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Historias

Las cartas de Colombia en los Olímpicos de Londres

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Natación, pesas, bicicross, tiro con arco; las disciplinas menos pensadas se convierten en el motivo de orgullo para todas las naciones que participan. Este año Colombia lleva a la delegación más numerosa de toda su historia. Todos son héroes y su batalla para pisar Londres está cargada de varias amarguras, pero todo se compensa con el sueño olímpico.
Algo tienen en común el suizo Roger Federer, el mejor jugador de tenis de la historia, y Santiago Grillo, el navegante colombiano en cuyo palmarés no hay ni una fracción de los títulos del gran Federer: a ambos les hace falta una medalla. A Grillo porque nunca la ha ganado y a Federer porque aunque ya tiene una (que ganó en 2008 en Beijing jugando dobles), quiere una individual. Una suya y de nadie más. Y Grillo quiere lo mismo.
Las posibilidades de Santiago en su campo no son comparables con las de Federer, pero para ambos, colgarse del cuello una medalla olímpica es un premio que no se equipara con ningún contrato publicitario o un patrocinio. No es que después de ganar no lleguen buenas ofertas económicas e incentivos por parte de gobiernos y federaciones, pero ir a unos juegos olímpicos, y sobre todo ganar una medalla, es una cuestión de honor. Para empezar, el solo hecho de clasificar constituye una verdadera lucha en cada deporte y, una vez que el deportista está en los juegos, debe competir contra los mejores del resto del planeta.
A Londres asistirán 10.490 atletas. Parece mucha gente y que cualquiera puede llegar allí, pero no hay tal. Cuando se tiene en cuenta que las competencias abarcan 39 disciplinas en 26 deportes y que los deportistas provienen de 204 comités olímpicos diferentes, la cifra de 10.490 atletas empieza a verse pequeña. El no tan simple hecho de clasificar quiere decir que, así uno quede de último, tiene las condiciones para retar -en igualdad de condiciones- al campeón de campeones. Este año, será la vez que Colombia lleve más deportistas al máximo evento: 103 competidores.
Santiago Grillo
Santiago Grillo (Cali, 1987) fue el primer deportista que compitió por el país en la vela en los Juegos Olímpicos y no le tiembla la voz para decir que quedó de último en su competencia. Hace cuatro años, en Beijing, el sueño de pelear por una medalla se fue rápidamente al fondo del lago. Desde afuera del mundo de la alta competencia, una experiencia similar sabe a desilusión y a fracaso, pero para él fue una victoria y una actuación que lo motivó lo suficiente  para seguir adelante e intentarlo nuevamente. Al regresar a Colombia recordó todos los problemas que pasó para dedicarse a su pasión.
Había abandonado los estudios de segundo semestre de administración de empresas en la Universidad Icesi para irse a vivir al lago Calima en busca de su casilla olímpica y de mejorar su rendimiento. Sus padres, Nelson y Marta, se dieron cuenta de que Santiago no le prestaba atención ni al estudio ni al deporte y le pusieron las cartas sobre la mesa: "O se dedica al deporte o al estudio" y él, sin pensarlo dos veces, escogió la vela. No se trataba de un simple capricho; la familia tenía desde hace muchos años una casa de fin de semana junto al lago y Santiago empezó a practicar deportes de vela a la edad de siete años. Antes de viajar a los Juegos Olímpicos de Beijing se entrenó en Buzios, Brasil, junto con Ricardo Santos el campeón mundial de windsurf RS:X, la categoría de ese deporte de vela que es deporte olímpico.
Intuía que en China no podía hacer mucho porque el nivel de competencia que se iba a encontrar era muy alto y lo vivió en carne propia. "No tiré la toalla. Tal vez algunas personas que queden de últimos se retiren, pero para mí fue una experiencia sensacional, de la que aprendí un montón. Y lo que me tiene más contento es que sigo en la vela y aquí estoy, preparando mis segundos juegos olímpicos", manifiesta.
