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Historias

María Sharapova: el ángel caído

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Con el aplazamiento hasta septiembre de la resolución del Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS ), María Sharapova se quedó definitivamente sin acudir a los Juegos Olímpicos de Río. La propia tenista rusa prefirió no acelerar los plazos de apelación contra su castigo de dos años por consumo de Meldonium, una sustancia prohibida desde principios de 2016. Esta es la historia de una de las grandes jugadoras de siempre, una mujer que revolucionó el tenis a partir de sus magníficas aptitudes con la raqueta, su inteligencia y una belleza que ayudó a propulsarla como uno de los íconos del deporte contemporáneo. La confesión del positivo en un control antidopaje en el pasado Abierto de Australia supuso un auténtico shock, quién sabe si el principio del fin de la formidable carrera de la ex número uno del mundo y ganadora de cinco títulos de Grand Slam. 
El 27 de enero de 2018, en vísperas del Abierto de Australia, una tenista de 31 años que fue número uno del mundo y ganó cinco títulos del Grand Slam vuelve a las pistas después de dos temporadas proscrita por haber consumido una sustancia prohibida. Lejos quedan los días de fuego de la intrépida muchacha que alzó la copa sobre el All England Club con tan solo 17 muy rubias primaveras, la casi niña que había inaugurado en Tokio su formidable colección de títulos con tan solo 16 años y cinco meses. Pocos podían imaginar que María Sharapova reuniría paciencia y arrojo para regresar a las canchas de las que fue desalojada por ingerir Meldonium, producto destinado a aumentar el rendimiento deportivo del que hizo uso durante una década, sin reparar en su prohibición desde el pasado 1º de enero. La mayor diva que ha dado este deporte, la raqueta que logró conciliar el éxito deportivo con la rentabilización mercantil de una espectacular figura capaz de generar más de 200 millones de dólares está de vuelta. Queda por ver si la jugadora nacida en Nyagan, localidad próxima a Siberia, el 19 de abril de 1987, aún conserva el entusiasmo y la ambición que la llevaron a conquistar un total de 35 títulos, entre ellos dos veces Roland Garros, una Wimbledon y otra el Abierto de Estados Unidos, si en un circuito atomizado y en permanente evolución queda lugar para ella.
¿Cuántos de nuestros lectores darían crédito a este pequeño ejercicio de periodismo ficción que nos ha servido para introducir la hoy triste historia de María Sharapova? Resulta difícil imaginar que, salvo que prospere finalmente el recurso ante el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS ), Sharapova decida retomar la que es su profesión desde hace casi tres lustros.
“Nada me venía a la mente a las seis de la mañana excepto que había decidido volver a jugar al tenis otra vez”, escribió en su cuenta de Facebook el 10 de marzo, un día después de confesar en una estremecedora rueda de prensa que había dado positivo en el Abierto de Australia, aún sin conocer que en poco menos de tres meses la Federación Internacional de Tenis (ITF) le aplicaría un castigo que iba a imposibilitar su presencia en los Juegos de Río, uno de sus grandes objetivos tras obtener la plata en Londres 2012.
Poco dada a la rendición desde que con siete años emigró a Estados Unidos de la mano de su padre, Yuri Sharapov, tardó poco en proclamar su enojo. “No puedo aceptar esta injusta sanción”, manifestó, por considerar que la aplicación del artículo 8.1 del Programa Antidopaje del Tenis obvió la falta de intencionalidad en el consumo de una sustancia que hasta finales de 2015 se vendía sin receta como suplemento para fortalecer el corazón y era de consumo habitual entre muchos deportistas de su país, el lugar donde más se comercializó. Poco antes de la prohibición por la Agencia Mundial Antidopaje, se encontraron rastros de Meldonium en 724 de 4.316 pruebas de orina realizadas por controladores rusos. Con el atletismo de este país excluido de los Juegos por el Comité Olímpico Internacional (COI), al considerar que se han producido durante largo tiempo prácticas de dopaje sistemático, la penalización a Sharapova se enmarca también en un determinado contexto, aunque se trate de una tenista y no tenga relación alguna con lo que se considera como connivencia de las autoridades rusas con las prácticas ilícitas de sus atletas.
