo se llamaba Los Canaleros y teníamos dos chocoanos estrellas: Guido Mosquera, que fue Selección Colombia, y Efraín Murillo, Selección Bogotá. Es decir, de los cinco titulares del equipo del barrio, dos eran muy buenos”.
Otros amigos que recuerda son José Luis Barceló, compañero de bachillerato que es magistrado de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia; Alejandro Venegas, actual vicerrector de la Universidad del Rosario, y los hermanos Moore, hijos de doña Dorila Perea de Moore, la primera gobernadora del Chocó: Jhon Henry, dueño de la Clínica de Cirugía Moore; Fernando, odontólogo; Jose Tomás, abogado, y Luis Alberto, piloto y primer general negro que tuvo la Fuerza Pública. Al mencionar a toda esta gente da la impresión de que Granados tiene muchos amigos. La lista aumenta cuando empieza a contar los de la universidad: “Rodrigo Escobar [–uno de los más cercanos y hoy en problemas por el caso del magistrado Jorge Pretelt–]; Said Idrobo, que se ha casado cinco veces; Jorge Enrique Ibáñez, que ha escrito 18 libros, y Luis Leyva Ayala, que fue asesinado por las Farc en el Tolima en 1993”. Ellos y él conformaron el famoso combo de la Javeriana conocido como “la Corte Suprema”, un grupo de estudio que duró hasta que terminaron clases el 2 de diciembre de 1982.Aún hoy siguen en contacto a través de un chat de WhatsApp que tiene 47 miembros y cuyo nombre es “Promoción 82”. De hecho se reunieron a finales del año pasado en una gran fiesta amenizada por Jorge Oñate, pero el hijo de Oñate era sospechoso de la muerte de un concejal en el Cesar y Granados defendía a la víctima, así que decidió no asistir.
Al recordar esos nombres, Granados cierra los ojos y da la impresión de que hace un esfuerzo enorme para que su memoria traiga a colación todo aquello. Pero luego empieza a soltar fechas exactas, nombres y apellidos –en algunos casos, los dos apellidos–, nombres de sus papás, sus ocupaciones actuales y anécdotas vividas junto a ellos. Entonces es evidente que tiene una memoria increíble.
–¿Se imaginó que iba a ser así de famoso?
–Cuando uno empieza a estudiar no está buscando la fama, entre otras cosas porque todo en esta vida es efímero.
El secreto de su éxito, dice, es el trabajo. Su papá trabajó entre 18 y 20 horas diarias durante cincuenta años. “Ese fue el ejemplo que recibí. Y creo que lo que hay que hacer es trabajar. Pero no trabajar por trabajar. Trabajar con pasión. Al trabajar uno logra devolver lo que ha recibido. El éxito puede darse o no darse, pero en caso de darse, es resultado del esfuerzo y de la pasión”.
–¿Ha defendido gente que es culpable?
–No.
–¿Nunca?
–No defiendo personas que son culpables. Los defiendo presumiendo que son inocentes. Porque uno como abogado no es juez. El ser humano es muy dado a juzgar a sus semejantes y uno no puede juzgar porque uno no se pone en la ropa del otro. Entonces la labor del defensor no es juzgar a sus clientes, sino defenderlos porque se presumen inocentes. El que va juzgar es el juez. Hasta para el crimen más atroz es posible la defensa si uno conoce a la persona y entiende.
También está el tema de la capacidad de generar empatía por el caso. Si yo no siento esa capacidad, no lo hago. No es tanto el delito, sino el hombre.
–¿Qué cosa sería indefendible para usted?
–Eso se ve caso a caso. Por ejemplo, jamás en mi vida pensé que pudiera defender a un guerrillero y me he sorprendido defendiendo a personas acusadas de tener vínculos con las Farc.
–¿Por qué lo hace?
–Cuando conozco a una persona, conozco el caso y entiendo que hay empatía para defender un caso. Repito, como yo no soy juez, como no lo estoy juzgando, lo que puedo ver es si puedo defenderlo, si encuentro una empatía.
–¿En qué consiste esa empatía?
–Solamente existe cuando uno tiene contacto con la persona y con el caso. Es algo individual.
–Es como cuando uno empieza a salir con alguien y piensa “¿puedo o no puedo tener algo con esta persona?”. ¿Se trata de algo así?
