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Historias

Pollitas en fuga: niños travestis de Cali

Évelin tiene miedo de que la maten.
Frente a un espejo desportillado en el que se refleja un afiche desteñido de Marilyn Monroe, en una peluquería de estrato uno en el sur de Cali, saca un tubito de pestañina de una cartera plateada de material sintético marca Guess, que evidentemente no es Guess. Se acicala las largas pestañas y se mira con orgullo los pechos que han empezado a brotar en su cuerpo delgado de varón adolescente: la cosecha de hormonas inyectadas en los últimos tres años.
Évelin Andrea es alta, espigada, y tiene la piel del color del chocolate. Su verdadero nombre es Marlon, tiene 15 años y desde hace tres, cuando apenas tenía 12 y todavía iba al colegio como todos los niños de su edad, se inyecta hormonas femeninas que compra y le aplican en una droguería cualquiera de Cali a 14.000 pesos cada una, una vez a la semana.
Sus  amigas travestis, que le han enseñado los trucos para sobrevivir en las calles y seducir clientes para venderles su cuerpo, le han dado un consejo que ella ha acunado como si de eso dependiera su vida: "Aproveche que usted está polla y métase hormonas porque cuando cumpla 18 años se le sale el hombre".
- Y yo no quiero eso -dice con tono de preocupación, con una voz que se le escapa robusta pese a que insiste en adelgazarla.
Évelin se pavonea por la peluquería caminando con pasos felinos, ondeando de lado a lado una peluca negra en forma de cola de caballo que le llega hasta la cintura y vestida con una minifalda y una blusa blancas. Domina con glamour de reina de belleza unas sandalias de tacón alto del mismo color; vuelve al espejo y se pinta los labios gruesos de rojo escarlata.
A Évelin le faltaban cuatro días para cumplir 11 años cuando su mamá murió de cáncer. A su papá no lo conoció. "Cuando mi mamá vivía, ella me apoyaba en todo, quería que yo fuera cirujano. Yo era muy buen estudiante". Évelin quedó al cuidado de su abuela y de un par de tíos violentamente homofóbicos. "Mi familia sabe que soy gay desde los 11 años porque me veían el quiebre, así", relata con un marcado acento caleño, dejando caer la muñeca derecha hacia atrás. "Yo me dejaba crecer el pelo y mis tíos me lo cortaban".
Un día, cansado de los maltratos que recibía de su familia y de los compañeros del colegio público donde cursaba el grado séptimo de bachillerato, decidió transformarse en mujer. Han transcurrido tres años desde entonces y sigue viviendo con su familia, que sabe lo que hace y que terminó por aceptarla por la plata que aporta para los gastos de la casa.
Hoy, su único sueño se reduce a  reunir la plata necesaria para empotrarse un par de senos de silicona.
-Con buenas tetas me pagarían más -dice.
En su oficina, en Bogotá, Elvira Forero, directora general del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, me habla de la dura realidad de los niños en el país cuando toco el tema de los niños travestis, me lanza una mirada de desconcierto y me confiesa que ni siquiera sabía que existían y que por esa razón todavía no están en la agenda del ICBF. En la calle les dicen "las pollas" y según Marcela -un travesti de carnes flojas y rostro añejo de 35 años-, tienen dominado el negocio.
"Muchos hombres las prefieran a ellas, que son jovencitas, y no a travestis viejas como una", escupe Marcela con resentimiento y se pierde por las brumas de una calle oscura debajo del puente del Comercio, en el norte de Cali, uno de los 14 sitios identificados donde, en las noches, travestis de todas las edades se agrupan en racimos de tres o cuatro a la espera de algún cliente.
El defensor del Pueblo del Valle, Andrés Santamaría, reconoce que los niños travestis son una dolorosa realidad de Cali, de la que por pudor y vergüenza social no se habla.
