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Historias

Los guerrilleros del vino

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Viernes 23 de junio del 2017. Aún no amanece en Occitania y decenas de policías se preparan para una operación que se ejecutará simultáneamente en cuatro departamentos. El objetivo es desmantelar de una vez por todas los CAV o Comités de Acción Vinícola, una “organización clandestina durmiente”, según la terminología de las autoridades francesas, que desde los años sesenta ha utilizado las vías de hecho para defender las reivindicaciones de los agricultores en una región que produce un cuarto del vino de Francia y cuyos viñedos llegaron a representar, en los años noventa, el 5 por ciento de la superficie mundial.
La última acción de los CAV, exactamente un mes antes, había sido vaciar seis vagones de un tren cisterna en la estación de Trèbes, en el departamento de Aude. Aunque tres mil hectolitros de vino –lo suficiente para llenar 400.000 botellas– terminaron regados en los rieles, el acto había sido menos violento que los ataques del 2014, cuando, descontentos con el manejo que el entonces ministro de Agricultura, Stéphane Le Foll, daba a las negociaciones de la Política Agraria Común Europea, los CAV iniciaron decenas de incendios y vandalizaron las sedes de la Mutual Social Agrícola, una institución gubernamental encargada de la seguridad social de los agricultores; y también había sido menos espectacular que las bombas que pusieron en dos centros de recaudo de impuestos, un puesto de control ferroviario, varios transformadores de alta tensión, torres de transmisión de electricidad, un hipermercado de la cadena Leclerc y un depósito de vinos, que habían sufrido daños considerables por culpa de artefactos explosivos artesanales, junto a los cuales siempre aparecían las siglas CAV, o CRAV, con una ‘R’ de más por regional.
Sus acciones iban y venían. Hacía diez años, por ejemplo, en una sola noche pusieron una bomba en una compañía estatal de comunicaciones y entraron a las bodegas de comerciantes de vino que compraban lotes extranjeros para abrir los tanques de almacenamiento, sabotear la producción y escribir grafitis en las paredes.
Todo sucedía en nombre del vino de Occitania.
Pero eso estaba a punto de terminar. Los policías tenían rodeados los viñedos, las bodegas y las sedes sindicales en las que, tras tres años de investigación y cerca de cuarenta expedientes abiertos, sabían se encontraban los cabecillas del que podría ser el último movimiento de “acción directa” existente en territorio francés. Alrededor de veinte de sus líderes estaban cercados y las autoridades confiaban en que un golpe coordinado bastaría para que los cerca de trescientos activistas más radicales perdieran el interés de continuar con sus acciones de sabotaje.
Entonces empezaron a sonar los celulares y los radios. Los policías miraban a su alrededor para cuidar el elemento sorpresa, pero, incrédulos, recibieron la orden de enfundar sus armas y dar media vuelta. La operación había sido cancelada justo antes de ser ejecutada y los líderes occitanos de los CAV siguieron gozando de la libertad.
En el sur de Francia, entre los Pirineos orientales, el Mediterráneo y el río Ródano, se cultivan uvas desde la época de los romanos. Allí, en las regiones de Languedoc-Roussillon las cosechas de syrah y carignan son motivo de orgullo y era tanta la producción en Occitania que el vino Pays d’Oc –una denominación que permite combinar uvas de distintas regiones en la zona– todavía es uno de lo0s más consumidos en Francia. El surgimiento de los CAV era obvio: cuando las autoridades intentan ejercer un mayor control en la proveniencia de las uvas o permitir el embotellado de vino hecho en otros países, como España o Portugal, los campesinos no se ponen para nada contentos.
La acción del 2017, en la que la policía dio media vuelta cuando tenía rodeados a 40 líderes de los CAV, demuestra que las autoridades respetabn lo suficiente a estos grupos como para bloquear acciones judiciales en su contra. Es un respeto que aún permanece: en junio del 2018, cinco viticultores de la región que habían sido detenidos cuando transportaban 80 litros de gasolina, media docena de hachas, una bomba lacrimógena y varios cócteles molotov, fueron declarados inocentes por una corte de la ciudad de Montpelier. “Se les imputó concierto para delinquir, una infracción que generalmente se aplica a traficantes y criminales, pero en esta ocasión se trataba de personas que en su vida cotidiana eran trabajadores y sin duda tenían razones para realizar una acción colectiva, pero nunca un delito”, declaró el fiscal encargado del caso, Christophe Barret.