La precoz alianza con el éxito permitió a Sharapova establecer un abismo entre su nombre y el de su compatriota Anna Kournikova, quien la antecedió al irrumpir en el tenis dotada también de una belleza arrebatadora. “A partir de ahora, espero no tener que responder más preguntas sobre Kournikova”, dijo recién llegada a la sala de prensa del coliseo Ariake como campeona del torneo de Tokio, en el otoño de 2003. La esposa de Enrique Iglesias, cuyo mayor éxito deportivo fue alcanzar el número ocho del mundo en el año 2000, disputar unas semifinales individuales de Wimbledon en 1997 y ganar dos títulos de dobles junto a Martina Hingis en el Abierto de Australia, flotaba como la sombra de insolventes augurios sobre una joven que no se demoró a la hora de demostrar que lo suyo iba en serio, que detrás de su impresionante fachada había una tenista de verdad, llamada a protagonizar grandes momentos en la historia de este deporte.
Concebida a 80 kilómetros de Chernóbil, de donde sus padres huyeron poco después de la trágica explosión de un reactor nuclear, el 26 de abril de 1986, María Sharapova fue apadrinada tenísticamente por Yevgeny Kafelnikov, campeón de Roland Garros y del Abierto de Australia. Con cuatro años ya hacía sus pinitos, dando apresuradas muestras de que se situaría en la vanguardia de una serie de tenistas dispuestas a dinamizar un deporte entonces aún contemplado en Rusia como vestigio de la clase dominante.
Hoy casi defenestrada, víctima de su ingenuidad, de la falta de pulcritud y cuidado profesional en un desliz de consecuencias letales para su brillantísima carrera, corre el riesgo de pasar a la historia no tanto como la tenista ganadora, competitiva, ardorosa y cargada de amor propio, capaz de revolucionar el tenis, sino como una transgresora de las normas cuya estela quedaría por siempre señalada por la trampa.
Martina Navratilova olfateó el pedigrí en aquella niña de seis años que tuvo bajo su magisterio en una clínica de tenis celebrada en Moscú. Fue la ocho veces campeona de Wimbledon quien aconsejó a su padre el traslado a Florida, a la academia de Nick Bolletieri, de la que salieron talentos irrepetibles como los de Andre Agassi y Monica Seles. “Tiene una cabeza encima del cuerpo, una mente verdaderamente privilegiada”, auguró Bolletieri. Antes de evidenciar sus limitaciones, Kournikova había mostrado el camino, la posibilidad de una vida mejor que la ofrecida por la Rusia poscomunista. Svetlana Kuznetsova, Anastasia Myskina, ambas campeonas de Roland Garros, Elena Dementieva o Nadia Petrova agitaron también la bandera de un país que encontró réplica en el tenis masculino, con líderes tan significativos como Marat Safin.
Con 18 años y cuatro meses, Sharapova se convertía en la primera rusa que ascendía al número uno del mundo, la quinta más joven en lograrlo. Después de la explosión en Wimbledon (en ese momento entrenada por el colombiano Mauricio Hadad), de las luminosas portadas en los rotativos británicos y en los diarios de todo el mundo, llegaba otra formidable recompensa a los desvelos de Yuri Sharapov, aquel arriesgado aventurero que abandonó junto a su hija la casa familiar con tan solo 700 dólares, para sostener los progresos de María trabajando de albañil.
