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Historias

Isabel Cristina Estrada: el cuerpo que provoca

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Revista Don Juan
En el cuarto aniversario de DONJUAN rememoramos el artículo "El cuerpo que provoca", con Isabel Cristina Estrada como protagonista.
"Se le tiene pero se le demora", es su dicho más común y una de las frases que explica parte de su vida. Antes que su cuerpo alcanzara las inigualables -y actuales- medidas de 88-62-92 y de convertirse en Señorita Antioquia, participar en el Reinado Nacional de la Belleza 2001, empezar a modelar y actuar en telenovelas como Amores Cruzados y Nuevo rico, nuevo pobre, Isabel Cristina trabajaba en IBM y no se le pasaba por la cabeza dejar los monitores y el mouse por las cámaras.
Esta ingeniera de sistemas de Eafit vive al tanto de la tecnología, "sale cualquier aparato y lo compro, también leo revistas sobre el tema". Isabel Cristina no sale mucho de rumba, "prefiero quedarme en casa e invitar a comer a mis amigos, también ir a cine los domingos o irme de camping. Voy mucho al gimnasio porque no tengo grupo de amigos para jugar al voleibol", desde los nueve años entrenó en la selección Antioquia y después en su universidad.
El mejor cuerpo de Colombia baila un "pole dance" -el baile más sexy y provocativo- en la portada de aniversario DONJUAN y el escritor peruano Alonso Cueto nos regala un fantástico texto sobre nuestra fascinación por el cuerpo. cuerpo humano se ha convertido en una de nuestras obsesiones desde que tenemos conciencia de nosotros mismos. Esta obsesión ha sido inseparable del deseo. La atracción sexual no es sino una de las formas de la curiosidad voraz por el cuerpo ajeno, un misterio que queremos recorrer y penetrar.
Los ejemplos del culto al cuerpo femenino abundan en la historia. Una de las primeras muestras de esta obsesión es la gran Venus de Willendorf, del Paleolítico Superior, una de las primeras figuras femeninas esculpidas de la historia. La Venus, que tiene más de veinte mil años de antigüedad, muestra a una mujer con enormes senos, nalgas, mamas y vulva, un ejemplo prodigioso del culto de los antiguos habitantes del Paleolítico por la fertilidad. La Venus, descubierta en Austria, es una de las varias figuras femeninas del mismo nombre que se usaban en la cultura auriñaciense, extendida a lo largo de Europa y especialmente en los Pirineos franceses.
Su tamaño llega apenas a once centímetros y según algunas interpretaciones se insertaba en la vagina en los rituales de fertilidad. La proliferación de estas imágenes sugiere la valoración de la mujer en esta época como una proveedora de la vida y la protección. En estas Venus hay una voluptuosidad y una potencia que se pierden en el arte egipcio que va a representar el cuerpo en una forma más proporcionada y rigurosa. El arte griego, con sus furiosas diosas eróticas, es otro capítulo de nuestra obsesión.
A lo largo de la historia ha habido distintos cuerpos ideales femeninos. La voluptuosa y maternal Venus del Paleolítico, la figura estilizada y rigurosa de los egipcios, la sensualidad de las diosas griegas, fueron seguidas por otras. En el siglo XVII, el pintor flamenco Peter Paul Rubens ofrece unas mujeres de cuerpos gruesos y desmedidos, para nuestros cánones contemporáneos. En el Museo del Prado podemos ver "Las Tres Gracias", tres mujeres entrelazadas con glúteos desbordados, muslos ansiosos y torsos potentes.
La delgadez, tal como la entendemos hoy, no era un atributo del arte barroco y por entonces se glorificaba el exceso como una cualidad. Una de las versiones dice que las tres gracias son versiones distintas que Rubens tenía de su esposa, Elena Fourment. La interpretación no deja de ser interesante, pues es posible que Rubens viera en ella, como todo buen marido, a varios cuerpos, o al menos a tres, que coincidían en el mismo. La idea de un cuerpo femenino perfecto depende de cada época.