Genevieve Abbé, la autora de una memoria sobre las luchas de los viticultores de Languedoc, explica que ese respeto se ha mantenido por décadas, en las cuales los viticultores de los CAV se convirtieron en un símbolo revolucionario de la región: “Aunque hoy en día no cuentan con el respaldo unánime que tenían en los setenta, cuando los líderes del movimiento desfilaban codo a codo con las autoridades, en la región siempre ha existido una simpatía con los miembros de los CAV, que con frecuencia ha llevado a que a pesar de que los culpables de acciones hayan sido identificados terminaran por ser liberados sin cargos. Desde la presidencia de Giscard d’Estaing, en pleno post-Mayo del 68, los gobiernos de París han preferido jugar la carta de la conciliación por miedo al potencial revolucionario y a las reivindicaciones autonomistas”, explica.
Sin embargo, algunos creen que las razones por las que los CAV se han salido con la suya van más allá del simple respeto. Según François Barrere, periodista del diario Midi Libre que estuvo encargado de cubrir el operativo del 2017, aunque la razón oficial para la cancelación en el último momento fue la existencia de fugas que habían acabado el “elemento sorpresa”, varias fuentes le confirmaron que líderes del gremio vinícola les habían hecho saber a las autoridades que los arrestos podrían llevar a una escalada de violencia en la región.
La relación de los CAV con la violencia era centenaria. En mayo del 2007, por ejemplo, empezó a circular un video en el cual un encapuchado daba un discurso contundente: “Si el señor Sarkozy no protege los intereses de los viticultores, tendrá que asumir la responsabilidad de lo que va a pasar. Viticultores, desde aquí lanzamos un llamado a la insurrección. ¡Seamos dignos herederos de la revuelta de 1907!”. El mensaje, grabado durante una conferencia de prensa clandestina, buscaba recordarle al recién elegido presidente que en las recientes semanas “los comités” habían pasado de incendiar carritos de supermercados a destruir con una bomba artesanal el negocio de un vendedor de vinos en Saint-Félix de Lodez. Y que todavía podían llegar más lejos si no se avanzaba en una regulación de las importaciones de vinos de mesa y de las condiciones que los grandes comerciantes imponían a sus proveedores locales.
El mensaje servía también para recordarles al nuevo presidente y a sus ministros la legitimidad que los CAV tenían en la región como herederos de los Comités Regionales de Viticultores que un siglo atrás, durante las protestas contra las políticas agrícolas del presidente Georges Clemenceau, habían abierto la era moderna de la lucha autonomista. Fue alrededor del vino que esta región empezó a crear un discurso de identidad regional que siempre ha sido visto con recelo desde París porque pone en riesgo la unidad republicana, al igual que las reivindicaciones regionalistas de Córsica, Bretaña y el País Vasco.
La revuelta de 1907 no solo llevó a la primera definición legal de “vino” en Francia, que sirvió como base para regular el mercado, también permitió la creación de centenares de cooperativas socialistas de viticultores que durante una buena parte del siglo XX llevaron prosperidad a la región. Considerando que cada soldado tenía derecho a un litro y medio de vino diario, Occitania fue una de las pocas regiones que no conocieron la recesión durante la Primera Guerra Mundial. La situación, sin embargo, se deterioró a partir de los años como consecuencia de la importación de vino barato de la Argelia colonial. Con los precios por el piso, la década de 1950 vio emerger manifestaciones de viticultores que no se contentaban con marchar tranquilamente o plantarse frente a las alcaldías. Según Geneviève Abbé, esas manifestaciones estaban tan impregnadas del espíritu de 1907 que los agricultores iban a buscar las pancartas que se habían usado en ese momento para llevarlas a las nuevas marchas.
