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Historias

El patriota: el perfil de la derecha

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Foto:

Este perfil de Jaime Arturo Restrepo Restrepo, mejor conocido por su cuenta de Twitter @_El_Patriota, fue publicado en noviembre de 2014 en la edición número 93 de DONJUAN.
“Hay tipos de barbas. No es lo mismo una barba piojosa, procomunista como la de Iván Cepeda, y otra cosa es una barba tipo española bien cuidada como la mía”, dice Jaime Arturo Restrepo Restrepo, @_El_Patriota de las redes sociales: el único hombre de derechas en Colombia que se deja crecer la barba. Aunque a menudo se la rasura y aparece en fotos con la fisionomía transformada. Dice que no lo hace por vanidad, sino por seguridad, y pertenece al cuerpo de oficiales de la reserva del Ejército. Un ascenso no se lo permiten barbado.
Hasta el 31 de julio de 2014, Restrepo era un desconocido para el grueso de la opinión pública. Pero ese día se cruzó insultos con el senador Iván Cepeda y lo desafió a duelo. Por Twitter. @_El_Patriota trina: “¡Si Piedad Córdoba e Iván Cepeda representan víctimas de narco Farc, entonces yo soy la madre Teresa de Calcuta!”. 730 retuits. @IvanCepedaCast hace clic en el botón ‘Responder’ y teclea: “No. Usted es alias ‘Samuel’” –en alusión a un paramilitar de Sonsón, en Antioquia–. 295 favs. Entonces @_El_Patriota se llena de ira ante algo que hoy, con calma, considera “un señalamiento infame en torno a mi nombre y a mi persona” y, en un par de trinos, desafía a Cepeda a elegir hora, arma y lugar. Al otro lado de la pantalla, 1.162 personas hacen retuit y le ponen 501 estrellitas de favorito.
Ambos ya se habían batido en duelo. En 2010 compartieron set de televisión en el programa Contexto, de Cable Noticias y se dispararon argumentos. Y en 2013, en un foro sobre los diálogos de La Habana en la Universidad Eafit, se sentaron en el mismo sofá, cruzando la pierna en sentido contrario, que en lenguaje no verbal significa antipatía por el otro. “Ahí nos dimos la mano. Él tiene su lucha y yo tengo la mía. Ambas muy respetables”, dice.
Pero en Twitter el tono fue violento. “Él perdió totalmente los estribos y salió a amenazar con un reto a muerte o no sé qué cosas”, me dice Cepeda. “Fue un momento de ira e intenso dolor, al que estamos expuestos todos los humanos”, explica Restrepo. Después de los insultos apareció en radio y televisión El Patriota de carne y hueso: un abogado de acento antioqueño que ofreció disculpas, pero no retiró ni una coma de lo escrito. Aún más, se ratificó en sus opiniones y, metiendo a la Fiscalía en la mitad, le exigió al senador que presentara pruebas para llamarlo paramilitar. “El orden de los asuntos aquí es el siguiente: es el señor Restrepo quien me ha ofendido a mí. Así que es él quien debería sustentar sus acusaciones”, dice Cepeda.
Quienes se mueven en las audiencias de Justicia y Paz saben que Jaime Restrepo no es un recién llegado. Hace cerca de una década creó la Asociación de Víctimas de la Guerrilla Terrorista, una ONG para representar y defender a quienes considera que, hoy en día, no tienen quién los respalde: las víctimas de las guerrillas. Por eso se califica a sí mismo como un defensor de DD. HH.: “Aquí le han dado línea ideológica a los derechos humanos, al punto que yo diría que los derechos humanos no existen, sino que existen los izquierdos humanos. Porque aquí los comunistas, los llamados socialistas, la social bacanería, se empoderó de ese discurso. Todas las víctimas tienen los mismos derechos y yo asumí la defensa de un nicho específico de víctimas, que son las de la guerrilla, y muchas veces, amén de esa línea, me señalan de paramilitar”.