–Con los clientes, en principio, hay que tratar de aislar los sentimientos. Pero hay casos que por el tiempo que duran o por su complejidad, se termina involucrando sentimientos. Lo que se analiza es el sentido básico de justicia, todos somos imperfectos, quién no se ha equivocado en la vida, algunos errores más graves que otros, entonces cuando uno empieza a entender que estamos hablando de seres humanos con todas sus virtudes e imperfecciones, la tarea del defensor es tratar de entrar en el caso y mirar si puede defenderlo. Si no lo puedo defender, pues digo que no. Hay casos muy rentables a los que he dicho “no” y otros gratis a los que he dicho “sí”. Lo que está en juego en un juicio penal es la vida de un ser humano, su libertad y el futuro de su dignidad.
Fotografía: Sebastián Jaramillo
Todo el mundo piensa que Jaime Granados levanta el teléfono y llama a los directores o editores de los medios de comunicación más influyentes del país: “Hola fulano, te llamo porque te tengo una chiva”. Pero según él esa relación no es así. “Mi relación con la prensa es respetuosa, profesional. El 99% de las veces son ellos los que llegan a preguntar”, dice. Sin embargo, algunos editores de medios de impacto nacional, que han pedido no publicar sus nombres ni el de los medios en donde trabajan, apuntan lo contrario. “Granados es uno de un puñado de abogados que siguen el modelo gringo de los penalistas mediáticos tipo Johnnie Cochran, el famoso abogado que defendió a O. J. Simpson, y que son caricaturizados con frecuencia en las series de televisión de abogados. A Granados habría que sumarle su cercanía con Álvaro Uribe Vélez, lo que lo transforma, además de mediático, en partidista. Granados y sus otros colegas ayudaron, junto a la Fiscalía, a convertir el derecho penal en show mediático”.
–¿Ha utilizado su relación con la prensa para beneficiar alguno de los casos que lleva?
–Mi relación con la prensa no es personal. Yo no tengo un grupo de amigos periodistas que me ayudan para mis casos, con los que me voy a tomar trago o a quienes invito a mi casa. Nada de eso. Es una relación profesional. Sería exótico que haya tenido una comida con periodistas. Uno puede encontrarse en un restaurante y tomarse un café o un desayuno. Sin embargo, tengo que decirle que tengo varios clientes periodistas.
Un importante editor judicial, que pidió reserva de la fuente, indica que Granados está identificado con el poder en Colombia. “Si revisamos, sus casos están muy ligados a los poderosos. Forma parte de los nuevos abogados, muy exitosos, mediáticos y polémicos. Su éxito corre a la par de su polémica. Siempre quiso ser fiscal general y Uribe no lo apoyó. Él juraba que en el 2005 iba a ser fiscal, después de Luis Camilo Osorio, pero ni siquiera quedó en la terna. Sin embargo, pese a que Uribe le dio la espalda, sigue siendo muy cercano a él y su círculo, al punto de que hoy en día es su abogado y fue abogado de Bernardo Moreno, secretario general de Palacio en la época de las chuzadas”.
“Mi afinidad con la derecha surge desde el colegio, pero en la universidad aprendí que el derecho fija un orden, sin orden no existe, y además la historia me ha enseñado que el espíritu humano se construye sobre la base del desarrollo de unos valores como la libertad. Algunos insertos en la Revolución francesa, son valores universales, sino que la izquierda se apropió de esos valores, cuando la fuente del humanismo estaba en el derecho romano, griego y en el cristianismo.
El humanismo cristiano fue el que permitió que no acabaran con los indígenas en América. La lucha por entender que las personas no sean explotadas por otros está en las bases de todas las encíclicas papales desde el siglo XIX hacia acá”, dice Granados.
–¿Entonces lo suyo con la derecha es más un asunto religioso?
–La fe es un tema individual. No considero esencial en el ser humano que sea creyente o no, simplemente que actúe con esos valores, con esa capacidad de entregar su vida por otros. Yo voy a misa cada vez que siento el llamado, no me confieso frecuentemente, no soy un católico ortodoxo, creo en el divorcio, me he casado dos veces, tengo amigos gais, viví en Puerto Rico y allá hace mucho tiempo se rompieron muchos tabúes, la única diferencia que tengo con ese tema es que sí creo que una familia es de un hombre y una mujer.
–¿Pero su relación con Álvaro Uribe Vélez?
–Con él tengo una inmensa gratitud por lo que hizo por este país. Pero fíjese que él no me nombró fiscal ni ministro. En muchos casos no estoy de acuerdo con él y se lo he dicho. Pero ¿quién soy yo para decirle cómo actuar en política al político más exitoso que ha tenido Colombia?