En los tiempos de Alejandro Dumas la palidez era una señal de atractivo erótico, lo que hacía que muchas mujeres pasaran los veranos bajo techo. Hoy, en cambio, se supone que el bronceado es un requisito erótico. Hay épocas que se obsesionan con la extrema delgadez, como ocurrió en los años de mil novecientos sesenta, cuando reinaba una modelo llamada Twiggy (por sus piernas de ramita).
Un poco antes, la obsesión eran los senos enormes, requisito que la actriz Jayne Mansfield (con sus famosos ciento dos centímetros de busto) cumplía a cabalidad. Hay épocas que privilegian a las rubias pero las morenas aparecen de vez en cuando. El fenómeno más reciente, y gratificante, sin duda lo constituye la aparición de las modelos negras. Naomi Campbell es la reina de una época de las pasarelas que ha hecho aparecer a Halle Berry en el cine.
Hay hombres que se obsesionan por los pechos y por los glúteos. Hay los que prefieren las piernas o los labios. En otros casos, hay obsesiones por los pies. En su novela, Los pies de la concubina, la escritora norteamericana Kathryn Harrison describe el culto hacia el pequeño pie femenino en la China. En una costumbre que llega hasta el siglo veinte, las mujeres tenían que sufrir la rotura de algunos huesos del pie para que éstos se mantuvieran pequeños.
La razón era que los pequeños pies de la mujer podían usarse para provocar mayor placer en los hombres. Se entendía que a menor tamaño de los pies femeninos, mayor placer iban a provocar a través de sus caricias. El fetichista del pie, por otro lado, gusta de oler, chupar, besar y tocarse la cara con los pies femeninos, por razones que aún están en discusión. El director Quentin Tarantino, confeso fetichista del pie femenino, protagoniza la más grande escena de esta obsesión con el pie de Salma Hayek en la película From Dusk til Dawn, de Robert Rodríguez.
De todos los fetiches masculinos, el de los senos grandes ha sido el más fuerte, sin duda, lo que ha provocado el terrible espectáculo de los implantes. Hubo un tiempo, sin embargo, a comienzos del siglo XX, cuando el tobillo femenino reinaba. La razón eran los vestidos largos que apenas dejaba ver nada de la piel femenina. La aparición del tobillo en un descuido de los movimientos de una mujer de traje largo, era celebrado por los hombres que la rodeaban.
Un cuerpo es un atributo genético pero también un punto de partida que cada hombre y cada mujer administran y moldean lo mejor posible. En el siglo de las dietas y los cosméticos, el cuerpo puede ser también una creación personal. Al igual que muchos hombres no tengo un cuerpo ideal general, sino percepciones individuales de sus detalles. Cada parte del cuerpo es o puede ser objeto de veneración, según aparezca. En una de sus "Prosas Apátridas", Julio Ramón Ribeyro escribe que "conocer el cuerpo de una mujer es una tarea tan lenta y tan encomiable como aprender una lengua muerta. Cada noche se añade una nueva comarca a nuestro placer y un nuevo signo a nuestro ya cuantioso vocabulario".
La idea del cuerpo como una zona de aprendizaje erótico va paralela a la idea del viaje. El cuerpo de un ser amado es el territorio de una travesía infinita. Besarse, acariciarse, hacer el amor son viajes con un cuerpo amado, sostenidos por una obsesión meticulosa por el descubrimiento de los detalles. Según Ribeyro, "El cuerpo de una mujer, todo cuerpo humano, es por definición infinito''. La primera señal del otro cuerpo, dice, es la mano, "funcionario o portero del palacio humano" y luego, mientras uno va conociendo el otro cuerpo, cada dedo va individualizándose, "adquiere un nombre de familia, y luego cada uña, cada vena, cada arruga, cada imperceptible lunar".
La exploración de un cuerpo amado continúa cuando luego de un tiempo "los labios conocen la mano, y entonces se añade un sabor, un olor, una consistencia, una temperatura, un grado de suavidad o de aspereza, una comestibilidad". Al igual que Ribeyro, siempre he sido un observador de las manos puesto que creo que es allí, en su forma, en su tamaño, en su modo de aferrarse, donde se revela la verdadera identidad de las personas. Hay manos finas y llenas de gracia, que revelan una personalidad delicada, y hay otras duras que buscan otras manos a las que someter. Hay otras manos que cuelgan, para siempre desamparadas.
