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Historias

John Douglas Lynch: el señor de los anfibios

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Foto:

 El profesor Lynch es, probablemente, el mayor experto en ranas de Colombia, algo que no resulta nada fácil y en el segundo país con mayor diversidad de anfibios. Habla español estrellado con un marcado acento del inglés, pero  cuenta con emoción la diversidad y las anécdotas del país donde ha vivido y viajado felizmente –excepto un par de desafortunados encuentros con las guerrillas– durante más de veinte años. Hoy es el curador de la colección de anfibios y reptiles de la Universidad Nacional y aunque tiene 76 años sigue aprovechando cada oportunidad que se le presenta para ir a buscar “bichos” en el campo.
Leí que cuando estudiaba biología en Illinois, en los años sesenta, quedó atrapado en una nevada...
¡Ah, sí! Era un estudiante ignorante y pensé: “¡En la Semana Santa iré al campo a coleccionar serpientes!”. Llegué con mi comida, mi ropa, mi carpa y monté campamento, pero al día siguiente me levanto y ¡jueputa, había treinta centímetros de nieve! Era imposible buscar culebras así, pero me pasé toda esa semana descubriendo que los anfibios eran interesantes y no solo comida para mis serpientes. Ahora llevo cincuenta años estudiando exclusivamente ranas.
¿Cuándo vino por primera vez a Colombia?
Decidí visitar el país en 1967 porque es conocido que la diversidad de ranas en Colombia es mucho mayor que la de otros países cercanos, como Ecuador, donde había estado. Vine a buscar dos ranas en particular y una estaba por la zona esmeraldifera. Mi contacto, un herpetólogo lituano que era el único que conocía acá en Colombia, me dijo “¡No, no, no! ¡Es superpeligroso ir allá!”. La otra fue una rana que se encontraba en el páramo La Rusia, en Boyacá, pero mi contacto dijo otra vez: “¡Ahí está peor! La violencia ha matado mucha gente por allá. Mejor que te quedes acá en
Villavicencio”. Fue muy aburrido.
Pero luego volvió en 1979. ¿Cómo era el estado del estudio de anfibios en Colombia en ese entonces?
En esa época había solo unas 200 especies de ranas reportadas en el país, casi todas de tierras bajas. El profesor Pedro Ruiz apenas había iniciado la colección de la Universidad Nacional con solo 5.000 ejemplares que nadie podía identificar. Mi visita en 1979 fue muy oportuna porque empecé a identificarlas en frascos. Y ahí sí empezó a conocer el país...
Empecé a venir entre dos y siete meses cada año. Queríamos probar si el pobre registro de fauna era debido a la falta de investigación en las faldas de los Andes. ¡Y claro que lo era! El profesor Ruiz y yo hicimos 21 trayectos en las cordilleras, a puro carro, caballo y mula porque él tenía miedo de volar. Yo había iniciado descripciones con ejemplares de ranas colombianas, pero con ejemplares conservados en alcohol, entonces fue muy rico descubrir bichos que yo mismo había nombrado y saber cómo se veían en vida. Para finales de los noventa teníamos 35.000 ejemplares en la colección y hoy la fauna de ranas de Colombia es número dos en el mundo, con unas 740 especies.
Yo he descrito entre 250 y 300.
¿Alguna de estas especies que usted describió puede estar ya extinta?
Tenemos la sospecha de que hemos perdido un número significativo de especies en Colombia, precisamente por daño ambiental. Los bosques que quedan en la cordillera cercana a Bogotá, por ejemplo, ya solo son fragmenticos en las cimas de las montañas. Además, los agroquímicos para mejorar la producción de la agricultura también son muy dañinos para el ambiente y sin hábitat las ranas no pueden sobrevivir.
De las especies que usted ha descrito, tres son bastante notorias: una es la Atelopus farci , que bautizó así por las Farc...
La encontré en un bosque bien preservado y restringido en Albán, Cundinamarca. La pinta de esta rana era puro camuflaje y me pareció que era particular nombrar esta especie por las Farc. En estos años he reconocido que, para el medioambiente, las Farc no fueron negativas: frenaron la frontera agrícola en muchas partes, protegiendo así muchos organismos.
Las otras son la Eleutherodactylus carranguerorum y la Eleutherodactylus jorgevelosai, por la carranga, y por Jorge Velosa.
Eso fue por pura amistad. Me gusta mucho la música carranguera, Jorge es buen amigo y he conocido a varios de los carrangueros de Colombia. Para la salsa no tengo uso, para el vallenato y la música llanera tampoco, pero la carranga toca mi corazón.
¿Alguna vez algún investigador le ha puesto su nombre a una especie?
¡Ah, sí! Hay una especie de Antioquia, una de Kansas, otra de Texas... ¡Le han puesto mi nombre como a quince!
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