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Historias

El 'Pollo' y el 'Danubio Azul': el mejor toro y caballo de Colombia

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Foto:

EL POLLO
El pollo, un toro angus de la ganadería Dalcossio, es la joven promesa de una raza bovina que amenaza invadir el país con su carne tierna y joven.
Se dice que el ser humano tiene 48 músculos en la cara. Para dar un beso usa 34. Para decir una palabra, setenta. Esta capacidad de comunicar cosas y expresiones con movimientos de la cara constituye una prueba más de que el ser humano es un animal complejo. Y bajo esta óptica, los bovinos son tan simples como un zancudo. ¿Quién ha visto a una vaca reírse o fruncir el ceño? De hecho, cuando un fotógrafo las retrata no sabe muy bien en qué punto enfocar su cámara. Si lo hace en los ojos, quedan desenfocadas la nariz, las orejas, la boca y la frente. Si enfoca la nariz, la vaca se convierte en una gran mancha blanca, negra o café coronada por una trufa de chocolate. Su cabeza no es fotogénica, no están hechas para la fama. No existe una vaca o un toro tan famosos como Lassie, Flipper, Tom y Jerry. Sin embargo ejemplares como El Pollo, la joven promesa de la ganadería colombiana, son omnipresentes, están en todas partes y no podemos vivir sin su bife de chorizo.
Sólo en Colombia hay cerca de 25'000.000 de cabezas de ganado, y sus dueños son tan diversos como los pasajeros de un vagón de tren en Nueva York. Yuppies con corbata en el bolsillo, señoras encopetadas, abuelitas marimachas, paisas adolescentes con calvicie, cirujanos plásticos famosos, dos o tres actores de telenovela y muchos llaneros, con poncho y sombrero, llantas de gordura en la nuca y chaquetas de cuero, como si se estuvieran convirtiendo en vacas. Y las tres palabras que más se escuchan en sus reuniones tienen que ver con sexo, carne y leche. Y dinero, mucho, y más si están en una subasta. Hay historias de animales que, sólo la mitad, han costado US$410'000.000. Pero un animal de este precio no está destinado al matadero. Nadie compraría una punta de anca por $50'000.000, ni pagaría por una botella de leche lo mismo que por una de Johnny Walker Blue Label. El precio de El Pollo podría ser de escándalo y el jugo de sus cojones podría mantener a una familia entera. 
Desde que la revolución genética llegó a la ganadería, el semen se convirtió en moneda corriente. Ahora, no sólo las vacas son ordeñadas. A los toros se les extrae el semen con una vagina artificial o un electroeyaculador, un dispositivo que se parece a un consolador femenino y que se introduce por el trasero para emitirle cargas de 20 voltios a la próstata del animal para hacerlo eyacular cerca de 200 ml, dos tercios de una botella pequeña de Coca-Cola. Luego el semen se empaca en tubitos, llamados pajillas, de 0,5 ml, que se venden entre $10.000 y US$500, según el prestigio del animal. Es decir, de una eyaculación salen cerca de 400 pajillas. Un óvulo necesita entre una y cuatro pajillas para convertirse en un embrión. En una eyaculación, por lo tanto, se originan al menos cien animales.
Pero ante tanta abundancia de semen, el problema es la escasez de óvulos. Una vaca puede tener un óvulo por mes, pero el desgaste de un embarazo apenas le permite tener diez crías en toda la vida, un verdadero desperdicio si se trata de una vaca de buena familia. Sin embargo, la ciencia genética ya solucionó el problema con la transferencia de embriones, al proporcionarles hormonas a las vacas para que tengan más de un óvulo por mes. Se fecundan y nueve días más tarde se extraen los embriones y se depositan en vacas de menor categoría. Es como si el semen de Jon Voight hubiera sido envasado en pajillas, Marcheline Bertrand hubiera consumido alguna sustancia que la hiciera tener más de un óvulo por mes, se unieran los dos ingredientes en un laboratorio y los embriones resultantes se los pusieran a mujeres de todas las calañas para dar a luz a un ejército de Angelinas Jolie.
Está comprobado que la información genética de la madre receptora no pasa al hijo. Y no existe el peligro de que estas Angelinas del futuro -o los pelirrojos "pollitos" del futuro- nazcan con una pierna negra y otra blanca, el pelo rizado, los pómulos gigantes, el ojo derecho abierto y el izquierdo rasgado. En el maravilloso mundo de la genética, hasta el toro más aristócrata ha nacido de una cualquiera. Como El Pollo.
