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Historias

El orgasmo silencioso

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Revista Don Juan
Ahora me parece una falta imperdonable en el plan de estudios; una irresponsabilidad. Tratándose de un verbo tan ejecutado, ¿cómo es posible que no lo pudiéramos usar? Sí se hace, pero no se dice. Es pecado. He ahí la explicación. Recuerdo una escena de la película Átame, de Pedro Almodóvar, en la que Victoria Abril se masturbaba tomando un baño de agua tibia. Peinada con la clásica cola alta y mechones húmedos asomándose sobre la nuca, se acomodaba en la bañera y disponía en el extremo opuesto un juguete al que tenía que darle cuerda. Era un hombrecito de plástico, vestido de buzo, que vencía la marea hasta encallar en su entrepierna, mientras ella se acomodaba lo mejor que podía para que el hombrecito se quedara adentro para siempre.
Los ojos de Victoria giraron en sus esferas y su boca se entreabrió dejando escapar una exhalación placentera, pero el sonido de su orgasmo nunca se escuchó. Algo parecido sucede con una escena de masturbación de Meg Ryan, que sirvió para promocionar una película malísima, con el cuento de ver a la novia de América "como nunca la habíamos visto", esto es, masturbándose. Lo que llamaron su trabajo más controvertido, se reduce a una escena en la que se recuesta boca abajo aplastando su mano con el peso de su propio cuerpo, contrayendo los muslos, tensando la planta de los pies y balanceándose un poco hacia adelante, un poco hacia atrás. Un jadeíto mínimo le hace apretar los ojos y morderse los labios haciéndonos pensar que tuvo un orgasmo, pero nadie -ni siquiera ella- escuchó la evidencia de su placer porque pese a estar sola en su apartamento de soltera, no dijo ni mu.
Y así, en silencio, se masturban Kim Basinger en Nueve semanas y media, Sharon Stone, en Sliver, Paz Vega en Lucía y el sexo y un sinfín de actrices cuyos personajes al parecer sólo expresan satisfacción cuando su coprotagonista las penetra. Horror. Yo que nunca había caído en cuenta y que creía que las monjas eran las únicas responsables de que el tema fuera prohibido, me puse a repasar mis escenas y comprobé con pena que, mientras los orgasmos en pareja suelen salir disparados por la ventana, los orgasmos privados casi siempre se deslizan calladitos entre las sabanas y terminan escondidos debajo del colchón.
Si los sexólogos afirman que la respuesta sexual ante la masturbación y el coito es exactamente la misma, y las fases de deseo, excitación y orgasmo son exactamente iguales; si ambos orgasmos son tan placenteros como extravagantes, ¿por qué el sonido va a ser diferente? En uno de los dos casos, esta mujer, miente. Es admisible un componente de exageración en los gemidos que expresamos en pareja. Puede ser. Al fin de cuentas se trata de hacerle saber con lujo de detalles a qué lugar hemos llegado y hasta cierto punto exhibir el monte conquistado. Pero eso no es mentir.
Ahora bien: tenderse en una cama o en el suelo o en la tina, boca abajo o boca arriba; serpentear con la cadera al vaivén de las ideas, exhalar las contracciones que sacuden la entrepierna; escuchar el cambio de la presión sanguínea y aumentar el movimiento sin que nada nos dirija; respirar el jadeo propio y besar o morder lo que sea que la mente se imagina, someternos al cuerpo y descubrir ese recodo donde un orgasmo se anida y transpirar mientras se expone, se expande y ramifica; mientras sube, se hace intenso y nos domina, y en un momento que todo lo abarca y todo lo puede, desintegrarnos en el tiempo y el espacio conquistando algo más grande que la vida; eso sin dejar escapar ni una mísera sílaba, eso sí es una gran mentira.
Bendígame padre porque he pecado. He mentido sobre mis orgasmos de masturbación. Sólo una de cada diez mujeres se anima a aceptar públicamente que se masturba. De las nueve que se quedan calladas o lo niegan, al menos seis se masturban pero lo hacen negándose el orgasmo, enmudeciéndolo como si así se enmudeciera el pecado.
De las otras tres, dos alguna vez se masturbaron pero la sorpresa del placer las asustó tanto que creyeron que eran lesbianas, o que si tenían muchos orgasmos a solas, nunca más tendrían orgasmos en pareja. La mujer que nunca lo hizo padece anorgasmia y figura en las estadísticas que aseguran que entre las mujeres que no han experimentado un orgasmo, en el 80% de los casos se debe al hecho de no haberse masturbado nunca.
Más vieja y censurada que la prostitución, la masturbación femenina no siempre fue una vergüenza. En el antiguo Egipto era considerada un ritual religioso, en Grecia era públicamente aceptada como forma de suplir el abandono de los maridos durante las expediciones, y a lo largo de la Historia ha sido protagonista de incontables decorados en vasijas, posturas en esculturas y escenas de pinturas que asumieron el tema sin pudores. Klimt pintó en 1913 una de las escenas más explícitas, tras varios años en que realizó estudios con modelos que actuaban frente a él.
