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Historias

El triste pasado y el brillante futuro de Juan Guillermo Cuadrado

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Criticado por no pasar la pelota, ahora dice que es un jugador más completo y consciente del equipo. Su vida, marcada por la muerte de su papá a manos de un grupo insurgente, es una parábola de superación y de la fuerza de una mamá tenaz que nunca le permitió dejar de estudiar ni de entrenar.
A Juan Guillermo Cuadrado le queda grande el pulso del Rólex. El multimillonario del cuero y el calzado Diego Della Valle, quien compró el ACF Fiorentina en 2002, le regaló el reloj por haber hecho un gol contra el Torino en el partido de la Liga que le dio la victoria a la Fiorentina 4 a 3 el pasado 21 de abril de 2013. Ese gol llegó después de superar dos adversarios y terminó con un globo que fue imposible de evitar para el arquero Gillet del Torino. “El Rólex fue una bonita sorpresa”, dice Cuadrado. “Me lo prometió antes del partido. Me dijo ‘si hoy haces un gol, te doy un regalazo’. Y así fue, meses después llegó con este reloj”.
Cuadrado se dirige a la oficina de Rólex del famoso Puente Viejo, lugar donde están las joyerías más lujosas de Europa. Se dice que este puente fue construido en madera por los romanos, pero una inundación lo destruyó en 1333. Años después, en 1345, se reconstruyó en piedra, siendo desde entonces el puente de piedra más antiguo de Europa. En algún momento, los carniceros de Florencia se asentaron allí para poder tirar los restos de carne a las aguas del río Arno, pero con los años se dieron cuenta de que era un destino innoble para el puente y se establecieron allí prestigiosas joyerías –se dice, incluso, que tuvieron una exención de impuestos–. También se dice que el puente sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial gracias a una orden expresa de Hitler.
Al entrar en la tienda, Cuadrado saca otro Rólex que había comprado antes y que, según creía, no funcionaba bien: se quedaba parado en una hora y no andaba más. En la oficina le explicaron que cada vez que se lo pusiera tenía que darle cuerda treinta veces, porque de lo contrario no funcionaría bien. A Cuadrado, eso de darle treinta vueltas a un reloj le parece muy tedioso. Después de la consulta, los elegantes y rígidos empleados de Rólex se soltaron y le pidieron que se tomara una foto con ellos. Y no solo ellos, sino también los fiorentinos que Cuadrado se encuentra en las calles por doquier. Algunos, incluso, le comentaron el partido anterior con el Parma, en el que la Fiorentina empató en casa con un gol desafortunado para la Viola en los últimos cinco segundos del tiempo complementario, y que le costaron dos puntos en la tabla de clasificaciones y un regaño general por parte del director técnico, Vincenzo Montella. A pesar de los Rólex, su BMW X6 y la fama que lo agobia en la calle –se dice que en 2012 recibió un salario de cerca de 270.000 euros–, Cuadrado es un tipo sencillo y reservado. Su vida en Florencia transcurre entre entrenamientos, partidos, tardes de PlayStation y una que otra fiesta los domingos para celebrar los triunfos del equipo con sus compañeros en el club Yab –“You are beautiful”, traduce la sigla–.
En este momento no tiene novia, ha salido con algunas italianas, pero nada serio. Prefiere mil veces las latinas y aún más si son colombianas. En ocasiones va a algunos asados que hacen los compañeros argentinos del equipo, Facundo Roncaglia y Gonzalo Rodríguez. Cuadrado lleva una ensalada, un vino o un postre. Sin embargo, la mayoría del tiempo lo pasa en compañía de su mamá, Marcela Bello, y de su media hermana, María Ángel, de seis años. La “princesa de la casa”, como él mismo le dice. Doña Marcela intenta hacer lo posible para que se sientan en casa en Italia. Les prepara sancochos de gallina, sopa de huevo, arroz con carne y plátano, fríjoles, garbanzos, lentejas y sancocho de pescado, solo cuando encuentra pescados que le son familiares: “los pescados en Italia son feos, son ‘muy ojones’”, cuenta doña Marcela. Sin embargo, también se han dejado tentar por la comida italiana. Cuadrado prefiere la pasta amatriciana, típica de Roma, que consiste en una pasta con carne de cerdo, queso pecorino –de oveja– y tomate. A pesar de que Florencia es la cuna del Renacimiento, que cuenta con un gran porcentaje de las obras de arte más importantes de la historia y cuna de escritores, escultores, arquitectos, pintores e inventores –Da Vinci, Miguel Ángel, Maquiavelo, Dante, Botticelli–, Cuadrado todavía no ha visitado sus museos. Él vive a las afueras del centro histórico, a cinco minutos del centro deportivo que queda en frente del estadio.