Asuntos de seguridad hacen que entrevistar a Jaime Restrepo tenga tintes de película. Dónde y con quién vive es un secreto. La noche anterior a la cita me suministró instrucciones básicas por Whatsapp para llegar a la portería de un conjunto campestre en la periferia del valle de Aburrá. Al llegar, un hombre en moto se comunicó por celular, me indicó que lo siguiera y me condujo hasta una casa campestre. Restrepo apareció vestido con saco y corbata, y en la solapa, una cruz latina sujetada por un pin. Me saludó de mano, presentándose con su nombre completo, como si fuera una reunión de negocios. Su acento paisa es tan fuerte que pareciera que la lengua se le enroscara en la parte blanda del paladar cuando pronuncia las eses. Tiene 43 años, es alto y acuerpado por el ejercicio y las barras que ha hecho desde joven, tiene los ojos del color de las aceitunas y la nariz es bien definida, aunque el tabique se lo partió hace años un taxista de un puñetazo. En la cabeza una raya perfecta le parte el peinado desde el hueso parietal hasta el frontal: ni un pelo se sale de la formación.
Foto: Esteban Duperly
Nos sentamos en un porche fuera de la casa. Un par de escoltas de civil lo tratan con mucha familiaridad. Nos dejaron solos, aunque sin quitarle el ojo. En el parqueadero, estacionada, había una camioneta blindada de la Unidad Nacional de Protección. Le pregunto cómo fue su ambiente familiar. “Eso en buena medida define el carácter de las personas”, le digo para explicar por qué arranqué saltándome la primera regla que me puso: no hablar de su vida personal. Restrepo asiente y contesta tranquilo.
–Un hogar católico, mi padre, abogado; mi mamá, ama de casa. Mi padre, un hombre muy pegado a las leyes, fue juez de instrucción criminal en varios municipios en el suroeste antioqueño. Mi mamá fue una mujer católica, muy creyente. Entonces creo que heredé de mi padre el amor y el respeto al imperio de la ley, y de mi mamá el acervo católico y de temor a Dios.
–¿Nació en Medellín?
–Nací en Medellín, pero mi familia es del suroeste antioqueño. Mi tatarabuelo fue fundador de Jardín, Antioquia: Indalecio Peláez. Y por el lado de mi abuela paterna, Lucila Montoya, prima [–acentúa el prima–] de la madre Laura Montoya. Entonces tengo un fuerte acervo católico y de ideología conservadora.
–¿Tuvo una niñez urbana o más bien rural?
–Fue una niñez urbana, pero en vacaciones en fincas del norte y el suroeste antioqueño, sobre todo en Andes y en Jardín. Básicamente es eso –dice y se queda flotando en una especie de puntos suspen¬sivos–. Digamos que el referente en materia de patriotismo, de amor a las fuerzas militares y a la policía, en materia de respeto a las ins¬tituciones, fue mi señor padre, que en paz descanse. Y en materia de creencias religiosas, mi mamá.
–¿Estudió en colegio católico?
–Sí, yo estudié en el Colegio Corazonista y egresé de la Universi¬dad de Medellín en Derecho. Allí finiquité dos especializaciones: una en Derecho Penal y otra en Probatorio Penal –y vuelve a entrar en esos puntos suspensivos que evidencian que no le encuentra sentido a hablar de su privacidad–. Yo me he dedicado es a la salvaguarda de las víctimas de la guerrilla, desde el ámbito jurídico.
Insisto para que sigamos hablando de él, así que lo invito a que hable de sus gustos: “mi principal afición es la música: la zarzuela, la ópera y la música lírica. Tengo un tenor de cabecera que es Alfredo Krauss. Y… sí… básicamente es eso…”.
–¿Toca algún instrumento?
–No, no.
–¿Solo apreciación?
–Exactamente.
–¿Y le gustan otros géneros?
–La música colombiana me encanta. Y… qué te dijera “ome”… todo tipo de música excepto esta música moderna como el reggaetón… ese tipo de cosas no me llaman la atención… pero sí… escucho salsa, merengue, clásicos de los ochenta, que fue la música con la que crecí. La música me gusta, amén que me sirve como tratamiento, porque el temperamento mío es férreo. El trabajo que yo ejecuto genera mucho estrés, entonces la música clásica y la música lírica son un paliativo que me tranquiliza.
Le pregunto por sus gustos literarios, pero se escapa de nuevo: cuenta que no lee literatura, sino textos sobre el fenómeno del comunismo y la insurgencia en América Latina. Se sabe de memoria las siglas, los nombres y los países de los movimientos guerrilleros en Colombia y América Latina.
–¿Y en momentos que no sean de estudio o intelectualidad. En lecturas de esparcimiento, qué le gusta?