-Con ellos -dice- pasa lo mismo que con toda la población trans: la sociedad no les brinda posibilidades, pero sí los utiliza sexualmente. Los consideran ciudadanos de quinta, pero les pagan por sus servicios sexuales. Son niños pobres, de familias disfuncionales, que terminaron en la calle travestidos, prostituidos y explotados porque en su casa no supieron aceptarlos ni orientarlos al descubrirlos con tendencias homosexuales.
Están expuestos a consumir drogas y alcohol, a contraer enfermedades de transmisión sexual y a ser utilizados para actos delictivos: dos de los cinco travestis inculpados en el homicidio de un comerciante ocurrido en mayo de 2009 en el barrio Granada de Cali -lo mataron a golpes con un palo que tenía una puntilla- eran menores de edad que fueron recluidos en una correccional.
No hay datos oficiales sobre "Las pollas". El único caso que tiene documentado la Policía es el de un niño de nueve años que se hace llamar Vanesa y que lidera una banda de niñas ladronas llamada "Las Rativas".
La intendente Yublina Mosquera, coordinadora encargada del Grupo de Policía y Adolescencia del Valle, explica que el menor ha sido llevado ocho veces a los hogares de protección del ICBF, de los que se fuga como si se tratara de una ronda infantil. Évelin Andrea, por su lado, sabe que se mueve en un terreno hostil y tiene miedo de que le pase lo mismo que a 33 de sus compañeras que han sido asesinadas cruelmente, en Cali, en los últimos cinco años. Entre estas, Darlin, una travesti menor de edad, también trabajadora sexual, que perdió la vida tras recibir varias puñaladas.
-Les acuchillan los implantes, les disparan en la cabeza, les meten los tacones de los zapatos y crucetas de desmontar llantas por el ano y las dejan tiradas en los potreros como si fueran basura -dice Pedro Julio Pardo, director de Santa María Fundación, que ha visto cómo crece el inventario de travestis muertos en la capital del Valle sin que las autoridades investiguen los casos y encuentren a los culpables. No hay un solo sindicado por estos asesinatos, admite la Defensoría del Pueblo.
La de Pardo es una institución sin ánimo de lucro que se ha encargado de contarle al mundo que en Cali se vienen cometiendo crímenes de odio contra los travestis y tiene un programa social para los que quieran dejar la prostitución y aprender, por ejemplo, peluquería y computación. La violencia ensañada contra las travestis de Cali ha sido reconocida, incluso, por organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Organización Mundial contra la Tortura, que le han llamado la atención al gobierno colombiano sobre lo que viene sucediendo con esta comunidad. Pardo,  a quien las "chicas" -como les dice él- quieren y respetan, conoce el mapa travesti caleño como la palma de su mano. Por esa razón también ha visto, con horror, cómo la ciudad sigue pariendo niños que terminan como Évelin o como Marcia.
Marcia tiene 13 años recién cumplidos y es otra "polla". Una "pollita", mejor, y es la amiga del alma de Évelin Andrea. Hello Kitty siempre fue su muñeca favorita. Por eso hace un año, cuando le contaron que para verse como una travesti de verdad debía conseguir una cartera, se llenó de alegría cuando encontró una, estampada con la cara redonda y los ojos rasgados de la famosa gatica japonesa. Pero adentro no lleva muñecas: carga el maquillaje, una tira con diez condones, una cajetilla de cigarrillos baratos y la ropa de hombre para cambiarse, en el taxi, de regreso a casa. Después me enteraría de que también carga varios "moños", pero de marihuana.
Marcia tampoco se llama así; prefiere ocultar su verdadero nombre. Tiene un rostro blanco de porcelana, delicado e imberbe. La boca y las mejillas las lleva pintadas suavemente de color rosa; como el primer maquillaje de una jovencita. Luce, con coqueteo de Lolita, una peluca tejida en dos trenzas que le llega hasta los pechos, que no son más que el resultado de un sostén con relleno. Solo la delatan los pardos y gruesos vellos que, imprudentes, ya empiezan a asomársele en las piernas. Si no supiera que es un niño travesti, la podría haber confundido con una adolescente disfrazada de muñeca de trapo.