Esta vez va con los pies en la tierra. Sabe que no se vive de ilusiones y que en esta ocasión tampoco será fácil, pero en su mente no está terminar de último y quiere meterse dentro de los 25 mejores, porque si no demuestra algún progreso en cuatro años, tal vez tenga que volver a las aulas universitarias y dejar de invertir su patrimonio en la vela, porque el apoyo para los entrenamientos y para vivir del deporte no está por ninguna parte.
Esa es la otra cara de la moneda. Detrás de cada atleta colombiano clasificado a los olímpicos hay una larga historia de sacrificios. Cada uno puede contar cómo quiere dejar atrás cosas como las rifas y los bingos en los que recogen dinero para viajar y poder competir, o las tristezas por el fallecimiento de sus seres queridos en los momentos que más los necesitaban, o la separación de sus padres por culpa de la violencia, o el viaje triste de un lugar a otro en busca de mejores condiciones para entrenar o los permisos en el colegio para presentar los exámenes en extra tiempo, para meterse de lleno en su participación en Londres-2012. Algunos dejan atrás a sus familias, les recortan el tiempo a los amigos y se pierden de muchas de las tontas pero memorables anécdotas de su adolescencia para concentrarse en su preparación deportiva.
Yuri Alvear
Algunas veces el sacrificio llega hasta el punto de las lágrimas, y no precisamente por la emoción de un triunfo o la de una derrota. En Jamundí, Valle del Cauca, era común ver a la judoca Yuri Alvear, acompañada de sus padres Arnoby y Miriam, caminando de casa en casa para vender empanadas y así reunir el dinero para viajar a las competencias. Él se ganaba la vida en la construcción y ella lavando y planchando la ropa en casas de familia, mientras Yuri y su hermano Harby iban a la escuela. Yuri no estaba sola en sus esfuerzos, y el paseo con las empanadas ya era tan agotador que una vez se sentaron a pensar con las otras judocas y decidieron hacer bazares y rifas para juntar recursos, pero a veces ni siquiera eso servía.
En una ocasión, la obsesión de Yuri era ir a competir a Buenos Aires (Argentina), pero esa vez ni las rifas, ni el bingo ni la venta de empanadas le dieron el dinero suficiente para coger el avión y se quedó.
-Lloró hasta más no poder. Es la vez que más triste la he visto -recuerda su mamá.
Fue tan fuerte el golpe de no acompañar a la delegación colombiana, que Alvear, hoy carta colombiana en los 70 kilos en Londres, pensó en alejarse de su deporte. Esa decisión hubiera sido un desastre para el deporte nacional. Yuri es, por mucho, la mejor judoca de Colombia.
"No fue fácil. Me dio mucha tristeza. Una vez estaba en mi cuarto, encerrada, sin hablarle a nadie y decidí no volver a entrenar. Pero cuando regresaron mis compañeras del viaje me convencieron", dijo Alvear, con una voz ronca y cambiando de casete, porque siempre que se le pregunta algo utiliza las mismas frases de cajón: "Gracias a Dios. Nos estamos preparando y vamos día a día".
Ese plural mayestático que ella aplica con modestia para referirse a ella y sus compañeros es justamente eso, modestia, porque está claro que en su disciplina Yuri no tiene rival en el país y eso tiene tanto de halagador como de problemático, porque no cuenta con una contendiente que le dé la talla para poder entrenar frecuentemente con ella. El entrenador de la selección colombiana de judo, el japonés Nuriyoki Hayakawa, le dedica una parte importante de su tiempo, sin descuidar al resto del equipo. Pero su dedicación y talento han dado sus frutos, porque la Federación Colombiana de Judo decidió enviarla a Japón el primer semestre de este año para que entrenara con los mejores en la cuna de su disciplina.
Yuri llegó al deporte por accidente. En el Liceo Técnico Comercial de su Jamundí se destacó más por los montajes de los bailes de salsa, que por otra cosa. Experta en "azotar baldosa", en su casa dicen que el país se privó de ver a una excelente exponente de la salsa, pero ganó una gran campeona, una judoca que saltó a la fama con el oro en el Mundial de Holanda en el 2009 en la categoría de los 70 kilos.