Junto a Robert Lansdorp, mentor en su momento de Pete Sampras, Lindsay Davenport y Tracy Austin, Sharapova caminaba por delante de las previsiones más optimistas. Como buena parte de los triunfadores, nunca ha resultado indiferente. Si ahora la sanción ha suscitado opiniones diversas entre sus colegas, entonces, aún sin posibilidad de reproche alguno a su rigor profesional, eran sus gritos los que empezaban a despertar reprobación. En el torneo de Wimbledon de 2005, alcanzaron 101 decibelios en la misma máquina que recogió los 93,2 de Monica Seles, acaso la precursora entre las féminas en el complemento vocal de las acciones tenísticas.
La presencia de Sharapova en la pista se hizo indisociable de sus gemidos. Frente a las críticas de contemporáneas como Caroline Wozniacki o excampeonas como Chris Evert, la rusa siempre defendió que no podía evitarlos. Si no han tenido oportunidad de verla jugar a pie de cancha, créanme, se trata de un agudo estallido que acompaña cada uno de sus golpes, que cuenta con un involuntario pero obvio componente sensual. “No juego para contentar a todo el mundo; sería muy complicado. Solo me preocupa mi carrera”, se defendía.
A pesar del éxito continuado, nunca ha podido despegarse de las supuestas servidumbres de su belleza, y escribo supuestas, porque parte de los ingresos derivados de la moda y la publicidad tienen su explicación en el impacto de una figura poco común. Aunque el tenis tuvo con anterioridad mujeres tan cautivadoras como Gabriela Sabatini, la aparición de Sharapova prendió el debate sobre pasiones desde algunas perspectivas consideradas sexistas. “Preocúpense por nuestro juego, no por nuestras piernas”, dijo Jelena Dokic, australiana de origen balcánico, talento precoz frustrado por la turbia relación con su progenitor. “Me gusta mostrarme bonita, vestir prendas que llamen la atención, pero ante todo soy una jugadora de tenis”, dejó caer Jennifer Capriati. “Es el mundo en el que vivimos”, asumía la principal causante de un revuelo favorecedor en el renovado interés por el tenis femenino, que disparó las audiencias televisivas.
Wimbledon 2004.
La tenista de Nyagan se convirtió en el principal reclamo de un circuito donde Serena Williams aún no había impuesto de manera taxativa su mano de acero. Antes de que el prestigioso torneo de tenis de Madrid pasase en 2009 a ser combinado, incorporando un cuadro femenino, la capital de España disfrutó en noviembre de 2006 del Masters de mujeres, el torneo que reúne a las ocho mejores jugadoras del año. Sharapova fue el mejor gancho promocional para buscar el interés del público, que no contaba con ninguna española entre las participantes. Desde la gran época de Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez hasta la llegada de Garbiñe Muguruza, España ha atravesado un largo período sin tener competidoras en la élite.
Ion Tiriac, organizador y dueño de ambos eventos, innovador en planteamientos en su momento tan arriesgados y no demasiado políticamente correctos como la contratación de jóvenes mujeres modelos para ejercer de recogepelotas en el torneo de los hombres, decidió entonces que fueran apuestos muchachos quienes se encargasen de esa tarea en la fiesta del tenis femenino. Seguramente sin pretenderlo, Sharapova había otorgado al espectáculo un valor añadido. Las primeras ediciones del torneo de chicas en Madrid se promocionaron desde un esteticismo visual: ella, Dementieva, Myskina, bellas damas que lustraban los carteles promocionales en busca de un tirón para los aficionados que nunca alcanzó ni de lejos el fervor despertado por los triunfos de Rafael Nadal. La campaña “Igu=es”, que pretendía, no de un modo del todo sincero, equiparar los valores de ambas competiciones, hubo de conformarse con un éxito relativo.
