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Historias

Río a contrarreloj

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Foto:

Ya está ampliado “el muro” que esconde la pobreza de la favela Maré, al norte de Río, depurada la lista de los deportistas que cancelaron su asistencia por miedo al zika, el check list de lo que se pudo y de lo que queda pendiente como algunas obras que forman parte del legado olímpico, mientras Río sufre una de las peores crisis políticas y el ‘estado de calamidad’ por la asfixia económica.
Cuando aterricé por primera vez en Río de Janeiro (23 de diciembre de 2002) me moría por comprobar cada uno de los clichés sobre Brasil: que es el país de la sensualidad y de la promiscuidad, de la samba y del Carnaval. Unos años más tarde decidí volver para instalarme y, meses después, pude constatar que es, además, el país de los contrastes. Pero si hoy llegara a esta ciudad, como muchos de los turistas que vienen a los juegos olímpicos, me daría cuenta cómo el panorama a primera vista ha cambiado.
Quienes no vienen a los Juegos Olímpicos a quedarse en las favelas verán la “cara bonita” de Río. Para esto miles de personas han trabajado en el maquillaje de ciertos sectores pobres que se han valorizado por su cercanía al Parque Olímpico como el barrio Vila Autódromo de donde se han marchado sus originales habitantes a cambio de dinero y donde hoy se ve una explanada vacía sin casas que será un ejemplo más de la especulación inmobiliaria que sufre esta ciudad. En la favela de Maré, “el muro” o las placas de plástico trasparentes con dibujos de motivos olímpicos no permiten que desde la carretera se vean las casas y la pobreza de la zona. Douglas, un residente de ese lugar, le dijo a Vox, un portal de noticias estadounidense “Esta barrera acústica, según ellos, la hicieron para bloquear el sonido. Pero es muy claro que el único propósito de este muro es que la gente que pase del aeropuerto a la zona sur no vea la realidad de pobreza de ese sector”.
Los barrios más ricos de la Cidade Maravilhosa conviven con las conocidas favelas, comunidades de casas encaramadas por las inclinadas colinas donde viven 11 millones de personas – el 6% de la población brasileña-. Aunque las favelas siempre han formado parte de la postal de las principales metrópolis brasileñas, hace relativamente poco tiempo se han convertido en el tercer destino turístico de Río de Janeiro con una de las mejores vistas de la ciudad: las playas cariocas en la Bahía de Guanabara. Estos barrios se han convertido en una opción de alojamiento para los turistas que vendrán a disfrutar de los Juegos Olímpicos cariocas entre el 5 y el 21 de agosto.
También hace parte de la embellecida de la ciudad, El ‘Porto Maravilla’ cinco millones de metros cuadrados del centro, que se rehabilitaron para abrirse al mar, dejando atrás un foco de delincuencia, prostitución e intercambio de droga, que será el lugar donde se va a colocar la llama olímpica durante los Juegos. También está reformada la plaza Mauá, custodiada por el Museo de Arte de Río (MAR) y el Museo del Mañana, obra de Santiago Calatrava, junto a la Bahía de Guanabara donde se baila Chame, un tipo de fiesta donde se mezcla la música negra, el R&B contemporáneo y el new Jack swing.
Mientras esto hace ruido más allá de los muros, la imagen escalofriante de un cadáver descuartizado, en la playa de Copacabana a pocos metros del estadio de vóley nos dejó a muchos boquiabiertos igual que cuando hace unas semanas, un grupo de criminales asaltó un hospital en Río de Janeiro para liberar a un narcotraficante preso. Y aunque el plan de seguridad que el estado tiene preparado es con el doble de efectivos que en los Juegos de Londres de 2012, las cifras hablan por sí solas: cerca de 19 muertes violentas por día y un robo a peatón o vehículo cada tres minutos.
El New York Times reporta que ya 43 policías han sido asesinado en lo que va del año, y unos 238 civiles han muerto en confrontaciones con la fuerza pública. Todos desearíamos que en una ciudad tan violenta como Río de Janeiro, la seguridad fuera prioridad, pero la situación de asfixia que vive el Estado no permite mantener los salarios. Por eso, desde hace unas semanas policías civiles, militares y bomberos protestan cada lunes en el Aeropuerto Internacional de Río de Janeiro, recibiendo a los turistas con la frase ‘Welcome to hell’ escrita en una pancarta. “No podemos atender a la población sin papel, sin tinta para las impresoras. Los baños tampoco tienen la menor condición de higiene porque el personal de limpieza no cobra. Tampoco podemos coger los helicópteros porque no hay dinero para mantenerlos”, se lamenta el portavoz de la Coligación de la Policía Civil Hidelbrando Saraiva.
