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Historias

Escuálidos y boliburgueses

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¿Qué pensaría un venezolano de su país si hubiese entrado en coma en 1998 y despertase hoy en día? ¿Entendería lo que significan palabras como escuálido, boliburgués, guarimba, raspacupo o bachaquero? ¿Vería extrañado una estrella más en su bandera, otro caballo en su escudo nacional y bolivariana como segundo nombre de su república? ¿Qué tanto han cambiado el lenguaje y los símbolos desde la llegada del chavismo al poder? 
En junio de 2001, el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, transmitía desde Caracas su acostumbrado programa semanal que solía extenderse por horas: Aló, Presidente. Era el número 71. Días antes, tras volver del extranjero, empleó un término para referirse a los líderes del partido político Primero Justicia. Los llamó “escuálidos”. Señalaba a Leopoldo López, hoy preso, y Henrique Capriles, hoy gobernador y excandidato presidencial. Ambos en ese momento ejercían cargos como alcaldes. Con ellos envolvió a sus aliados y al resto de los políticos opositores.
Los llamados escuálidos respondieron a través de entrevistas en prensa y medios audiovisuales. Se defendieron. Intentaron un contraataque. Dijeron que el escuálido era el presidente, que llevaba al país por mal camino, que no tenía fuerzas. Hablaron diputados, comentaristas de la tele, articulistas de opinión. Lo de siempre. Pero nunca pudieron sacarse “la chapa” de encima. “Al que le caiga, le chupa; el que se pica es porque ají come”, respondió Chávez con picardía criolla en ese Aló, Presidente, en el que usó la palabra escuálido 37 veces para aludir a sus rivales políticos.
“Vea lo que le pasó a Venezuela; una supuesta democracia, la aplaudían en los foros del mundo... Mentira, unos representantes que eran unos hampones y unos bandidos y hoy son los escuálidos, pues el escualidismo es la continuación del puntofijismo. Oye, mira qué conclusión he sacado, una conclusión histórica, vale. Anótenlo. ¡Primicia!”, dijo entre aplausos y risas de sus asistentes.
ESCUÁLIDO: Hugo Chávez lo utilizó hasta 37 veces en una edición de su programa Aló, Presidente para referirse a sus rivales políticos.
Escuálidos. Escuacas. Escualidismo. Expresiones que antes nadie empleaba con ese sentido comenzaron a calar en el habla popular. Permitían asumir posturas. Aún hoy, desde los medios públicos, instituciones del Estado y, sobre todo, en la calle, cuando un chavista se refiere a un opositor y quiere desvalorizarlo, lo llama escuálido. O también golpista o sifrino, un equivalente a gomelo en Colombia. Lo mismo ocurre al revés, claro. Al chavista, en general, lo señalan desde la acera contraria con vocablos denigrantes que van desde chabestia o enchufado hasta foca o jalabola.
Desde 2002, año del fugaz golpe de Estado contra Chávez, época de marchas y concentraciones masivas en Venezuela, una camiseta se puso de moda entre los adversarios al gobierno. Tenía una leyenda que decía: “Soy escuálido”.
El historiador venezolano y director nacional del Centro de Investigación y Estudios Políticos y Estratégicos, Juan Eduardo Romero, señala que dos de las maniobras discursivas del chavismo son la deslegitimación de los actores opositores y una dinámica que justifique la hegemonía política del proyecto bolivariano, en términos del filósofo italiano Antonio Gramsci.
La investigadora y doctora en sicología Mireya Lozada, quien tiene más de veinte años desarrollando proyectos en temas sobre democracia, espacio público y vida cotidiana, apunta al uso de este tipo de lenguaje como parte de unos procesos de polarización social y conflictividad sociopolítica que han fracturado el tejido social: “A la par de convocar la adhesión, confianza e identificación con el propio grupo, llama a despreciar, desconfiar y odiar al grupo opuesto políticamente, considerado enemigo y no adversario, limitando el reconocimiento de las diferencias y manejo pacífico y constructivo de los conflictos”.
