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Historias

¿Qué pasará con la salsa colombiana después de Jairo Varela?

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Revista Don Juan
Por Alejandro Alzate*
Por estos días es mucho lo que se escribe sobre Jairo Varela. Con justa razón se exalta su talento, se rememoran sus inicios musicales, se evoca la sensibilidad que ya se vislumbraba en el niño que tras convertirse en hombre crearía la más importante agrupación salsera de Colombia en toda su historia: el Grupo Niche.
Varela, desde siempre relacionado con la cultura, su madre era la poetisa chocoana Teresa de Jesús Martínez Arce, manifestó desde la infancia una capacidad creativa propia de aquellos que han sido predestinados por la providencia para triunfar. El obsequio de aquella primera guitarra que su madre le hiciera a la edad de 8 años le imprimiría al entonces niño el impulso para dar vida a su primera agrupación: La timba. Con ésta, Jairo Varela, compondría temas como Difícil y Atrato Viejo, en los que empezaba a manifestarse una conciencia crítica de su entorno, como la que también manifestaron con pasión y coraje intelectuales y paisanos suyos como el escritor Arnoldo Palacios, quien, como dato curioso, publicó su obra Las estrellas son negras en 1949, año en que Varela nació.
El camino recorrido por el músico chocoano, oriundo de Quibdó, no fue fácil. De su tierra natal pasó, lleno de sueños, a la fría Bogotá donde estableció algunos contactos importantes, como el realizado con Alexis Lozano en 1978. No obstante, fue Cali la ciudad donde se estableció y sintió cómodo para dar rienda suelta a la aventura musical del Grupo Niche, agrupación con la que grabó más de 60 producciones. El chocoano llegó a esta capital pisando duro pues ya traía dentro de su creciente repertorio temas como Mi mamá me ha dicho y Buenaventura y Caney. Éste último sería un verdadero himno de reivindicación de las costumbres del Pacífico, de la barriada popular negra. Un tema con sabor local que incorporaba por fin ese espacio geográfico vital para nuestro desarrollo económico como nación, pero excluido por las hegemonías políticas y culturales de la ilusión del progreso y la concreción de un futuro digno, mejor, menos desigual, al panorama colombiano.
Interesante pensar a partir de lo que significó aquella canción sobre el rol que tiene el arte, en este caso la música, como una expresión cultural de poder para interpelar con profundidad la realidad de un contexto social, sus prácticas viciadas y su dirigencia defectuosa. La música de Varela fue honesta, nunca cayó en el facilismo lírico (erotismo banalizado) y la mediocridad que parecen ser los parámetros de cierta parte de la industria del disco que solo piensa en cifras e ídolos de barro.
Este músico comunicó a las masas en general  y vinculó a las comunidades en particular atendiendo desde su quehacer sus necesidades de legitimación y representación ante poderes avasallantes. Este corto texto podría seguir, y quizás para algunos debería seguir, con la exaltación del músico para que la gente lo conozca más; sin embargo, en aras de ser consecuente con ese tan mentado y pregonado "ir más allá" que tiene como bandera la academia, tomará otro camino que también, finalmente, rinde homenaje a este caballo de la salsa. Surgen, en consecuencia, algunas preguntas ¿Cómo reaccionará la Salsa colombiana ante la muerte de Jairo Varela? ¿Cómo este suceso afectará la creación  salsera en Cali? ¿Devolverá el legado de Varela a nuestras orquestas el compromiso musical -lírico- con el entorno, la realidad local y nacional? ¿Qué esperanzas se vislumbran hacia la realización de una Salsa de calidad?
Mientras se reflexiona sobre estos interrogantes cabe acotar que con la muerte del director del Grupo Niche se parte en dos la historia de la Salsa en Colombia. Queda un antes donde lo que él hizo funge como  arquetipo serio, comprometido, asumido con pasión y espíritu crítico: con responsabilidad estética e histórica. Y un después que no debe ser inferior en cuanto a la obligación que ahora le queda.
Si Cali quiere seguir en el centro del movimiento salsero, más allá del negocio, el estereotipo y la imagen prefabricada de ciudad rebosante de alegría y actitud carnavalesca, halla con este triste suceso de la muerte del músico chocoano la oportunidad perfecta para emprender el camino hacia el resurgimiento de la Salsa de calidad,  aquella donde el discurso sea contundente como un hacha, alegre y detonante de nuevas miradas de la ciudad y el país, de nuestra compleja realidad y nuestras búsquedas de futuro.
Los hombres pasan pero sus legados quedan, y el de Jairo Varela está aquí, ahora, más presente que nunca. Los cimientos han sido fundidos. Ahora queda continuar, con mano de obra calificada, la construcción de nuestra tradición musical afroantillana.
Por Alejandro Alzate* - Fotografía: Gustavo Vélez - Cortesía Revista BOCAS
* Docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales en la Pontificia Universidad Javeriana Cali y autor del libro Tinta y Son: una mirada sobre literatura latinoamericana y música afrocaribeña, publicado por editorial Poemia el pasado mes de marzo.
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