El 11 de mayo de 2006 la protagonista de este artículo recibió a un grupo de periodistas entre los que tuve el honor de encontrarme. Ese mismo día, amaneció en su residencia de Miami, antes de llegar a Madrid y terminar la jornada en Roma. “Ser objeto de envidias forma parte de mi vida. No se trata particularmente de las rusas. Yo gané Wimbledon con 17 años frente a jugadoras de 23 y 24. Esto es un negocio y un deporte individual. He crecido con ello. De júnior, con 11 años, ganaba a las de 16. Es lógico que estuvieran celosas”. Atenta a reivindicar sus cualidades deportivas e intelectuales, apuntaba: “En seis meses finalizaré cursos de empresariales y químicas”.
US Open 2006.
Ahora, varada por el castigo, no quiere perder el tiempo. Ha decidido estudiar en la Harvard Business School, proseguir así su vocación paralela de crecer en el mundo de los negocios, que ha cuidado personalmente y con detalle desde su amanecer profesional. “Siempre me he involucrado totalmente en lo que hago, ya sea con el diseño, con las presentaciones, con opiniones sobre una campaña de marketing o posando para una sesión de fotos”, admite. De hecho, ella misma participaba en el diseño de sus vestidos con la marca Nike.
La escuela de Harvard es un lugar reservado para la élite; solo el 11 % de quienes quieren estudiar allí lo consiguen. Sharapova sigue activa, vital, como corresponde a una joven de 29 años, que, sin mucho menos renunciar a volver a hacer lo que mejor sabe, diversifica sus actividades. Hace unas semanas se presentó en un acto promocional de Sugarpova, su empresa de dulces, con una camiseta de franjas horizontales negras, tonalidades presidiarias, sobre la que llevaba inscrito en inglés “Vuelvo en cinco minutos”. Nada es casual en su atuendo ni en sus comportamientos. También mantiene su dinamismo en las redes sociales. Participa y se deja querer. El anuncio de su ingreso en Harvard tuvo de inmediato cerca de 4.000 retuits.
Forjada en Miami, con insistentes rumores sobre su adopción de la nacionalidad estadounidense, nunca encajó bien entre algunas de las jugadoras de su país, que entendían escaso su compromiso con Rusia. El debut en la Copa Federación se demoró hasta 2008, en los cuartos de final, contra Israel. Ganó los dos partidos individuales, pero no volvió al equipo hasta tres años después. Las lesiones y el vértigo del cicuito apenas han permitido verla en un torneo que, todo sea dicho, difícilmente cuenta de manera regular con la presencia de las mejores de cada país.
El dopaje, su caída en desgracia, ha generado reacciones de diferente signo. La danesa Wozniacki, ex número uno del mundo, hoy relegada al puesto 37º, una de las más críticas con sus gritos en la cancha, tampoco dejó pasar la oportunidad de reprobarla en esta ocasión. “Cada vez que tomamos un medicamento, revisamos dos, tres o cuatro veces, porque en algunas ocasiones incluso las gotas contra la tos o los aerosoles nasales pueden aparecer en la lista [de sustancias prohibidas]”. Jennifer Capriati, ex número uno del mundo, doble campeona del Abierto de Australia y ganadora de Roland Garros, detenida en 2010 por posesión de marihuana y cocaína para uso recreativo, fue contundente: “Tuve que arrojar la toalla y sufrir. Yo no tenía el oneroso equipo de doctores que encontrara una forma de que hiciera trampa, eludiera el sistema y esperara a que la ciencia me alcanzara”. Dominika Cibulkova, una de las destacadas en la actualidad, explicita así algo parecido al rencor: “No siento que no esté. Es completamente desagradable, arrogante y fría. Cuando te sientas con ella en el vestuario, ni siquiera saluda”.
Australia 2008.
