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Mónica Molano: un homenaje al skate

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Foto:

Mónica Molano les tiene miedo a las alturas.
Sin embargo, en febrero de este año, no tuvo problema en aceptar la propuesta que le hicieron en su trabajo y se fue hasta Sopó para hacer un vuelo en parapente. El vuelo duró poco, pero le quedó gustando. Y desde entonces, para una sección de su programa hace cada rato alguna actividad que la saca de su zona de confort: ha hecho torrentismo, rafting y rápel, tomó los mandos de un avión pequeño y descubrió que tenía talento innato a la hora de dirigir una estrategia en un campo de paintball.
Cada vez que vuelve a Cali, la ciudad donde nació y donde vive su familia, pide que paren el carro al lado del primer vendedor de chontaduros que ve. Entonces aprovecha para volver a las raíces y darle rienda suelta a cualquier comida valluna que se le atraviese, sobre todo el pandeyuca y el cholao. Allá, en Cali, están todas sus raíces: incluso las de su activismo por los animales, que comenzó cuando conoció una fundación que rescataba animales callejeros y los ponía en adopción. Hoy, sus posts en contra del maltrato animal y de la tauromaquia llaman la atención de cientos de seguidores en Twitter.
Su vida ha sido una constante de cambios y ella ha sido lo suficientemente hábil para aprender a asumirlos: lo hizo cuando tuvo que adaptarse a un nuevo colegio para no perder el año, cuando sin esperarlo le llegó la oportunidad de modelar en la feria de moda más importante de Cali, cuando creyó que estaba dejando su sueño de trabajar en medios para dedicarse a la comunicación organizacional y cuando, también por casualidad, asumió su carrera como presentadora: en el 2011, trabajó en Origen, un programa de Telepacífico; hizo notas para RCN sobre el Reinado de Cartagena, el Carnaval de Negros y Blancos de Pasto y la Feria de Cali. Y luego, finalmente, comenzó a trabajar en En las mañanas con Uno, el programa matutino del Canal Uno, con el que fue nominada como mejor presentadora a los premios India Catalina del 2015 y a los Tv y Novelas del 2016, y donde pudo entrevistar personajes como “el Gordo” Benjumea.
La clave, para ella, fue aprender a fluir y no ponerle trabas a ser ella misma: por eso le gusta trabajar en Bravíssimo, el programa de Citytv que se transmite los fines de semana por la mañana: además de durar cuatro o cinco horas transmitiendo en vivo, discute temas de actualidad y entrevista personajes invitados y maneja dos secciones, una de cuidado animal y otra de deportes extremos: “Ahí he hecho parapente, rápel, torrentismo, jugué paintball y hace poco estuve jugando rugby con el equipo femenino de la Liga de Bogotá”, dice. “Ha sido enfrentarme a cosas que nunca pensé hacer, pero descubrí que tenía una faceta a la que le gusta la adrenalina, y para mí ha sido interesante y liberador”.
Por eso, no tuvo miedo en aceptar la invitación de DONJUAN a subirse a un skateboard, y aunque siempre ha estado viendo las pistas callejeras desde el borde –le gustaba ver a su hermano intentar hacer trucos y siempre había admirado la moda alrededor de ese deporte, pero no más–, sí se sentía identificada con una frase que repiten hasta el cansancio los grandes skaters: “La vida es como el skate: hay que caerse, levantarse e intentarlo de nuevo”.
¿Cuál es su primer recuerdo frente a un público o a una cámara?
En el colegio, cuando hacíamos trabajos en grupo, yo siempre me pedía salir a exponer. Era yo la que me lanzaba. Es raro, porque yo siempre he sido como introvertida y, de hecho, cuando comencé en televisión yo era superansiosa y se me aceleraba el corazón impresionante. Ya después aprendí a controlar los nervios, a manejar la respiración…
¿Cómo era en el colegio? ¿Muy estudiosa?
Mi papá siempre me decía: “Si pierde un año, la meto a un colegio público o a uno de monjas”. Yo obviamente no sabía que los colegios públicos eran buenos, porque he conocido unos chéveres, pero el miedo funcionaba. Preciso en octavo se me juntaron tres materias que odiaba: biología, matemáticas y sociales, y perdí el año. Mi papá me vio tan mal que me dijo: “¿Quiere seguir acá y perder el año o cambiarse a otro donde la dejen habilitar?”. Terminé en un colegio de monjas, estudié en vacaciones, habilité las materias y me fue superbién: tuve un profesor de matemáticas que me enseñó a amar las matemáticas porque tenía una metodología muy sencilla, que daba el mismo resultado pero a partir de operaciones mucho más divertidas, entonces me volví superñoña en matemáticas; para pasar biología, mi papá me puso a leer todos sus libros de anatomía y eso me terminó encantando; y sociales e historia sí me entraron a la fuerza, pero en realidad nunca me gustaron. De resto, me la pasaba jugando voleibol y tuve una época, estando en once, en la que empecé a cogerle gusto al ejercicio: llegué a ir a las cinco de la mañana, antes del colegio, para hacer spinning.
