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Historias

CATAR: FÚTBOL EN LAS DUNAS

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Al joven Akram Afif no le tembló el pulso desde los once metros. Era el minuto 82 de la final de la Copa Asiática 2019, Catar iba venciendo a Japón por 2-1 –el primer gol había sido una chilena impresionante de Almoez Ali– y un gol más era todo lo que necesitaba la selección del golfo para sellar la victoria. Ajeno a la presión, el delantero de 22 años aguantó la mirada al portero japonés y pateó la pelota al piso, a la mano derecha del arquero. Entonces celebró con rabia: era un gol especial que le daba a su país el mayor triunfo deportivo de su historia.
Con su gol, que culminaba un campeonato impoluto por parte de los cataríes, Afif enviaba un mensaje claro para todo el mundo: que Catar, al menos en lo deportivo, ya está listo para acoger el Mundial 2022 y ser un anfitrión a la altura de la ocasión. Y todo quedó claro durante la celebración: los rostros de felicidad de los jugadores y las sonrisas cómplices de los líderes de la federación vestidos con túnicas blancas, ya que algunos hacen parte también de la dinastía al mando del emirato, eran la viva imagen de los frutos cosechados por un país que durante los últimos veinte años ha invertido esfuerzos –y mucho dinero– en desarrollar el fútbol nacional.
Hasta hace apenas un siglo, sin embargo, Catar era sinónimo de penuria: una pequeña península pesquera sitiada por el desierto y por el golfo Pérsico. También tenían perlas, muchas, pero esa industria de lujo colapsó a finales de los años veinte y acabó de sumir a la pequeña península en la miseria. Dos décadas después, los primeros brotes de esperanza surgieron en una zona inhóspita de la costa oeste del país en forma de petróleo, pero lo mejor aún estaba por llegar: en 1971, año en el que los cataríes proclamaron su independencia del Reino Unido, dieron con su gran tesoro: el yacimiento de gas más grande del planeta.
Ahora, Catar no solo está bendecido con esas inmensas reservas de gas –solo superadas por las de Rusia e Irán–, sino que además cuenta con poco más de 300.000 ciudadanos. Eso lo convierte en el país con el mayor poder adquisitivo del mundo. Y, además, el desempleo no existe.
Almoez Ali, una de las fichas de gol de Catar para la Copa América. Foto: (CC BY 4.0) Hadi Abyar - Mehr News Agency
Gracias a todo el dinero que ha podido acumular, Doha, la capital de Catar, se ha convertido en una auténtica máquina de invertir en el extranjero. Sus rebosantes tentáculos nutren a bancos como el Barclays y el Credit Suisse en todo el mundo, y marcas como Porsche y Volkswagen, pasando por el sector inmobiliario londinense y los inmensos rascacielos en Europa del Este, tienen entre sus inversionistas a algún catarí. Sin embargo, consciente de que a pesar de su inmensa riqueza, el país no tiene margen para erigirse en una gran potencia militar o industrial, el Estado catarí se las ha ingeniado para ganar influencia de otras maneras: el país ha desarrollado un sector educativo que atrae a miles de estudiantes de todo el mundo, el imperio mediático de Al Jazeera se cuela en los televisores de toda la región y cada vez más en los del resto del mundo, y la aerolínea Qatar Airways conecta a Doha con más de 160 destinos en todo el mundo.
Todo este rompecabezas catarí de soft power, sin embargo, no se podría entender sin el deporte, que es otra de sus piezas clave. Catar no es referencia para nadie en ninguna disciplina deportiva, pero eso poco importa: en el emirato, el deporte tiene muy poco de deporte y mucho de política. Y de dinero. Mucho dinero. Ahí es donde los cataríes hacen filigranas como nadie. En el 2010, sin ir más lejos, el dinero catarí enterró décadas sin publicidad en la camiseta del Fútbol Club Barcelona bajo una duna de 190 millones de dólares. Y un año después, Catar compró el París Saint-Germain, que tiene en su nómina a jugadores como Mbappé, Neymar, Cavani y Buffon, el legendario arquero italiano.
“[El deporte] es uno de los pilares de desarrollo”, responde en un correo electrónico Mahfoud Amara, director del programa de Ciencias del Deporte de la Universidad de Catar, y agrega que el sector permite diversificar la economía y crear simpatía alrededor de la marca del país.
Los deportes más tradicionales de Catar son las carreras de camellos y los festivales de halcones, aunque en la actualidad, debido a la masiva inmigración desde la India, el críquet ha ganado un peso importante. El fútbol aterrizó tarde, ya bien entrados los años cuarenta, y fue avanzando lentamente: el emirato estableció la Asociación de Fútbol de Catar en 1960 y pocos años después pasó a ser miembro de la Fifa. Sin embargo, su historia en el césped ha sido la propia de un conjunto mediocre: hasta la Copa Asiática de este año, Catar era más recordado por sus errores garrafales que por los momentos de gloria. En el 2010, por ejemplo, Catar jugaba los octavos de final de los Juegos Asiáticos contra Uzbekistán; era el último minuto del encuentro, cuando un disparatado fallo del guardameta uzbeko dejó al delantero Fahad Khalfan totalmente solo a un metro de la portería vacía. Entonces sucedió lo impensable: el delantero catarí hizo estallar el esférico contra el poste.
