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Historias

Las maldades de Karina, la ex guerrillera de las FARC

12 de septiembre de 2012: Alias 'Karina' recibe una nueva condena de 17 años de cárcel por los delitos de desaparición forzada y homicidio. Todos los detalles de esta nueva condena aquí.
27 de abril de 2010: Alias 'Karina' fue condenada a 40 años de prisión por la toma del corregimiento Montebonito, Caldas, el 3 de marzo de 2006. Lea esta noticia aquí y el perfil de DONJUAN a continuación.
"Karina" entró en la caleta. La orden era matarlo sin hacer ruido.
-Le corté la yugular. No más -recuerda.
Eran amigos. Ella tenía 17 años y uno de estar en las Farc. Él, 24 ó 25, un campesino que iba con frecuencia al campamento a soltarles algún dato o a saludar. Se caían bien, y por eso lo eligieron. Él la miró al entrar, pero no dijo nada. Karina tampoco habló. Después de matarlo, el comandante le entregó una pala para que ella misma hiciera el hueco y lo enterrara. 
-Lo hice para demostrar que era capaz de matar.
Era un examen que tenía que pasar -la prueba de que no le temblaba la mano para asesinar a sangre fría- y lo había esquivado con su facha de no temerle a nada. "¿De verdad, negra, usted no lo ha hecho?", le preguntó "Efraín Guzmán", su primer jefe en las Farc. Entonces programaron la cita con el muchacho. "Si no lo mato, me fusilan", pensó. Ya había oído hablar de otras mujeres que se habían negado y entrado en pánico. La versión oficial era que las enviaban de regreso a sus casas. El rumor era que las mandaban acompañadas de otros guerrilleros con palas y bolsas de poliéster.
-A sus casas no llegaban -dice Karina-. Qué pesar con ese chino. Durante mucho tiempo viví con su imagen en la cabeza. Ya no.  
 
USTED SE ENCUENTRA EN LA SALA DE CAPTURADOS DEL DAS. Esa frase, en mayúsculas, en negro, es lo primero que se ve al entrar. A partir de ese momento hay que pasar puertas controladas por guardias y candados, poner huellas digitales, recorrer pasillos y cruzar rejas hasta llegar al salón de visitas. Hay una mesa redonda de madera, asientos cojos y una imagen de la Virgen en la pared. Elda Nellys Mosquera García -nombre real de Karina- asoma su cabeza desde su celda, como tanteando el rostro de quien vino a buscarla. Camina lento hacia la sala, mirando al suelo. Es cascorva, acuerpada. Tiene puesta una balaca blanca, un bluejean oscuro y un saco de lana que le queda pequeño.
Da la mano sin mirar a los ojos y sin apretar. Está fría. Son las ocho de la mañana y acaba de dejar los dos metros por uno y medio de su celda. Duerme sobre un par de colchonetas delgadas encima de un planchón de cemento (la segunda colchoneta fue petición suya, por el frío bogotano); tiene una mesa que le sirve de escritorio, un televisor y una repisa con cremas para la piel. En la mesa están los tres cuadernos en los que ha empezado a escribir su historia.
Sus manos son gruesas, grandes, muy grandes para sus 1,65 metros de estatura. Parece mayor de los 42 años que dice su cédula. Hoy tiene los labios pintados de rojo y las uñas con un esmalte blanco que ya se está cayendo. Sonríe poco. La guerra le dejó su ojo izquierdo muerto y el oído derecho casi inservible. Le falta un diente. "La más sanguinaria de las Farc", la mujer que más alto llegó en esa guerrilla -comandante de frente-, la dueña de un alias que muchas otras subversivas querían usar para ganarse un poco de su autoridad y provocar el mismo temor, pasa sus días casi sin hablar y viendo telenovelas (su romanticismo fue, de hecho, uno de los puntos débiles que terminaron por acorralarla) en esa celda del Das a la que llegó por seguridad después de estar en El Buen Pastor.
Luego de desertar, la guerrilla no la ve como gestora de paz, sino de traición. "Sé que 'Marcos' está ofreciendo 500 millones de pesos por mi cabeza", dice casi sin afectarse. Marcos es el coordinador de los tres frentes del oriente antioqueño, donde ella operó durante una década. "Pero de la mano de Jesucristo voy a salir adelante", agrega. Tiene acento paisa, habla despacio. A veces suelta griticos, como un recuerdo del mando que algún día tuvo. En prisión tocó una Biblia por primera vez. Se la regaló uno de los jefes de sala que se acercó a hablarle después de una semana encerrada sin que nadie le dirigiera una palabra. Cuando le habló, ella se soltó a llorar. Sin camuflado, sin poder, sin arma, Karina no da miedo. Mucho menos lástima. 