 
¿Obsesión por el ejercicio?
Un poquito, pero apenas fueron dos o tres meses en que me enloquecí. También tuve una época en que fui muy flaca porque en el colegio a veces sentía que estaba sufriendo por estudiar cosas que no quería, entonces de pura rebelde me dio por dejar de comer, aunque comía a escondidas porque tampoco quería morirme de hambre. Los desórdenes alimentarios no solo se dan porque a uno le hacen bullying, como la gente cree, sino también por otros problemas que uno tiene. Me adelgacé terrible y me costó recuperar el peso porque uno se acostumbra a verse así. Ya más grande dije: “Tengo que recuperarme”. Ahí lo que más me ayudó fue cambiar el concepto de belleza, porque uno se deja influenciar por lo que ve en los medios, en internet y uno dice: “Quiero ser perfecta”. Pero ya después uno se abre la mente e incluso cuando conoce modelos dice: “No todo es tan perfecto”. Ahí aprendí que es mejor no preocuparse por el cuerpo, sino por la salud y por sentirse bien mentalmente.
¿Por qué estudió comunicación?
Cuando acabé el colegio no sabía qué estudiar. Yo desde chiquita acompañaba a mi papá, que es médico, a las reuniones de la clínica y lo esperaba en la sala de las enfermeras, donde me hacía amiga de todas y me contaban historias de los pacientes. Entonces, por un lado, pensaba estudiar medicina. También, como siempre me han gustado los animales, pensé en estudiar veterinaria. Y también me gustaba la mecatrónica, porque había hecho proyectos en el colegio relacionados con robótica que me habían gustado. Al final dije: veterinaria no, porque sufro mucho con los animales y eso no me permite reaccionar bien; medicina tampoco, porque si se me muere un paciente me muero yo; y mecatrónica tampoco, porque me tocaba estudiar ingeniería mecánica y electrónica al mismo tiempo, y una doble carrera qué pereza. Al final escogí comunicación.
 
¿Ahí se dio cuenta de que iba a ser una buena presentadora?
No, mirá que yo me metí fue a comunicación organizacional. Es verdad que me llamaba la atención la parte de producción audiovisual, pero cuando me di cuenta de que uno estudiaba todo lo que pasaba detrás de cámaras y no delante de ellas, descarté irme por ahí. Ya cuando estaba como en la mitad de la universidad, mis compañeros me decían: “Moni, tú deberías presentarte a Noticinco o a 90 Minutos” [dos noticieros locales de Cali], pero yo decía: “No, no, después”. Creo que lo que pasaba es que yo era introvertida, pero ya en último semestre empecé a interesarme en serio porque tenía más confianza en mí y ya tenía experiencia como modelo. Me interesó tanto que hice un taller de presentadores con una profesora que les ha dado clases a muchas presentadoras de Cali: María Eugenia Sierra, pero ahí estuve a punto de tirar la toalla de nuevo porque como yo tenía miopía en un ojo y astigmatismo en el otro, era una tortura cada vez que intentaba leer en el teleprónter; los lentes de contacto no sirvieron porque se me resecaban terrible los ojos, y cuando me operaron, ahí sí todo fue superdiferente y empezó a gustarme la presentación.
¿Qué es lo que más le gusta de presentar?
Aprender a ser uno mismo: al principio, cuando arranqué, decía, por decir algo: “Quiero ser como Carolina Cruz”, y estudiaba la postura de ella, las manos, la forma en que se paraba, el tono de voz... Uno arranca así, tratando de copiar, pero eso no deja que las cosas fluyan. Ya cuando llegué a Bogotá a presentar en espacios como en los que he trabajado, que son espontáneos y relajados, aprendí a ser yo, con mis virtudes y mis defectos. Si la embarro, pues me río y ya; a todo el mundo se le cruzan los cables o dice mal una palabra, es parte de la vida. Ya soy más yo, mucho más tranquila.
¿Y qué es lo que más le gustaba de ser modelo?