En mitad de aquel programa televisivo de junio de 2001, así remarcó Chávez su ocurrencia de los días previos: “Ustedes son escuálidos, acepten su realidad de escuálidos, no se sientan ofendidos. ‘Ay, nos ofendió Chávez’. ¡Son escuálidos! ¿Ustedes no se sienten escuálidos? Escualidismo, el escuálido, escuálido es bueno”.
Ah, el lenguaje y la comunicación.
 GUARIMBERO: Así se autodenominan con orgullo los encapuchados opositores que protestan en las calles, desde 2003.
***
Si existiera un venezolano que se perdió los últimos 15 años de la historia política y social de su país, sería muy difícil ponerlo al tanto sobre los cambios ocurridos a partir de la irrupción del chavismo al poder. Unos semánticos, unos simbólicos, otros cosméticos, varios estructurales. Al nombre de la república se le agregó la palabra “bolivariana” luego de una asamblea constituyente; Chávez llamó “moribunda” a la antigua Constitución nacional y a la nueva, que solía llevar en formato de minilibro de bolsillo, le solía decir “la Bicha”. Se movió el huso horario en 2007 para adelantar el tiempo media hora, supuestamente para contribuir con el ahorro energético, aunque ese mismo motivo es el que ha esgrimido Maduro como actual presidente para revocar la medida a partir de mayo de 2016. Se le redujeron tres ceros a la moneda y se aplicó un control cambiario, que ha tenido diversos ajustes; se modificaron símbolos patrios y se redimensionaron palabras que antes no existían en la jerga popular.
Así, tanto desde los liderazgos de unos y otros partidos políticos enfrentados, como desde la acera, el bar o los hogares puertas adentro, un opositor pasó a ser un pitiyanqui, jerga que se puso de moda en la boca de Hugo Chávez a partir de agosto de 2008, semanas antes de que expulsara al embajador de Estados Unidos en Venezuela, durante un discurso de tarima en el que gritó, apasionado y ronco: “¡Váyanse al carajo, yanquis de mierda, que aquí hay un pueblo digno!”.
En la contraparte, la oposición y algunos medios privados dirigieron su ataque al entorno de corrupción existente en instituciones del Estado y en las filas del partido de gobierno. Acuñaron el término boliburgués para regresarle la pelota a los jerarcas bolivarianos, en teoría afines a un modelo socialista, pero algunos de ellos amantes y visibles exponentes del lujo y el consumo. A los hijos de estos potentados se les llama bolichicos. La polarización dio paso a la segregación política, alimentada por el uso reiterado de términos como apátridas y fascistas, que usan los líderes del chavismo para referirse a sus contrincantes.
“Guarimba” en Venezuela es una violenta protesta callejera que interrumpe el tránsito y se instaló en la práctica de algunos opositores a Chávez desde 2003. Sus derivaciones guarimbero o guarimbear son usadas con orgullo por encapuchados que trancan una avenida, y con desprecio por quienes condenan un acto vandálico.
MAJUNCHE: En 2011 Hugo Chávez la utilizó para señalar a Henrique Capriles. Hoy son "majunches" quienes se oponen al gobierno.
La Salida, como llamaron los dirigentes políticos Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma a unas manifestaciones planificadas en las vías públicas, derivaron en destrozos, enfrentamientos armados, heridos, detenciones masivas y muertos, debido al uso de la fuerza de los cuerpos de seguridad y la respuesta de quienes protestaban. Aunque ni los organismos del Estado contemplan la misma cantidad de fallecidos, la cifra ronda los 43 cadáveres. Por eso fue condenado Leopoldo López a casi 14 años de prisión en un juicio cargado de polémica. En paralelo, el gobierno reunió a heridos y familiares de varios de los asesinados en las protestas, y creó una organización a la que llamó Comité de Víctimas de las Guarimbas.