Pero cuando Catar se pone manos a la obra, lo hace en serio. Y con el Mundial del 2022 a la vista, el país se ha esforzado en formar un equipo competitivo que no deje al emirato en ridículo. La columna vertebral de ese proyecto ha sido la llamada Aspire Academy, una academia de deportes fundada en el 2004 con el objetivo de preparar a los atletas cataríes más jóvenes. El propio seleccionador de Catar, el catalán Félix Sánchez, es egresado de la Aspire Academy, a la que aterrizó en el 2006, por lo que está familiarizado con el entorno más joven del panorama futbolístico del país. Además, el desarrollo de su principal liga doméstica, la Liga de las Estrellas, ha brindado una oportunidad a esos mismos jóvenes para competir a un nivel decente, junto a jugadores de otras partes del mundo, entre los que destacan figuras de la talla de Xavi Hernández –histórico centrocampista del Barça, que juega en el Al-Sadd de Doha y acaba de anunciar su retiro como jugador, aunque continuará como técnico en algún equipo catarí– o el brasileño Juninho Pernambucano, que después de ser campeón en siete ocasiones con el Olympique de Lyon fue contratado por el Al-Gharafa, que también juega en la capital del emirato.
La selección de Catar celebrando la Copa de Asia, en enero de 2019. Foto: (CC BY 4.0) Mehdi Bolourian - FARS Agency.
A base de perseguirlo, finalmente este año Catar se apuntó su primer gran trofeo: durante la Copa Asia, celebrada en los Emiratos Árabes Unidos, el conjunto de Félix Sánchez logró hacerse con el título tras llevarse por delante a conjuntos como Iraq y Corea del Sur. Las estampas más morbosas, sin embargo, se vieron en los enfrentamientos contra Arabia Saudí y contra los anfitriones, rivales regionales de Catar: en esos encuentros no faltaron los abucheos contra el himno catarí ni el lanzamiento de botellas y sandalias contra sus jugadores. En la final se enfrentaron a la selección japonesa, una de las grandes del continente y asistente regular a los mundiales, pero los nipones fueron incapaces de plantar cara a los cataríes, que se llevaron el encuentro por un acomodado 3-1. Por ahora, eso les da crédito suficiente para ser recibidos como equipo invitado en la Copa América Brasil 2019, en la que competirán contra Paraguay, Argentina y Colombia en la fase de grupos.
Para Eslam Magdy, periodista deportivo en FilGoal –un medio especializado en deportes con sede en Egipto–, la clave del éxito de la selección de Catar es la versatilidad, la consistencia y la frescura que caracterizan al conjunto. “Tienen un estilo de fútbol directo, son un equipo bien organizado y juegan rápido”, comenta, destacando que se sienten cómodos tanto cuando les toca defender como cuando tienen el balón y pueden imprimir un ritmo rápido. Las dos estrellas más preciadas son el delantero de origen sudanés Al Moez Ali, quien anotó nueve goles en la Copa Asia y fue galardonado con el premio al mejor jugador, y el punta Akram Afif, considerado una de las grandes promesas del país. “Entre ellos se entienden muy bien, y con el balón son rápidos como la luz, solo necesitan unos segundos para plantarse dentro del área”, comenta Magdy, quien suma a la lista de jugadores a tener en cuenta al capitán Hasan Al Haydos, compañero de Afif en el Al-Sadd, el equipo con más títulos de Catar. Por eso, Magdy recomienda no menospreciar a los cataríes. “El nivel del campeonato será totalmente nuevo, pero ellos van a ganar experiencia y a disfrutar, por lo que estarán menos presionados que los equipos suramericanos”, remata. “Creo que lo van a hacer bien, especialmente en ataque”.
Pero más allá de lo deportivo, los cataríes entienden como pocos que el deporte es diplomacia. Así que, en ese terreno de juego, el país se ha desenvuelto siempre con agresividad para acoger grandes eventos que proyecten su imagen al mundo. Y –con el permiso de los Juegos Olímpicos– no hay ningún campeonato que logre ese objetivo mejor que un Mundial de fútbol. En el 2010, Catar apostó por organizar el del 2022. Y lo ganó. Así, Catar se convirtió en el primer país del mundo árabe, el territorio más pequeño y la primera nación musulmana en recibir ese encargo especial de la Fifa, un compromiso que resultaba extraño para un país que nunca había clasificado a una copa del mundo y que no era ninguna referencia para el fútbol.
