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Historias

Los goleadores eternos

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Revista Don Juan
 Un delantero, por lo general, tiene velocidad de crucero, o la técnica de los dioses del balón. En algunos casos solo necesita su presencia física para empujarla adentro. Pero además tiene que tener olfato y frialdad. Esas dos características no se consiguen trabajando. El goleador nace, no se hace. El goleador sabe cuándo anticipar la jugada, conoce el punto exacto donde debe marcar el pase para recibir la pelota y poder quedar frente al arco para lanzar el grito sagrado. Los goleadores son los jugadores más queridos, los más recordados y también los más costosos del mercado. Ser el goleador del mundial es ser parte de la historia; es ser la historia. La Bota de Oro no es un trofeo cualquiera. La Fifa empezó a entregarlo desde España 82. Paolo Rossi –con 6 goles– se lo llevó a Italia para siempre. Y luego vinieron los otros. En 2006 la Fifa asumió la deuda que tenía con los grandes asesinos de la red y les entregó el trofeo a todos los goleadores de los mundiales, desde 1930. La mayoría –a diferencia de Rossi– nunca pudo levantar la copa del campeón: extrañamente, los goleadores nunca llegaron a estaren el equipo que levantó el trofeo Jules Rimet hasta Chile 1962, cuando Vavá y Garrincha rompieron el “maleficio”.
En la lista de goleadores hay nombres míticos: el brasileño Ronaldo, Klose, Kempes… ¿Quién será el gran protagonista de Rusia 2018? Cristiano Ronaldo llega en su mejor momento, pero sin un gran equipo; Messi sufre la misma agonía (sobre todo luego de la goleada de España 6-1 a su selección) y carga con el peso de Maradona en 1986; Thomas Müller debería llevar la bandera alemana; Luis Suárez y Harry Kane deberían reverdecer la historia de dos campeones del mundo. Y, por supuesto, James Rodríguez –el goleador de Brasil 2014– y Radamel Falcao García tienen algo que decir. Estas son las historias de los dueños del gol.
 
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A Guillermo Stábile le decían “el Filtrador” por su velocidad y su capacidad para eludir rivales. Y también le decían “el Flaco”. Fue el primer jugador amateur en ser convocado a la selección absoluta de Argentina, luego de su paso por el Sportivo Metán, un pequeño equipo del barrio de Parque Patricios en Buenos Aires. Sus goles lo llevaron a Huracán, y sus actuaciones con “el Globo” lo pusieron en el radar de la albiceleste. Para el mundial de 1930 Stábile no era el titular del equipo gaucho, pero una crisis nerviosa de Roberto Cherro –el puntero izquierdo– le permitió acomodarse en el equipo inicialista. E hizo historia: el 19 de julio de 1930, en el mítico Estadio Centenario de Montevideo, a Stábile le bastaron ocho minutos para marcar el primero de tres goles. Después “atendió” a Chile y a Estados Unidos con dos anotaciones, y en la final hizo el único gol de su equipo en la derrota 2-1 contra el local y el primer campeón del mundo: la República Oriental del Uruguay.
Después de esa tremenda actuación, jugó en Italia y en Francia. Y logró otra hazaña: dirigió por más de veinte años las selecciones nacionales de Argentina y consiguió seis copas América. Murió en Buenos Aires en 1966 de un paro cardiaco.
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En 2006, 72 años después del mundial que organizó y ganó Italia en 1934, la Fifa le concedió al checo Oldřich Nejedlý –fallecido en 1990– un gol que los informes oficiales le habían adjudicado inicialmente a Rudolf Krčil en el partido de semifinal, cuando Checoslovaquia venció a Alemania por 3-1 en su mejor actuación en los mundiales. Nejedlý, de 24 años, era un delantero rápido, capaz de anticipar a los rivales dentro del área y de decidir antes de ser interceptado. Se fue del mundial como una de las grandes figuras: jugó apenas cuatro partidos y celebró cinco goles.
