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Historias

Entrevista con Fabiola Zuluaga, la leyenda del tenis colombiano

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Foto:

Revista Don Juan
A mediados del año 2000, Fabiola Zuluaga estaba en uno de los grandes momentos de su carrera: le había ganado a Jennifer Capriati en la primera ronda del Roland Garros, su torneo favorito; había llegado a las semifinales del Masters de Roma y a las finales del Abierto de Madrid. Era la mejor tenista que había tenido Colombia en la historia y lo que seguía, el US Open, era su oportunidad para entrar en lo más alto del tenis femenino. Entonces llegó la lesión: “Iba a salir a jugar un partido, me iba a peinar y me dio un pinchazo durísimo en el hombro; jugué, perdí y salí llorando”, recuerda. “Tenía dos huesos que se rozaban, entonces tuve una primera cirugía que no salió bien y después otra. Fue dolorosísimo: me acuerdo de estar en un consultorio con una enfermera encima teniéndome y otra ayudándome a mover el brazo y yo dando alaridos”. Su recuperación en el año 2001 la hizo perder más de 200 puestos en el ranking mundial. La mejor tenista de Colombia tuvo que volver a aprender a jugar tenis, a inscribirse en torneos pequeños y a acercarse, poco a poco, a sus codiciados Grand Slam. Y entonces, cuando volvió, logró el mejor nivel de su carrera: ganó tres veces seguidas la Copa Colsánitas, llegó a la semifinal del Abierto de Australia en el 2004 y justo antes de retirarse, en el 2005, llegó a ocupar el puesto 16 en el ranking del WTA Tour. Hoy, 14 años después de su retiro, sigue siendo un referente del tenis en Colombia. Y aunque prefirió dejar el estrés y la presión del deporte en las canchas de polvo de ladrillo, a veces vuelve a coger las raquetas para estar con jóvenes tenistas y ayudarlos a que se obsesionen con el deporte.
¿Dónde estaba cuando se vio la final de Wimbledon de Farah y Cabal?
En mi casa, con mi esposo y mis hijos. Ellos se quedaron pegados al televisor las cinco horas, pero yo no fui capaz. Me daba mucho estrés, me paraba, daba una vuelta y volvía corriendo cuando ellos me gritaban que había habido un quiebre o algo. Al verlos sentía toda la presión y uno sabe lo que significa eso, es muy difícil.
¿En su casa eran fanáticos del tenis?
No, en la casa no existía el deporte. Todo empezó porque cuando yo estaba en el colegio salía bastante temprano: a las 12 del día llegaba a la casa, almorzaba, hacía tareas y como no tenía permitido ver televisión entre semana, a las dos de la tarde ya estaba enloqueciendo a mi mamá. Ella decidió llevarme al club a hacer ejercicio: hubo un tiempo en que nadé, después me empezó a gustar el básquet y un día empecé a jugar tenis.
A los 11 años llegó a Bogotá para entrenar con más intensidad. ¿Ahí ya había decidido que iba a ser profesional?
Yo me empecé a creer el cuento porque me iba bien.A los 11 años, un entrenador de Cúcuta, Edgar Muñoz, me dijo que si quería mejorar tenía que jugar con niñas con más nivel; y por otro lado, Uriel Oquendo, de la Academia Colombiana de Tenis, me vio jugar y me invitó a Bogotá. Mis papás me decían: “Si quiere irse, la apoyamos. Si no, no hay problema”. Yo acepté, me fui a Bogotá y empecé a jugar campeonatos más difíciles: iba a los nacionales y me los ganaba, iba a los suramericanos y me los ganaba, entonces ahí empecé a decir: “¿Por qué no voy a poder jugar, por ejemplo, un Roland Garros?”.
¿Qué tenistas le gustaban?
Seguía a Gabriela Sabatini, una argentina, porque mis entrenadores decían que yo jugaba parecido a ella. También a Steffi Graf, que no se parecía en nada a mi juego; ella daba reveses a una mano, jugaba siempre a la derecha, pero a mí me gustaba ver cómo se movía en la cancha. También, ya en Bogotá, empecé a ir a más partidos: me acuerdo de ver a Jim Courier y a Thomas Muster en los campeonatos ATP que se hacían en Colombia. Y, claro, también a Mauricio Hadad y a Miguel Tobón.
¿Entrenaba con ellos?