* * *
Como es natural, Juan Guillermo Cuadrado habla muy poco del tema. Solo se acuerda de los tiros del grupo armado al entrar al pueblo y que se escondió debajo de la cama. Al salir, supo que su papá, Guillermo, un conductor de camiones de gaseosa, había muerto. Tenía cuatro años de edad y vivía en el municipio de Necoclí, en el Urabá antioqueño, donde nació el 26 de mayo de 1988. En ese momento quedó solo en el mundo junto a su mamá, Marcela Bello. Para poder sobrevivir, doña Marcela empezó a trabajar en las bananeras de Apartadó y dejó al pequeño Juan Guillermo con su abuela, mientras lavaba y empacaba bananos para la exportación. En ocasiones, él le ayudaba a su mamá en el trabajo pegando los stickers encima de los bananos, y algunas noches la acompañaba a sus clases nocturnas de bachillerato, mientras se dormía a su lado. Así, doña Marcela terminó el bachillerato, e hizo un curso de sistemas en el Sena para poder conseguir otro trabajo más lucrativo.
Desde pequeño, Juan Guillermo pateaba todo aquello que se le atravesaba a su paso. La bicicleta que le había regalado su papá no lo hizo dudar ni un momento de su pasión por el fútbol brasilero y su admiración por Ronaldo. Por eso, su mamá lo matriculó en la escuela Mingo Fútbol Club, donde “Neko”, como lo llaman sus amigos, empezó a entrenar. Y tiempo después, cuando se fue a vivir con su mamá a Apartadó, entró a la escuela Manchester Fútbol Club, donde comenzó a jugar torneos infantiles como delantero y se coronó como goleador.
Cuadrado dejó de ir pocas veces al colegio por culpa del fútbol, pero dos accidentes, por cuenta de su espíritu inquieto, casi lo dejan por fuera de las canchas el resto de su vida. En una ocasión, cuando cursaba quinto de primaria, se escondió debajo de una carreta jalada por un caballo. El artefacto empezó a andar, pasó por encima de un hueco, Juan Guillermo perdió el equilibrio, metió un pie en una llanta y se fracturó el tendón de Aquiles. La cicatriz todavía es visible. En esa ocasión, doña Marcela le escondió el uniforme y los guayos un mes. “Los boté al río”, le dijo. Juan Guillermo recuerda este episodio como el peor castigo de su vida. Pero este accidente es leve frente a la vez en que Juan Guillermo se antojó de una guayaba grande que vio en la cima de un árbol. Se trepó por ella, que estaba en un lugar imposible de alcanzar, y cuando estaba cerca de lograrlo, la rama donde se apoyó se rompió y cayó en cuatro patas, como los gatos. Todas las uñas de las manos y los pies se le levantaron. Doña Marcela no pudo dormir por sus quejidos durante varias semanas.
A mediados de la década de 1990, las masacres aumentaron en Apartadó y el miedo hizo que doña Marcela renunciara a su trabajo. De ahí se fue a administrar una heladería en Necoclí. Deseaba llevarse a Juan Guillermo, pero la escuela de fútbol no quería perderlo. Así, convencieron a su mamá para dejarlo en Apartadó bajo el cuidado de los maestros del centro deportivo, con el compromiso de que seguiría estudiando. Allí vivió en una pensión con los profesores de la escuela de fútbol y su mamá le enviaba comida y algo de dinero. Al cumplir los trece años llegó a la escuela de fútbol Nelson Gallego, veedor del Deportivo Cali. El profesor quedó impactado con Juan Guillermo y se lo llevó a Cali durante cuatro años. En ese tiempo viajó a Argentina a varias pruebas, pero nunca fue escogido por su estatura y la contextura pequeña de sus huesos. A pesar de su talento, nadie creyó que iba a crecer más. Tenía retrasado el desarrollo y sus cualidades fisicas salieron a flote solo despues de los 18 años. Hoy en día, a sus 25 años, mide 1,76 m y pesa 66 kg, y ya ha pasado por el Atlético de Urabá, el Deportivo Independiente Medellín, equipo del que aún hoy en día es hincha. En su época en el DIM terminó su bachillerato por validación y clasificaron a la Copa Libertadores. Al partir del equipo paisa hacia Italia, los hinchas le escribieron una carta de despedida que todavía conserva. Otro ejemplo más de que Cuadrado nunca olvida su pasado.
