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Historias

El cazador de yihadistas

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Dimitri Bontinck se ganó el apodo de cazador de yihadistas a pulso: después de enterarse de que su hijo había huido de su casa en Bélgica para unirse al Estado Islámico, Dimitri se decidió a traerlo de vuelta. Viajó a un país destruido por los combates, durmió en la ciudad de Alepo mientras las bombas caían sobre los combatientes rebeldes, vio los horrores de la guerra y fue torturado por terroristas islámicos antes de encontrar a su hijo. Esta es su historia, como la contó para DONJUAN.
Algunos padres dicen que irían hasta el infierno por sus hijos, pero no lo creí posible, sino hasta que me entrevisté con Dimitri Bontinck. Él fue a un lugar muy parecido: a Siria. Se despertó un día para darse cuenta de que su hijo no estaba. No contestaba las llamadas, ignoraba sus mensajes. Descubrió que se marchó al otro lado del mundo, a un país destruido por la guerra civil. Nunca dio explicación, ni siquiera se despidió. Apareció en TV entre guerrilleros a los que no les importa dar la vida por su causa. Dimitri pensaba en las mil maneras en las que puede morir (con un pedazo de metralla enterrado en el rostro, con una bomba detonando a sus pies, etcétera) y las pocas formas que tendría de cómo enterarse. No dormía, no podía pensar bien. Nadie podía ayudarle a recuperarlo, ni siquiera la policía.
Después de preguntarse qué había hecho mal, empezó a preguntarse qué podía hacer bien ahora. Tenía miedo a morir, pero no vio otra opción, sino ir tras él. Haría todo por su hijo. Mientras me contaba su historia por teléfono, pensaba en cómo a cada padre le gustaría pensar que estaría dispuesto a hacer todo lo que Dimitri hizo, que el coraje bajaría del cielo como el Espíritu Santo; yo, que no tengo hijos, al menos pienso que el hombre que lloró por mí en mis peores momentos y que celebró los mejores con los abrazos más sinceros que he recibido, sí estaría dispuesto a hacerlo. Pero la verdad es que hasta ahora este belga es el único que ha encarado el cañón de un arma mientras terroristas le exigían que confesara ser un agente de la CIA. Dimitri no tenía idea de qué estaban hablando, pero sabía que quería a su hijo de vuelta.
EN CIERTO PUNTO SUS ATORMENTADORES PUSIERON EL CAÑÓN DE UNA KALASHNIKOV EN LA BOCA DE DIMITRI Y AMENAZARON CON HALAR EL GATILLO. LA RESPUESTA QUE HABÍA DADO DURANTE ESOS DÍAS DE TORTURA NO CAMBIÓ: “¡SOY SOLO UN PADRE!”.
Dimitri llegó a Siria en los primeros días de abril de 2013. Era un exmilitar belga con una altura que lo obliga a bajar los ojos para hablar con la gente y una mirada amable que contradice la amenaza de sus músculos. La intensa guerra civil que hay en el país había dificultado el ingreso por avión, por lo que Dimitri se aventuró a él vía Turquía, atravesando en una camioneta la frontera de más de 900 km de largo. Mientras miles de hombres, mujeres y niños, que no cargan recuerdos de su vida pasada aparte de las ropas que llevan, intentan cruzar la frontera cada mes para escapar de la guerra entre las fuerzas del Gobierno y la fuerza de oposición –y el naciente Estado Islámico, una fuerza que se expandía como una mancha de petróleo por el mapa del Oriente Medio–, Dimitri la cruzó para entrar. Estaba buscando a su hijo.
La búsqueda llevó a Dimitri a la ciudad de Alepo, al norte de Siria, que en julio cumplirá cuatro años de estar en constante batalla, con un saldo de más de 28.000 muertos en enfrentamientos y bombardeos, según el Centro de Documentación de Violaciones del país, dejando una ciudad que alguna vez adornó el horizonte con cúpulas de mezquitas y minaretes convertida ahora en escombros que se mezclan con el desierto; lo llevó a hablar con los civiles y con los soldados rebeldes, preguntando por algún belga como él que hubiera llegado a Siria recientemente. Esa búsqueda también lo llevó ante el grupo terrorista Jabhat al-Nusra, un movimiento yihadista afiliado a Al Qaeda que no simpatizó tanto como las otras personas con su causa. El 9 de abril lo capturaron, lo encerraron en un cuarto en una aldea cercana a Alepo y empezaron la tortura.