A la cabeza del movimiento desde 1951, el agricultor y poeta Andrea Castera vio surgir a su lado a Emmanuel Maffre de Baugé, un ferviente católico y aún más ferviente comunista que declaró, durante una manifestación en Narbonne en 1955, que ya que la movilización pacífica no estaba dando resultado, era el momento de pasar a la acción directa. Maffre de Baugé y Castera fundaron el 27 de junio de 1961, junto a André Casses y Guy Rancoule, una organización paralela a los sindicatos oficiales a la que dieron el nombre de Comité de Acción Vinícola, y la describieron como “un cuerpo informal, con vocación de ejecutar acciones directas para apoyar las modificaciones”. En los meses que siguieron, a las peticiones públicas y los comités de negociación se sumaron las intimidaciones contra los comerciantes que importaban vino argelino y los sabotajes de trenes que transportaban botellas extranjeras.
El final de la Guerra de Argelia, al año siguiente, traería de regreso a la región centenares de jóvenes soldados hijos de viticultores que, según un sindicalista vinícola citado por Antoine Roger en un artículo de la revista Culturas y Conflictos, habían aprendido de los guerrilleros argelinos a luchar con las uñas, a golpear duro y a hacer vacilar al enemigo: “Los CAV se organizaron como una telaraña, con un responsable en cada sector de producción del vino, que estaba en contacto directo con los jefes y era el encargado de dar las instrucciones a los activistas de terreno poco tiempo antes de cada operación. A cada acción seguía un comunicado de prensa que expresaba las reivindicaciones de los viticultores”, explica Roger.
Las acciones radicales dieron resultado. Por eso durante la primavera de 1968, mientras en París los trabajadores volaban los adoquines y paralizaban las fábricas del país, la calma parecía reinar en los viñedos occitanos. Las importaciones se habían reducido significativamente y los precios parecían estabilizarse, pero poco después, cuando las nuevas normas de circulación de productos en Europa entraron en vigor durante la década de 1970 y les abrieron el mercado francés a los vinos españoles e italianos, miles de viticultores quedaron al borde de la quiebra.
Tanto las protestas como los sabotajes recomenzaron en febrero de 1971, cuando miles de viticultores se reunieron en una plaza de Carcassonne, un pequeño pueblo de arquitectura medieval en el pie de los Pirineos, y un viticultor de nombre Jean Vialade tomó la palabra: “Nosotros, los campesinos, seguiremos luchando incluso en la ilegalidad si el gobierno no nos trata con justicia. ¡De pie, viticultores! ¡Levantemos la cabeza porque aún somos hombres!”. La manifestación terminó en disturbio y dejó cuatro viticultores heridos, pero las palabras de Vialade fueron suficientes para que él se convirtiera en uno de los líderes de los viticultores occitanos. Vialade personificaba el sentir de la mayoría de campesinos de la región y jamás ocultó su simpatía –solo ocultó su participación– en las acciones radicales de los CAV en los años que siguieron.
La acción más violenta, sin embargo, ocurrió el 5 de marzo de 1976 durante la “Noche Azul”, una protesta que reunió a los viticultores de Narbonne, cerca de Montpelier, para exigir la libertad de dos camaradas que habían sido arrestados unas semanas antes. Su objetivo era tomarse el puente de Montredon para bloquear una de las salidas estratégicas de la ciudad, pero de repente llegó un contingente de la Policía con la orden de desalojar la protesta. La situación se puso tensa y de repente empezaron a sonar los disparos. Hubo dos muertos: Joel Le Goff, un comandante de la Policía, y Emile Pouytes, un productor de vino de la zona de Corbières. “Señoras, señoritas, señores, buenas noches. La escena que acabamos de ver, en la que manifestantes anónimos dispararon sobre oficiales antimotines desarmados como si fueran conejos, marcará por mucho tiempo la cuestión vinícola en Francia”, dijo esa noche Guy Thomas, el presentador del noticiero nacional de Francia. Fue un hecho que marcó la historia de la lucha sindical en ese país y hoy, casi medio siglo después, aún se celebra una ceremonia el primer domingo de marzo en el lugar del tiroteo.
