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Historias

Pascha, el prostíbulo más grande de Europa

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 Pascha: palabra latina de origen griego. Pachá: versión vulgarizada del vocablo que en español denomina al hombre que es fresco, gozón, sinvergüenza, bebedor, fumador y que se acuesta con todas las mujeres posibles.
Pascha: esta palabra, en Alemania, en la emblemática Colonia, es el sinónimo del prostíbulo más grande del Viejo Continente. Pascha es seis letras de color rosa atravesadas verticalmente sobre una mole de concreto color-industrial-azul-chillón que desentona por completo con los pequeños edificios grisáceos que la rodean y que conforman el distrito de Nippes, un barrio a menos de diez minutos de la imponente catedral gótica de la ciudad.
En promedio, este burdel, fundado en 1974, alberga a 150 prostitutas provenientes de todos los confines de la tierra. La cifra puede variar, pero por lo menos se garantizan cien mujeres dispuestas a decir a todo que sí. En Pascha hay lugar para todas las fantasías sexuales que una billetera esté dispuesta a pagar: sexo anal y oral, juego con vibradores, lesbianismo, sadomasoquismo, insultos eróticos, lamida del cuerpo, cojones y ano, masajes con aceites en el cuerpo y en los pies, sexo con discapacitados, striptease, sexo en grupo y hasta juegos sexuales con heces fecales y orina.
Fotografía: Karsten Schöne
El prostíbulo ha sabido venderse bien publicitariamente y sus eventos son registrados con bombo y platillos por todos los periódicos amarillistas alemanes. Los fotógrafos, por su lado, tratan inútilmente de pillar in fraganti al famoso actor o cantante local o internacional que visitó el prostíbulo. Pero todo es reserva. “Jamás”, me dice Armin Lobscheid, gerente general de Pascha, “se violaría la intimidad de los clientes”. Me voy a quedar sin saber si Eminem, el rapero blanco más famoso del mundo, y su paisano, el actor Nick Nolte, tuvieron en una de sus tantas visitas al burdel, orgías dignas de Calígula.
En la entrada de Pascha dos porteros vestidos altos, rubios y musculosos, me hacen seguir y me piden que “tome asiento y espere al señor Lobscheid”. La imponencia de arrastra una señal explícita: no puedo circular sola por el edificio. Thomas, el administrador, me lo ratifica: a las mujeres no se les consiente el acceso al prostíbulo. Ni siquiera en compañía de un novio o esposo para ver el show de las bailarinas desnudas. No falta el borracho que solicita los servicios sexuales de una mujer que a duras penas se acuesta con su esposo.
Cada piso de Pascha tiene entre 10 y 20 prostitutas. En total son once pisos, pero los primeros ocho están destinados a las chicas y sus habitaciones. La oferta viene de todos los confines: prostitutas de Tailandia, Ecuador, Suecia, México, España, África, Turquía, Cuba, Francia, Italia, Gran Bretaña, Polonia, Alemania, Albania, Moldavia, Venezuela, Hungría, Costa Rica, República Checa, Croacia y hasta Colombia (dos para ser más exactos). El lema con el que se anuncia Pascha en su página web en español es totalmente directo: “Sentirse como un pachá es estupendo”.
FOTOGRAFÍA: KARSTEN SCHÖNE
En promedio, mil hombres, entre alemanes y extranjeros, entran y salen diariamente de Pascha. Este es el consolidado que tiene Armin. Los fines de semana el número de visitantes desciende, pero por mal que le vaya contará al menos con 700 machos hambrientos. Los gustos y las preferencias de todos, según me dice mi guía, se resumen en una sola palabra: sexo. Pero para saber exactamente qué puede gozarse hasta la exasperación en este Disneyworld del mundo sado-masopornográfi co, hay que comenzar por los pisos de arriba: el área VIP. Los pisos once y diez son el área exclusiva del burdel. Las bebidas alcohólicas y sin alcohol son gratuitas con excepción del champán. Una botella cuesta 150 euros, mientras que la pequeña –que alcanzaría para dos copas– vale 15 euros.
Fotografía: Karsten Schöne
El piso once cuenta con dos áreas relativamente amplias. En la primera están el bar y un piano para amenizar el ambiente. La sala contigua guarda sofás amplios y sillas para apoltronarse y ver el espectáculo: en la mitad de la sala hay un columpio de cuero negro para los juegos sexuales.
El décimo piso se encuentra acondicionado con sillas y mesitas para sentarse y charlar entre amigos. El salón contiguo tiene dos jacuzzis enfrentados entre sí y deja ver en sus paredes de color terracota y naranja varias pinturas que parecen extraídas de Las mil y una noches.