Desde entonces ha confirmado su talento las veces que se colgó el oro en los Juegos Suramericanos-2010, en la Copa Mundo de Miami y los bronces en Brasil y Australia el año pasado.
Como preparación a los Olímpicos, en esta temporada, Alvear ha ganado los bronces en la Copa Mundo de Polonia y Hungría. Y aparte de eso, también se especializó en cocinar un excelente sancocho valluno, "como para chuparse los dedos", como dice su mamá.
Luis Fernando López
En Pasto, Nariño, también hay una historia en la que los sacrificios han sido otros. Luis Fernando López, hoy subintendente de la Policía Nacional, actualmente el mejor marchista del país y uno de los más destacados del mundo, sufrió uno de los golpes más duros de su vida: la muerte de Dora Yolanda, su mamá.
El vacío que dejó en Luis, su esposo, y en sus hijos, Luis Fernando y María Victoria, no lo ha podido llenar nadie, ni siquiera las victorias del deportista, que se ha llenado de gloria por el mundo. Pero precisamente por eso, tanto López como cualquier atleta de alto rendimiento es capaz de ir más allá. En el durísimo deporte de la marcha, al preguntársele cómo hace para no tirar la toalla cuando siente que no va a poder más, López dice -como si fuera tan fácil para el resto de los mortales- que "el cuerpo, en algún lugar, siempre tiene un poquitico más de dónde sacar". En una semana recorre entre 140 km y 170 km durante sus entrenamientos.
Diariamente se le puede ver a partir de las siete de la mañana marchando alrededor del parque Simón Bolívar en Bogotá. Su primer entrenamiento va hasta las diez de la mañana. A la hora en que muchos llevan una o dos horas en la oficina, López ya va por la mitad de su jornada laboral y ha dejado su ropa completamente sudada. Por las tardes, de tres a seis, entrena más, bien sea en el parque o en la pista de atletismo del Salitre.
A los ocho años comenzó a "comerse el asfalto" y en 1998, cuando logró el oro en el Suramericano de Marcha en Argentina, se enfundó el uniforme verde de la Policía. Prestó servicio como todo parroquiano. Pensó en pedir la baja porque un superior no quería que siguiera en el atletismo, pero recapacitó y fue enviado a Mocoa (Putumayo).
Allí, en plena selva, varias veces temió por su vida. Hizo parte del Grupo Antinarcóticos y estuvo en misiones en las que incautaron toneladas y toneladas de cocaína. No le gusta hablar mucho al respecto, pero uno no tarda mucho en darse cuenta de que no solo se trata de la discreción propia de un asunto policial, sino que, simplemente, López es un tipo de pocas palabras.
Sin embargo, lo que le falta en elocuencia le sobra en emoción y en sentimiento. Al bajar del podio en el que recibió la medalla en el Mundial de Atletismo en Daegu, Corea del Sur, López se convirtió en el primer atleta colombiano en ganar una medalla en un mundial de atletismo de mayores. Veintiún años después de la muerte de su madre, López aún la recuerda y le dedicó su medalla de bronce. En enero pasado sufrió otro duro golpe: perdió a su técnico, su mentor y amigo, Fernando Rozo.
"Fue una época difícil. Nosotros no lo esperábamos. Su muerte ocurrió de un momento a otro y me quedé sin mi papá deportivo, pero voy a Londres en busca del podio para rendirle un homenaje", dice López, de 32 años, profesional en contaduría y un hombre que, hoy en día, tiene una motivación extra para ir en busca de una medalla: el pasado 13 de junio nació su primera hija, Salomé.