–Hombre, la verdad sea dicha que muy poco, porque realmente en la vida uno se tiene que especializar y yo me he dedicado es a entender el fenómeno de la criminalidad en Colombia, a solicitar justicia, a conocer la verdad integral de todos los crímenes cometidos por estas organizaciones al margen de la ley, y eso más que un trabajo se convierte en una vocación. Y una vocación se convierte en una pasión. Y más que una pasión en un proyecto de vida. Yo no salgo, yo no rumbeo, yo no trasnocho, yo no tomo, luego entonces mi vida es eso: dedicada a la familia y al patriotismo. Los tres principios que la rigen son: Dios, familia y patria. En ese orden. Y a eso me dedico.
****
Con excepción de algunas guardias bajas, Jaime Arturo Restrepo Restrepo no afloja ni una sonrisa. No es hostil, pero carece casi por completo de sentido del humor. En un momento me confiesa que no ve televisión, salvo La voz kids: “Me parece una maravilla de progra¬ma. Ayer nada menos cantaba una niña, ¡qué espectáculo!, ¡qué cosa tan hermosa!”. Pero de inmediato da un bandazo, y recupera el semblante severo: “No sé si será a raíz de mi profesión, porque mucha parte de mi vida la paso en audiencias extensas de semanas y meses, de mañana a tarde, escuchando todas las atrocidades, lo más bajo de la naturaleza humana. Por eso es que me río muy poquito, por¬que es que la verdad las ganas de reírme se me quitaron hace mucho tiempo”.
Si algo se le critica a El Patriota es su tendencia a mostrar desde su cuenta imágenes de víctimas de guerra, pero insiste que lo hace por lo sensible que es al tema. Cuenta la historia de una niña de catorce años que fue reclutada por las Farc y luego fusilada. En la audiencia, la mamá suplicaba que le permitieran recuperar los restos de su hija. “Yo que soy férreo y radical, eso me ha costado lágrimas, no me da pena decirlo, me partió el alma y lloré en la audiencia”.
Su amiga Paola Holguín, senadora del Centro Democrático, explica que Restrepo es un hombre auténtico que no se presta al juego social de las apariencias, y siempre es franco y dice qué piensa. Cepeda, por el contrario, afirma: “Restrepo tiene unas convicciones que defiende de una manera fanática. A veces me parece que su apasio¬namiento raya en una desestabilidad psicológica y emocional”.
Como quiera que sea, en el pasado Restrepo se ha mostrado tolerante con sus contradictores. En enero de 2012 el periodista Juan Diego Restrepo Echeverri escribió para Semana.com una columna en donde intentaba atar cabos para demostrar que en 2004 el abogado Restrepo había sido al mismo tiempo un candidato a personero en Sonsón, a quien impulsaban los paramilitares del Magdalena medio. Las coincidencias entre los rumores y las pistas resultaban tan ciertas como vagas, así que el periodista le lanzó la pregunta directa: “¿Es cierto que en algún momento lo conocían con el nombre de ‘Samuel’?”. Jaime Restrepo lo denunció penalmente por calumnia y fueron a tribunales
–enfrentamiento que perdió–, pero hoy en día, cuando se encuentran a la salida de las audiencias de Justicia y Paz, toman café y hasta intercambian e-mails: “Yo entiendo que él como periodista está haciendo su trabajo y pertenece a una línea ideológica muy clara. Pero el hombre conmigo ha sido deferente y respetuoso, y yo lo he tratado en igualdad de condiciones”.
–En esa misma línea, ¿qué le gusta de la izquierda?
–Por ejemplo, vamos a hablar de un representante al que yo respeto y admiro, así no comparta sus postulados, y es Robledo, un hombre que ha militado en la izquierda. Pero nunca ha utilizado las armas. Ni la combinación de las formas de lucha para el poder. Y bienvenida para oxigenar la democracia que converjan varias ideolo¬gías de derecha y de izquierda. Qué tal que todos pensáramos igual.
Pero algo es claro: Restrepo comulga con las causas de la derecha más radical. Ha manejado redes de informantes, ha sido defensor de José Obdulio Gaviria, abogado del Gaula de la Policía durante ocho años, y fue uno de los hombres que tramitó el asilo político de María Pilar Hurtado en Panamá. Aunque también ha sido asesor jurídico de alias Karina, y abogado defensor de los exguerrilleros alias Samir y Nicolás Montoya, “Manicortico”. “Mis defendidos, postulados a Justicia y Paz, están comprometidos con la verdad integral, pagando una pena alternativa de ocho años. Por eso los defiendo, y con gus¬to”, dice, explicándose.
