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Historias

Una entrevista con Angélica Lozano

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Foto:

Revista Don Juan
Cualquiera pensaría que una senadora no solo cuenta con un sofisticado esquema de protección, sino que, como buen político, vive en un lugar exclusivo de Bogotá. Nada más lejos de la realidad: aunque llegó al Senado de la República con 105.000 votos en el 2018, anda como cualquier otro ciudadano, sin escoltas ni camionetas, y vive en un edificio anodino de uno de los barrios más tradicionales de Bogotá.
Angélica Lozano se ha ganado a pulso su reputación de mujer frentera y aguerrida. Abogada de la Universidad de la Sabana, ha sido, entre otros, alcaldesa de Chapinero, concejal de Bogotá, representante a la Cámara y senadora. Es, además, activista por los derechos de las personas LGTBI, abanderada de varias causas progresistas –como la prima para trabajadoras domésticas, que sacó adelante–, y fue vocera del referendo contra la corrupción. Hace poco la vimos “cantándole la tabla” en el Congreso al exministro de Defensa Guillermo Botero, y en una fotografía que se volvió viral y generó toda clase de comentarios: la del beso con su pareja, Claudia López, el día en que esta ganó la alcaldía de Bogotá y se convirtió en la primera mujer en ocupar el segundo cargo político más importante del país.
Pero más allá de esa imagen pública, Lozano es una mujer de trato fácil y maneras descomplicadas. Está sentada en un sofá cómodo, sin zapatos, en la sala de su casa, franqueada por una biblioteca llena de libros de política y una pared con un enorme mapa de Bogotá, que la nueva alcaldesa tiene rayado con marcadores de distintos colores. De entrada, mientras comenta la renuncia del exministro Botero, revela detalles curiosos, como su amistad con la senadora del Centro Democrático Paloma Valencia.
¿¡Se lleva bien con Paloma Valencia!?
No solo bien: muy bien. Estoy segura de que cuando no seamos senadoras, vamos a seguir en contacto.
Uno pensaría lo contrario, viéndolas en orillas tan opuestas…
Nos respetamos. Ella cree en sus convicciones; yo creo que está totalmente equivocada, pero son sus convicciones. Siento que ella es distinta a los demás: es una mujer extraña, especial, estudiosa y muy juiciosa. La llamada para felicitar a Claudia por el triunfo de la alcaldía fue divina, muy bonita.
¿Con Claudia también se la lleva bien?
Sí, cuando la llamó le preguntó en qué podía servirle para Bogotá, que cualquier puente que necesitara con el Gobierno, ella ayudaba. Le dijo que le parecía lo mejor ese resultado, que qué bueno que fuera una mujer que defendiera la reserva Van der Hammen, que ojalá se luciera. No, es que fue una llamada divina, de las más bonitas.
De eso se trata también, ¿no? De poder dialogar desde las distintas convicciones…
No sé si se pueda generalizar. O sea, Paola Holguín, por ejemplo, no me saludó en cuatro años. Yo no me la llevo bien con todo el mundo, pero con mucha gente cruzo al menos un saludo amable. Ella ni me saludaba, ¡en la mirada se le veía un odio!
¿Y con Uribe cómo le va?
Ese tipo es bien curioso. Conmigo es amable.
¿Pero van más allá del saludo?
Sí, yo lo he cogido y lo he cuestionado. Aprovechando conversaciones solos, le he dicho: “¿Usted cómo hace tal vaina? ¿Cómo hace lo otro?”. En ese tono.
¿Y cómo responde?
Con su tonito amable. Hace poco me bloqueó en Twitter y no habíamos vuelto a hablar, hasta que un día llega y me dice: “¿Y usted por qué ya no me saluda?”. Yo le dije: “Pues como usted me bloqueó en Twitter, eso quiere decir que no quiere ningún diálogo”. Entonces me responde: “¡No! Yo la bloqueé para evitar contestarle porque usted a veces es grosera conmigo”. Y yo le dije que no, que yo lo cuestiono y le doy mi opinión dura, pero que nunca soy grosera. Él se reía.
