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Historias

EL ÚLTIMO SALTO DE ORLANDO DUQUE

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Foto:

Fue un momento privilegiado; hacía solo unos minutos las dos mil personas que estaban en la orilla de la araña de Louise Bourgeaus, en el Guggenheim de Bilbao, tenían en la mano, o directamente pegadas en su cabeza, la máscara de Orlando Duque. Los colombianos, en la zona VIP de Mido, sonreíamos: ninguno era experto en clavados, no sabíamos los criterios de los jueces para dar su puntuación, pero conocíamos a Duque y sabíamos que era leyenda. No estaba lejos del primer lugar. Y –por supuesto– esperábamos verlo en lo más alto del podio. Ya habíamos visto el desafiante salto de María Paula Quintero, la caleña de 19 años, que finalmente ocupó el cuarto lugar en la rama femenina y confirmaba su lugar en el circuito. Es la más joven del grupo de saltadoras y su entrenador es el propio Duque.
Guggenheim de Bilbao.
Puppy, de Jeff Koons.
Los saltos eran desde una plataforma de 27 de metros de altura. Yo subí –con todos los arneses posibles atados a mi cuerpo,- mucho antes de la competencia y no pude llegar al borde; no fue solo cobardía. Es simple instinto de conservación: apenas un puñado de hombres se atreve a saltar.
Ya había leído lo suficiente. Los clavadistas como Duque han visto accidentes mortales entre profesionales, han visto sus fracturas, desplazamientos de cadera, costillas rotas. La ría se veía demasiado oscura abajo, pero valía la pena la sensación de estar arriba y ver el paisaje, porque la panorámica era inmejorable: el Mido x Red Bull Cliff Diving finalizó su circuito en un lugar privilegiado porque el espectáculo visual que ofrece la mayor creación de Frank Gehry no tiene comparación y su museo de titanio es un ícono mundial. Es imposible cansarse de verlo. El museo es la principal obra del museo y le siguen de cerca el Puppy, de Jeff Koons –un perrito hecho de flores de seis metros de altura– o la monumental araña, de Louise Bourgeois; adentro –entre otras maravillas– están las impactantes esculturas de Richard Serra y –en este momento– exposiciones temporales de Morandi y Lucio Fontana.
Madre, de Louise Bourgeois.
La materia del tiempo, de Richard Serra. 
Nosotros estábamos debajo de la araña de Bourgeois para la final. Y desde ahí nos quedamos de piedra en la segunda ronda: Orlando Duque desistía de hacer su salto; prácticamente renunciaba al podio. La competencia continuó su rumbo y la respuesta llegó al comienzo de los últimos saltos. Orlando sería el primer clavadista. Y, antes de que se parara en el borde del trampolín, el presentador pidió silencio y que todos nos pusiéramos las máscaras que habían repartido –palabras textuales– de “la gran leyenda de este deporte”. Duque había escogido a Bilbao para hacer su último salto como profesional.
Primero pusieron un video con los saltos más emblemáticos del colombiano, desde el Amazonas hasta la Antártida; luego, la multitud comenzó a corear un “¡Oooorlaaaando, Oooorlaaaaando!” Duque fue al borde; saludó, recibió más aplausos, más gritos de “Ooooorlaandoo”. Y cuando llegó el momento hubo silencio. La caída dura tres segundos; tres segundos en los que el cuerpo se eleva, gira, hace piruetas y luego tiene que acomodarse con los pies en punta para entrar al agua con la energía y la precisión de un clavo; tres segundos eternos a 90 kilómetros por hora. Duque hizo un salto clásico; me acomodé como pude para grabarlo; para ver ese prodigio de coordinación y plasticidad. Solo tres segundos para que todos gritaran. El público estalló. Abajo lo esperaban su esposa y el saltador mexicano Jonathan Paredes, que –como media multitud– no se ahorró las lágrimas: “Es mi hermano”, me dijo después. La competencia por el podio final estuvo entre Paredes, Gary Hunt y Aidan Heslop, un jovencito inglés de 17 años.
Mido Ocean Star Tribute, un homenaje a los 75 años de este modelo clásico de Mido.
Paredes –como un luchador mexicano– salió al trampolín con la máscara de Duque y un tatuaje de Mido en el pecho. Fue la locura; recibió otra oleada de aplausos. Se quitó la máscara, se acomodó y realizó un salto escalofriante. “Orlando es mi amigo del alma. Y tomé todas esas emociones para dedicárselo”, me dijo. Y no solo él; antes del salto de Heslop presentaron un video suyo cuando era niño, en ese momento tal vez un niño de unos 10 años, abrazado con Duque. Ocuparon el segundo y el tercer lugar; el homenaje estaba completo. En medio de la premiación logré acercarme a Duque para hablar con él un par de minutos; más que una entrevista fue un choque de emociones. La malla de seguridad estaba llena de personas coreando su nombre; me contó que no había saltado porque tenía una pequeña lesión y no quería arruinar su propia despedida. Hizo su salto clásico: el que ha hecho en cientos de lugares por todo el mundo; me habló de Jonathan (“es mi mejor amigo en el circuito”), del futuro, de María Paula y todos sus logros, y de su otro gran amigo, Miguel García, otro caleño que lucha por estar en lo más alto del podio. La fiesta del Guggenheim lo esperaba. Y lo esperaba Cali, su ciudad, su casa, el lugar en donde hizo su primer salto desde un trampolín cuando tenía 10 años y todavía no sabía nadar; ese es su futuro inmediato. Su nueva obsesión –desde hace dos años– es formar campeones. ¿Por qué no? Las palabras de Duque no tienen matices: “Somos potencia”.
Jonathan Paredes con la impresionante estructura del Guggenheim Bilbao de fondo: “Orlando es mi amigo del alma y tomé todas las emociones para dedicarle este salto”, dijo después el mexicano.
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