Todos los días, este imponente semental pasa la noche en un potrero del tamaño de una cancha de microfútbol entapetada con un pasto tan tupido como un afro. La ensalada que se come a diario está preparada con pastos como el kikuyo, raygrass, trébol rojo y lolium. Y para que la deguste de forma ordenada, el potrero se encuentra dividido por un cable electrificado que se corre cada mañana para que siempre tenga una nueva franja de pasto fresco. Pero su plato fuerte está compuesto por 4 kg de silo, 3 kg de concentrado, sal con minerales y quince o veinte litros de agua. Y lo come durante todo el día, toda su vida. Ahí reside el gran poder de los bovinos: viven para comer, y cada gramo de pasto se convierte en carne roja y jugosa. Y el angus es el que mejor lo hace.
Los antepasados de El Pollo son escoceses, y como buen representante de su clan, El Pollo es pelirrojo.
El país del whisky y el haggis tiene la mayor tasa de pelirrojos del mundo: 13%. El 40% de las personas que no lo son, tienen el gen en su sangre, esperando que explote en sus hijos. En ese contexto no es extraño que los papás de El Pollo fueran angus negros y que su hijo naciera rojo. Esa diferencia de color no altera en nada la carne, una carne con un sabor fabuloso que nace de una capacidad genética: la grasa es el secreto del sabor, y los angus la distribuyen muy bien en su cuerpo, hasta en la fibra más pequeña de sus músculos. Incluso el lomo de un angus, una de las piezas más insípidas por su falta de grasa, tiene buen sabor. Por eso, no importa que las vacas y los toros no sean inteligentes y no tengan músculos en la cara para poder sonreír en las fotos o en la televisión. Su astucia es divina y no se compara con ninguna hazaña bíblica. Jesús multiplicó los panes un día de su vida, pero ellos convierten el pasto en carne todos los días. Por los siglos de los siglos. Amén.
DANUBIO AZUL
Danubio vive a unos pocos metros del gran comisario, considerado el mejor caballo de colombia. Pero Danubio tiene un as guardado en la sangre. Por sus venas corren los genes de terremoto de Manizales.
Montar un caballo de paso fino es como tocar un violín: la rienda debe tener una  tensión especial en el que el caballo envíe ráfagas de pasos al piso, como si en vez de caminar por el campo golpeara sus pasos sobre una máquina de escribir. El paso fino no está en las patas, sino en un punto indeterminado de la boca del animal donde el freno hace presión. El caballo deja de ser un animal y se convierte en un instrumento musical. En las competencias los ejemplares caminan sobre una tarima de madera con micrófonos por debajo que amplifican sus pasos, y que sumergen a los asistentes en una especie de mantra en la que los aficionados oyen si el caballo camina de manera correcta: un paso con la "mano" -o pata delantera-, uno con la pata, luego la otra pata y uno con la otra mano. El movimiento es lateral, primero las piernas de un lado y luego las del otro, en vez de cruzarse, mano-pata-mano-pata, como los caballos de trote y trocha. Montar un caballo de estos es una cuestión de oído. Por eso se dice que el presidente Uribe no es buen jinete: su "sordera" hace que no tenga sensibilidad con las riendas.
Danubio Azul camina todos los días cerca de una hora. A veces sale a trochar monte arriba por Facatativá para ganar estado físico, y otras va al picadero, un quiosco redondo donde practica su paso de concurso: mira lenta y fijamente el piso como si se cuidara de no equivocarse, da pasos frenéticos uno tras otro, encaja sus patas meticulosamente en el punto exacto donde pisaron sus manos, como si estuviera consciente de que él, con sus pasos, escribe su historia, pero no en un alfabeto de la A a la Z, sino de la
O a la T:
     Toq (mano derecha)
          Tro (pata derecha)                    Psss-Trrr (respiración).
Tro (pata izquierda)
Toq (mano izquierda)    
           Psss-Trrr (respiración).
 Los caballos de paso fino sólo existen en Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Estados Unidos y Colombia, y alcanzan precios de hasta seis ceros -en dólares-, mucho antes de que el narcotráfico llegara con sus dólares para inflar los precios. "El caballo de paso fino tiene un valor intrínseco, como las esmeraldas, las joyas, los carros y los diamantes. El narcotráfico no infló su precio", dice doña Olga Giraldo, la dueña de Danubio y Comisario, un caballo de quince años considerado por unanimidad como el mejor exponente de paso fino de Colombia en los últimos diez años.