Otra consecuencia de esta crisis sin precedentes que azota Brasil son los 11,4 millones de brasileños en el paro. Desde hace unos meses, debajo de mi casa, en las escaleras del Banco do Brasil, son cada vez más los indigentes que piden limosna. Uno de los barrios más visitados por los turistas, Copacabana, desprende, ahora, un aire de decadencia. Los precios se encarecen y las personas empobrecen. La piña, la cebolla, el tomate, el ajo, son los productos que más han subido de precio. Sin contar los importados, porque un pote de Nutella o un vino chileno puede haberse duplicado de precio en los dos últimos años. “En casa somos cinco y hemos tenido que recortar los caprichos. Es horrible lo que han subido los precios”, aseguraba una señora de unos 50 años cuando salía del supermercado que prefirió mantener su anonimato.
Detrás de la principal estación de trenes de Río de Janeiro, situada en el centro de la ciudad, se ven centenares de hombres y mujeres fumando crack. Muchos han levantado sus casas de cartón al lado de la vía del tranvía, todavía en construcción. Al lado de donde se encuentran estas personas sin techo se halla el comedor social. Por 60 centavos de dólar le ofrecen una comida de 1.000 calorías con postre. Lúcia, una mujer de 65 años, es una de las miles personas que acude cada día a comer al restaurante popular. “Me viene muy bien, porque es barato y me queda al lado del trabajo, pero, debido a la crisis, la comida ya no es la misma. Antes daban sopa, café, postre… ahora ni esto”. Este establecimiento podría tener los días contados como consecuencia de la situación de bancarrota que vive la región. El propio gobernador de Río, Francisco Dornelles, decretó estado de ‘calamidad pública’ y pidió ayuda al gobierno central para que durante los Juegos los servicios públicos no se colapsaran.
Frente a las dificultades, algunos tienen que ingeniárselas para recurrir a los servicios más básicos, como Polyana, una mujer de 50 años que salía de la Unidad de Pronto Atendimiento (UPA) “Vivo en un suburbio de la zona norte, pero vengo al consultorio del médico aquí en Copacabana porque en mi barrio cada vez hay menos personal, hay unas colas terribles. En los lugares pobres la crisis siempre llega antes”. Centros de referencia como el Hospital Pedro Ernesto, han estado al borde del cierre y, para evitarlo, tuvieron que disminuir de doce a cinco el número de salas disponibles para operar. La situación tampoco es mucho mejor para los obreros, que han estado sin trabajo durante días, porque algunas de las obras clave que forman parte del legado olímpico se habían paralizado.
En Ipanema, operarios trabajan a contrarreloj bajo el sol para terminar a tiempo las obras de la Línea 4 del metro. Desde hace años, este barrio, donde la canción ‘Garota de Ipanema’ suena por encima de las demás, cambió las ruedas de samba en los bares por el ruido de las excavadoras y las grúas. Las cinco nuevas estaciones de metro, que se distribuyen a lo largo de los barrios costeros, han conseguido ser un verdadero tormento para los vecinos. Aparentemente esta línea -clave para el desplazamiento durante el evento ya que une la zona sur de la ciudad (Copacabana, Ipanema) con la zona oeste (Barra de Tijuca), donde se encuentra el Parque y la Villa Olímpica- transportará diariamente 300 mil personas, aunque podría ser que no se terminara a tiempo. De ser así, sería una pesadilla para todos los periodistas que nos tendremos que desplazar a diario de un barrio a otro. El plan alternativo que proponen las autoridades de la ciudad consiste en crear un sistema de 160 autobuses que una a ambas zonas. En definitiva, un ‘Plan B’ nada apetitoso, porque, los que vivimos aquí desde hace años, asociamos la palabra autobús con atasco.
Como si fuera poco, esto se suma a la preocupación por el zika que también ha generado que algunos deportistas desistieran de participar en estos juegos, como Jason Day, el golfista número uno del mundo. "Siempre he priorizado mi familia por delante de todo en mi vida. Especialistas médicos me han dicho que si decido competir en Río hay un riesgo de salud”, dijo el atleta. Mientras, los organizadores del evento –quienes respetan la decisión de dichos deportistas, pero afirman estar “extremamente decepcionados” por todas estas bajas de última hora-, se esfuerzan en recordar que los juegos se celebran en el invierno carioca, con temperaturas bajas y poca lluvia, lo que dificulta la propagación del mosquito.