Los hombres que lo secuestraron tenían las caras cubiertas con máscaras. Por sus acentos, impregnados con un toque de francés o un toque de inglés británico, Dimitri sabía que no eran de la región, sino que venían de Europa, como él. Lo mantenían esposado, sin ropa, mientras lo golpeaban hasta casi matarlo y le exigían que confesara ser un espía del Gobierno estadounidense enviado a reunir información sobre su grupo. Duraron así varios días. En cierto punto sus atormentadores pusieron el cañón de una Kalashnikov (AK-47) en la boca de Dimitri y amenazaron con halar el gatillo.
Incluso en ese momento, la respuesta que había dado durante todos esos días de tortura no cambió.
–¡Soy un padre! –les gritaba, encontrando su mirada–. ¡Soy un padre, soy solo un padre!
***
Antes de continuar, es necesario explicar una cosa que usted probablemente ha escuchado en las noticias o ha visto en la internet, pero a la que no le ha puesto la atención que se merece: el Estado Islámico.
El Estado Islámico, también llamado ISIS y Dáesh por sus detractores (es el acrónimo del nombre del grupo en su idioma original, pero la palabra también suena como árabe para “aquel que siembra discordia” o “aquel que pisotea y destruye”, lo que hace que amenacen con cortarle la lengua a cualquiera que los llame de esa forma), es un resultado de sus tiempos. Es resultado de la invasión a Irak a principios de este siglo y la guerra civil en Siria, que debilitó las fuerzas internas hasta el punto de permitir el ascenso de una nueva estructura de poder; de una cultura islamofóbica en Occidente que ha impulsado a varios musulmanes a buscar grupos en los que se sientan aceptados, en algunos casos extremistas. Hasta cierto grado, también es el resultado del extremismo religioso, ya que, por más que duela admitirlo, las leyes que aplica el Estado Islámico son consecuencia de una interpretación literal de los principios que rigen el islam, como dice Graeme Wood en un reportaje para The Atlantic: “La verdad es que el Estado Islámico es islámico. Muy islámico. Sí, ha atraído a psicópatas y buscadores de aventuras, [...] pero la religión predicada por sus más ardientes seguidores deriva de una interpretación coherente y hasta ilustrada del islam”.
En el período en el que Dimitri visitó Siria, el Estado Islámico apenas estaba comenzando. Pronto absorbería a varios de los grupos yihadistas que actuaban en la región –entre ellos el Jabhat al-Nusra– o expulsaría a aquellos que se resistiesen a su mandato. Crecería en fuerza, con 33.000 combatientes en su punto más alto, y crecería en espacio, conquistando ciudades como Al-Raqa y Mosul, esta última una metrópolis de más de un millón y medio de habitantes. Son terroristas, pero a diferencia de Al Qaeda, el grupo del cual deriva y los responsables de los atentados del 9 de septiembre, el Estado Islámico no tenía planeado esconderse, dividirse en pequeñas células para ser irrastreable. Desde el principio tuvieron una estructura de gobierno y la necesidad de tener control sobre territorios para mantener su legitimidad. Es un califato, una forma de gobierno que impone la sharia (las leyes del islam y su creencia de que el fin de los tiempos está cerca y se definirá en una gran batalla en el Oriente Medio; no estoy bromeando) en las regiones que controla haciendo uso de la devoción o la fuerza.
LAS HERRAMIENTAS DE RECLUTAMIENTO DE ISIS, ENTRE LAS QUE ESTÁN SUS VIDEOS CON PRODUCCIÓN CASI CINEMATOGRÁFICA, HAN ATRAÍDO A MÁS DE 25.000 EXTRANJEROS A PELEAR EN SIRIA Y EN IRAK DURANTE LOS ÚLTIMOS CINCO AÑOS.