Su corta vida se podría resumir así: vive en los suburbios de Cali con tres hermanos y una madre cabeza de hogar, empleada de un almacén de ropa de combate del centro de Cali; a comienzos del 2009 se retiró del colegio público donde cursaba octavo de bachillerato porque no pudo más con las burlas de sus compañeros de clase, donde siempre se distinguió por sus buenas notas y por ser un niño inevitablemente afeminado; conoció a un travesti que le hizo entender que era normal que fueran los hombres el motor de sus pasiones y que le enseñó a maquillarse, a "treparse" -vestirse de mujer según el lenguaje travesti- y a inyectarse hormonas.
El niño que jugaba a las muñecas y que adoraba a Hello Kitty, que recuerda con nostalgia los paseos familiares antes de que su padre se fuera de la casa, se inyecta hormonas desde hace un año, desde que tenía 12. Pero sus pechos todavía son incipientes, dos capullos que aún no florecen y que la obligan a meterle rellenos de trapo al brasier.
"Yo, así, soy muy feliz. Felicísima", cuenta Marcia con voz impostada y quebradiza. "Vos sabés, salgo de rumba con mis amigas y con los hombres, y tengo platica para la ropa y las hormonas", sigue ella al explicar que su cuerpo se lo vende a cualquiera -feos, bonitos, gordos, flacos, jóvenes y viejos- desde los veinte mil pesos.
La tarifa depende del tipo de servicio y del tiempo: un rato -15 minutos-, dentro de un carro en cualquier rincón oscuro o en las afueras de la ciudad, cuesta de veinte a treinta mil pesos; si la llevan a un motel donde la dejan entrar sin problema con un hombre que podría parecerse a su abuelo, cincuenta o setenta mil el rato; toda la noche, cien mil o ciento cincuenta mil. Mucho más si el cliente es "generoso", explica haciendo cuentas con sus manos pequeñas, aún de niño, con las uñas largas pintadas de rosado.
Mucho antes de transformarse en Marcia soñaba con ser médico. Hoy, lo único que anhela es ahorrar mucho dinero para los senos de silicona y para cambiarse de sexo cuando llegue a la mayoría de edad. Sí, cambiarse de sexo, para poder viajar a Europa donde -le han contado- las travestis operadas ganan muy bien. Su mamá sabe qué hace cuando sale de casa.
-Como no me puede prohibir nada, y tampoco me da nada, me recomienda que me cuide de las enfermedades y de los homofóbicos que se la pasan matando travestis en la calle.
En el peligro de la noche ha aprendido a capotear tanto a indigentes y ladrones, como a los mismos policías. "En la calle no hay que  demostrar miedo, y menos a los policías", dice ella al recordar que un grupo de uniformados, una noche, la corrió hasta alcanzarla. "Me cogieron, me quemaron la peluca y me dieron tabla".
Un informe de la Defensoría del Pueblo del Valle, publicado en el 2009, evidenció que la Policía es la institución que más agrede a la llamada población trans de Cali, según sus mismas denuncias.
-La peluca chamuscada era rubia, lisa y larga -dice Marcia.
Évelin Andrea confiesa que el miedo a la muerte le palpita en las arterias cada vez que sale a las calles. 
-Uno no sabe si el hombre que lo recoge a uno lo va a matar. A muchas amigas travestis las han matado. Una vez pasó un hombre que quería hacerme la maldad: si no me escondo detrás de un poste, me mete un tiro -me contó.
-Una vez llegó un negro horrible, gordo, olía feo y todo. Me ofreció treinta mil pesos. Yo le dije: ¡mírame y mírate, págame más! No quiso, y me tuve que ir con él. Además, no se quería poner preservativo. Otra vez me tocó con un viejito como de cien años que no paraba de temblar.
