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Los lindos, un secreto gastronómico bogotano bien guardado

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Foto:

Revista Don Juan
El local es despistador. Está “escondidito”, pero tiene swing: es acogedor y está perfectamente pensado para pasar una tarde o noche de tapas.
Tapear es un verbo español que refiere a la acción de salir a almorzar o a cenar a punta de ‘tapas’ que, palabras más, palabras menos, son pequeñas o medianas porciones de alimentos diseñadas para picar. Ojalá acompañadas de vino o cerveza. Las tapas, españolísimas, o se sirven como aperitivo o se convierten en el todo, paso a paso, de una larga sentada a comer.
De Los Lindos quedé enganchado con sus tapas (no puedo opinar de sus platos porque nunca llegué hasta allá, a excepción de un sándwich por el que volví). Debo decir que el local es despistador, pero de alguna manera tiene swing: es acogedor y está perfectamente pensado para pasar una tarde o noche de tapas. Y lo mejor, en efecto, es el recorrido por sus tapas –incluidos los montaditos–, sencillas y gustosas, clásicas de los años ochenta y noventa, sin tanta experimentación (y show) como han tratado de evolucionarlas en este siglo en muchos bares de España.
 Recomiendo:
- Las mini albóndigas, que han llamado Los Lindos ($11.000), con reducción de vino tinto y curiosa mezcla de especias. ¡Poderosas!
- Trozos de lomito en salsa de queso azul para rebañar en pan ($14.000). ¡Suculentos!
- Y el pintxo (a lo vasco) de hongos y camarones, bañados en un majado de ajo y perejil ($16.700). Tal vez su mejor tapa.
- De sus montaditos, el de chorizo español y huevo de codorniz ($16.000) y el tradicional de jamón serrano y manchego ($16.500).
- Y más allá de las tapas, probé un totazo: el sándwich de albóndigas que decidieron llamar El Burro ($18.000). ¡Campeón!
El sitio, como diría una tía mía, “escondidito”. Pero así está bien. Es una especie de secreto bien guardado.
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