Me imagino que la relación de Uribe con Claudia es más complicada…
Él siempre me dice: “Es que con usted se puede hablar, con esa otra no”. Pero, ¿cuál es mi lógica? Si uno está en una corporación y este país está en un despeñadero, pues toca hablar con los otros porque no se van a extinguir. Mi lógica es que aquí cabemos todos. Nosotros les fastidiamos y no nos vamos a ir; ellos no nos gustarán mucho, pero tampoco se van a ir. ¿Entonces qué? ¿Guerra? ¡No! Civilización, manejo de las diferencias.
A propósito de Claudia, ¿cómo vivieron el triunfo para la Alcaldía?
Con mucha emoción. Fue una lucha dura porque ella es una mujer alternativa, no es del establecimiento y tiene unas posiciones que le han generado costos. Claudia es una mujer de carácter que desafía la continuidad; en esta campaña, por ejemplo, desafió al alcalde actual, que tenía dos candidatos, y hasta a Petro. Es más: Petro hizo agravios y mentiras que no hizo ni siquiera la derecha, ni mucho menos los homofóbicos o los clientelistas.
Cuando empezó a subir Galán en las encuestas, ¿pensaron en algún momento que podían perder?
Claudia nos lo repitió durante meses: “Esto se va a apretar; ahorita estamos arriba, pero esto luego se va a apretar”. Ella se preparó para eso desde el día uno. La última semana yo estaba absolutamente tranquila, y con eso no quiero decir triunfalista o sobrada. Estar tranquila es que yo sentía la calle muy bien: la gente estaba animada, pitaba, saltaba, nos llamaba…
Hablemos de esa foto del beso que se volvió viral y que generó tantos comentarios…
Las cosas espontáneas salen así. Nunca planeamos nada, nuestra relación es pública y somos figuras públicas, nosotras salimos de la mano un domingo y cualquiera nos puede ver en la calle. Nunca hemos ocultado nada, pero tampoco mostramos. Lo manejamos sin misterio. Entonces, fue algo muy natural. Era un momento muy intenso de la campaña, para el que habíamos trabajado tantos meses; estábamos en una sala aislada, con las dos familias. Cuando salió el primer boletín alguien gritó: “¡Ya ganamos!”, pero nosotras queríamos esperar. Cuando ya un boletín dijo que iba el 81 por ciento de las mesas escrutadas, yo me paré y me fui hacia donde ella estaba; ella vino hacia mí y ahí fue cuando nos abrazamos, nos dijimos muchas cosas y nos dimos el beso. Al rato es que nos dimos cuenta de que la foto estaba por ahí rondando; no sabemos quién la tomó, pero no hubo ninguna mala intención.
¿Cómo toma usted las críticas que eso ha suscitado?
A mí me parece que en esas críticas hay un doble estándar. ¿Quién ha dicho que sobró el beso que le dio el presidente Duque a su esposa cuando ganó? ¿El que le dio Peñalosa a la suya? La lucha por la igualdad será hasta que este tipo de cosas se vuelvan costumbre.
La historia de cómo se conocieron ya la han contado varias veces: el libro que ella le firma y la amistad que ahí nace. ¿Qué cosas hay de la relación de ustedes que no se sepan?