Varios meses después de la primera entrevista, volví a buscar a Évelin a través de Xiomara, una travesti de 42 años, altísima y maciza, con un par de senos escurridos como naranjas secas que ya no le permiten ser prostituta sino peluquera de barrio pobre e instructora de travestis en formación.
Toda travesti tiene una mentora o "madre". Y Xiomara, que sirvió de contacto para la entrevista, es todo eso para Évelin Andrea. Ella la llama "madre" y la abraza.
Según Stella Cárdenas, directora de la fundación Renacer -que lucha contra la explotación sexual de la que son víctimas en Colombia unos 35.000 niños según datos oficiales-, las "madres" suelen ser quienes las prostituyen con pretensiones económicas, como cobrándoles el favor por enseñarles el oficio de ser travesti. Xiomara frunce el entrecejo y con los ojos, como puñales filosos, me quiere expresar que ese no es su caso. Y menos ahora:
-Mi amor, anoche casi matan a la niña, a la Évelin -me dijo sobresaltada y me pasó por teléfono a Karla, un travesti de 23 años que estuvo presente cuando un hombre con buena estampa -según ella- la sujetó por el cuello y luego le clavó un cuchillo en la espalda.
El atentado fue en la "calle del pecado", en inmediaciones de la Beneficencia del Valle, un sector céntrico de la ciudad. En la noche, la "calle del pecado" es un nido purulento donde hierven prostitutas, travestis, jíbaros y ladrones.
-Llegué en un taxi y vi una riña. Todas las maricas pensamos que era la Policía que estaba haciendo batida, pero no, eran unos hombres que estaban dando balín desde una camioneta -cuenta Karla, como si estuviera atragantada-.
Disparar balines desde los carros y acuchillar a las travestis se ha convertido en una suerte de juego maligno para algunos sujetos en Cali. Eso me lo había explicado Santamaría Fundación y así ha quedado documentado en los reportes de las travestis agredidas y asesinadas que llegan a Medicina Legal. También les disparan con pistolas de paintball (balas de pintura de alto impacto) y les arrojan huevos y botellas de vidrio.
Karla, notablemente afectada, cree que a Évelin Andrea la apuñalearon porque se les enfrentó a los hombres de la camioneta, lustrosamente negra.
- ¡Es que esa marica es muy grosera!
Fue ella quien la recogió de un charco de sangre para llevarla en un taxi al hospital, mientras ella, con lágrimas de pestañina regada y con voz de niño temeroso, le suplicaba que no la dejara morir.
- ¿Y cómo está?
 Está mal, parece que la puñalada le perforó el pulmón. La abuelita la está cuidando. Tres días después me comuniqué de nuevo y me contó que ya había salido del hospital, que estaba en la casa con su abuela. La llamé y no quiso pasar al teléfono. Estaba triste, me dijeron.
- El concepto de felicidad de los niños travestis no es otra cosa que un juego de niños -dice el psiquiatra infantil Álvaro Franco-. El hecho de sentirse liberados, sin la presión de la familia ni de los compañeros de colegio que los discriminan por su orientación homosexual, los hace sentirse exultantes: ganan dinero y no tienen ninguna responsabilidad escolar ni familiar.
La última vez que había entrevistado a Marcia y a Évelin me dijeron que les estaba haciendo perder clientes. En esa ocasión, al otro día, las busqué en la peluquería de Xiomara y no me quisieron atender. 
-Te dejaron saludes. Se fueron a fumar marihuana. Las niñas no quieren dejarse ver vestidas de hombre.
Miré al frente y vi sus pelucas en un perchero al lado del afiche desteñido de Marilyn Monroe. Eran dos juguetes abandonados por unas niñas perdidas que, en un rato, seguramente saldrían a jugar.
Por Jose Alberto Mojica Patiño
Fotografía Bernardo Peña
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