Poder jugar a ser otra: llevar peinados y ropa rara que nunca me pondría en la calle. Yo hice de todo: pasarelas en Cali Exposhow, fotos para marcas de ropa deportiva, ropa casual y vestidos de baño. Además, sentía que se conectaba con mi carrera de comunicación. Después, cuando me gradué, fui Chica Águila y al principio tuve mucho miedo por todos los prejuicios, pero para mí fue una clase supervaliosa: ahí aprendí a ser extrovertida porque yo no era amiguera ni saludadora, y siendo Chica Águila sí o sí me tocaba tomarme fotos, firmar autógrafos y saludar a gente que no conocía. Y fue una experiencia superbonita porque conocí el Carnaval de Barranquilla, las fiestas de Villavicencio, las de Montería… Y La Guajira, que es un lugar donde tomamos las fotos del calendario y que todavía no se me olvida.
Ya lleva casi tres años en Bravíssimo. ¿Cómo se prepara para un talk show como ese?
Entre semana tenemos que grabar notas para nuestras secciones, en mi caso Monimalista, que es sobre animales, y Moni al Límite, donde hago actividades arriesgadas. Los jueves mandan un precomunicado con los invitados del fin de semana y los viernes un libreto con un punto por punto de la conversación que vamos a tener con ellos. Yo, aparte, busco mucha información que no está en el libreto porque me gusta saber datos más recientes y más personales. Luego, el fin de semana, con el programa, todo fluye: nada se memoriza, sino que tengo claro el mapa de la conversación y cuando se prenden las cámaras todo sale natural, como si fueran entrevistas cálidas, humanas, que se sienten como si fueran una conversación en la sala de la casa.
Sus notas en Bravíssimo y sus posts en defensa de los animales la convirtieron en un referente. ¿También ha sido activista en esos temas?
Solo una vez he salido a marchar, en Cali. Fue hace bastante tiempo, en una convocatoria que lideraba un animalista que incluso había tenido problemas con los hermanos Gasca por intentar prohibir los animales en los circos. Me acuerdo que hicimos una movilización grande, con varios carros, todos teníamos camisetas. Después no he vuelto a salir, pero desde mis espacios apoyo las manifestaciones pacíficas en contra de los toros. Mi papel, sobre todo, ha sido difundir mi opinión a través del voz a voz y en mis redes sociales, donde publico temas al respecto cada vez que puedo.
¿Cómo empezó su afinidad con la defensa de los animales?
No sé, desde muy niña. Yo tengo fotos hasta con pájaros, así que ha sido una conexión que ha estado siempre. Sin embargo, mi compromiso verdadero empezó cuando adopté a Zara, una perra que tuve por mucho tiempo y que se murió hace dos años. A ella la rescaté una noche, después de un desfile, cuando se le atravesó al carro que nos estaba llevando a todas las modelos a la casa: le di un sánduche que había sobrado del refrigerio que nos habían dado y cuando me fui a ir, se quedó mirándome. Yo vivía con mi mamá y no podía llegarle con un perro a la casa, pero la envolví en una tela, me la puse en las piernas y así llegué. La puse en adopción en mi Facebook, pero en esa época no tenía casi seguidores, y como ella era medio chandosita, nadie preguntó. Igual era divina y a mí no me importó que no fuera de raza. Yo me enamoré de ella y al final se volvió superamiga de mi mamá, tanto que se quedó con nosotros.
Y ahí se convirtió en una causa…
Empecé a seguir fundaciones por todos lados y di con Animal Safe, una que estaba haciendo jornadas de baño o de alimentación. He ido a varias y es chévere porque uno comparte con esos animales que están esperando encontrar un hogar. Cuando podía, llevaba concentrado. También conocí a don Édgar, el fundador, un costeño con un corazón inmenso y que, aunque tenía otra profesión, terminó dedicándose a los animales. Él se convirtió en una inspiración para mí. De hecho, antes de conocerlo siempre quise tener una fundación propia: era cuando estaba en la universidad y pensaba que ayudar a los animales era superfácil. Ya después se me apagaron las ganas porque me di cuenta de que es durísimo mantener una fundación: en ese momento, mal contados, había que conseguirse 20 millones de pesos mensuales para alimentar, vacunar, esterilizar y mantener a los perros. No es para todo el mundo, pero admiro ese trabajo y creo que es importante ayudar como se pueda.
En sus redes también comenta mucho los acontecimientos sociales. ¿Cuál cree que es el papel de las figuras públicas en la construcción de opinión?
Yo siento que no se trata de revelar las posiciones políticas, sino de ser un influenciador de valores positivos: cultura ciudadana, civismo, respeto, tolerancia, cuidado del medio ambiente. Se trata de eso, de ser un ejemplo.
REVISTA DONJUAN
FOTOS: FELIPE BOHÓRQUEZ
EDICIÓN 144 - DICIEMBRE 2019
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