Le voy a contar una cosa: en el 2010, yo fui candidata a la Cámara y me quemé. Ahí ya éramos más amigas. Cuando estaba en esa campaña invité a varios amigos a mi casa, entre ellos a Claudia; ese día empecé a sacarles excusas, a decirles que mejor no iba a lanzarme. Nadie entendía. Yo en ese momento tenía una novia y esa era la razón por la que no quería seguir, pero no les había dicho la verdad. Ellos me fueron tumbando todas las razones que les daba hasta que me tocó decirles: “No, la verdad es que yo creo que mi relación con –vamos a llamarla Pepita– no aguanta la campaña; ella no entiende, no le gusta la política y este no es su medio”. Claudia, que estaba sentada en el sofá, se demoró un microsegundo en pararse y gritar durísimo: “¡Neeeext, next!”. Todos quedamos fríos. Entonces ella dijo: “Si su novia no entiende lo que usted hace, lo que la apasiona, si no la apoya en esto, no tiene que dejar la campaña, tiene que dejar es a la novia”. ¡Pero el cuento del “Next” no acaba ahí! Dos años después ella vivía en Estados Unidos y yo estaba en el Concejo. Una vez fui a visitarla. Estábamos en Chicago, íbamos yendo al centro en carro y ella iba manejando. Entonces, de repente, le digo yo: “¿Quieres ser mi next?”. Y ella me responde, muy seria: “No, I want to be your last”.
¿Qué hacen cuando no están pensando en política?
Yo soy perezosa, no hago ejercicio ni oficio. A mí se me puede caer la casa encima. Ella, en cambio, tiene siempre todo ordenado, es impecable. Hace de todo: cocina, lava, barre. También hace deporte; al principio le estresaba que yo no hiciera nada, pero ya me aceptó así. Nos gusta el cine, hablar, leer, caminar mucho…
¿De dónde sale su vena política, Angélica?
Esa sale tan espontánea como el beso. Está en uno. A mí me crio la familia de mi mamá, en un pueblo godo electoralmente. La familia de mi papá es conservadora y la de mi mamá, liberal. De todas formas, yo los veía iguales; luego fue que entendí las diferencias. Crecí siendo inquieta, siempre me interesaron los temas públicos sin saber todavía que eso era política. Cuando cumplí 18 años eligieron a Samper de presidente y lo mío fue una obsesión exagerada: fui voluntaria de la veeduría ciudadana, me leí los 10.000 folios de la investigación. Me sabía todo. En esa época estudiaba en Chía y, como era de pueblo, no tenía amigos en Bogotá; aun así, me iba sola a las marchas en el centro y ahí conocí gente. Me metí a unas tertulias de un grupo que se llamaba Causa Común, nos reuníamos en la 62 con 4, leíamos, hablábamos de política. Así empecé…
 
¿Entonces su familia es muy polarizada?
La familia de mi mamá, no; esa es perfecta. La de mi papá sí, es superconservadora, y eso que mi papá es un godo flexible. Cuando me lancé a la Cámara, en el 2010, yo salí a votar temprano y luego nos fuimos a acompañar al “Profe” Mockus. Mi papá no aparecía por ningún lado ni me contestaba el teléfono; al rato me llama y dice: “Angelita, fui el primero en votar, a las ocho en punto voté. Ahora estoy en Arbeláez porque yo soy el jefe de debate de Andrés Felipe Arias”. Yo no lo podía creer. Entonces le dije: “¿Entre Andrés Felipe Arias y yo usted lo escoge a él?” Le colgué furiosa, se me salían las lágrimas. No hablamos en seis meses.
¿Cómo se reconciliaron después?
Pues papá es papá. Ahora no se me despega el día de elecciones, se queda las ocho horas ahí conmigo.
Cámara, Concejo, Senado, ahora pareja de la alcaldesa… ¿Cómo va a seguir su carrera? ¿Cuáles son los planes?
Pues yo promoví el límite a la reelección; la experiencia dentro del Congreso es valiosa, pero máximo por tres periodos. No tengo ni idea qué sigue. Cuando era joven quería llegar al Congreso, tenía esa meta. Ya lo hice. Ahora la respuesta es que no me he planteado otra cosa. Ya veremos.
MARTÍN FRANCO VÉLEZ
FOTOS: ALEJANDRA QUINTERO
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 153 - NOVIEMBRE 2019
Revista Don Juan
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