Es lo único femenino que se ve: en este piso no hay ni una sola prostituta en los pasillos. Hay, eso sí, varios cuartos dispuestos en los corredores. Habitaciones amplias agradablemente decoradas al estilo árabe, con camas grandes y mullidas en las que se puede aprender una lección todavía no aprendida del Kamasutra.
FOTOGRAFÍA: KARSTEN SCHÖNE
FOTOGRAFÍA: KARSTEN SCHÖNE
Una vez recuperadas todas las energías, el cliente puede llamar a la recepción (hay teléfonos disponibles por todas partes) y preguntar por el menú de prostitutas a la carta para volver a empezar la faena. En el área VIP vale la pena echarle una mirada o una “revolcada” en el cuarto de sexo en grupo. Desde allí, entre manos y piernas, tetas y quién sabe qué más, se puede tener una vista maravillosa sobre la ciudad y divisar la famosa Catedral de Colonia. Las ganancias de Pascha son un misterio total. No me revelan ninguna cifra. En Alemania el sistema de impuestos es bastante rígido y todas las empresas se protegen financieramente. En especial esta. Tal vez por eso tampoco puedo saber cuánto se gana una prostituta al día. Las cifras no me las revela ni Armin ni ellas. Y para no quedar con las manos vacías hago un maratónico recorrido de los pisos uno al ocho para indagar precios. Para que un cliente pueda acceder al prostíbulo debe pagar una entrada de cinco euros para circular libremente por los ochos niveles. El valor incluye el consumo de todas las bebidas no alcohólicas (gaseosas, café, té, jugos, agua).
A los diferentes pisos se accede por una escalera principal que conduce de tacones a piernas gorditas y delgadas; de traseros tímidamente cubiertos a caderas insinuantes; de pechos que saltan del brasier a bocas enmarcadas en rostros maquillados; de ojos vivaces a palabras que coquetean, seducen y finalmente fijan un precio: el sexo oral cuesta 30 euros ($87.000). Para un instante de sexo hay que pagar más, pero los precios son disímiles, porque cada cortesana fi ja el suyo. Quizás 50, 60, 70 euros. Su autonomía es tal que es ella quien decide –y no la casa– cuánto quiere cobrar y el burdel no les reclama a las chicas ni un solo centavo por la venta de sus servicios sexuales. Sólo los 155 euros diarios del cuarto.
En el octavo piso comienza a apreciarse el harén de mujeres que, sentadas en una silla alta de cuero negro, apostadas al lado del cuarto, esperan pacientemente la visita de los clientes. Para que todas tengan las mismas oportunidades, me explica Armin, no se les permite andar de un lado a otro, ni acosar, ni perseguir a los clientes, ni estar en la barra de la recepción, y mucho menos, sin expresa petición del cliente, estar en el bar del salón VIP. Ninguna es la consentida o la estrella del lugar. Todas permanecen sentadas coquetamente en su silla con las piernas cruzadas. Algunas llevan una ligera camisa transparente. Otras visten un mini- conjunto de blusa y falda que insinúa todo. En el séptimo piso, en un corredor aparte, se encuentra la pared del sexo oral (Blasewand). Una lámina de madera aglomerada, de dos metros de altura y pintada de color rosa, permite que los hombres se escondan tras la pared e introduzcan su pene por uno de los tres orificios disponibles que luego, según el deseo, será objeto de una buen relameo o dirigido para una penetración anal al estilo perrito.
El campo está abierto a la imaginación. En este mismo piso se encuentran los transexuales. Allí conozco a Perla, una brasileña con pechos erectos como cuernos de toro, tiene tacones negros de 15 centímetros y exhibe en las paredes de su cuarto una serie de fotografías en las que sus tetas brotan del ajustador y la faldita levantada muestra un agresivo pene moreno. En un extremo hay una silla y una serie de repisas que albergan uno que otro muñeco de peluche.
En el sexto piso hay tres tailandesas con las que trató de entablar una conversación. Una de ellas no me entiende, no habla alemán y necesita traducción por parte de una de sus paisanas. Ninguna me dice cuánto cobra por su servicio. La que no entiende alemán tiene unos veinte años, estatura baja, cabello lacio y una cara inocente. Me parece que está recién iniciada. Su forma de vestir es más recatada que la de sus vecinas. Lleva un traje corto, nada transparente, nada lujurioso. Su cuerpo no respira la sexualidad de sus vecinas. Hablo con una de ellas, delgada y bonita, y me dice que por favor no la tome en cuenta. Tiene un trabajo aparte, familia y amigos y nadie se puede enterar de su oficio adicional. No le sirven de nada mis explicaciones de que la revista es de Colombia y no de Alemania. Se esconde en su cuarto y sólo se asoma cuando me despido.