Según Geneviève Abbé, después de la “Noche Azul” los viticultores occitanos recibieron tantos telegramas de apoyo como cartas amenazantes. El tiroteo de Montredon fue el punto de inflexión que obligó a los CAV a convertirse, poco a poco, en estructuras clandestinas y, finalmente, las autoridades decretaron su disolución en 1984. Sin embargo, lo que explica, en parte, la prudencia de las autoridades a la hora de desmantelar la organización es que en Occitania todo el mundo parece hacer parte de ella: el periodista Antoine Roger cuenta que durante sus investigaciones, en las que entrevistó a 19 personas para escribir un artículo académico sobre los CAV, nadie aceptó explícitamente haber pertenecido a la organización. “Pero sí admitían haber participado en acciones puntuales y conocían detalles precisos de varias de las operaciones que habían sido reivindicadas públicamente por los comandos”.
El prestigio de los CAV aún es palpable entre los pobladores de la región, quienes todavía admiran con cariño a sus figuras históricas. “Si tenemos más de cien años de conflicto es porque las autoridades francesas en París y, en las últimas décadas, las europeas en Bruselas, no han entendido las particularidades de Occitania”, dice un comerciante de vinos que tiene una tienda en la calle Monge, en la capital francesa. “A pesar de sus acciones radicales, la gente simpatiza con los CAV porque los líderes de las luchas vinícolas han sido también líderes de la causa occitana”.
Eso quedó claro en marzo del 2013, cuando Jean Vialade murió en el hospital de Carcassonne a los 86 años. “Fue un tribuno capaz de pregonar la movilización general y arengar a las tropas. Un hombre que reivindicaba sin complejos su condición de campesino y, a la vez, un intelectual que había asimilado perfectamente la historia regional y que alimentaba un fuerte sentimiento de identidad occitana”, dijo el profesor universitario Rémy Pech al diario La Depeche, de Toulouse.
Quienes lo conocieron afirman que en sus últimos días, Vialade todavía se jactaba entre risas de cuando se había dado el lujo de rechazar ofertas de grandes grupos económicos que querían sus pequeños terrenos, de políticos que buscaban ablandar sus posiciones radicales con sobornos o contratos o de cuando los emisarios de Muammar al Gaddafi, a principios de los años setenta, le ofrecieron “entrenamiento y noventa millones de francos” para financiar la lucha de los CAV. Aparentemente, los viticultores de Occitania conformaban en esa época la única organización de acción radical a la que temía el Gobierno francés, y el dictador de Libia esperaba poder usarlos para sus propios fines: “Sabían que teníamos mucho arraigo entre la gente y estaban convencidos de que podíamos ser el punto de partida de una revolución para acabar con el gobierno, pero les expliqué que nuestras luchas eran diferentes”, dijo en una de sus últimas entrevistas, cuando también habló sobre por qué en los años sesenta se había convertido en un pionero de la producción de vino orgánico y había tomado la decisión de embotellar su propio vino, algo que causó un fuerte debate entre los viticultores de la región.
La multitud que acompañó sus funerales en el crematorio de Trèbes era uno de los ejemplos del peso de su legado. La bomba artesanal que explotó apenas cuatro meses después en la sede del Partido Socialista de Carcassonne fue otro de ellos. Era un grito de inconformidad frente a la supresión de una norma europea que permitiría a los viticultores recibir un adelanto del 15 por ciento por cada pedido de vino. Al día siguiente, se decía que un comando del CAV había decidido atacar el símbolo de un partido que a pesar de declararse de izquierda no había defendido sus intereses. “No aprobamos ese tipo de acción, pero entendemos la incertidumbre y la rabia que sienten los viticultores”, afirmó en ese momento Frédéric Rouanet, presidente del Sindicato Vinícola Departamental.
“No aprobamos, pero entendemos”. Esa frase parece ser siempre la forma como los occitanos explican, sin justificar, las acciones de ese grupo radical que en cualquier otro lugar de Europa ya habría sido desmantelado. La región sigue siendo la de mayor extensión de viñedos en Francia y aunque la importación de vino desde España sigue siendo un motivo de tensión y malestar, el turismo alrededor del vino parece haber dado un nuevo aire a las familias viticultoras. En el último año nadie parece haber escuchado sobre los CAV, pero los occitanos saben que la organización sigue presente en esa región, donde el vino es un líquido más preciado que la sangre.
RICARDO ABDAHLLAH
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 149 - JULIO 2019
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