Su relación con el expresidente y ahora senador es más cercana de lo que parece. De hecho, le hizo una de las llamadas que más lo alegró el 24 de diciembre. Uribe lo llamó alrededor de las nueve de la noche. Una llamada que Granados no esperaba. “Hablé con él, con su hijo Tomás y con su hermano Santiago. Conmigo él ha tenido muchos detalles. Cuando mi papá cumplió 85 años, le hicimos una fiesta en el Club El Nogal y él, que estaba enfermo, nos acompañó un rato, y siendo él un hombre que casi nunca toma, se tomó unos aguardientes conmigo cuando cumplí cincuenta años”.
Granados ha estado en la casa de Uribe en Rionegro y Bogotá, pero a su finca El Ubérrimo en Montería jamás ha ido por razones de seguridad. Se refiere a él con mucho cariño y respeto, cuenta que tiene una memoria prodigiosa para la poesía y que recita poemas españoles y del costumbrismo antioqueño.
–Él es más de poesía que de novela, lee muchos textos técnicos y es gran admirador del Libertador y de Santander. Es muy amoroso con su familia. A Jerónimo, su nieto mayor, lo montaba en un caballo cuando todavía no había cumplido un año –comenta Granados.
María Camila Orozco, jefe de prensa de Jaime Granados, dice tener una relación muy profesional con los medios. “La relación con los periodistas depende del caso que estemos llevando. Cuando un caso se mueve, podemos estar hasta una semana en función de eso. Todo depende del pulso que tenga. El criterio que usamos para responder solicitudes de entrevistas tiene que ver con respetar las instituciones, los jueces y no interferir con las investigaciones”, dice. Sin embargo, en marzo de 2014, Granados fue detenido durante 48 horas por una orden de la juez 11 de conocimiento de Bogotá. La sanción obedeció, según la juez, a entrevistas que entregó Granados a medios radiales en los que cuestionó los procedimientos de la Fiscalía y haber cuestionado al exfiscal del caso, Luis González. Estas declaraciones a la prensa lo llevaron a pasar una noche en la cárcel.
“Lo peor de eso fue el frío”, dice. “Ahí es cuando uno entiende la labor que hacen nuestros soldados. El frío que pasé esa noche fue inclemente. Era un frío que calaba hasta los huesos. Espantoso”, recuerda de esa experiencia.
Un periodista judicial consultado indicó que “Granados suele contar a los periodistas la mejor versión de sí mismo. Algunos lo llaman ‘Doctor condena’, porque pierde más casos de los que gana y los que ha ganado han sido en el micrófono y no en los estrados. Basta revisar el Twitter de su jefe de prensa para entender qué es lo que Granados la tiene haciendo. Los abogados buenos tienen abogados en su oficina y no niñitas dedicadas a despotricar en las redes sociales.
A Uribe no le cobra ni un centavo, el caso Arango Bacci lo tomó cuando ya estaba ganado. A diferencia de abogados como Lombana, Reyes o Bejarano, a Granados jamás lo contrata gente como Santo Domingo ni Gilinsky. Se ufana de haber montado el sistema penal nuevo, pero en realidad eso en gran parte lo montó la Embajada de Estados Unidos. ¿Viste Breaking Bad?, Granados es como el abogado Saul Goodman”.
Una fuente bastante cercana a Granados ratifica esta versión: “A la mayoría de sus clientes uribistas: Álvaro, Santiago, Tomás, Jerónimo y Óscar Iván, les trabaja gratis buscando ser mediático. Pero cuando cobra, lo hace muy duro, mil millones o más solo por tomar un caso. Junto a Lombana son los que más cobran. Y es además muy generoso con el dinero. Lo he visto pagar almuerzos de más de un millón y medio de pesos sin problema. Eso sí, se hace matar por sus clientes”. Clara Guerra fue su primera novia. Granados tenía 16 años cuando la conoció. Un amigo la llevó una noche a un baile y ahí la conoció. Él se enteró de que ella se iba a casar en diciembre, y le dio tan duro la noticia que rompió todas las cartas. Con los años, habló por teléfono con ella y le contó que jamás se casó.
Fotografía: Sebastián Jaramillo
“En la universidad, en primer año de derecho, tuve una novia; en tercero tuve otra: una guajira. Con ella estuve hasta que finalicé la carrera. Luego me dediqué a los preparatorios. Yo terminé los preparatorios el 4 de marzo del 83 y la tesis en enero del 84, la universidad se demoró año y medio en revisarla y me gradué el día de la toma del Palacio de Justicia. ¿Quién se iba a imaginar ese día que me estaba graduando que 25 años después iba a ser el abogado del coronel Plazas Vega y que hoy, por cierto, al parecer la Corte Suprema lo va a absolver? La vida da muchas vueltas”.