El poder de la palabra: si usted le pregunta a un chavista radical qué ocurrió, le dirá que los guarimberos mataron a personas inocentes. Si le pregunta a un opositor obcecado, le dirá que la policía y la Guardia Nacional asesinaron a estudiantes indefensos. La verdad es que, como en cualquier batalla violenta, entre las víctimas hubo caídos de todos los bandos: estudiantes, profesionales, policías, guardias nacionales y personas que nada tenían que ver en las manifestaciones. Y es un hecho comprobado que integrantes de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (nuevo nombre) violentaron derechos de civiles y periodistas.
“Majunche” es un vocablo utilizado en el interior de Venezuela para referirse a alguien de poca calidad, deslucido y mediocre, como dice el diccionario de la Real Academia Española. En 2011, Chávez lo usó para señalar a los precandidatos presidenciales que se medirían en unos comicios para determinar quién de ellos sería el próximo rival del presidente. El ganador fue Henrique Capriles, y a partir de entonces fue llamado majunche por Chávez durante toda su campaña electoral. En marzo de 2013 Chávez falleció, pero el término caló en el habla de los seguidores más fieles del chavismo, que todavía llaman majunche al que que se oponga al gobierno.
A raíz del control cambiario instalado en Venezuela en 2003, el uso de divisas extranjeras quedó determinado por una serie de requisitos burocráticos. Quienes viajan al exterior deben presentar planillas, tiquetes aéreos y demás solicitudes para optar por un cupo en dólares en sus tarjetas de crédito. Un venezolano que se desplaza a Colombia como turista, por ejemplo, actualmente tiene permiso para usar máximo 700 dólares a una tasa de cambio preferencial, sin importar el tiempo de su estadía. Con eso debe costear hospedaje, alimentación y lo que disponga su estómago.
RASPACUPOS: Término que se acuña para señalar a los que se aprovechan del control cambiario.
Muchos venezolanos vieron la posibilidad de programar viajes grupales y sacar ese dinero a cambio de una renta que obtenían al volver con dólares a su país y venderlos en el mercado negro a una tasa muchísimo mayor. Podían ganar bastante en moneda local. A ellos se les llamó “raspacupos”. El mercado negro existe en Venezuela y es una práctica ilegal, aunque corriente. Varios de quienes fueron descubiertos terminaron presos. Hoy en día, raspacupo es un término que se acuña para señalar a esos vividores del control cambiario.
Hace poco hablé con un amigo que tiene un restaurante en Caracas. Le pregunté cómo hacía para conseguir los insumos para su negocio y me respondió: “Todo lo compro bachaqueado”, es decir, a revendedores que hacen largas filas en los supermercados y después comercian los productos subsidiados por el Gobierno, también conocidos como “regulados”, a un precio más alto. Algunos hasta 500% más caro.
El contrabando es norma en casi cualquier frontera, y la del estado Zulia con el norte de Colombia no es la excepción. En esa región, habitada por la etnia wayú, se le llama bachaquero al que trafica alimentos o pimpinas con gasolina desde Venezuela hasta Colombia. El capitalismo instantáneo. El vocablo nace del bachaco, una hormiga culona que carga con sus patas delanteras las hojas y migajas que le sirven de alimento. Hoy el término es de uso popular y salió del Zulia para instalarse en toda Venezuela.
De manera que alguien pudiera decir: “Esos majunches y pitiyanquis están guarimbeando otra vez porque se llevaron detenidos a unos raspacupos y a unos bachaqueros”. Y la otra persona le podrá responder: “No seas chabestia, lo que pasa es que esos boliburgueses son unos jalabolas y no quieren aflojar el coroto”. Un resumen coloquial de la realidad venezolana del siglo XXI.
 BACHAQUERO: Es aquel que trafica alimentos o pimpinas con gasolina desde Venezuela hasta Colombia.