Su partido para enmarcar fue justamente esa semifinal: ese día el jugador del Sparta Praga marcó los tres goles con los que su equipo eliminó a Alemania y así consiguió el paso a la gran final contra los italianos. Los otros dos goles de su cuenta personal se los anotó a Rumania en la victoria 2-1 por los octavos de final y a Suiza, en la fase de cuartos de final, cuando su equipo ganó 3-2.
A pesar de no conseguir con su selección el título mundial, “Olda” Nejedlý es recordado como uno de los jugadores más técnicos del mundial 1934. También por vestir 44 veces la camiseta de su país en los campeonatos de 1934 y 1938, por haber marcado 146 goles en la primera división checa y por ser cuatro veces campeón con su equipo. Nejedlý dejó el fútbol en 1951.
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Leônidas da Silva fue el primer gran ídolo del fútbol brasilero. Era conocido como el Diamante Negro o el Hombre Goma. Debutó con su selección en Italia 1934 y marcó el único gol de un equipo decepcionante que resultó eliminado en primera ronda. Sin embargo, cuatro años después, en Francia 1938, su juego brilló y el Hombre Goma llevó a su país al tercer lugar del mundial. Podría haber sido más: cuentan que para la semifinal el técnico Ademar Pimenta decidió no alinearlo, porque quería reservarlo para el último juego. Pero para Brasil nunca hubo final: fueron eliminados por Italia.
En primera ronda le hizo tres goles a Polonia –uno de ellos lo hizo descalzo, porque sus botas se destrozaron por el mal estado del campo–, en la segunda le anotó dos a Checoslovaquia en partidos diferentes –entonces se jugaba un partido adicional de desempate– y, finalmente, le marcó otros dos a Suecia en la disputa por el tercer lugar. Lo único que se discute en la exitosa carrera futbolística del Diamante Negro es si fue el verdadero creador de la chilena, o si perfeccionó la jugada que, según algunos, ya había hecho Pretonilho de Brito. Lo cierto es que en el partido contra Polonia, en primera ronda, Da Silva anotó un gol de chilena que fue anulado porque el árbitro desconocía esa manera particular de impactar la pelota.
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Justo antes del Mundial de Brasil en 1950, cuando las selecciones ya estaban concentradas, un aficionado atravesó medio país para pedirle a Ademir, el goleador del Vasco da Gama, que acompañara a su hijo en una complicada cirugía: el niño se negaba a entrar al quirófano sin la presencia de su ídolo. Y –como debía ser, con el apoyo del técnico Flavio Costa y de toda la selección– Ademir estuvo con el “garoto” y tuvieron un final feliz. Conocido también como Queixada (quijada en portugués), Ademir fue uno de los delanteros más temibles en la historia de la selección brasilera. Anotó 31 goles en 39 partidos con la camiseta de su país. Y de esos 31 goles, ocho –sí, ocho– los convirtió en el primer mundial que se jugó en el país del jogo bonito: dos a México en la victoria 4-0 del juego inaugural, uno a Yugoslavia en la victoria 2-0 en fase de grupos, cuatro a Suecia en la goleada histórica 7-1 de la fase final y uno a España en la victoria 6-1, también en la fase final.
Con una potente pegada y una precisión envidiable, fue una de las figuras de su equipo. Hasta que llegó “el maracanazo”, la gran tragedia brasileña antes del 1-7 contra Alemania: cuando todos aseguraban que el título sería para Brasil, apareció Uruguay y se quedó con la Jules Rimet sin que Queixada pudiera evitarlo.
Ademir se retiró del fútbol en 1956, luego de haber anotado 396 goles en 497 partidos oficiales.
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En 1956 Sándor Kocsis era la figura de la selección de Hungría. Sin embargo, aprovechando un partido que su país jugó en Viena, él y otras figuras –como Puskás y Czibor– escaparon de la selección y de su país, invadido por la Unión Soviética. Nunca volvieron a Hungría y tuvieron que escribir su leyenda en Europa.