Granados jugaba fútbol. “Los de primero A eran los pilos y los de primero B, los vagos, pero en ese grupo estaban las chicas guapas y los deportistas”, dice. El equipo de fútbol de primero B era el que ganaba siempre hasta que a Granados le tocó reemplazar al arquero titular. “Yo era pésimo”, dice. “Me decían la tanga, por aquello de que tapa más una tanga”.
–Y en la universidad, cuando jugaba fútbol, ¿ya era así de gordo?
–Sí.
–¿Le acompleja ser gordo?
–No.
En realidad, Granados es un tipo gordo. Le gusta el buen comer y el buen beber. Toma whisky de malta. Puro. Y le encanta el vallenato, porque su padre, Luis Carlos Granados, es de Santa Marta y estudió en el Liceo Celedón junto a Escalona. “Ese es el recuerdo que me gusta conservar: mi papá en la casa de Normandía, con sus amigos jugando dominó”. Su vida en Puerto Rico también contribuyó a forjar al sibarita que es hoy. Allá disfrutó de la comida, del son y de la salsa dura. “Aunque jamás he sido un buen bailarín”, dice. El estrés aumenta su ansiedad y la ansiedad aumenta su apetito.
Es hipertenso y pesa en la actualidad 150 kilos, de manera que uno de sus problemas más frecuentes en las audiencias consiste en encontrar una silla que aguante su peso. Él mismo dice que al llegar a una audiencia lo primero que hace es “capturar la esencia del lugar, la temperatura, los aromas, las esencias y buscar una silla que me resista”. Lo dice sin que el tema le cause mayor molestia. Lo dice como alguien que se acepta a sí mismo tal cual es. Granados prefiere no hablar de las mujeres y de sus relaciones sentimentales recientes. Aunque ha dicho que tiene una fascinación por las guajiras. De hecho, su actual esposa es guajira. “Pero de mi familia no le voy a hablar. Entienda que es por razones de seguridad”. Y los escoltas, que no lo desamparan ni de noche ni de día, son la muestra contundente de que Granados es un tipo amenazado. “Pero de mi seguridad tampoco voy a hablarle”.
Por razones de seguridad tuvo que cerrar su cuenta en Facebook. Pero es muy activo en Twitter. Le dicta o le envía por Whatsapp los trinos a su asistente de prensa y ella se encarga del resto. “Soy de la vieja escuela. Me crié sin nada de la tecnología. Todo lo que hago es oral. En clase no tomaba apuntes. Uso internet para leer, pero no para escribir”.
–¿Usted cree en Dios?
–Creo en Dios, creo en algo que escribió un gran cristiano que fue León Tolstoi. En Resurrección, Tolstoi plantea el perdón. Narra la historia de un príncipe ruso –como era él– que terminó embarazando a una mucama a la que botan de la casa a raíz de eso y él sigue su carrera como militar y como noble y príncipe y un día estando en un jurado que le corresponde asistir, están juzgando a esa mucama que se había vuelto prostituta y a la que habían acusado de haber asesinado a un cliente para robarle. Él descubre que toda la tragedia de ella es culpa de él y la acompaña a Siberia, como una forma de redención por lo que él había hecho. ¿Qué derecho tenemos nosotros de juzgar a los demás? Es lo que Jesucristo le dijo a Pedro: si un hermano me ofende, ¿lo debo perdonar? ¿Cuántas veces? ¿Siete veces? Setenta veces siete.
En Guerra y paz, Tolstoi sostiene que el destino de los hombres está definido previamente por Dios. Los hombres creemos que somos libres, pero no es así, ya todo está predispuesto. La oficina de Jaime Granados está ubicada al norte de Bogotá en un edificio de ladrillo, sin un aviso o algo en particular que haga pensar que ahí trabaja uno de los abogados más poderosos del país. El interior tiene el aspecto de un apartamento que ha sido adaptado para ser oficina. Tiene piso de madera clara, una sala de espera al lado de una recepción y un archivador metálico pegado a una de las paredes que va desde el piso hasta el techo. “Apellidos y entidades de la A a la C”, indica una hoja blanca tamaño carta impresa con letras negras. No es una oficina bonita. Faltan flores, por ejemplo.