Y el ambiente sombrío también llega hasta las competencias, particularmente en las de los regatistas que deberán participar prácticamente en un basurero. Decían algunos de ellos que tenían compañeros que habían estado enfermos debido a las aguas contaminadas. Una parte de la bahía proviene del alcantarillado y en cuyas fétidas aguas se han encontrado colchones, televisores y hasta restos humanos. En 2009, cuando la capital fluminense ganó el título de sede olímpica, el estado se comprometió en tratar al menos el 80% de las aguas de la Bahía, y la promesa brilla por su ausencia.
Lo que diferencia una ciudad que está al nivel de acoger unos Olímpicos de otra que no lo está, es el seguimiento de los patrones que impone el Comité Olímpico Internacional (COI), y Río, en este aspecto, ha estado navegando demasiado tiempo en el limbo entre cumplirlos o no. Hace unas semanas, por ejemplo, suspendieron las actividades en el Laboratorio Brasileño de Control de Dopaje por no cumplir con los estándares internacionales.
Y sumando a este panorama será imposible que el agitado ambiente político no lo toque de alguna manera. Por un lado, el actual presidente interino, liderado por Michel Temer del Partido del Movimiento democrático de Brasil, también ha quedado mal parado. La mayoría de los brasileños rechazan su gestión. Y es que en el primer mes de gobierno, el Ministro de Turismo, Eduardo Alves, el de Transparencia, Fabiano Silveira, y el Ministro de Planeamiento, Romero Jucá, han dimitido por estar involucrados directa o indirectamente con el mayor caso de corrupción de la historia de Brasil, el conocido como Lava-Jato. Y por el otro, el proceso de impeachment contra la presidenta de la República Dilma Rousseff – apartada del cargo desde el 12 de mayo pasado – que es fuente de polémica y donde la población está completamente dividida entre detractores del gobierno anterior y partidarios del PT.
Y para que los juegos no se vean permeados por el escándalo político, El Comité Organizador de Rio2016 pidió a Temer que la votación definitiva en el senado del proceso de impeachment contra Dilma, previsto para el mes de agosto – pero todavía sin fecha exacta- no coincidiera con los 17 días de la fiesta deportiva en la que los mejores deportistas hombres y mujeres del planeta llenarán de emoción al mundo exponiendo sus talentos.
Algunas recomendaciones:
Aproveche si es que los juegos le dejan espacio para conocer Lapa, el barrio bohemio o ‘de los arcos’ al ritmo de las bandas improvisadas que van apareciendo en la calle Mem de Sá. Uno de lugares preferidos de los carioca da gema – así es como se les llama a los auténticos locales – es el Bar do Semente, los domingos, donde podrá escuchar al sambista Julio Estrela. Saliendo del Semente uno se topa de frente con el forró de la esquina. Aparentemente este cuchitril de suelo pegajoso y fluorescentes parpadeando - que hace literalmente esquina entre la calle Ladeira de Santa Teresa y Joaquim Silva- se ha convertido en lo más genuino de Río de Janeiro, donde se escucha el forró, un género musical del nordeste de Brasil. Si tiene suerte tal vez se encuentre con Seu Jorge. Pero si ya no tiene edad para estos trotes, puede quedarse en Santa Teresa. Las elegantes mansiones luchan a diario contra la naturaleza que va ganando cada vez más terreno. Las fachadas han desaparecido para convertirse en una alfombra forrada de verde.
Para darse un festín de feijoada, un delicioso guiso de cerdo y judías negras, el Bar do Mineiro es el ideal. En este sitio popular, especializado en comida originaria de la región de Minas Gerais, hay tan pocas mesas que los cariocas prefieren quedarse de pie en la calle bebiendo cerveza mientras los cocineros preparan la bacanal. Cualquier turista que se atreva a pisarlo será inmediatamente integrado en las conversaciones de los locales. El Café do Alto, es el lugar en el que por 15 dólares puede saborear lo más típico de la región del nordeste: La moqueca (un ensopado de pescado con arroz, es quizás un plato que no entre mucho por los ojos, pero sí por el olor). Se prepara con pescado, pimientos de varios colores, tomate, cilantro, pimienta, aceite de palma y leche de coco. Si le parece pesado para una cena, cámbielo por una tapioca, una crepe elaborada de harina de mandioca, o por una casquinha siri, unas irresistibles conchas con relleno de carne de cangrejo y verduras guisadas.
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