Sin embargo, Danubio, nueve años menor, ya le pisa los talones gracias a que en su sangre habitan los genes de una leyenda: Terremoto de Manizales, nacido el 30 de marzo de 1986 en el criadero La Palmera, en la capital de Caldas. Javier Giraldo Neira, hermano de doña Olga, fue el criador de Terremoto, y se lo vendió de pocos meses a Roberto Escobar Gaviria, alias El Osito, hermano del capo Pablo Escobar. Esta transacción llevó a Terremoto a su destino fatal: en 1993 fue secuestrado por Los Pepes, los "Perseguidos por Pablo Escobar".
Unos días después lo devolvieron castrado y destrozaron su leyenda de renovador del paso fino con su zancada rápida y breve. Sin embargo, antes de esta vendetta copiada de El Padrino -donde el productor de cine Jack Woltz se levanta a gritos una mañana al ver entre sus sábanas la cabeza cercenada de su caballo-, Terremoto tuvo 171 hijos, y doña Olga logró conseguir dos, Desafío y La Lechona, cuando decidió fundar su criadero Los Girasoles, en el 2000. Sin embargo, estos ejemplares no podían ser menos apropiados: Desafío tenía una nube blanca en un ojo, en su primera muda le faltaron por salir dos dientes -los caballos mudan tres veces-, tenía muy pegadas las patas y se lastimaba cada vez que caminaba; y La Lechona tenía una gripa crónica que la hacía despedir torrentes de moco por la nariz.
Los hijos de Terremoto -que ahora vive en La leyenda, un criadero del Valle- se han caracterizado por tener un destino trágico: uno se electrocutó en su corral, una cría fue aplastada por su mamá, una yegua fue fulminada por un rayo, y hace poco, un ejemplar clonado que el criadero le encargó a un laboratorio canadiense, llegó al último mes de gestación con el cuello torcido y murió en el vientre de su mamá. Sin embargo, en agosto de este año se espera que un nuevo clon nazca en el estado de Texas.
Ante los quebrantos de salud de sus ejemplares fundadores, su dueña no enloqueció ni solicitó su dinero de vuelta, sino que les pidió ayuda a las flores. Doña Olga, además de su pelo rubio y su nariz respingada como la de la Jeannie, de la serie Mi bella genio, tiene algo de bruja. Lleva algunos años estudiando la curación con esencias florales, y gracias a eso La Lechona ya no tiene gripa y Desafío fue curado de la nube blanca del ojo con homeopatía. Poco tiempo después, los dos hermanos, hijos de Terremoto de Manizales, engendraron en incestuoso encuentro a su hijo más famoso: Danubio Azul.
La Lechona acumuló todas las medallas posibles en el mundo equino y fue declarada fuera de concurso. Desafío, por su lado, se está dando la gran vida de reproductor en el exterior. Ese es el futuro de un buen caballo, y el gran negocio para su dueño. Los premios no dan dinero, sino prestigio. Comisario, por ejemplo, ya regresó de su gira sexual por Estados Unidos donde cobró cerca de $3'000.000 -un poco más de lo que cuesta su mantenimiento mensual- por cada 200 ml de su semen. Ahora el turno es de Danubio: debe acumular premios para valorizar su semen, y tener paciencia para que sus hijos incrementen su fama. Por ahora sólo cuenta con un vicio que heredó genéticamente de su abuelo, Terremoto, y que se considera su gran virtud: nunca se queda quieto. Incluso dentro de la pesebrera camina de forma impaciente, como si estuviera dejando de fumar.
Para evitarlo, porque puede hacerse daño -como en una noche de tormenta en que casi muere ahorcado en una ventana por los nervios-, doña Olga ordenó que le pusieran una oveja como acompañante: su osito de peluche de carne y hueso, tan abandonada como el de un niño de nueve años, sucia y deshilachada. Pero cuando Danubio sale y el chalán le ordena quedarse parado en un solo punto, él siempre da sus pasos laterales a gran velocidad, como si fuera uno de esos caballos tragamonedas que hay en los parques infantiles, y que, por más que cabalgan, no se desplazan. Parece suspendido en el aire, como si fuera un helicóptero de cuatro patas.
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