Sin embargo, desde el mismo origen de su nombre, hacia adelante, todo apunta a disfrazarla de misterio. Dicen los lingüistas que masturbación es una palabra compuesta por las raíces griega y latina mezea (pene) y turba (perturbación) que juntas significan excitar el pene. Esta será la más machista de las explicaciones. Las menos, dicen que masturbación provine de una sola raíz, del latín manus stuprare es decir violar con la mano -¿algo está violando a alguien?- o manus turbare es decir, excitar con la mano.
El caso es que mientras los lingüistas se ponen de acuerdo yo me masturbo, tú te masturbas, él se masturba, ella... lo niega. De tanto permanecer guardada en el cajón de los secretos -algo que resulta tan orgánico como aprender a rascarse una oreja para experimentar el placer del fin de la picazón-, terminó por convertirse en una tara para la mujer que quiere descubrir por sí misma qué la satisface, y un penoso malentendido según el cual los hombres creen saber lo que hacen cuando nos masturban y en realidad lo único que consiguen es estimular la fantasía de que pronto se termine aquel tormento.
Yo te masturbo, tú lo disfrutas; él la masturba, ella se deja. Por paradójico que suene, "Dime cómo te masturbas y te diré cómo te vienes", podría ser el nombre de un libro guía para el buen sexo entre hombres y mujeres. Una idea errónea de lo que es la masturbación femenina ha provocado que generaciones enteras de amantes crean que el orgasmo de la mujer se produce mediante la fricción del pene con la vagina. Cuando ella se masturba dicen que "se hizo un dedo" y a la hora del toqueteo, se lanzan torpes a la conquista del gran cañón, haciendo aburridísimos zigzagueos con los dedos mientras ella se pregunta "este tipo ¿qué está haciendo?"
El 70% de las mujeres no tienen orgasmos mediante la penetración y el 30% que los tiene, los consigue mediante la estimulación directa o indirecta del clítoris que, por cierto, no está precisamente en la vagina. Es una cifra relevante para cualquier hombre que pretenda convertirse en buen amante. El 85% de las mujeres se masturba y de este porcentaje el 98% lo hace sin introducir nada en su vagina; llegan al orgasmo jugando con su clítoris, muchas lo hacen con ropa interior para no lastimarse o controlar el estímulo y algunas lo consiguen incluso sin tocarse, sólo con un par de buenos recuerdos o inventos en la cabeza
Horror. El hombre que se considere buen amante deberá ser capaz de entender que la penetración no es necesaria para conseguir el orgasmo de la mujer y pobre de aquél que por pánico se convenza de que esto es sinónimo de lesbianismo. El buen amante es aquél que acepta sin objeciones que ese juguete por el que tanto han sido elogiados o atormentados los pobres hombres, no es el protagonista de este juego.
¿Cuántas mentiras se han dicho por no conjugar el verbo que se convirtió en pecado? ¿Cómo expiaremos tantas culpas? Nos habríamos ahorrado muchas penitencias si "yo me masturbo" hubiera sido materia obligatoria en los colegios de mujeres, y "ella se masturba" materia obligatoria en los colegios de varones, pero como siempre sucede con la academia, hace falta investigar por nuestro propio lado existe el Informe Hide y, pese a la antigüedad de sus testimonios, en la variedad de sus descripciones encontraremos la manera de expiarnos con placer.
Estimulación clitoridiana directa o indirecta, clitoridiana y anal simultánea, clitoridiana y vulvar, sobre el vientre o sobre la espalda, con y sin penetración son algunos de los tecnicismos para etiquetarlas. Mano izquierda tirando hacia arriba los genitales y mano derecha libre para tocar el clítoris; piernas abiertas y clítoris expuesto para ser masajeado con el cepillo de dientes eléctrico o el costado de la depiladora; piernas cerradas, estiradas y derechas acariciando el clítoris con una almohada o un peluche; boca abajo con las piernas abiertas y los brazos extendidos a modo de flexiones para subir y bajar el cuerpo sobre el vibrador que reposa encendido bajo la zona adecuada.
De pie frente a un espejo de cuerpo entero o acostada con un espejo de mano; pierna derecha levantada con la rodilla llegando al hombro y la otra pierna estirada sobre la cama -se entienden los beneficios del yoga-; acostada o de pie en la tina variando las modalidades de salida del agua; con el cuerpo suspendido y balanceándose -digamos sobre una hamaca- haciendo un tornillo con las piernas y apretando ambos puños en la entrepierna; de pie haciendo cola en una tienda mientras nadie piensa nada y nosotras nos perdemos en la cabeza reviviendo un par de buenas escenas pasadas.
Que no se nos vaya la mano en investigación. Las conclusiones están sobre la mesa, sobre la alfombra, en la bañera y sobre el colchón. Orgasmo clitoridiano mata de lejos al orgasmo vaginal. La mujer que prefiere estar arriba no sólo se complace con el rol de la dominación, sino que también atiende la estimulación del clítoris al mandato de su propio cuerpo, y el hombre que a bien tenga escuchar del tema y rendirse ante sus secretos, será el amo indiscutido de la cueva.
La mujer que se calle ante sí misma estará mintiendo. Las monjas dicen que mentir es pecado. Y los pecados deben ser expiados.
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