-Me mataron estos hijueputas -gritaba Karina.
-No se queje tan duro, negra, que nos van a rematar -le susurraba la guerrillera que había quedado tirada a su lado.
Agosto de 1998. Quinientos guerrilleros de los frentes 58 y quinto -del que ella hacía parte- se tomaron la base militar de Pavarandó, en el Urabá antioqueño. Los combates empezaron a las ocho de la noche y eran las tres de la mañana. Bajo el mando de Karina estaba una compañía de cierre con cuarenta hombres. En medio del fuego vio que los militares estaban saliendo por un lado de la base, justo donde ella había dispuesto a su equipo. Se acercó a verificar qué pasaba y notó que no estaban en posición. "¿No dizque saben de esto?", alcanzó a recriminarles antes de que una bala del Ejército le diera en un brazo. Era la primera vez que la herían en catorce años de guerra. Volteó a mirarse, notó que el hueso no estaba dañado, apenas le salía un chorrito de sangre.
Siguió echando bala y el Ejército continuó con granadas. Karina llevaba en su morral un lanzagranadas con dos bombas. Oyó un ruido y se agachó. Dio la vuelta despacio. Tenía una granada a sus pies. Pasó un par de segundos antes de que explotara e hiciera explotar también las que cargaba en su espalda. Sintió que subía al cielo y volvía a caer.
-Me mataron y dejé huérfana a mi niña -seguía gritando.
En ese momento su hija tenía siete años. Aunque la niña vivía con su familia paterna en Medellín, Karina lograba que se la llevaran con frecuencia al monte para verla crecer. Después la guerra se acrecentó y perdieron todo contacto. Volvió a verla el día en que se desmovilizó.
-Ayúdese, negra, que no puedo cargarla sola -le insistía la guerrillera que la acompañaba, una niña de 16 años. Los demás se habían ido. En ese combate murieron catorce militares, doce quedaron heridos y doce secuestrados. Karina estuvo cinco días en coma y duró seis meses en hospitales de la guerrilla -en Medellín, a veces; y atendida por especialistas en los campamentos- y le hicieron varias operaciones para recuperar la vista y la audición. Perdió la visión del ojo izquierdo y el tímpano derecho quedó destruido. Estuvo un año fuera de combate, desesperada, porque le gustaba la línea de fuego. A su regresó empezó a usar una gafas oscuras que ocultaban su ojo muerto, y que le dieron más misterio a su leyenda negra en las Farc.
Homicidio, rebelión, terrorismo, secuestro, concierto para delinquir, reclutamiento ilícito de menores y desaparición forzada. Desde principios de 2000 Karina llevaba encima órdenes de captura por estos delitos. Los datos de inteligencia la relacionaban con hechos como la toma del caserío Vijagual en Apartadó; la incursión al cerro Montezuma en Pueblo Rico, Risaralda, en la que murieron trece militares y veinte fueron heridos. Su nombre aparecía vinculado con las masacres de La Chinita, con treinta y cuatro muertos; y en la masacre de la finca Los Cunas, con quince campesinos muertos.
También en el asalto del batallón de Juradó, Chocó, en el que hubo veinticinco militares muertos y doce secuestrados. Pero fue la toma de Arboleda, en Pensilvania, Caldas, el 29 de julio de 2000, la acción que puso su alias en la mira de las fuerzas militares. En esa toma, planeada y comandada por Karina, quinientos hombres atacaron una estación de policía en la que había veintisiete agentes. Fueron días de combate con armas de largo alcance, cilindros de gas y un carro bomba. Algunos agentes -sin más opción de defensa- se vistieron de civil para tratar de huir. Otros se rindieron. Murieron trece policías y tres civiles fueron asesinados; uno de ellos, según datos oficiales, fue incinerado vivo.
Su sangre fría, y su capacidad para la estrategia y el combate -dicen que tenía una facilidad extrema para disparar-, la hicieron ascender muy rápido en la guerrilla. Karina fue guerrillera rasa solo dos años. Después la nombraron comandante de escuadra -con doce hombres a su mando-, luego reemplazante de compañía y más tarde formó parte de la dirección del frente quinto. Intentaron darle cargos de formación política y de manejo de finanzas. Pero no pudo con eso. Lo suyo era el combate. Le adjudicaron un comando de cuarenta guerrilleros con un objetivo claro: recuperar la zona de Santa Fe de Antioquia, que las Farc habían perdido por los paramilitares. Karina lo logró. En respuesta, el secretariado la envió al frente 47 y la nombró comandante.