El despacho de Granados es una especie de búnker. Al entrar hay una sala de juntas espaciosa y una puerta por donde se accede a su espacio privado. Ahí está su escritorio de madera que es, sin duda, el de un hombre que trabaja y pasa buen tiempo allí. Tiene una silla grande de cuero negro y sobre el escritorio hay dos cerros de papeles, una estatuilla del arcángel San Miguel y otra del arcángel San Gabriel. En una mesa auxiliar tiene un frasco grande de frutos secos y en la pared hay un cuadro de marco plateado con una pintura de su mamá hecha a lápiz y carboncillo.
Un día normal, Granados se levanta a las cinco de la mañana, se lava los dientes, se toma un café, lee El Tiempo y escucha la emisora La W. Casi nunca desayuna en su casa, porque programa desayunos con clientes, colegas o amigos. Y casi nunca lo hace en sitios públicos ni en restaurantes. Prefiere el Club El Nogal o las casas o apartamentos de sus clientes o amigos. Su día corriente termina a las ocho de la noche.
Cuando tiene un día trascendental, es decir, cuando tiene que asistir con alguno de sus megaclientes a una audiencia decisiva, su rutina es exactamente igual, salvo que come mucho menos. Su esquema de seguridad calcula las rutas que debe tomar para llegar puntual a las audiencias. Cuando la audiencia es en alguna ciudad fuera de Bogotá, viaja un día antes.
Al llegar a la sala procura estar en una posición que le permita estar frente al juez y prefiere el lado derecho, “soy un hombre de derecha”, dice. Como agüero siempre le pide al Espíritu Santo que lo “ilumine” y usa unas mancornas, compradas por él, que a su parecer tienen un valor afectivo.
Luego arranca el show: todos de pie, el juez hace la instalación, hay un saludo protocolario y empieza la exposición de las partes. “Hay audiencias cortas y audiencias largas, todo depende de los casos”, explica. Todo depende de los casos, claro. El más reciente y más sonado, la defensa de Óscar Iván Zuluaga en el episodio del hacker Andrés Sepúlveda.
–Estoy absolutamente convencido de que el hacker fue un infiltrado en la campaña de Óscar Iván. Este caso podría tener unas características que pueden hacer palidecer a otros escándalos en otros países en temas electorales. Yo no le puedo decir quién infiltró al hacker porque uno tiene que ser responsable y no lanzar acusaciones temerarias, pero el nexo con J. J. Rendón da pie para pensar que fue un infiltrado y nuestro equipo investigador está reuniendo elementos probatorios que, sin duda, serán presentados ante los tribunales. Lo que está en juego es muy serio –me dice y me advierte que será lo único que comentará sobre el tema.
Su relación con Zuluaga data de hace 18 años. Fue su abogado antes de ser abogado de Uribe y, en las elecciones presidenciales pasadas, fue el gestor de la alianza entre la candidata del Partido Conservador, Marta Lucía Ramírez, y Zuluaga. Hubo varias reuniones muy tempranas para ese propósito promovidas por él. “La idea inicial era que Óscar Iván respaldara a Marta Lucía, y no al revés como finalmente sucedió”.
Esto nunca lo había dicho Granados, y otro secreto que confiesa es que pertenece al Partido Conservador, y por eso su interés en esa alianza: “El expresidente Uribe me ofreció la casilla 99 de su lista para el Senado, y a pesar de ese gesto de aprecio que agradecí, le dije que no porque hago parte del Partido Conservador y uno no puede tener doble militancia”.
El tarro de frutos secos que está encima de la mesita auxiliar junto a su escritorio tiene una tapa roja. –Es nuevo –dice Granados–. Me lo regalaron y ni siquiera lo he destapado.
Luego, su jefe de prensa, que es bastante joven y que no ha permitido que la entrevista se haga a solas, pide “un titular que haga justicia a todos los encuentros que has tenido con él”. Y cuenta que ha estado tratando de convencer a Granados que se haga un bypass. Sobre el tarro de frutos secos con tapa roja, dice que procura siempre tenerle a su jefe comida sana para evitar que caiga en la tentación de comer. Granados ha mencionado las cosas que lo sacan de quicio. “La procesión va por dentro”, dice, “procuro no perder el control. Pero los actos innobles y salidos de las buenas maneras, me sacan de casillas. Es como cuando en una pelea de boxeo uno de los contendores le pega una patada en los testículos al otro”.
–¿A qué le teme cuando va a un juicio?
–Solo le pido a Dios no ser inferior al desafío de hacer prevalecer la justicia con mi cliente. Es decir, ganar.
Fotografía: Sebastián Jaramillo
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