Aunque en Colombia los patrocinios deportivos están lejos de los fabulosos contratos publicitarios de muchos medallistas de países ricos (porque incluso allá la lucha por el patrocinio también es salvaje -como lo ilustró magistralmente la película Jerry Maguire), cuando un deportista sobresale de manera notoria, tiene la posibilidad de vivir de su talento. Quizá a López no le toque ser la imagen mundial de una multinacional de productos electrónicos (como en su momento lo hizo Carl Lewis), pero el Comité Olímpico Colombiano, la Federación de Atletismo y la Policía Nacional se encargan de que él pueda entrenar sin preocupaciones.
Adidas, marca que también se encarga del patrocinio de López y de otros once atletas colombianos de alto rendimiento que irán a Londres, pone los implementos. La marca de las tres rayas también tuvo entre sus patrocinados a la pesista María Isabel Urrutia, y en la actualidad apoya a la selección femenina de fútbol y al corredor de vallas Paulo César Villar, entre otros. Red Bull patrocina a Mariana Pajón (a quien además consiente mucho en su sitio de Internet) y Nike se encarga de que Catherine Ibargüen salte lejos.
Catherine Ibargüen
Catherine Ibargüen, la gran atleta colombiana de salto triple, nació el 12 de febrero de 1984 en Apartadó (Antioquia). Sus padres, Francisca y William, se separaron y ella quedó en manos de su abuela, Ayola, que culpa a la violencia de la desintegración de la familia. Francisca se vio obligada a irse de la población y a trabajar en oficios varios, mientras que William emigró a Venezuela.
En la casa de Ayola no había mucho dinero para comprar la comida y tampoco para pagar un colegio, pero Catherine se las ingenió para asistir a clases en el Colegio San Francisco de Asís y en unos Juegos Intercolegiados fue descubierta por Wílder Zapata.
Ibargüen forzó la marcha, superó todos los obstáculos y le llegó el día de dejar la casa familiar para ir a Medellín. "Siempre dejo en claro que no me fui de Apartadó por la violencia. En Colombia todos, alguna vez, hemos sentido y sufrido por ese flagelo, pero yo abandoné el pueblo para buscar mejores horizontes. En Medellín encontré mejores escenarios y elementos para entrenar", dice la atleta nacional, de 28 años, que hace tres vive en Puerto Rico, donde estudia enfermería gracias a una beca. Comparte las horas de estudio y entrenamientos con su técnico Ubaldo Duany y su novio Alexánder Ramos.
Como a todo emigrante, le entristece un poco estar lejos de Colombia. Pero el sacrificio ha traído recompensas dulces: con cada medalla, y con cada salto, puede asegurarles un mejor futuro a su mamá, quien vive en Turbo, y a su hermano, que está en Medellín.
El primer paso ya lo dio: ganó la medalla de bronce en el Mundial de Corea en el salto triple el año pasado y ahora quiere dar dos más: ganar una medalla en la olimpiada de Londres-2012 y realizarse como mujer: casarse, tener hijos, terminar enfermería para poder ayudar a la gente que lo necesita e impedir que vivan momentos difíciles como los que ella conoció en Apartadó. Ahora siempre está feliz.
El año pasado, en el estadio de atletismo de los Juegos Panamericano de Guadalajara (México), cuando realizó el último salto, la televisión la enfocó y en la pantalla gigante solo se podía ver su gigantesca sonrisa blanca.
Mariana Pajón
Mariana Pajón, por su lado, nunca ha tenido grandes problemas para ser la que es: la mayor carta de una medalla de oro para Colombia. En su casa el deporte es una religión. Su padre y su hermano mayor, Miguel, practicaron el kartismo, y el menor, Daniel, también practica el bicicrós. No se considera tan bueno como ella, pero se defiende. El número de fans que tiene Mariana es incalculable.
En Twitter la siguen más de catorce mil personas. La siguen no solo por ser la colombiana que ha ganado trece títulos mundiales, dos oros en Juegos Bolivarianos, uno en los Juegos Panamericanos de Guadalajara, diez campeonatos panamericanos, nueve latinoamericanos, dos nacionales en Estados Unidos y el oro en los Juegos Suramericanos-2010 y los Juegos Centroamericanos y del Caribe-2011, sino por su belleza. A pesar de ser figura de un duro deporte, siempre se ve bonita, maquillada y sonriente.