Allá debía mandar sobre medio millar de hombres que operaban en el suroriente antioqueño. Su alias se volvió el terror en municipios como Sonsón, Nariño y Argelia. Crecieron los retenes ilegales, las quemas de carros, los asaltos a estaciones de policía. Habitantes de Nariño cuentan que hizo matar a un hombre porque abusaba de las mujeres y que pasó lo mismo con dos campesinos, padre e hijo, porque robaban. El policía retirado Miguel Antonio Páez afirmó que ella lo mandó castrar.
-Hay una señora de las Farc llamada Karina que hay que capturar -dijo el presidente Álvaro Uribe en un consejo comunal del 2002. A partir de ese momento se convirtió en la mujer más buscada del país. Y en la obsesión del Presidente, que ofreció 1.500 millones de pesos como recompensa. Karina lo oía 'tenía un radio a su lado, siempre' y reforzaba su seguridad. Su arma era un brazo más. El M16 corto era su preferido. Con él a sus hombros extendió el poder del frente 47.
-Yo rendía en lo que me ponían a hacer. Simplemente obedecía -dice hoy Elda Nellys Mosquera-. Esas capacidades las saqué de mi casa. Mis padres me enseñaron a trabajar duro y a no desobedecer. 
En su casa fueron doce hijos. Tres murieron casi recién nacidos y ella no supo de qué. Solo recuerda que su mamá le decía que se iban muriendo. Vivían en una casa campesina del corregimiento de Currulao, en Turbo, Antioquia. Su papá, chocoano, había logrado conseguir un pedazo de tierra y cultivar maíz, que era lo único que daba algo de plata. Aunque cuando recogía una cosecha ya la debía, cuenta ella. La casa tenía dos piezas, una para sus papás y los niños menores y otra para el resto de los hijos. Ni su papá ni su mamá sabían escribir -todavía no saben- y les decían que no valía la pena ir a la escuela. De todos, Elda Nellys fue la única que pudo aprender a leer y escribir.
Llegó hasta quinto de primaria porque la mandaron a vivir con la abuela y ella pagó sus estudios. "Pero no era gratis. A cambio yo tenía que vender mazamorra y arepas. La plata era para ella". A los 12 años volvió a casa porque su papá le dijo que ya era suficiente de estudio. La puso a trabajar la tierra, a recoger maíz. Lograba reunir unas dos o tres cargas. 
-No era mucho, pero al menos teníamos para el "estrén" de diciembre. Los campesinos no probamos ropa nueva sino el fin de año.
Sus papás formaron parte del Partido Comunista y Elda Nellys, adolescente, no oía hablar de otra cosa que no fuera la Juco, la Juventud Comunista. Un hermano mayor se fue antes que ella a la guerrilla y en casa solo se decía que "se había ido con los muchachos del monte". Otro hermano siguió sus pasos y murió en combate. Ella tenía 16 años cuando se unió a las Farc. Antes de eso había soñado con lo que casi toda niña sueña, casarse, ser enfermera. Pero salió convencida para la selva. En septiembre de 1984 ingresó al frente quinto. Llegó al mismo tiempo que otras dos vecinas. A una le pusieron el alias de Daisy, a otra, Viviana. A ella le tocó Karina. Hasta ese momento no había tenido un arma en sus manos. Solo las había visto del brazo de los guerrilleros que rondaban su vereda. Los primeros días de guardia se sintió incómoda con un revólver. Cualquier ruido la asustaba y pensaba que estaba sin carga y no iba a poder reaccionar. Se fue familiarizando. Mucho. 
-Matar por matar no me gustaba -dice-. Ni siquiera me daba cuenta de si mis balas daban en cuerpo o no. En el afán del combate es imposible saber. A veces me acercaba a los muertos para quitarles la ropa o el fusil, si los necesitaba. Pero ya. Había otros compañeros que sí se volvían locos por matar. Tocaba soltarles gallinas para que les dispararan y calmaran la fiebre.
Hacia afuera mostraba su cara más cruel. Hacia adentro era una comandante amiga de su tropa. Recibió varias sanciones de sus superiores por cuenta de esa actitud. Alguna vez "Iván Ríos" -el guerrillero que murió a manos de "Rojas", su jefe de seguridad, que lo mató para cobrar la recompensa y luego cortó su mano para demostrar su muerte- le recriminó que metiera en su caleta a mandos medios (sus parejas siempre fueron mandos medios) y armara relajo con ellos. "Eso no es propio de un comandante -le dijo Ríos-. Usted no está para hacer corrillos".
