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¿Y si tuviéramos el derecho de desconectarnos?

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A veces ni siquiera ha vibrado, pero como creemos que sí, sacamos el teléfono celular del bolsillo y revisamos la pantalla luminosa con gesto de preocupación: ¿qué tal que sea el jefe o un cliente quien nos llama? No importa la hora ni el lugar, siempre estamos conectados, unidos al aparato por un cordón umbilical invisible. Salir de la casa sin celular es tan grave como hacerlo sin billetera. Si no lo llevamos encima, entramos en una suerte de limbo, en la vergonzosa dimensión de los desconectados.
El pánico a estar sin celular tiene nombre, se llama nomofobia. Cada vez más personas padecen este síndrome cuyos síntomas son variados y se pueden comparar con la sensación de ansiedad y vacío que siente un niño cuando pierde a sus padres en un centro comercial.
De acuerdo con un estudio realizado por la compañía Ericsson en 2015, cada día revisamos el celular unas 85 veces. Es lo primero que hacemos al levantarnos y lo último antes de acostarnos. Todo para que nada quede pendiente y nada se nos pase. Hiperconectados e hiperinformados, así es como nos hemos acostumbrado a vivir.
En la pantalla del celular hacemos todo: pagamos facturas, reservamos tiquetes aéreos, pedimos domicilios, enviamos y recibimos todo tipo de información. Cada día hay más aplicaciones para cuanto se le ocurra: bajar videojuegos, buscar hoteles baratos, ver pornografía, llamar a la policía y tocar el piano. Nos hemos vuelto adictos a un aparato que nos libera tanto como nos esclaviza.
El mundo exige que estemos conectados. Los dos chulos azules en el WhatsApp indican que ya leímos el mensaje y tenemos que responder rápido para no quedar mal. Contestar un mensaje, entrar en una conversación de oficina es más importante que el almuerzo familiar y la cena con unos amigos. Desconectarse, en fin, parece ser un privilegio reservado para pocos.
La hiperconexión ha traído nuevos males como el estrés laboral, el burnout (síndrome del trabajador quemado) y otros males mencionados por la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y Problemas Relacionados con la Salud.
A finales de 2016 los trabajadores franceses ganaron una dura batalla por el derecho a desconectarse. La ley, que rige desde el 1 de enero de 2017, no exige apagar el teléfono al salir del trabajo, pero sí insta a las empresas de más de cincuenta empleados a llegar a un acuerdo con sus empleados para desconectarse.
Una de las primeras empresas que instauraron la desconexión como norma fue Volkswagen. La multinacional alemana bloquea los teléfonos de sus empleados entre las 6.15 p.m. y las 7.00 a.m. Otra empresa alemana, Daimler, propietaria de Mercedes, instaló un software que borra los mensajes que reciben sus empleados durante sus vacaciones.
El uso del celular llena todos los espacios de nuestras vidas. Por eso lo usamos mientras caminamos, en el carro. Campañas de no enviar ni leer mensajes de texto mientras conducen. Hasta el reconocido director alemán Werner Herzog para AT&T. Como un movimiento involuntario. Cuando dos personas están almorzando en algún restaurante y una va al baño, la que se queda, de manera casi involuntaria, revisa el celular.
¿Podemos y queremos desconectarnos?
El celular es el objeto que más usamos. Por eso desconectarnos no es tan sencillo. Es un asunto de costumbre. Basta con ver lo que ocurre cuando dos personas están almorzando en algún restaurante y una va al baño, de manera casi involuntaria y de inmediato, la que se queda revisa el celular. Lo usamos mientras comemos, cuando caminamos en la calle, mientras conducimos. Hasta en el baño.
En 2013, la empresa de telefonía AT&T contrató al reconocido director de cine Werner Herzog para realizar un documental sobre las muertes provocadas por chatear al volante. Al final de ese año, hubo 341.000 accidentes producidos por usar el celular al volante.
Hace unos años, irse de viaje servía para desconectarse de verdad. Hoy es imposible. En cuanto tenemos conexión Wifi, lo primero que hacemos es actualizarnos, no importa si estamos en la playa de Cartagena, un restaurante en Hong Kong o en un café en Marruecos. No queremos llegar al trabajo y sumarle al aburrimiento del regreso una montaña de mensajes represados y una cantidad de responsabilidades, como si el trabajo nos hubiera cogido ventaja.
¿Pero queremos desconectarnos? ¿Podemos hacerlo? Hay profesiones como la de nosotros, los periodistas, que exigen estar hiperconectado todo el tiempo. Otros, acaso más afortunados, pueden darse el lujo de dejar la realidad enmarcada en la pantalla de un celular, alzar la cabeza y vivir el mundo real. Y usted, ¿podría desconectarse?
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