Kocsis era una reliquia para el ataque del fútbol húngaro. En el Mundial de Suiza 1954 marcó 11 goles y fue el goleador del torneo; eso sí, como todos sus antecesores, no pudo alzar la copa Jules Rimet porque Hungría perdió la final 3-2 contra Alemania Federal, un equipo al que ya habían derrotado en primera fase en un partido en el que Kocsis anotó cuatro goles. Por cuenta de su portentoso físico fue obligado a alistarse en el ejército y empezó a jugar en el Honved, el equipo de las fuerzas armadas húngaras. Sin embargo, luego de huir, jugó un tiempo en Suiza y después en el Barcelona, donde conformó un tridente de ensueño con Czibor y Kubala para el ataque culé. Kocsis se volvió famoso por su manera de cabecear y definir dentro del área, pero nunca pudo cumplir su sueño: regresar a casa.
En 1979 cayó del cuarto piso de un hospital en Barcelona donde estaba internado; se dice que fue un suicidio. Finalmente, en 2012, el gobierno de Hungría le pidió al hijo de Kocsis repatriar los restos del goleador. Él aceptó con una condición: que las cenizas reposaran en la Basílica de Budapest para acompañar a su fiel compañero de ataque, Ferenc Puskás.
 
 
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Stéphane Bruey pasó a la historia del fútbol por ser el dueño de los guayos que más goles marcaron en un mundial: Bruey fue el delantero suplente que tuvo la gentileza de prestarle sus guayos a Just Fontaine, el mítico goleador
de Suecia 1958.
Fontaine fue llamado a última hora para ser parte de la selección francesa, apenas llevó un par de guayos a la cita mundialista y se le rompieron antes del primer partido. Tanto el día en que Francia venció 7-3 a Paraguay en primera ronda con tres goles de Fontaine, y en los seis partidos siguientes, el goleador pisó el campo con los guayos de Bruey. Nadie, hasta ahora, ha podido superar su récord: 13 goles en un solo mundial. Francia, al igual que Fontaine, sorprendió en Suecia 58. Los especialistas siempre dijeron que sería el primer país en regresar a casa, pero los goles de Fontaine lograron llevar a los galos al tercer lugar.
 
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Chile 1962 fue el primer mundial en el que el título de goleador fue compartido. Seis jugadores marcaron cuatro goles: dos brasileñoos, un chileno, un húngaro, un yugoslavo y un soviético.
Tanto Dra¿an Jerković (de Yugoslavia) como Valentin Ivanov (de la URSS) son recordados en Colombia, porque cada uno le anotó dos goles en la primera ronda a la selección del Caimán Sánchez y de Marcos Coll, que dirigía el argentino Adolfo Pedernera.
El chileno Leonel Sánchez fue el encargado de vencer al mítico arquero soviético Lev Yashin, la Araña Negra (protagonista del 4-4 contra Colombia y el único que ha recibido un gol olímpico, cortesía de Marco Coll), para que su selección clasificara por primera y única vez a la semifinal de un mundial. Por su lado, el húngaro Florian Albert, “el Emperador”, fue el abanderado de una selección que se presentó sin sus figuras: sus goles apenas alcanzaron para llegar a segunda ronda.
Vavá y Garrincha, en cambio, hicieron historia: fueron los primeros goleadores de un mundial que alzaron la copa Jules Rimet. Además, es imposible olvidar el golazo que Garrincha le anotó a Inglaterra en los cuartos de final: un remate de pierna derecha desde fuera del área que terminó clavando el balón en todo el ángulo de la cancha que defendía el arquero inglés Ron Springett.
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Antes, los números de las camisetas eran asignados por orden alfabético. Sin embargo, para Inglaterra 1966 –el primer mundial que jugaba Portugal– la selección lusa sorteó los números de las camisetas. El mediocampista António Simões ganó el número que nadie quería tener en la espalda, el 13, mientras que al delantero Eusebio le correspondió el 11, pero Simões, aferrado a sus cábalas, decidió convencer a la Pantera Negra de intercambiar los números: el goleador del Benfica le demostraría al mundo que el número 13 no era símbolo de mala suerte.
