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Historias

Todo está muy Caro

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Antonio Caro fue el niño genio del arte, el artista punk e irreverente que podía decir con una frase, con un dibujo o con una instalación, lo que nadie se atrevía: hizo en sal el busto de un expresidente con el propósito de diluirlo en agua el día de su presentación en el XXI Salón Nacional de Artistas, en 1970; escribió “Colombia” con cajetillas de Marlboro en una pieza audaz que ponía a pensar sobre el contrabando; luego hizo lo mismo, pero con la tipografía de Coca-Cola, y varias décadas después cambió el amarillo por el negro en una bandera de Colombia y escribió “Minería” en la franja que simboliza la riqueza.
El arte, para Caro, significa comunicación. Eso lo aprendió cuando tenía 23 años, y para parar su “locura”, decidió buscar puesto en una agencia de publicidad: “Yo no tenía ni idea de lo que era una máquina de escribir, ni siquiera era chuzógrafo, pero me pusieron a escribir textos publicitarios y ahí me desenvolví. No me fue bien, pero aprendí mucho porque aprendí a ir directo al grano”.
Hoy no hay colección de arte completa sin un Caro. Una bandera con su Colombia-Coca Cola está en el Tate de Londres; el Pompidou, en París, acaba de adquirir una copia de Aquí no cabe el arte, un cartel presentado en 1972 en el que debajo de cada letra está el nombre de una persona asesinada por formar parte de movimientos estudiantiles, y el Museo Nacional, en Bogotá, tiene otra versión de su Colombia-Coca Cola que, según él, debería estar “espichada, debajo del aerolito”.
Sin embargo es imposible pensar en él sin imaginarse una de sus piezas más conocidas: Todo está muy caro, un cartel que presentó en 1978 para otro Salón Nacional y que se convirtió, por el juego entre pieza y artista, en algo tan poderoso como su firma. Esa vez, el crítico Miguel González dijo que detrás de la pieza había un malintencionado ego trabajando. “Y es verdad”, dice hoy Caro. “Porque si me llamara Felipe González, pues sería político, pero no artista”. Sin embargo, la frase que tanto se oía –y se oye– por las calles lo puso a pensar en la economía, en el precio del dólar, en el mercado del arte y en ese combustible social que es el trabajo y el dinero. De todo eso, y de mucho más, habla su obra. Pero él no se compromete: “Lo mejor de los productos artísticos es cuando se le salen a uno de las manos y dicen mucho más de lo que uno ha querido decir”.
Colombia Coca-Cola (2010). Foto: Cortesía Galería Casas Riegner.
Cuarenta años después de haber presentado su obra le preguntamos por qué todo seguía tan caro. Y él, que no tiene celular porque le gusta andar a su propio ritmo, aceptó encantado. Llega caminando desde la estación de Transmilenio con una camiseta negra, jeans, una mochila gigantesca y unas gafas no tan gruesas que le cubren la miopía.
¿Todo sí estaba tan caro en 1978?
Pues se conjugaban varias cosas, veníamos de Pastrana y de López, con su mandato claro que se convirtió en el mandato caro. Los presidentes dicen que encuentran el país en bancarrota y entonces todo lo ponen en precios reales. Evidentemente, los tiempos han cambiado, pero ayer fui a comprar media libra de queso y cuando saqué un billete de 2.000 para pagar, el tendero se burló.
¿Por qué cree que pasa eso?
Como va a salir en letras de molde, con mucha timidez opino que el poder adquisitivo de la moneda se ha aminorado. Eso no implica que las cosas sean caras, porque si hubiera una equivalencia, uno podría ganar más para comprar lo mismo. Desde mi escaso conocimiento, un problema es que el trabajo sucio en Colombia está muy mal remunerado; bueno, no todo el trabajo sucio, porque hay dos tipos de trabajo sucio: el sucio que tiene prisión siempre está bien pagado, pero el trabajo sucio de verdad sí está muy mal pagado. Yo me imagino a una señora encopetada lavando letrinas por media hora, ¿pensaría que puede gastar en cualquier frivolidad? El otro problema es que a Colombia llegó el neoliberalismo, pero todavía somos coloniales. ¿Cómo así que en el siglo XXI un país se sostiene con los impuestos al alcohol y con los diezmos que vienen de la explotación de la minería?
Antes de hacer esa obra, usted hizo la Colombia-Marlboro. Creo que en los setenta cada cajetilla costaba un dólar.
A pesar de mi miopía, soy una persona muy observadora y aunque los miopes no vemos casi nada, sí vemos lo que la gente no ve. En ese tiempo había tantas cajetillas de Marlboro por la calle que evidentemente me tocaba hacer algo con eso. Los artistas somos observación, pero también somos la más vulgar de las percepciones: percibimos lo obvio y emitimos mensajes; el trabajo se convierte en arte cuando ese mensaje tiene eco en las personas. Por eso son las personas las que hacen a los artistas.
¿Cuáles son hoy los artistas que están más caros?
Hay un artista, se llama Óscar Murillo, que no es colombiano –sus padres sí, muy humildes, se fueron a Europa cuando él era niño– y es uno de los más cotizados en el mercado europeo. Y no quiero hablar de Doris Salcedo porque cuando uno habla de ella se le nota a uno la envidia.
¿Y cuánto cuesta una obra suya?
Le puedo decir que existe una cosa que se llama mercado secundario: el otro día yo regalé un cuadernito y hace poco en una subasta comercial, no de beneficencia, la vendieron a millones. Yo estoy asombrado de que Caro está muy caro, pero yo no he visto ni un centavo de eso.
Todo está muy caro (1978). Foto: Cortesía Galería Casas Riegner.
¿Es cierto que en los talleres que usted da les prohíbe a los estudiantes decir “arte” y “artista”?
Sí. Porque al concepto de arte lo considero elitista, sofisticado y tautológico. Además, en el fondo ¿quién avala el arte? Al arte lo avala el sistema y lo convierte en un objeto de culto: cuando usted entra a un museo, le dicen: admire y reverencie, pero en ningún museo del mundo a uno a la salida le dicen: “Usted puede hacer mejores cosas que las que acaba de ver”.
Durante mucho tiempo, usted fue un artista de nicho, un secreto a voces en Colombia y América Latina. Pero desde hace unos años, sus obras aparecen en el Pompidou, en el Tate… ¿Cómo ha tomado usted que el establecimiento del arte se fije en su trabajo?
[Largo silencio]. Yo le podría responder esa pregunta a varios niveles, pero si recuerdo al joven que fui, yo me siento hoy muy complacido de estar en libros y en catálogos al lado de los ídolos de mi juventud, como Andy Warhol, Robert Indiana, Joseph Beuys, etcétera. Siendo pretenciosamente humilde, no me lo creo.
JOSÉ AGUSTÍN JARAMILLO
FOTOGRAFÍA SEBASTIÁN JARAMILLO
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 150 - AGOSTO 2019
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