Karina le contestó que entonces prefería no ser jefe, porque no iba a dejar de estar cerca de su tropa. "Los muchachos que salían conmigo a combate sabían que iban a estar seguros -dice, todavía con cierto orgullo-. Tenían la tranquilidad de que yo frenteaba al enemigo como tocaba". A pesar de esa camaradería, no le temblaba la mano para ordenar fusilamientos por traición o infiltración. Ella no se encargaba de darles el tiro de gracia, pero sí era quien dictaba el veredicto. Y casi siempre era la muerte.  
-Ordené muchos fusilamientos. A veces de menores de edad. Si pudiera devolver el tiempo, no haría eso. Les decíamos ''ajusticiamientos", pero eran asesinatos. En las Farc, por reglamento, uno tiene que volverse malo.
Cuando "michín"-alias de abelardo montes suárez, guerrillero mando medio y pareja suya- le propuso que se entregaran, Karina pensó que su novio -su "compañero sentimental"- bromeaba. Fue en febrero de 2007. Su campamento estaba asfixiado por los operativos militares. En uno de ellos el Ejército dio de baja a su jefe de seguridad, "Limón", uno de los pocos que se mantenía firme y se la jugaba por ella.
-¿A usted qué le pasa? Yo de aquí salgo pero muerta -le respondió Karina a Michín. Él, más bajito, más flaco, sin mando, se asustó y alcanzó a pensar que iba a mandarlo fusilar por haberle hecho la propuesta.
El cerco militar los acorralaba cada día más. Escaseaba la comida. De los cientos de hombres que había tenido a su mando quedaban menos de veinte, y Karina no confiaba en ellos porque eran recién llegados. El hecho de que el gobierno hubiera puesto una recompensa tan alta por su cabeza había llevado a que pocos quisieran seguir a su lado. El antecedente de Ríos también la hacía pensar: cualquiera podría matarla y cobrar la plata. Karina y Michín se turnaban la vigilancia día y noche. Uno dormía, el otro velaba.
Al mismo tiempo agentes del Das hacían inteligencia para llegar a ella.
Sabían, por lo encontrado en un campamento que abandonó a la carrera, que detrás de esa armadura de hierro había una mujer enamoradiza: lo supieron por un cuaderno que hallaron lleno de corazoncitos dibujados y cartas de amor. Los agentes dedujeron que la forma de acercársele era por medio de su pareja. Contactaron a Michín y lo convencieron de que le planteara la desmovilización. Fue un trabajo largo en el que usaron también otro argumento: su hija, la niña que había tenido en 1991 y que había dejado con la familia del papá a los cuarenta días de nacida. Ya llevaba más de cuatro años sin saber de ella. "Hágalo por su niña", le insistía Michín. Karina por fin aceptó, pero pidió a su hija como garante de la entrega: desconfiaba del gobierno. Tomó esa decisión porque sentía que las Farc la habían abandonado y que solo buscaban que el Ejército la matara.  
 -Voy a hacer una ronda a ver qué hay por ahí -fue lo último que les dijo a sus hombres. No volvió.
El 18 de mayo del año pasado desertó, con una sudadera puesta y una pistola 9 milímetros. En varios municipios del suroriente antioqueño declararon día cívico para festejar. Semanas después un juez especializado de Manizales la condenó a treinta y tres años de prisión por la toma de Arboleda. Pero por petición del gobierno la Fiscalía la incluyó en la Ley de Justicia y Paz, y es posible que no pague más de ocho años de prisión. Se comprometió a confesar, a reponer a las víctimas, a ser gestora de paz. En ese papel ha aparecido en varios foros y encuentros académicos a los que llega a hablar de reconciliación, esposada, protegida por agentes del Inpec, rodeada de escudos blindados.
No se ha arrepentido de haber dejado la guerrilla, pero sí ha tenido días de depresión por cosas que se encontró en el camino. Su hija, de 17 años y bachiller, la ha visitado en prisión y le ha dicho que no piensa vivir a su lado. Quiere seguir junto a la familia que la crió desde niña. Tampoco ha podido verse con Michín -preso en la cárcel Modelo- porque el Inpec no le autoriza visitas conyugales. Hoy Karina -Elda Nellys, como prefiere- pasa sus días sola, en un pabellón destinado para ella, y en silencio. Sale temprano de su celda, a eso de las siete de la mañana, después del conteo, y se para en la esquina de un pasillo por donde entra un poco más de luz solar. La luz eléctrica le hace daño para los ojos.
También escribe, pero lento. Cada vez que avanza una página sobre algo de lo que vivió en la guerra tiene que retroceder y volver a empezar porque se acuerda de más detalles. "Fue mucho". De vez en cuando conversa con Alipio, un recluso que le ha enseñado a leer la Biblia.
-Ahora madrugo a hablar con Dios y me acuesto hablando con Él.
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