A pesar de haber nacido en Maputo, capital de Mozambique, Eusebio da Silva Ferreira se convirtió en patrimonio portugués gracias al entrenador húngaro Bela Guttman, que lo llevó a Europa cuando tenía 17 años: era capaz de recorrer 100 metros en 12 segundos y en poco tiempo se convirtió en una leyenda del fútbol mundial.
Muchos años después del mundial de 1966, Simões confesó que aquel inocente intercambio de números fue lo que llenó de confianza a su compañero de 24 años: la Pantera Negra anotó nueve goles, cuatro de ellos a Corea del
Norte, y fue la figura indiscutible en la selección que logró el tercer lugar.
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Nadie confiaba en Gerd Müller. Tenía 20 años cuando debutó en el fútbol profesional y tuvo que esperar 10 partidos para que su primer entrenador lo pusiera a jugar: “Se referían a mí como el gordito y bajito que intentaba hacer goles”, confesó años después de que hizo brillar con su olfato goleador al Bayern München en Alemania y en Europa.
En su paso por la Mannschaft tuvo más goles que partidos jugados: celebró 68 veces en 62 encuentros, para un promedio de 1,09 goles por partido, algo que incluso en la actualidad ha sido imposible de igualar. Cuando llegó al Mundial de México 1970, “el Torpedo” ya estaba graduado como ídolo en el fútbol alemán. Marcó 10 goles en territorio azteca y es imposible no recordar los dos goles que le hizo a Italia en la semifinal del torneo: en un partido apasionante, anotó en los minutos 94 y 110 del tiempo extra, aunque Italia venció 4-3.
Hoy sufre de alzhéimer, tal vez no recuerde esos goles y tampoco su paso por el mundial de 1974, de donde su selección salió campeona. Pero los mejores recuerdos sí suelen permanecer, como el de la ensalada de papa que su mamá le hacía en medio de la reconstrucción de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial: según él, ese era el secreto de todo su potencial goleador.
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Una ley en Polonia que no les permitía salir del país a los jugadores menores de 30 años le impidió a Grzegorz Lato mostrar su velocidad y sus goles en las ligas más competitivas del mundo. Quedó para la historia su actuación en el mundial de 1974, donde marcó siete goles. Tenía 24 años y Polonia quedó de tercero tras caer 1-0 contra Alemania, el anfitrión, en la segunda fase de una de las competencias más recordadas por el excelente nivel de las selecciones.
Lato, recordado como “el más veloz de los veloces”, también se caracterizaba por celebrar sus goles con la mano derecha levantada: “Es un saludo a la bandera de mi país”, decía.
Una vez anotaba, Lato corría a celebrar y en algún momento, no importaba si era antes o después del abrazo con sus compañeros, levantaba su brazo con la palma abierta para mostrarle respeto a los colores de Polonia.
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Era la figura. Hacía y decía lo que quería. Y nadie lo cuestionaba: el Matador Mario Alberto Kempes hablaba con goles.
Oriundo de Córdoba, Argentina, Kempes empezó a fumar desde niño: encontró el vicio en los largos viajes que hacía junto a su papá cuando trabajaba para una empresa transportadora de carga. Cuentan que durante el Mundial Argentina 1978 Kempes prendía un cigarrillo antes de los partidos: “Esa era mi cábala”, dijo años después. “Unos rezaban, otros no hablaban; pues bien, yo fumaba”. También, durante el mundial, tuvo la osadía de pedirle permiso a su entrenador, César Luis Menotti, para ir a pescar con Baley y Gallego en la madrugada después de haberle anotado 2 goles a Perú en la polémica victoria 6-0 de su selección. El entrenador accedió y los jugadores llegaron con pescados para la comida de todo el equipo.
Kempes fue goleador del mundial con seis goles y aunque su selección ganó la competencia, él contó recientemente que solo pudo alzar y tocar la copa en 1998 porque el trofeo siempre estuvo en manos del general Jorge Rafael Videla.