Como es militante carnetizado del Centro Democrático se le aso¬cia con el uribismo, aunque le hace críticas tenaces y públicas a Álvaro Uribe y a su movimiento político. No le gusta el culto al expresidente, ni las elecciones “dedocráticas” en el interior del partido. Se queja de que en los estatutos “no hay ni un punto ni una coma ni un renglón ni un parágrafo ni un capítulo del tema ideológico y doctrinario”. También es crítico de las leyes que privatizaron la salud y su¬primieron las horas extras. “Claro que soy uribista, claro que le tengo absoluta gratitud al presidente Uribe por lo que ha hecho por el país, pero no soy un caballo cochero”, aclara. En especial no le perdona el tema de la violación al fuero castrense.
Foto: Esteban Duperly
–¿Usted prestó servicio militar? –le pregunto, y una especie de sombra de tristeza le cruza el rostro. Incluso desvía los ojos con cierta pena.
–Yo no presté servicio militar, pero soy teniente de la reserva. Acabé de terminar el curso de ascenso a capitán y asciendo en diciembre –dice, y confiesa que no tuvo muchos amigos ni en el colegio ni en la universidad, pero con el grupo de civiles-oficiales ha logrado una empatía que le eran desconocidas.
Mientras le hago unos retratos saca una pipa del bolsillo, le pone picadura a la hornilla, y se entretiene en encenderla y darle caladas para posar más tranquilo. Sus nervios inquietos le hacen inestables las manos y le dificultan ciertos movimientos finos, como enseñar entre los dedos una medallita italiana de María Auxiliadora que siempre carga. Se desacomoda de la silla para mostrármela y el delantero del traje se abre y emerge la empuñadura de una pistola automática que lleva en la cintura.
Hace algunos años le hicieron un atentado cerca del estadio Atanasio Girardot, en Medellín, mientras dejaba a una novia en la casa. Narra como películas de acción un par de enfrentamientos para defenderse de ladrones y sicarios: muestra cómo tomó el arma, cuántos tiros gastó, cómo apuntó entre el espejo y el marco de la ventana del carro. Plomos van, plomos vienen. Hace el gesto de esquivarlos. Dice que eran siete pistoleros y él se defendió solo. Su carro quedó como un colador, y el de ellos, que dejaron abandonado más tarde, “lleno de huecos, como un queso”. Cuando fue a la policía a reconocerlo el interior tenía manchas y coágulos de sangre. Esa victoria la celebró con vino. Cuenta que en su cuerpo tiene tres heridas de bala, y continúa en jerga paisa: “Al que llegue, yo lo he dicho muy claro, lo atiendo y no me trasnocho si me toca pelar dos o tres, porque es el ejercicio legal de la legítima defensa: frente a una agresión inminente yo tengo el derecho de hacer una defensa proporcional a la agresión. Y estoy preparado y listo para hacerla”.
Restrepo aprendió a disparar en cacerías junto a su papá y a su padrino. También en el club de tiro Los Ánades, donde su papá fue socio fundador. Aún practica, “más para mantenerme al orden en materia de reacción y puntería en lo inherente a mi defensa”. Se cambia a ropa informal y vamos, acompañados de un escolta, a su polígono privado, oculto entre un bosque. Allí tiene varias siluetas de acero y madera que sirven de blancos. Antes que nada se cala unos auriculares que le permiten escuchar el sonido ambiente y lo aíslan cuando hay un pico brusco en los decibeles. Pero somos tres y solo queda un par más. Ambos me los ceden a mí.
Restrepo dispara tiro a tiro con una subametralladora calibre 9 mm que el Estado le permite portar. Se para a 25, 35 y 40 metros –distancias que ya tiene marcadas–. Su puntería es notable y su guardaespaldas, con los dedos índice entre los oídos, lo confirma. Luego saca la pistola del cinto y fulmina varias rondas. Es una Heckler & Koch y me la enseña. “Los carros, los perros y las armas me gustan alemanes”, dice. “Yo me confronto al blanco con mi ballesta, o con mi pistola, o con mi subametralladora, o con mi carabina, yo tengo varias armas, y me entretengo. Y cuando lo hago no pienso en hacerle daño a nadie, como dicen los que me matriculan de radical o de sanguinario. Pienso en ir y mirar en la silueta dónde estoy impactando, u organizar las miras si veo que tienen problema. Es una afición”. Toma de nuevo la Mini Uzi y dispara. Las gruesas láminas de acero se abaten con los impactos, en la cabeza, cuello y abdomen. Pero una bala ha esquivado el blanco y herido una manguera de caucho que recoge agua de un manantial cercano. Le da un poco de risa nerviosa. Por un chorrito sangra copiosamente.