Quizá lo mismo podría decirse de cualquier otra parte del cuerpo. Todo cuerpo es un conjunto de señales y quizá la atracción, el amor o el afecto, dependen de que éstas sean recogidas intuitivamente por la otra persona. Según Ribeyro, "el cuerpo de una mujer no tiene puertas, como el mar".
El amor, la atracción, el cariño en una pareja se mantiene, creo, cuando la curiosidad por el cuerpo del otro continúa. Mientras el cuerpo de la persona amada siga siendo un misterio, mientras encontremos nuevas rutas, nuevos remansos y nuevos desafíos en el cuerpo ajeno, podremos mantener una relación siempre basada en el deseo. El cuerpo concreto, individual, puede seguir siendo un terreno místico de exploración, siempre y cuando uno se sienta seducido no sólo por sus cualidades más obvias (pechos, glúteos, piernas) sino también por las más secretas (pestañas, manos, hombros, cuello). Uno de los más grandes observadores y cultores del cuerpo femenino, D. H. Lawrence, escribe en Mujeres apasionadas, a propósito de su personaje Úrsula, acerca del extraño patetismo y la ternura en las "inconscientes yemas de los dedos".
Más adelante Úrsula mira fijamente a Birkin, se inclina hacia delante y "lo besó, con un beso lento y lujoso, solazándose en la boca". Otro de los personajes de Lawrence, Gudrun, muestra senos erguidos y afinados por la pasión hacia el hombre que ama, "tanto era su misterio e inmovilidad masculina".
Los personajes de Lawrence viven siempre cerca, casi tocándose. ¿Cuál es la distancia en la que uno puede apreciar un cuerpo? Esa es precisamente, creo, una de las razones de la fascinación que un cuerpo puede ejercer, la de ser percibido a diferentes distancias, desde la belleza de una imagen solitaria a una gran distancia, hasta la ternura de los lóbulos de la oreja, a pocos centímetros. En El Palacio de las bellas Durmientes, Yasunari Kawabata cuenta las experiencias de unos ancianos que pagan por dormir junto a jóvenes narcotizadas.
El viejo Eguchi apenas siente "el cálido aliento" de la muchacha junto a él en la cara. Kawabata encuentra el erotismo en la mirada. Cuando "la breve y fresca morbidez de los hombros estaba tan próxima que casi le roza los ojos", Eguchi se pregunta si puede tomar un hombro en la palma de una mano. Desea acariciarlo, pero se contiene. Aparta suavemente el pelo de la mejilla derecha y la observa: el rostro dormido y plácido, bajo la luz tenue, las cejas firmes, las pestañas tan largas que se las puede recorrer. En todo ese paisaje de ensoñación hay un detalle brutal que hace a la joven más atractiva: un labio inferior abultado hacia el centro. Es el labio de la agresión sexual en medio de la placidez del erotismo.
La mirada es un viaje, lo mismo que el tacto, el oído (la atracción por la voz sensual de una mujer resulta otra de las obsesiones frecuentes). El pelo femenino se considera uno de los atractivos más poderosos y no hay que olvidar que el velo surge en el mundo islámico como un intento por ocultar la parte más seductora del cuerpo. Hoy la belleza del cuerpo constituye uno de los grandes temas de discusión y de difusión, lo que no ha ocurrido en otras épocas.
He asistido a muchas conversaciones privadas en las cuales el tema consiste en la poca, mucha o nula belleza de personas conocidas. Creo que el cuerpo perfecto es el resultado de una visión siempre parcial, en la que quien lo decide pone en juego muchos de sus deseos y traumas ocultos. Muchos cuerpos que parecen desagradables, por otro lado tienen algún detalle sensual. Mientras hacer el amor sea un viaje lleno de sorpresas y placeres resueltos, el cuerpo de una misma mujer seguirá siendo infinito, una travesía obsesiva.
Revista Don Juan
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