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El fútbol italiano y su selección no han sido ajenos a los escándalos. En 1934 y 1938 la dictadura de Mussolini influyó directamente en el fútbol y en 1980 la Serie A vivió uno de sus episodios de corrupción más oscuros. El totonero era una red de apuestas clandestinas que incluía equipos, dirigentes, árbitros y jugadores. Entre ellos Paolo Rossi, delantero del Perugia, que fue sancionado con dos años sin jugar al fútbol. El castigo terminó justo antes del Mundial España 1982 y su convocatoria fue muy criticada por la prensa, que hablaba del bajo nivel de Rossi por la falta de juego.
Los primeros cuatro partidos les dieron la razón a los críticos: Rossi no marcó y fue apodado el Fantasma de la azzurra. Pero el Fantasma se apareció contra Brasil en la segunda ronda durante el partido más importante en su carrera: “El primer gol contra Brasil me abrió las puertas al paraíso, me anticipé a los defensores, cabeceé al pie del arquero y anoté el gol que más recuerdo”. Ese día, Rossi marcó dos goles más y se encargó de enviar a casa al
equipo favorito del mundial: el Brasil de Zico, Sócrates y Falcao.
Pablito, o el Fantasma Rossi, anotó, además, los dos goles contra Polonia en la semifinal y uno de los tres con los que Italia venció a Alemania en la final. Seis goles que bastaron para que se llevara el trofeo de la Bota de Oro 1982.
 
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Mientras el mundo aplaudía de pie la aparición y consagración de Diego Armando Maradona, en Inglaterra se derrumbaban en elogios para describir las exquisitas y veloces diagonales que marcaba Gary Lineker antes de recibir el balón para anotar dentro del área.Esta, dice él, fue la gran virtud que desarrolló en el Leicester, donde al principio muchos lo señalaban de ser un jugador del montón.
Lineker anotó seis goles en México 86: en un lapso de 25 minutos le hizo tres a Polonia, todos muy parecidos; entendía perfecto que llegar era mejor que estar y por eso siempre recibía bien posicionado para definir. En los octavos de final le anotó otros dos goles a Paraguay y su último gol lo marcó en la final que Inglaterra perdió 2-1 ante Argentina. Las anotaciones que le dieron la Bota de Oro a Lineker tienen un sello único: todas las hizo desde el área chica. ¡Goleador!
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Haber nacido y crecido en Cep, uno de los barrios más pobres de Palermo, en Sicilia, forjaron un carácter determinante para la faceta goleadora de Salvatore “Toto” Schillaci. Llegó a la Juventus en 1989, a sus 25 años, y fue una de las figuras de la Vecchia Signora que se coronó campeona de la Serie A y de las copa UEFA de 1989-1990.
Para el mundial de 1990, en el que Italia fue el anfitrión, Toto fue el último seleccionado por Azeglio Vicini. Incluso, no fue titular en el primer partido de la nazzionalle contra Austria: para ese encuentro ingresó en el minuto 75 y en el 78 marcó su primer gol. Después se graduó como capocannoniere: le anotó a Checoslovaquia en primera ronda, a Uruguay en octavos, a Irlanda en cuartos, a Argentina en la semifinal que Italia perdió por penales y a Inglaterra
en el partido que les dio el tercer lugar. Seis goles que lo hicieron merecedor de la Bota de Oro.
Después de su efímero éxito como goleador, Schillachi se peleó con la red y no volvió a ser un goleador descollante. Eso sí, fue figura en el cine y en una serie de televisión, donde representó a un capo de la mafia que vestía de traje blanco y gafas negras. Tiempo después, aseguró que su actuación –no propiamente la del mundial de 1990– se inspiraba en Robert De Niro, su actor favorito.