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En enero de 2006, los diputados recién electos aprobaron una reforma para cambiar el caballo del escudo nacional, que antes corría hacia la derecha y volteaba hacia atrás, y ahora galopa a la izquierda y mira de frente. Y a la bandera, que hasta entonces tuvo siete estrellas, se le agregó una nueva, en honor a la provincia de Guayana. Esa idea la había tenido Simón Bolívar dos siglos antes. El mismo Bolívar, humano, moneda y símbolo, no escapó a las revisiones y cambios. En 2010, Chávez exhumó sus restos y luego de una costosa investigación, a partir de tomografías craneales, develó su nuevo rostro digitalizado al que llamó “el verdadero”.
“La neolengua, incluida la jerga propia del ‘political correctness’, es una de las formas más efectivas de instalar cualquier totalitarismo. La ligereza con la que se maneja la noción de fascismo, lo mismo que las nociones de terrorismo, crisis o emergencia, son de temer”, dice el filósofo venezolano Daniel Esparza, quien actualmente realiza un doctorado en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos. Ante la pregunta de si la apropiación de símbolos patrióticos y un lenguaje belicista apunta a aglutinar a una masa electoral con valores nacionalistas, responde que sí: “Esa es la noción clásica, ceresolianamussolinista- peronista de fascismo. Está de librito”.
El comunicador y escritor venezolano Eduardo Febres, investigador de la organización Ejército Comunicacional de Liberación, cree que hablar de una modificación o apropiación de símbolos es una burda simplificación: “Modificar no es más que un trámite y no hay tal apropiación, sino una disputa alrededor de esos símbolos. Lo fundamental aquí es que los referentes simbólicos se ponen en movimiento. Se vivifican. Apareció en escena una voz que encontró las palabras, precisamente en una de las zonas más vaciadas de sentido, pisoteadas, puteadas y burocratizadas de nuestra cultura como son los símbolos patrios. Si el chavismo ha tenido capacidad para nombrar y renombrar ha sido porque se ha conectado con los deseos, las intuiciones, en fin, las palabras de la gente. Hoy el gobierno tiene más poder comunicacional que nunca, y a pesar de eso el objetivo de llamar ‘guerra económica’ a la ‘situación difícil’ no ha funcionado”.
“Guerra económica” fue la definición que acuñó Nicolás Maduro para explicar el desabastecimiento y la inflación, según él, un plan desestabilizador articulado por el sector privado para derrocarlo. El empresario, desde su verbo, recibe el apelativo de “pelucón”, una palabra que se usa en Ecuador para nombrar a personas adineradas y superficiales, por lo general dueñas de los medios de producción.
PITIYANQUI: Se puso de moda por Hugo Chávez semanas antes de expulsar al embajador de Estados Unidos en Venezuela.
A pesar de haber sido canciller durante más de seis años, a Maduro se le agrede desde los medios privados, nacionales e internacionales, y desde circuitos locales de la política venezolana, por su forma de hablar, por un discurso que dista mucho del efecto que producía el de su líder y antecesor, Hugo Chávez, quien contaba con un carisma excepcional. En un conteo realizado por el diario Últimas Noticias, en Venezuela, durante su discurso de apertura en la campaña presidencial que ganó por estrecho margen, entre las veinte palabras que más veces mencionó Maduro, estaban: yo, pueblo, Chávez, comandante, caprichito, compatriotas, patria, burguesito y socialista.
Son comunes sus errores en alocuciones diarias, que luego se multiplican en las redes en tono de burla, como cuando se enredó al decir el nombre y apellido de Hany Kauam, un cantante que lo apoyaba; cuando dijo “millones y millonas”; cuando se confundió al decir “panes” y dijo “penes” mientras citaba un pasaje bíblico o cuando leyó al aire un mensaje de un opositor que le decía: “Nicolás Maduro, chúpalo”. Tras lo cual, luego de una pausa, respondió bajo el aplauso de sus seguidores: “Chúpate tú tu cambio, ¿oíste?”.