También llegarían a ser increíblemente ricos. A partir del cobro de impuestos dentro de sus territorios, de saquear los bancos de las ciudades, donaciones de multimillonarios árabes y vender petróleo crudo en el mercado negro, el Estado Islámico llegó a tener un capital de 2.000 millones de dólares en el 2014, convirtiéndolo en el grupo terrorista más rico de todos los tiempos. Su “flujo de caja” ha bajado considerablemente en tiempos recientes, como lo reporta la corporación RAND de las fuerzas militares de Estados Unidos, pero sigue siendo suficiente para dividirse en una parte para armas y sueldos de sus combatientes, otra parte para deberes administrativos y una buena parte para su maquinaria de propaganda y reclutamiento. Sus herramientas para atraer nuevos combatientes incluyen, entre otras:
• Un “énfasis hacia la diversidad” con el que se promociona la organización, acorde a Tyler Malcolm, experto en contraterrorismo. Respondiendo a la pregunta “¿por qué el reclutamiento de ISIS es tan efectivo?” en el portal web Quora, Malcolm dijo que parte de su éxito es que se muestra como un califato para todos los musulmanes. “Cuando reclutas en potencia escuchan este mensaje, se sienten incluidos”, dice. “Un musulmán negro de Francia puede estar molesto con su gobierno, pero seguro se sentiría fuera de lugar en una organización mayoritariamente árabe. Al señalar su diversidad y prosperidad, el Estado Islámico intenta ampliar su base de seguidores”.
• Sus miembros disponen de los recursos y el conocimiento logístico para ingresar a la zona a cualquier yihadista en potencia, además del discurso para convencerlos. Una periodista relató para el periódico The Guardian su experiencia haciéndose pasar por una adolescente convertida al islam, cómo un cabecilla terrorista la intentó seducir online y planeó todo un viaje desde Francia hasta Ufka, un territorio de Turquía controlado por el Estado Islámico (le indicó cómo comprar los tiquetes de avión ida y vuelta para evitar sospechas, dónde debía coger el bus en Turquía, quién la recibiría y cómo comprar un teléfono prepago para contactarlo, entre otras cosas).
• ISIS pone mucho esfuerzo en la producción de sus medios, especialmente de sus videos. Los videos del Estado Islámico están meticulosamente planeados, con diferentes planos y hasta soundtrack; algunos son hechos para parecer escenas de películas o videojuegos populares en la cultura occidental, como masacres en primera persona al estilo de Call of Duty y videos de francotiradores parecidos a escenas de American Sniper.
Por último y más importante, el Estado Islámico llegaría a ser una amenaza, la institucionalización de odios y prejuicios que justifican el asesinato, el desplazamiento y la tortura. El tiroteo en las oficinas de Charlie Hebdo que dejó 12 muertos, la masacre en el teatro Bataclan de 89 personas con fusiles automáticos, los atentados suicidas en la estación del metro y el aeropuerto de Bruselas… Estos son solo algunos ejemplos de la guerra que ISIS le ha declarado al mundo occidental, a través de atentados perpetrados por individuos que declaran su alianza hacia el califato del Estado Islámico; también han llegado hasta el punto de rastrear y asesinar activistas en países ajenos a su territorio. El departamento de Estado de los Estados Unidos incluso creó un video en el que mostraba la brutalidad de ISIS dentro de sus propios dominios, que va desde arrojar personas vivas al vacío hasta quemar vivo a un piloto jordano en una jaula de metal, con el eslogan “corre, no camines, a la tierra de ISIS” (Run, do not walk, to ISIS Land, un video sarcástico que pretendía desalentar a los jóvenes de unirse a los terroristas).
El problema es que, en el caso de jóvenes como el hijo de Dimitri Bontinck, eso fue exactamente lo que hicieron.
***
Jejoen Bontinck era, en palabras de su padre, “un buen chico”. Era un gran bailarín y un amante del hip-hop, de piel marrón, resultado de combinar la palidez de su padre con la tez morena de su madre nigeriana. Nació en Nigeria pero fue criado en Antwerp, Bélgica, como católico. Su madre, Rose, y Dimitri tuvieron a los pocos años otra hija, Iris. Eran una familia que podríamos llamar convencional y, por un buen tiempo, fueron felices.