Entre los hombres, Roger Federer tampoco mostró demasiada comprensión. “No importa si lo hizo a propósito o si no sabía que estaba prohibido, usted tiene que ser juzgado con la misma vara que el resto. Usted no tiene permiso para hacer eso, uno siempre debe estar seguro de lo que está ocurriendo dentro de su cuerpo”. Menos inquisitorial fue la reacción de Novak Djokovic: “Siento lo que está pasando y espero que pueda volver más fuerte de esto”. Pero las palabras más elegantes y exquisitas llegaron de quien ha sido su gran rival a lo largo de más de una década, el látigo casi siempre implacable que frustró muchas de sus más altas aspiraciones. “Creo que la mayoría quedaron contentos de que fue sincera y muy honesta. Mostró mucho valor al admitir lo que hizo y que no había revisado la lista de sustancias prohibidas a finales de año”, apuntó Serena Williams. “Demostró mucho valor y mucho corazón. Creo que siempre lo ha demostrado en todo lo que ha hecho, y esta situación no es la excepción”, añadió la hoy ya heptacampeona de Wimbledon y ganadora de 22 títulos del Grand Slam, los mismos que Steffi Graf y a solo dos de igualar el récord absoluto de Margaret Court-Smith.
La realidad certifica las palabras de Serena. Sharapova ha acreditado siempre un extraordinario coraje, la determinación para pelear por objetivos entre los que se interpusieron en demasiadas ocasiones la fatalidad de los graves problemas físicos. Sometida a varias operaciones de hombro, que le costaron alguna ausencia en torneos de primer orden, se aplicó con valor y disciplina hasta regresar al combate. Tampoco los obstinados reveses aplicados por la menor de las Williams fueron óbice para que continuara buscando soluciones. Serena ha ganado 18 de los 20 partidos disputados entre ambas. Hay que remontarse a 2004 para encontrar las dos únicas victorias de Sharapova. Lejos de estrecharse las distancias, la hoy indiscutible número uno del mundo, un lustro mayor que su rival, parece agigantarlas con el paso del tiempo.
Si bien ahora, después de que la rusa haya sido abandonada por muchos de sus patrocinadores, Williams ya lidera la lista de mujeres con mayores ingresos, tuvieron que pasar once años para que se produjera el “sorpaso”, pese a que el palmarés de la estadounidense apenas admite parangón. La confrontación de recompensas invitaba a manejar connotaciones racistas. “Si ellos quieren hacer mercado con una chica blanca y rubia, es su decisión. Yo tengo muchos ‘sponsors’ encantados de trabajar conmigo. No digo que yo debería ingresar más porque he ganado más sobre la pista; estoy feliz por ella porque ha trabajado mucho. Hay suficiente para todos encima de la mesa. Quizás no esté para mí ser la número uno en esa lista. Seremos positivos para que una persona negra pueda serlo”, dijo Williams.
Roland Garros 2012.
Ya lo es. Según la revista Forbes, a principios del pasado mes de junio Serena sumaba más de 28,9 millones de dólares en ingresos, computando premios y publicidad. A esa cifra en recompensas puramente deportivas hay que agregarle los 2,59 millones de dólares que obtuvo tras su nueva victoria en el Grand Slam de la hierba. El tremendo golpe sufrido por Sharapova ha provocado la deserción de algunas de las grandes marcas que vieron en ella una oportunidad incomparable de generar colosales recursos económicos. Nike, que la apoyó desde su irrupción, fue la primera en rescindir el contrato. La multinacional de ropa deportiva había prolongado su vinculación con la tenista hasta 2018, a razón de seis millones de euros por año. Era una de sus nueve poderosas empresas patrocinadoras. Apasionada del diseño, Sharapova creó su propia marca de ropa, así como un perfume de Parloux bajo su nombre. “Nos soprenden y entristecen las noticias sobre María Sharapova. Hemos decidido suspender nuestra relación con María mientras la investigación proceda. Seguiremos monitorizando la situación”, señaló Nike en un comunicado. Se trata de la segunda ocasión en los últimos meses en que la multinacional cancela un contrato con una estrella deportiva, después de que el pasado 17 de febrero rompiese relaciones con el boxeador filipino Manny Pacquiao por las manifestaciones en las que consideraba que los homosexuales eran “peor que los animales”.