* * *
Los primeros meses de Cuadrado en Italia fueron difíciles. Tenía por delante un invierno que estaba por comenzar y un curso de italiano que debía seguir. Fue uno de los pocos jugadores de fútbol que asistía al curso de manera voluntaria, porque quería aprender a comunicarse con los demás cuanto antes. En solo seis meses aprendió el idioma, y lo habla tan bien que en una entrevista con RCN en la mitad de una respuesta pasó del español al italiano sin darse cuenta. Eso fue ya en 2009, cuando lo fichó el Udinese, una de las cosas que menos le han gustado en Italia.
Udine es una ciudad fría. Ubicada en el extremo este de Italia, limita con Eslovenia y Austria y en invierno sus temperaturas alcanzan menos diez grados centígrados. En consecuencia, los udineses están muy lejos del prototipo del italiano: son fríos, cerrados, distantes y, por eso, es difícil hacer nuevas amistades. Su Navidad en Udine fue muy triste. La única celebración en la que participó fue la del año nuevo, en la que visitó el centro de la ciudad para ver los juegos pirotécnicos. Se fue del Udinese después de un año sin jugar ni un partido. Para él era una situación desmotivante pasar de jugar como titular de un equipo a pasar un año en la tribuna sin ser convocado. Luego lo cedieron en calidad de préstamo al Unione Sportiva Lecce, y allí, en el tacón de la bota de Italia, con nueva gente, el sol, el mar y el clima cálido del sur, la cara le cambió y se pusieron en evidencia sus capacidades.
Finalmente, el 23 de julio de 2012 se dio su llegada a la Fiorentina. Cambiaron 80% del equipo y Cuadrado llegó gracias a la confianza que le tuvo Vincenzo Montella, quien ya no puede prescindir de él. Por eso, Florencia se ha convertido en su nuevo hogar, en compañía de su mamá y hermana, un equipo que lo valora y una hinchada que lo quiere. Incluso, hace poco estuvo lesionado y algunas chicas le dejaron mensajes escritos en hojas de cuaderno para desearle una pronta recuperación. Cuadrado ha marcado tres goles en amistosos contra Venezuela, México y Brasil, y en los partidos oficiales de las eliminatorias ha cortado el aliento de los hinchas con su habilidad para sobrepasar jugadores. “Cuando estoy en Colombia me siento completo, soy feliz”, dice Cuadrado, quien tiene en Medellín una marca de jeans, Juan Cuadrado, que ayuda con sus ventas a niños sin recursos de Necoclí –para ellos también realizó una subasta de camisetas deportivas de clubes europeos–, donde todavía conserva amigos, así como en Apartadó. Con ellos aprovecha para salir a bailar reguetón, vallenato y salsa. Él mismo se define como un “trompo” a la hora de bailar, capacidad que quizá explique su estilo de juego, conocido como dribbling, con el que se pasa a varios jugadores con jugadas monumentales.
Esto le ha causado críticas por no pasar la pelota. En su defensa dice que ya ha madurado mucho, que es una cuestión del pasado, ahora se siente un jugador mucho más completo en su juego. Incluso, suele observar atentamente los partidos que ha jugado en la Fiorentina para entender mejor en dónde se ha equivocado y así mejorar su juego. Cuando está uno contra uno aprovecha sus características para “driblar”, algo que a veces sale bien y otras no tanto, pero ahora trata de jugar mucho más en equipo, porque sabe que solo no puede y que nunca ha podido. El fútbol es como la vida, y a pesar de la distancia y las pruebas que le ha puesto el destino, su mamá siempre ha estado ahí, pasándole la pelota.
Por: Erika M. Bohórquez – Fotografía: Francesco Lastrucci
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