Según la versión de Dimitri, su hijo no empezó a mostrarse interesado en el islam hasta que tuvo una novia marroquí. Algunos problemas en el colegio y la influencia de esta nueva chica llevaron a Jejoen a convertirse al islamismo. Se alejó de su familia y se dejó crecer una abundante barba. Poco tiempo después un amigo lo invitó a unirse al movimiento Sharia4Belgium, un grupo que esperaba convertir a Bélgica en un Estado bajo ley musulmana, en el que se ejecute con piedras a los adúlteros y se destierre o se les cobre impuesto a los no creyentes, así como se hace en los terrenos que controla actualmente ISIS. El grupo –“un culto, una secta”, como los llama Dimitri– empezó un proceso de “radicalización”, enlistándolo en protestas y entrenándolo en métodos de defensa, manipulando el círculo social alrededor de Jejoen para que se sintiera presionado para movilizarse hacia el Oriente Medio y unirse a la lucha.
Como Jejoen, muchos jóvenes musulmanes se ven atraídos hacia ISIS. Algunos por razones religiosas, muchos otros por un deseo sádico de acción y gloria en combate; una gran mayoría por el deseo de pertenecer a algún lado. El Estado Islámico se aprovecha de todo esto. Sus herramientas de reclutamiento, combinadas con su uso de la encripción para ser irrastreables y de los virus informáticos para atacar a sus enemigos, le han funcionado bastante bien para atraer a un estimado de 25.000 extranjeros a pelear en Siria e Irak durante los últimos cinco años, según un informe de 2015 del Gobierno de Estados Unidos. Alrededor de un 20 % de ese número es de origen europeo o norteamericano –en cifras, cerca de 1.550 vienen de Francia, unos 1.700 de Rusia, 700 de Inglaterra y la misma cantidad de Alemania, y 470 son belgas–. Uno más de la cifra fue Jejoen y varios de sus compañeros de Sharia4Belgium, que partieron a Oriente Medio en febrero de 2013, tan solo unos meses antes de que el Estado Islámico se conformara de manera oficial. No tenía más de 18 años.
Jejoen se fugó bajo la excusa de un viaje a Ámsterdam con sus amigos, según lo reportó The New Yorker (en nuestra entrevista, Dimitri no quiso abordar el tema de cómo su hijo se había marchado). Sus padres no estaban del todo convencidos, pero aun así lo dejaron ir. El joven aprovechó la oportunidad para tomar un vuelo a Estambul, luego otro hacia la frontera y en cuestión de un día ya estaba junto a sus nuevos camaradas yihadistas.
La sospecha nació cuando Dimitri empezó a ver fotos de varios de los amigos musulmanes de su hijo en Siria, posando con armas y con banderas de grupos extremistas. Primero uno, luego otro, luego otro…
Dimitri se preocupó. Le envió cientos de mensajes, lo llamó docenas de veces. Jejoen nunca contestó. Convencido de que su hijo había escapado a Siria a unirse a los extremistas, se sentó frente al computador y empezó a buscar, a “stalkear” en Facebook a los camaradas de su hijo de Sharia4Belgium. Buscó por días enteros a su hijo entre las fotos y videos del Estado Islámico, entre registros de caravanas y ejecuciones por algún rastro. Encontró a alguien que parecía ser Jejoen en un video de YouTube, propiedad de una estación de televisión en Alepo, en el que aparecía en un campo con flores amarillas junto a otros yihadistas belgas, los amigos de su hijo.
JEJOEN BONTINCK SE CONVIRTIÓ EN EL TESTIGO ESTRELLA DEL JUICIO MÁS GRANDE DE TERRORISMO QUE HA VISTO BÉLGICA Y QUE TERMINÓ EN LA CONDENA DE 46 PERSONAS ASOCIADAS CON EL GRUPO SHARIA4BELGIUM. SOLO OCHO DE ESAS PERSONAS COMPARECIERON ANTE LA CORTE, EL RESTO SE ENCUENTRA EN SIRIA Y ES POSIBLE QUE YA ESTÉN MUERTOS.