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Hristo Stoichkov y Oleg Salenko representaron en Estados Unidos 1994 las dos caras de una misma moneda: por un lado, Stoichkov, de 28 años y considerado el mejor jugador en la historia de su país, logró llevar a Bulgaria hasta el cuarto lugar por sus goles y, sobre todo, por su experiencia en la cancha; por el otro, Salenko solo necesitó dos partidos para marcar seis goles: un momento de inspiración.
Stoichkov fue figura de uno de los equipos del Barcelona más recordados en su historia, fue determinante en la evolución del fútbol de su país y, como si fuera poco, comandó una selección que en el mundial de 1994 mandó a la casa a dos campeones mundiales: Argentina y Alemania. Siempre recio, de carácter fuerte, Hristo, es uno de los nombres más recordados del fútbol mundial, no solo por su manera de jugar, sino por su particular forma de ser que lo llevó a ser íntimo amigo de las máximas figuras de este deporte.
Salenko, por su parte, le hizo cinco goles a Camerún y uno a Suecia, pero no pudo evitar la temprana eliminación de Rusia en primera fase. Para muchos, la Bota de Oro de Salenko fue una casualidad, un premio circunstancial en una carrera poco brillante. En 2010, un jeque árabe le ofreció 500.000 dólares por el trofeo, pero nunca se concretó la venta.
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Años después de retirarse, Davor Suker confesó que durante su exitosa carrera sufrió siempre una crisis de angustia cuando jugaba fútbol: “Cada vez que iba a definir, sentía que el arco tenía el tamaño de uno de hockey”. Sin embargo, en Francia 1998, su crisis desapareció: le marcó goles a Jamaica, Japón, Rumania, Alemania, Francia y Holanda y se llevó la Bota de Oro.
Era el debut de Croacia en una competencia absoluta de la Fifa. Y también fue el debut mundialista de Suker, que a pesar de haber sido convocado por Yugoslavia en 1990, no jugó ni un solo partido. Suker, delantero y figura que había pasado por el Sevilla, para ese entonces vestía la camiseta del Real Madrid. Sus seis goles en el mundial fueron argumentos justos para llevar hasta el tercer lugar a su selección. Sin embargo, su nombre no fue el favorito de la prensa: cualquier periodista que quisiera entrevistarlo debía pagarle 1.000 dólares para sentarse apenas unos minutos y arrancarle un par de respuestas, condiciones que impuso el propio jugador.
 
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Ronaldo, la estrella del Real Madrid, había pasado por muchas lesiones, incluyendo tres en su rodilla derecha que prácticamente lo habían dejado por fuera del fútbol. Pero en Japón y Corea 2002 regresó y con un look muy particular: el 9 de Brasil llegó al primer mundial que se jugaba en Asia con solo un diminuto cuadrado de pelo de la parte delantera de su cabeza; todos hablaban de su corte, y nadie lo entendía.
El Gordo marcó ocho goles: Turquía, China y Costa Rica lo sufrieron en la fase de grupos, en octavos le anotó a Bélgica, en la semifinal repitió contra Turquía y en la final contra Alemania hizo los dos que le dieron a Brasil su quinto título mundial. Ese día no solo se convirtió en el máximo goleador de la cita, sino también en el máximo anotador en la historia de los mundiales con 15 goles, un récord que después fue reclamado por Miroslav Klose.
Años más adelante, Ronaldo confesó que la única manera que encontró para que la prensa y los aficionados no hablaran de sus lesiones y sus rodillas, era haciéndolos hablar de su nuevo corte de pelo: todo un estratega.
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A pesar de ser hijo de dos deportistas polacos –su padre, futbolista; y su madre, jugadora de balonmano– a Miroslav Klose le pusieron una condición: antes de ser futbolista, debía tener un título. Por eso, este goleador polaco de nacimiento y alemán de crianza, dejó el balón a un lado y de los 17 a los 20 años estudió ebanistería y carpintería.