No, Hadad y Tobón me llevaban bastante. Pero sí entrené con Farah y Cabal, con Alejandro Falla, con Santiago Giraldo... Al principio, cuando llegaron, yo les ganaba fácil. Cuando los enfrentaba mi entrenador me decía: “En este partido solo entrene reveses”, o “solo entrene derecha”, y siempre ganaba. ¡Pero después, cuando ellos crecieron y se fortalecieron, eran ellos los que entrenaban conmigo y me ganaban siempre!
¿Cuál fue su primer viaje largo?
No fue el primero, pero me acuerdo de un Mundial en Japón que jugamos Catalina Castaño, Mariana Mesa y yo. Tenía 14 años y era el primer mundial de tenis para un equipo colombiano. ¡Fuimos terceras!
¿A quién se siente orgullosa de haberle ganado?
A Amélie Mauresmo en los olímpicos de Sidney, en el 2000. En tenis uno casi nunca juega representando al país, entonces ganarle a una jugadora con la que tenía una rivalidad larga, en cancha central y con la camiseta de Colombia, fue muy emocionante.
En el 2004 llegó a las semifinales del Abierto de Australia. ¿Qué recuerdos tiene de ese grand slam?
Ese torneo yo hubiera querido disfrutarlo más porque no me tenía confianza y no me estaba gozando los partidos. Yo decía: “Voy a jugarla cruzada y defino paralelo”, pero la bola salía hacia cualquier lado. Ya en los cuartos de final me tocó también contra Mauresmo, pero ella estaba mal de la espalda y se retiró antes de que empezara el partido.
¿Y del día en que llegó a ser 16 del mundo?
Eso fue un año después, en el Abierto de Australia del 2005. Yo estaba como en el puesto 29 o 30 y los rankings se publicaban todos los lunes, pero a mí no me gustaba mirarlos porque con las presiones de los campeonatos ya era suficiente. Me acuerdo que estaba comiendo en la cafetería y entró corriendo mi entrenador, Ricardo Sánchez, a contarme la noticia. Para mí, fue cumplir una meta, que era estar entre las primeras veinte del mundo.
Usted puso de moda el tenis en Colombia. ¿Era consciente del cambio que el deporte estaba teniendo en el país por sus resultados?
Sí, desde chiquita. Uno de mis entrenadores me dijo un día: “Yo quiero que así como ahora hay niños que compran bates porque quieren ser como Rentería, o que se montan a un kart porque quieren ser como Montoya, haya personas que compren raquetas porque quieren ser como usted”, entonces eso me quedó en la cabeza. También, cuando jugaba por fuera, en París, en Polonia, llegaban colombianos que decían: “Yo vivo en tal ciudad, pero cogí un tren para venir a este partido”. Para mí era rico, porque era transmitir mi amor por el tenis y dar un buen ejemplo. Fui afortunada porque gracias al apoyo de Roberto Cocheteux, el expresidente de Colsanitas que apostó por el tenis, fuimos muchos los que pudimos llegar lejos.
¿Extraña algo del tenis profesional?
Lo único que extraño es que desde que dejé de jugar no he vuelto a Europa. Quiero volver, pero a viajar y sin el estrés de los partidos. Porque esa presión, el hecho de comerse las uñas porque no sale bien un saque… Eso sí no lo extraño.
¿Y disfruta ver los partidos?
¿Sabe que no? Porque me recuerdan ese estrés del que le hablo. Federer es el único que me hace prender el televisor, o cuando juega algún colombiano.
¿Es muy fanática de Federer?
Yo siempre iba a verlo cuando estaba en Wimbledon o en el Roland Garros. Es un tipo muy relajado. Tengo una foto con él que me tomé en los olímpicos de Atenas y cuando vino a Colombia, hace como seis años, jugué contra su esposa, Mirka, acá en Bogotá. Es que Federer es un caballero: solo una vez lo vi tirar la raqueta; acepta las decisiones del juez y siempre está bien parado; incluso en los tiros más difíciles él le pega cómodo y no se le ve ni el polvo de ladrillo en las medias, mientras que el resto de jugadores siempre salimos con los pies anaranjados. Por eso a él le dicen ‘su majestad’.
JOSE AGUSTÍN JARAMILLO
FOTO: CAMILO PONCE DE LEÓN
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 150 - AGOSTO 2019
Revista Don Juan
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