Steven Bermúdez es doctor en Comunicaciones y profesor universitario. Para él, la construcción discursiva del gobierno fue monopolio de Chávez: “Él se dio cuenta de que la diplomacia, esa cortesía que se imponía en el plano de las relaciones políticas nacional e internacional, también era, en el fondo, un mecanismo de perpetuación de la dominación, la subyugación y la colonización mental. Nadie olvida el impacto que causó cuando se atrevió a llamar ‘diablo’ al presidente de los Estados Unidos en aquella asamblea de la ONU”.
Cualquier proyecto de transformación histórica o política necesita de transformaciones en el plano simbólico, afirma Bermúdez. “La palabra es la pieza clave de este esfuerzo. Chávez y el chavismo han tomado la palabra y, con la finalidad de reubicarnos simbólicamente, han procurado hacer un trabajo de resemantización de muchas categorías, allí entran visiones como las de patria, patriota, colectivos, saberes, poder ciudadano, solidaridad, etc. Por otro lado crearon otras con las que intentan nombrar lo que consideran nuevas realidades socio-afectivas: poder comunal, socialismo del siglo XXI, inclusión, bolivarianismo. Es indudable que el chavismo ha intentado imponer una nueva hegemonía, pero sería un error valorar este proceso como exclusivo del chavismo. Sobre esta plataforma se ha construido el capitalismo también”, afirma.
Bermúdez contrapesa la balanza: “Cuando desde el chavismo se han usado palabras como escuálido, majunche, guarimba, pelucón, fascista, apátrida o golpista, se pretende construir el relato social que busca darle sentido al mundo que se enfrenta. No es diferente de lo que hacen los gobiernos capitalistas y los partidos de oposición venezolanos con su relato a través de términos como libertad, democracia, derechos humanos, progreso, propiedad privada, desarrollo o libre empresa”.
PELUCÓN: Palabra ecuatoriana que Nicolás Maduro utiliza para referirse a los ricos.
Para el historiador Juan Eduardo Romero, Chávez construyó modelos discursivos para lograr el convencimiento de los colectivos que lo oían, seguían y emulaban, y también para articular con ellos acciones concretas en apoyo a su gestión. Ubica tres etapas de adaptación en su discurso, una de transición política antes de 2001, con la que intentó desmontar referentes simbólicos que le daban legitimidad a los partidos tradicionales. Una segunda, hasta 2006, de implementación del proyecto bolivariano, en la que exaltó los éxitos de su gestión pública, buscó “consolidar la ‘propia interpretación’ de la realidad”, y logró imponer matrices comunicacionales. Y una tercera etapa de “ajuste e implementación socialista”, a partir de 2007, cuando la construcción de un nuevo modelo político se transformó en el centro gravitacional de sus palabras.
“No hay duda de que el discurso de Chávez hace uso de la ideología, entendida como un instrumento permanente de expresión del poder, así como un espacio simbólico en el cual las relaciones de poder se legitiman o impugnan, se debilitan o refuerzan”, dice Romero en su trabajo El pensamiento sociopolítico de Chávez: discurso, poder e historia. En ese texto recuerda la noción de unidad que instaló Chávez entre sus seguidores, a quienes les otorgaba voz y presencia constante en sus alocuciones, y ellos en consecuencia lo veían como parte del pueblo: “Así queda demostrado en el estudio de Villarroel y Ledezma, donde algunos entrevistados chavistas llegan a señalar: ‘Él es como mi padre, como el padre del pueblo, que está con nosotros los pobres, los necesitados, que no sabemos escribir, que no tenemos pa pagar una medicina, no tenemos apoyo de nadie’”.
Steven Bermúdez rescata el peso que tiene el discurso político, pero no cree que este posicionamiento comunicacional haya sido producto de un proceso de inteligencia en los términos que plantea el antichavismo, una idea orwelliana que pone a la masa de seguidores y votantes como meros borregos que cooptan y repiten palabras y discursos alienantes.