“La única solución que tenía fue seguir mi corazón e irme a Siria, a una zona de guerra”, cuenta Dimitri. Reunió todo el dinero que tenía y, dejando a su esposa e hija atrás, se marchó. Con la ayuda de la periodista holandesa Joanie de Rijke y el fotógrafo mexicano Narciso Contreras –las únicas personas que contestaron a su clasificado en los medios pidiendo ayuda, pues no hablaba árabe ni tenía idea de cómo moverse por la región–, Dimitri logró entrar a Siria por la frontera con Turquía. Llevaba unas cuantas mudas de ropa en un morral, unas gafas oscuras que difícilmente se quitaba, el pasaporte de Jejoen en el bolsillo y dólares para cambiar en el mercado negro. Llegó a Alepo a literalmente tocar en las puertas de la gente. “Hey, ¿ha visto a algún belga? ¿Sabe algo sobre belgas?”, les preguntaba a las personas antes de contarles quién era y qué hacía ahí. Aunque a veces pagaba por su hospedaje y su comida, muchas otras los civiles –como el grupo Free Lawyers of Aleppo, que lo acogió en la ciudad– o los mismos grupos armados lo acogían con hospitalidad; tiene varias fotos sonriente entre niños, personas del común y hombres armados hasta los dientes con ametralladoras M-60 y RPGs que prueban que no fueron pocos los que lo trataron con amabilidad. En más de una de las noches que pasó en Alepo y, aunque llegó al país con estatus de periodista y sin un arma consigo, “como la madre Teresa”, deseó contar con al menos una pistola debajo de su almohada mientras escuchaba caer las bombas por toda la ciudad. Estaba en una ciudad donde los enfrentamientos eran frecuentes, donde las explosiones eran constantes y los heridos se veían en cualquier lugar.
Tras unos días encontró al camarógrafo de Alepo que tomó las imágenes de su hijo. Este lo mandó a las afueras de la ciudad, a la pequeña villa en el sur donde estaba ese campo de flores amarillas y donde presuntamente se estaban quedando los nuevos reclutas europeos. Con la guía del periodista árabe Wael Essam, que conocía al líder del lugar, Dimitri partió hacia allá.
Dimitri se reunió en la aldea con Amur al-Absi, también conocido como Abu Asir, el emir a cargo del Consejo de la Shura de los Muyahidines, una rama de ISIS que ayudaba a los terroristas del grupo Jabhat al-Nusra. Su encuentro en la aldea fue breve, pues el emir aseguró no tener ninguna información sobre su hijo. Antes de poder irse, ante la orden de Abu Asir, los yihadistas aprehendieron a Dimitri, cubrieron su cabeza con una lona negra y lo hicieron prisionero. Le quitaron su pasaporte, su teléfono, sus ropas. Lo golpearon durante días y le preguntaban cómo había dado con ellos, si acaso era un espía de la CIA. Dimitri no paraba de decir:
–¡Soy un padre!
Al final, por cuestión de suerte, los terroristas le creyeron. El grupo dejó ir a Dimitri. También le confirmaron que ellos tenían a su hijo prisionero. El joven no quería pelear, no había ido a Siria a matar civiles, sino a ayudar a construir un país para los musulmanes. Por eso, al igual que a su padre, lo habían encerrado en un búnker. Jejoen llegó a pasar seis meses cautivo de su propio grupo, tiempo suficiente para que su grupo se convirtiera en parte oficial del Estado Islámico; por su celda de paredes marrones alcanzó a pasar el periodista James Foley, que un año más tarde sería decapitado y grabado para que todo el mundo viera el acto en las noticias de la noche. Dimitri tenía que sacarlo de ahí. “No quieres saber a cuánta gente mandé, amigo. No quieres saber”, dice al contarme sobre los preparativos, la gente que envió a contactar a los emires de la organización y las veces que volvió a Siria. “Tengo un equipo, un grupo de gente con el que puedo contar, con el que puedo confiar”. Entre los miembros de su equipo estaban Mostafa Abdallah y Abdulmonem Ashash, abogados sirios que acogieron a Dimitri en sus hogares y lo ayudaron durante el diálogo con los yihadistas.