Ella encarna el aprecio del público y no en vano fue escogida como la abanderada de Colombia durante la ceremonia de apertura de los juegos en Londres. No le han faltado admiradores en las competencias ni en Internet, pero tampoco se ha librado de la delincuencia, como le sucedió el último fin de semana de junio, cuando un ladrón se atrevió a robar su bicicleta. Pero de nuevo, sus amigos salieron tras el ratero y recuperaron la herramienta de Mariana. Aunque la historia tuvo un final feliz, resulta inevitable pensar que esto no pasa sino en Colombia.
No es amiga de las fiestas, y aunque ha asistido a algunas, no es lo que más le gusta. Sus 15 años los celebró en una fiesta pequeña en una taberna al mejor estilo del oeste americano. Los invitados fueron sus compañeros bicicrosistas, los padres de ellos y las amigas más cercanas del colegio. Ella prefiere celebrar trepada en un podio.
Pajón se considera una mujer de la casa, pero por lo ordenada, por estar siempre acompañada por su familia, pero -a diferencia de Catherine Ibargüen- no precisamente por saber cocinar. "De eso no sé nada. Se me quema el agua", dice entre risas, la deportista antioqueña, hoy de 20 años, y que se ve, algún día, graduada en medicina y especializada en alguna rama deportiva.
Pajón nació en Medellín, la misma ciudad del ciclista Juan Esteban Arango. Cumplen años apenas con un día de diferencia, aunque Juan Esteban es cinco años mayor. Pajón nació el 10 de octubre de 1991 y "Juanes", el 9 de octubre de 1986.
Juan Esteban Arango
Arango es un serio candidato a ganar una medalla en la próxima olimpiada en la competencia omnium en el ciclismo de pista, una carrera que exige demasiado fondo, porque se compone de seis pruebas: vuelta lanzada, prueba por puntos a 30 kilómetros, eliminación, persecución individual, scratch a 15 kilómetros y el kilómetro.
Arango tiene una experiencia formidable en la competencia y es asiduo visitante de los podios. Fue medalla de plata en la Copa Mundo de Cali-2010, oro en el omniun y la americana en la misma cita, pero en el 2011. Se colgó la medalla de plata en el omnium del Mundial de Pista de Dinamarca-2010 y este año apretó el acelerador, pedaleó a fondo y fue oro en el Mundial de Londres en la misma competencia.
En la casa es muy ordenado. "Demasiado meticuloso", dice su mamá. Los uniformes, las zapatillas, los cascos y las medias para entrenar los organiza por colores y colecciona todas las acreditaciones de los eventos en los que toma parte. Es muy creyente en Dios. No tiene un santo particular al cual encomendarse, pero varias veces va a Sabaneta a rezarle a María Auxiliadora. De su cuello cuelga siempre un crucifijo. Cree en sus capacidades y en lo que puede hacer encima de su bicicleta.
"Juan es buena cuchara", advierte su mamá. No tiene un plato predilecto, se come todo lo que le sirven y cocina. Su familia y sus amigos han sido testigos de la buena sazón que tiene, pues que ellos conozcan, a nadie mejor que a él le quedan bien preparadOs la pasta, el pollo a la plancha y la carne en bistec.
Las historias podrían continuar hasta llenar toda la revista. Son 103 y, en un país en el que las tragedias abundan y cada noticia absurda opaca a la anterior, los deportistas son los responsables de mostrar la mejor cara de un país con tantos problemas como Colombia.
Es imposible saber quiénes volverán a casa con una medalla, o incluso con un diploma olímpico que, sin lugar a equivocaciones, también requiere un sacrificio brutal para su obtención. Quizá celebren con sancocho -como Catherine- o vayan a dejarle flores a la Virgen de Sabaneta -como Juan Esteban-, pero con seguridad dejarán la piel en Londres para alcanzar una gloria que pocos humanos -por no decir pocos colombianos- han acariciado.
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