El rechazo se ha producido en cadena. La firma de relojes de lujo TAG Heuer tampoco continuará al lado de Sharapova. Porsche pospondrá cualquier acto promocional con ella hasta que se aclare la situación. Sin embargo, Avon, Evian y Head han decidido por el momento respetar los vínculos contractuales, sin importarles que pueda dejar de ser un reclamo ejemplar y ver su nombre definitivamente relacionado con las malas prácticas deportivas. Al margen del terreno comercial, las Naciones Unidas le retiraron su etiqueta de embajadora de buena voluntad, otro golpe a su honorabilidad. “Este trabajo es uno de los que más me enorgullece”, había reconocido ella frecuentemente.
Protagonista por el éxito profesional, por su porte arrebatador, por el impacto que generó la confluencia de todas sus virtudes, desarrolladas a través de una personalidad fuerte, a menudo imperturbable, ha sido y es codiciada figura para los medios de papel cuché, ansiosos por indagar en sus relaciones sentimentales, sabedores de la cotización de cualquier “scoop” gráfico sobre verdaderos o supuestos amoríos. Ahora se la vincula con el modelo español Andrés Velencoso, meses después de concluida la relación con el tenista búlgaro Grigor Dimitrov. Se les vio no hace demasiado tomados de la mano por las calles de París, sin mostrar reparo ante el acoso de los paparazzi. Velencoso, residente en Londres, acaba de estrenar Summer camp, su segunda película. Es el prototipo de varón latino, moreno, alto, de mandíbula prominente, que encaja perfectamente en el contraste apolíneo con la bella tenista. El modelo, de 38 años, fue novio durante un lustro de la célebre cantante Kylie Minogue.
Roland Garros 2014.
El pasado verano, Dimitrov, un jugador que no respondió a la proyección que despertó en los comienzos, cuando llegaron a compararse sus aptitudes técnicas con las de Roger Federer, emitió un comunicado en el que anunciaba la separación de Sharapova, deseándole “toda clase de felicidad para el futuro”. Simpático y bien plantado, al búlgaro se le atribuyó un desliz con la modelo de Playboy Nikoleta Lozanova, que precipitó la ruptura. El idilio con Sharapova se conoció en mayo de 2013, durante el torneo de Madrid, en el que ambos participaron, si bien caminaban juntos desde principios de año.
Adam Levine, cantante de Maroon 5; el extenista Andy Roddick; Charlie Ebersol, hijo del presidente de la cadena de televisión NBC… Han sido unos cuantos de los romances atribuidos con anterioridad a Sharapova, si bien, el más firme, que llegó a tener serios planes de boda, fue con el escolta esloveno de la NBA Sasha Vujacic. Después de dos años de relación, la dieron por terminada en mayo de 2012, con el jugador ya en la liga turca. “Fue una decisión difícil para ambos”, declaró entonces la tenista. “Fue un período muy agradable para los dos, pero los calendarios de nuestras carreras hacían extremadamente difícil vernos. Sasha no está en casa durante diez meses al año desde que juega en Turquía, así es muy complicado. Hablamos por teléfono a menudo y seguimos siendo amigos”.
Es probable que, alejada del deporte, la mujer que siempre admiró “la concentración de Steffi Graf, el espíritu luchador de Monica Seles y la inteligencia en la pista de Martina Hingis”, empiece a ganarse una cierta cuota de anonimato, aunque evidentemente jamás pasará ni mucho menos inadvertida. Aún joven, inteligente y bella, María Sharapova no bajará los brazos en el afán de reivindicar su inocencia. Y en caso de que no le sea levantada la sanción, quién sabe si el arranque imaginario de nuestra historia podría convertirse en verosímil. Sería una de los más admirables regresos de la historia del deporte.
Si quiere saber más del autor, sígalo en Twitter como @JavierMartnez5
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