Una vez graduado, Klose tuvo el camino libre: volvió a las canchas y debutó con el Kaiserlauten, donde obtuvo el Premio fair play de la Bundesliga luego de confesarle a un juez que no había sido derribado en el área cuando este pitó un penal, un hecho que se repitió luego cuando jugaba en el Lazio, años después, cuando le confesó al juez que había anotado un gol alempujar el balón con su brazo derecho. Con la camiseta de la Mannschaft, Klose anotó cinco goles durante el Mundial Alemania 2006: facturó por duplicado en el partido inaugural contra Costa Rica, luego marcó otros dos contra Ecuador en el último partido de la fase de grupos y, finalmente, también le marcó a Argentina
en los cuartos de final. Su poderío goleador alcanzó para poner a su selección en el tercer lugar, pero ahí no paró todo: Klose anotó cuatro goles en Suráfrica 2010 y dos en Brasil 2014, suficiente para arrebatarle a Ronaldo el título del máximo goleador en la historia de los mundiales.
 
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Como si fuera una carrera de relevos, en Suráfrica 2010 Thomas Müller, con solo 20 años, recibió la Bota de Oro por parte de su compañero de selección Miroslav Klose.
En su segundo mundial, el delantero del Bayern München hizo cinco goles, al igual que el uruguayo Diego Forlán –que se ganó el Balón de Oro, el trofeo al mejor jugador del mundial–, el holandés Wesley Sneijder –subcampeón– y el español David Villa –que levantó la Copa del Mundo–. El desempate se dio por las asistencias: el alemán hizo tres, mientras que los demás solo hicieron una.
El primer gol de Müller fue contra Australia en la victoria de Alemania por 4-0 en primera fase, en los octavos de final facturó por duplicado ante Inglaterra en el triunfo 4-1, en cuartos anotó otro contra Argentina y en el partido por el tercer puesto hizo el último gol de su cuenta personal contra Uruguay. El más significativo, sin embargo, fue el que le hizo a Argentina. Un día antes del juego, Müller fue a la conferencia de prensa, en la que se encontró con Diego Maradona, el entrenador de los albicelestes. Frente a Müller, la leyenda del fútbol argentino dijo no haber escuchado nunca del joven goleador y Müller, siempre respetuoso, no se refirió al tema. Solo esperó el momento del partido para hacerse presente y colaborar con la goleada 4-0 que le dio a Alemania un tiquete a la semifinal.
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El Maracaná cayó rendido a los pies del 10. Corría el minuto 27 del segundo tiempo en el partido entre Colombia y Uruguay que definiría el clasificado a los cuartos de final y James Rodríguez recibió por fuera del área un pase de cabeza de Abel Aguilar. Ante la marca de tres uruguayos, James la paró de pecho, se volteó y sin dejar caer el balón pateó con la pierna izquierda hacia el palo superior del arco que cuidaba Muslera.
Es uno de los mejores goles de la historia de los mundiales.
Colombia no iba a un mundial de fútbol desde hacía 16 años. Por eso Brasil fue especial. Y también porque el equipo de José Néstor Pékerman consiguió la mejor actuación de la selección en las copas del mundo: cuartos de final.
En Brasil muchos colombianos se ratificaron como figuras del fútbol. Sobre todo James Rodríguez, entonces jugador del Mónaco: ante la notoria ausencia de Radamel Falcao García por lesión, James, con solo 23 años, tomó el liderato de la selección y se convirtió, con seis goles, en el goleador y la gran figura de la competencia.
El primer gol de James se lo hizo a Grecia durante el triunfo de Colombia por 3-0 en la primera fase. Siguió su cuenta con un gol de cabeza contra Costa de Marfil. Le anotó el tercero a Japón cuando recibió un pase filtrado, controló la pelota y, dentro del área, enganchó dos veces antes de rematar para el cuarto gol del partido, que terminó 4-1. Después marcó los dos goles de la victoria contra Uruguay. Y, finalmente, en cuartos de final contra Brasil, James se presentó con un gol de penal en el minuto 80. Colombia resultó eliminada tras perder 2-1, pero con seis anotaciones James se consagró como el goleador del mundial y la gran figura de Colombia.
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