Cepeda piensa que alguien que se considere a sí mismo defensor de derechos humanos no debería invitar a desafíos con armas de fuego, pero la senadora Holguín dice que el episodio solo habla de la personalidad de Restrepo, inclinada a ciertos comportamientos emotivos en torno al honor. Por su parte, él dice: “El enemigo, que combina todas las formas de lucha, me combate difamándome”. Sin embargo, en sus trinos ha usado expresiones como “hay que dar gatillo” o “fumigar”.
–¿Por qué, si es tan apegado a las leyes y practica el catolicismo, donde la bondad y el perdón aparecen de manera explícita en varios pasajes bíblicos, a veces se expresa con virulencia? –le pregunto.
–En eso soy pecador, porque el perdón es un deber ser, no una obligación. Cuando rezo el padre nuestro no lo rezo diciendo “perdóname así como yo perdono a todos los que me ofenden”; yo digo: “perdóname Señor, así como yo perdono a casi todos los que me ofenden”. Cuando me confieso le digo al cura: “Vea, pa mí no es fácil perdonar”. Pero yo a esos sinvergüenzas, a esos fratricidas, a esos sanguinarios, inhumanos de las FARC, y del ELN, y del M-19, y del Quintín Lame, y del ERG, y del ERP, y del EPL, no los perdono. Que los perdone Dios.
Al nacer lo encomendaron al arcángel San Miguel, a quien en la iconografía lo representan de dos formas: como un centurión que so¬mete a Lucifer con una espada, mientras en la otra mano sostiene una balanza o unas cadenas.
–En mi habitación tengo un cuadro del arcángel, lo mandé pintar, pero ya no tiene una espada sino un fusil, y está pisando la cabeza del Mono Jojoy, como sinónimo del demonio –dice.
****
Luego de terminar los retratos, Restrepo toma Coca-Cola y en su smartphone me muestra fotografías del curso de oficiales de la reserva. Allí aparece, sin barba, vestido como un guerrero táctico y camuflado. Dice que no conoce el miedo, pero sí “sintió susto” durante la pasada jornada del 20 de septiembre. Ese día se metió a Tibú a un encuentro de zonas de reserva campesina a repartir volantes que las ligaban con las Farc. Reconoce que fue una imprudencia, pero también se lamenta de que en el último momento varios amigos lo abandonaron y tuvo que ir solo. Dice que muchos son “patriotas de escritorio y no de acción”.
–¿Qué tanto quiere a Colombia?
–Yo creo que la quiero tanto que estoy dispuesto a dar la vida por ella. Es un amor profundo que yo no te sabría explicar, simplemente lo digo: por Colombia y por la patria hasta la vida misma.
Restrepo es como un monje de clausura dedicado a una vocación, pero ni siquiera puede ir a misa los domingos.
–Yo no puedo asumir ninguna actividad que me represente rutina, porque la rutina es la muerte que camina.
–¿Preferiría que no fuera así?
–Claro, yo por ejemplo veo la vida de personas que nadie conoce y pueden vivir tranquilas y salir a un parque o a un centro comercial con su familia. Yo no puedo hacer eso. Y me da envidia. Yo veo personas que tienen algún reconocimiento, pero que no generan repulsión, como es el caso mío. Uno ve personas como un Falcao, o como un Nairo Quintana, que las quiere todo el mundo, de derecha, de izquierda, paracos, policías. Dice uno, “ome”, qué bueno sería poder gozar del apoyo y el respaldo popular sin tener enemigos, poderse mover tranquilamente. Pero bueno. Creo que estoy cumpliendo con una tarea: es una misión que mi Dios me puso. De esa manera lo veo yo. Y es un reto que asumí, y pienso perseverar y continuar con él.
ESTEBAN DUPERLY
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 93 - NOVIEMBRE 2014
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