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En defensa de Zidane

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En uno de los episodios más memorables de la biblia, contra todos los prónosticos, David derrota al gigante filisteo Goliath lanzándole de pedradón en la cabeza. Es la clásica historia del pequeño que vence al grande, la de las fábulas y los cuentos de hadas. La que siempre esperamos que ocurra.
En el mundo del deporte, los colombianos siempre queremos ser David, el bueno, el pequeño, el honesto, el libre de pecado. Pero en la realidad, David no siempre triunfa, y a veces no es tan inocente ni merece la victoria. Nos acostumbramos a creer que nos subestiman y nos figuramos nuestros rivales como seres malvados y tramposos, dispuestos a todo con tal de derrotarnos.
Cada vez que un colombiano pierde, buscamos la explicación a su derrota en una causa externa. Pasa mucho en el ciclismo: “Froome tiene un motor en la bicicleta”, “ese man está dopado”, “Ese tal Froome va en coche y con ese equipo cualquiera gana”. Desde la comodidad de espectadores, cerca del televisor y lejos de la realidad, lanzamos comentarios como: “Claro, como es francés no lo sancionan” o “Ese italiano se ve que es todo creído”. Por eso terminamos agachando la cabeza cuando escuchamos comentarios como el de Froome, quien luego de perder varios segundos en una etapa, dijo: “Ha sido sin duda un día difícil para mí. Mis compañeros de equipo han hecho un trabajo increíble, pero no tuve piernas al final para rematarlo. No hay excusas […] Sólo puedo felicitar a Romain Bardet por ganar la etapa y a Fabio Aru por vestirse de líder”.
El caso de James Rodríguez merece todo un capítulo. Desde que el director técnico del Real Madrid empezó a relegarlo a la suplencia, los insultos comenzaron a llover. Incluso en una publicación de Instagram, en la que el entrenador celebraba la Navidad en familia, se descapacharon contra el francés con comentarios tan bajos como este: “Calvo hpta no ganaras ni mierda esta temporada.... Los ancestros colombianos te bloquearan tu suerte por mala gente”.
James no ha jugado ni un minuto con el Bayern Múnich, su nuevo equipo, y los enfurecidos hinchas del colombiano ya empezaron la emprendieron contra Arjen Robben, el número diez del equipo.
Muchos narradores y comentaristas también tienen el síndrome del que se podría llamar un patrioterismo exacerbado. Como cuando la selección le anota un gol a un equipo históricamente superior y, entre gritos, lanzan expresiones como: “En tu cara, alemán” o “cómo la viste, argentino”.
Pocos episodios de locura aficionada igualan el “Fue gol de Yepes”. Aún hoy, miles de colombianos creen que el partido contra Brasil en el mundial 2014 fue un robo.
Más delirante es cuanto se inventan falsos riñas o cuando suponen, sin fundamentos, que el rival se burla de los deportistas colombianos. Entonces eligen expresiones como: “Creían que no podía ganar” o “Para que vean lo que es Colombia”.
En los deportes percibimos nuestros rivales como caricaturas, como el ruso de una película de acción gringa de los ochenta, como un Blutus, ese enemigo del Popeye fortachón y mentiroso que hacía trampas riéndose a carcajadas. Volvemos a ser David, una y otra vez.
Cuando los colombianos se equivocan no es tan grave o, de plano, no es grave, como cuando un ciclista se fuga aprovechando que el contrincante tiene una falla mecánica, o no le pitan un penal claro a una selección de otro país. En esas circunstancias, sí hay mesura. Como decía el Chavo, pensamos que simplemente que “se les chipoteó”.
Perder por méritos propios es un honor que pocas veces disfrutan los colombianos. Sería bueno empezar a valorar el esfuerzo de una manera más racional que apasionada. Cuando llenamos de insultos las redes y nos burlamos del rival de manera descarada o atacamos a un deportista porque no dio la talla, no estamos siendo David, sino de verdad pequeños, moralmente pequeños.
El resentimiento nos convierte en criaturas bajas, similares a aquellos orcos del Señor de los Anillos. Inferiores.
Demos más dignidad a la derrotas. Creer que un deportista tenía todo para ganar y le robaron la victoria, la entorpecieron, es también irrespetarlo. Un consuelo que hiere. La gloria es del ganador, pero la grandeza es de los que lucharon hasta el último segundo por alcanzarla.
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