Lo mismo dice Eduardo Febres: “Creo que aquí está mezclado un movimiento diacrónico y casi salvaje del lenguaje con una situación política de mucha intensidad emocional. Chávez armó su santoral heroico y telúrico, como la derecha armó su ‘antisantoral’ tecnocrático y colonial, y cuando llegó la hora de elegir, la masa electoral, que se identifica con la sensación de exclusión y pobreza, escogió el de Chávez. En este momento de la revolución bolivariana lo importante ha sido la puesta en movimiento de los símbolos, y no su ‘modificación’ burocrática o su ‘apropiación’ maquiavélica. El chavismo no modificó los símbolos ni se ‘apropió’ de ellos: abrió su tumba y nos
mostró sus huesos”.
BOLIBURGUÉS: Socialista exponente del lujo y el consumo.
***
Muerto Chávez, tótem comunicacional de ese proyecto político que aglutinó a la izquierda en varios países de América Latina, ¿ahora qué? Desde Venezuela, su sucesor Nicolás Maduro ha intentado redimensionar su figura y, junto a otras voces del liderazgo chavista y propagandistas del gobierno, lo bautizaron como “Comandante Supremo y Eterno”.
Pero, al parecer, el lenguaje no basta, según los últimos comicios en el continente. Con el debilitamiento del chavismo en Venezuela, el triunfo de Mauricio Macri en Argentina, las acusaciones por corrupción que enfrentan “Lula” Da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, y la derrota de Evo Morales en Bolivia en el cuerpo legislativo, donde además perdió por votación popular la opción de reelegirse de manera indefinida, las perspectivas de una hegemonía comunicacional en contra del capitalismo y el poder de Estados Unidos deben redefinirse.
“Queda demostrado que muerto Chávez, el descenso del contacto con sus seguidores decayó sensiblemente. Esto no niega que exista la conciencia de estructurar una política comunicacional capaz de transmitir las intenciones y propósitos que persigue el chavismo como proyecto. Lo que ocurre es que ha sido fallida por mal planificada, mal concebida, pobre y reduccionista. Eso se demuestra en el hecho de empeñarse en promover productos ‘hechos en socialismo’ cuando es evidente que en Venezuela vive y pervive un insano sistema capitalista. De allí que la gente confunda el fracaso de estas políticas públicas con el fracaso del socialismo como concepción de organización social”, dice Steven Bermúdez.
El poder de la palabra como un bumerán: hoy el chavismo se enfrenta a sí mismo para sobrevivir. El discurso como un gran muro, diseñado sobre una plataforma nacional de medios públicos en la cual las alocuciones presidenciales son una costumbre diaria, lucha para no vaciarse de contenido, y también para contener la marea de la oposición venezolana que cuenta con el apoyo de un sólido aparataje mediático a nivel internacional.
Términos como escuálido, majunche, pitiyanki, apátrida y guarimbero no le alcanzaron al chavismo en las últimas elecciones legislativas, celebradas en diciembre de 2015, para deslegitimar a sus adversarios y conectar con sus votantes. Para decirlo en términos coloquiales: perdieron de calle. Los intentos por cohesionar a su electorado frente a la idea de un enemigo externo, llámese imperialismo norteamericano, paramilitarismo colombiano o fascismo de la derecha española, han obtenido resultados políticamente discutibles.
El desabastecimiento, la inflación y el índice de asesinatos siguen aumentando cada día en Venezuela, y no precisamente como fórmulas de un laboratorio mediático orquestado por la CIA, sino como una realidad que se respira a diario en sus calles.
Esa crisis feroz que padece el país exige revitalizar las formas del lenguaje político en medio de un calvario institucional que tiene a la división social, la violencia criminal y la corrupción como rasgos ineludibles. Las preguntas son: ¿Sin Chávez vivo, serán sus continuadores capaces de lograrlo? ¿Les será suficiente la conciencia ideológica para sostenerse en el poder? ¿Quién tiene la palabra?
Si quiere saber más del autor, sígalo como @leofelipecampos
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