Organizar un mundial y exhibir todas sus capacidades logísticas en medio de un bloqueo económico regional es una oportunidad muy suculenta: en junio del 2017, una coalición liderada por Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Baréin cortó relaciones diplomáticas con Catar y lanzó una campaña de boicot y bloqueo. Para el cuarteto árabe, Catar es una fuente de inestabilidad regional, pero la mayoría de observadores ven en su maniobra el reflejo de una lucha de poder y un castigo a su política exterior independiente: “Para Catar, organizar un mundial significa mucho”, considera Amara, que apunta que “prepararlo y acogerlo con éxito a pesar de todos los desafíos [regionales] es un reflejo de la resiliencia y el orgullo de la nación”.
Sin embargo, inicialmente, la única razón que el mundo entero encontró para que Catar fuera seleccionado como sede del Mundial 2022 fue el dinero. En parte porque las elevadas temperaturas veraniegas del país, que raramente bajan de los 30 grados centígrados, incluso obligaban a disputar el torneo por primera vez en la historia entre noviembre y diciembre. El escándalo saltó finalmente en el 2015, con el conocido caso de corrupción de la Fifa, en el que estaban involucrados altos dirigentes de la organización en cargos relacionados con blanqueo de capital. Uno de los eventos en el punto de mira fue la adjudicación de Catar 2022, sobre la que aún pesan graves acusaciones de soborno.
Lo peor, sin embargo, no es lo que ocurrió entre los bastidores de la Fifa, sino lo que empezó a ocurrir en Catar: desde que se anunció que se haría cargo del Mundial, el país árabe se enroló en una orgía constructora para levantar, de cara al 2022, trenes, hoteles, carreteras, un aeropuerto e incluso la nueva ciudad de Lusail, situada a 23 kilómetros del centro de la capital. Una presión que recae sobre los hombros de los trabajadores inmigrantes del país, un ejército de más de dos millones de personas que provienen de la India, Nepal, Bangladés y Filipinas, que forman cerca del 90 por ciento de la mano de obra y que trabajan desde hace años en condiciones deplorables.
Construcción del estadio Al Wakrah, diseñado por Zaha Hadid. Foto: (CC BY-SA 3.0) Mat Kieffer. 
Los abusos contra los trabajadores, denunciados sistemáticamente por organizaciones de derechos humanos, arrancan cuando estos aún se encuentran en su país de origen. Se trata de una cadena que empieza con agentes –no siempre reales– que les cobran para llevarlos hasta Catar. Una vez allí quedan introducidos en un régimen conocido como kefala, en el que un jefe gestiona su estatus legal e incluso retiene su pasaporte, lo que da vía libre a la explotación: los sueldos suelen ser desmedidamente bajos, de unos 200 dólares al mes, si no menos, y las condiciones de trabajo son descritas como infrahumanas, sobre todo debido a las extremas temperaturas de Catar, que causan centenares de muertes al año.
A pesar de las reformas cosméticas que el emirato ha ido introduciendo desde el año pasado a medida que iban aumentando las críticas, como la eliminación parcial de la visa de salida del país o el establecimiento de comités de resolución de disputas para abordar las quejas de los trabajadores, las organizaciones que trabajan en la materia siguen considerándolas insuficientes, al igual que la presión ejercida por la Fifa. “Las reformas, tanto en alcance como en implementación, no cumplen con los estándares internacionales”, critica Hiba Zayadin, investigadora del Golfo en Human Rights Watch. “Ocho años después de ganar la candidatura para acoger el mundial, Catar aún está muy lejos de proporcionar un entorno laboral y legal justo para su población migrante”.
Haciendo oídos sordos a las críticas, los cataríes siguen empeñados en seguir con las obras de sol a sol. Uno de los mayores reflejos de estos aires de grandilocuencia será el campo de Lusail, aún en construcción y al que se concederá el honor de acoger el partido de apertura del Mundial y la final del campeonato. Diseñado por Foster + Partners, uno de los estudios de arquitectura más famosos del mundo, el vanguardista estadio estará rodeado por un estanque de agua que permitirá el acceso solo a través de puentes, contará con tecnología para enfriarlo, permitirá tener su sección central cerrada al cielo y distribuirá placas solares para alimentar el campo y su alrededor. Solo para ese estadio, los cataríes estaban dispuestos a pagar hasta 800 millones de dólares, sin importarles admitir que no saben ni qué van a hacer con él tras la copa del mundo.
Lejos de tratarse de la única cifra estratosférica encima de la mesa, las autoridades del país han asegurado que gastan 500 millones de dólares semanales en infraestructura para el Mundial. Un auténtico proyecto de Estado lanzado por el país más rico del mundo, y construido con las manos de los más pobres.
MARC ESPAÑOL
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 147 - MAYO-JUNIO 2019
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