En el quinto piso está el cuarto del Médico (Arztzimmer). Este cuarto forma parte de los cuatro cuartos temáticos que han organizado para satisfacer toda clase de fantasías. Su uso por parte de las chicas y de los clientes no tiene costo adicional. Es completamente blanco y posee una camilla que, sin duda, es la misma que se utiliza en los consultorios de ginecología para jugar todos los roles: el médico y la enfermera; la paciente y el médico; y así sucesivamente. No está mal, pero me parece más elegante el consultorio del galeno para que una vez a la semana y de manera gratuita resuelva las enfermedades de todas las prostitutas.
Fotografía: Karsten Schöne
FOTOGRAFÍA: KARSTEN SCHÖNE
Pascha también les ofrece solárium y salón de belleza. En el cuarto piso se encuentra el cuarto rústico (Bauernstube), con paredes hechas revestidas de troncos grandes de madera y montículos de paja. El hombre puede follarse a una chica vestida con ropa típica de la región de Bavaria. Me tropiezo en el tercer piso con una boutique de ropa sexy y caliente que Armin me asegura es bas tante “exclusiva”. En el segundo piso, para continuar con las fantasías bizarras, hay un cuarto con un auto Fiat blanco para aquellos que quieren revivir lo complicado que es echarse un polvo en un carro.
Nora, una dominatriz francesa que trabaja desde hace cuatro años en Pascha, está en el primer piso. Mide algo más de 1,60, tiene tez blanca y pelo negro azabache. Viste un conjunto de cuero negro de chaleco, pantalón y botas negras altas. Me simpatiza. Es abierta y no tiene reparo en contarme su especialización: los juegos masoquistas; golpea, castiga, encierra en la jaula al niño malo y puede desplegar las palabras más sucias y vulgares del alemán y el francés.
Practica el “Natursekt” con sus clientes (lluvia dorada). El cliente debe pagarle mínimo cien euros y en cada servicio adicional una pequeña fortuna. No me dice cuánto cuesta cada “extra”, pero con cuatro clientes al día gana lo suficiente para pagar el alquiler de la habitación (155 euros por día) y todavía le sobra dinero para sus gustos más frívolos. En ese momento hacen su aparición dos clientes que sobrepasan los cincuenta años y quieren sexo en grupo.
El cuarto de sadomasoquismo no es precisamente grande (10 ó 15 m2) y está pintado completamente de negro. En sus cuatro paredes abundan objetos como cadenas, máscaras, ropa femenina de cuero, esposas y vibradores de diferentes colores. En una esquina de la habitación se halla una jaula empapelada en rojo donde cabe un hombre –acaso– acuclillado. El techo de la jaula se usa como una mesa provisional para los látigos y espátulas con los que se hace el trabajo. Adicionalmente hay una mesa rectangular negra, con grilletes en ambos extremos, y una cruz de color rojo atravesada sobre una de las paredes para aprisionar a una persona por muñecas y tobillos. Y si no queda satisfecho ni con la tunda ni con su acompañante –o con sus acompañantes– puede reclamar el dinero de vuelta.
Pascha ofrece beneficios insólitos, por ejemplo, además de la “oficina de atención al cliente”, en la que el burdel y no la meretriz devuelve el dinero, se puede pagar con tarjeta de crédito. Hay ofertas mensuales como embetunada de zapatos, rasurada al estilo antiguo con navaja o servicio de catering como en los aviones. Y, claro, no podía faltar el show con las bailarinas. Sólo se puede mirar, nada de manosear y mucho menos pedir servicio a la cama. Para reemplazar el vil papel moneda y hacer que las bailarinas se sientan motivadas, Pascha creó su propia moneda: “El Euro Pascha” (su equivalente es un euro), que se les puede meter a las chicas entre las tangas. Estos billetes de plástico, con mujeres desnudas en ambas caras, se compran en la caja y la bailarina puede cambiarlos después por moneda real. La entrada a esta sala cuesta 25 euros entre semana y 30 euros los fines de semana. El cliente paga y puede beber lo que quiera sin medida.
FOTOGRAFÍA: KARSTEN SCHÖNE
Antes de irme le pregunto a Armin si Pascha es realmente el prostíbulo más grande de Europa. “Hasta ahora nadie ha reclamado ese título”, me responde muerto de la risa. Pero no tengo dudas, sólo hay que ver la cartelera de “eventos especiales” que organiza Pascha. Tatjana, la prostituta estrella de una agencia de compañía femenina, quiso romper en este lugar un récord Guinness y aseguró que podía, en un solo día, satisfacer a 200 hombres con sexo oral. Después del visitante número 148 tuvo que desistir de su empeño. ¡Estaba muerta de cansancio!
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