Las negociaciones tomaron meses y finalizaron en los últimos días de junio de 2013. Dimitri asegura que no dio un solo centavo al grupo islamista. No fue sino hasta octubre que se cumplió la liberación de Jejoen Bontinck en las afueras de Alepo, cerca de la frontera, en un lugar que no se puede revelar por motivos de seguridad. Dimitri llegó al punto de encuentro en un jeep con su equipo de confianza. Ahí llevaron los terroristas a su hijo y lo dejaron ir. Se abrazaron sobre la arena, con la fuerza que busca fundir al otro dentro de los huesos. “Lo abracé como a un bebé, como a un niño pequeño”, admite el padre belga por teléfono, “fue mágico, fue otra dimensión, fue un momento bastante emocional”. Cuando por fin lo tuvo en sus brazos, Dimitri hizo lo que no había hecho ni al momento de enterarse de que su hijo había abandonado a su familia, ni al ver los horrores de las bombas y las armas químicas en los heridos de Alepo, ni cuando lo torturaron y lo llevaron al borde de la muerte: Dimitri rompió en llanto (1).
***
Aunque había escapado del Oriente Medio, había recuperado su pasaporte y había volado hasta Antwerp en avión, Jejoen Bontinck solo había escapado de las brasas para caer en el fuego. A las pocas horas de aterrizar en Bélgica, Jejoen fue arrestado en la casa de su madre bajo el cargo de ser un miembro de una organización terrorista. La policía lo interrogó exhaustivamente sobre sus actividades con ISIS y sobre sus contactos en Bélgica. Todo esto desencadenó el juicio por terrorismo más grande que ha visto el país y que terminó en la condena de 46 personas asociadas con el grupo Sharia4Belgium (aunque solo ocho de estas aparecieron ante la corte, el resto se encuentra en Siria), entre ellas Fouad Belkacem, el fundador de la organización. Jejoen fue el testigo estrella de la Fiscalía durante el caso. Todos fueron hallados culpables: Belkacem cumple una sentencia de 12 años en Bélgica. Jejoen cumple una pena suspendida de cuarenta meses, que pasa principalmente en casa de su madre jugando videojuegos y con su novia. Poco a poco está reconstruyendo una vida normal.
Por su parte, Dimitri y su esposa se separaron mientras Jejoen estaba en Siria. Cada uno vive solo, Dimitri en un pequeño apartamento de soltero que apenas puede pagar: quedó arruinado después de su travesía. Es más el tiempo que pasa ahora con los medios que con sus hijos. Se gana la vida ahora ayudando a padres de hijos que se marcharon a ISIS y que llegan “con lágrimas en los ojos”. Lo llaman the yihadi hunter, el cazador de yihadistas. Aunque es la persona ideal para decir cómo encontrar a sus hijos, cómo hacer para traerlos de vuelta y cómo negociar con el Estado Islámico, no siempre funciona.
Hace más de un año Dimitri ayudó a Ozana Rodrigues, una mujer brasileña que estaba viviendo en Antwerp, quien entró un día a la habitación de su hijo y descubrió que se había marchado. Se habían llevado a su hijo. ¿Quiénes? Los yihadistas.
Brian de Mulder, el hijo de Ozana y al que ella describe en su español combinado con portugués como “la persona más cariñosa que te puedas imaginar”, fue un miembro de Sharia4Belgium. Como Jejoen, empezó a adoptar una postura radical bajo el tutelaje de este grupo. Intentó convencer a su madre de dejarlo ir a Siria para hacer trabajo de voluntariado en el país, pero ante la negativa decidió escapar de su casa, a las afueras de la ciudad de Antwerp, para llegar por su cuenta al califato. Desde antes de su partida, Ozana contó que le pidió ayuda a las autoridades locales, que le respondieron –igual que le respondieron en su momento a Dimitri– que no podían impedir las actividades del grupo ni impedir que su hijo lo frecuentara; “la policía no se lo tomó en serio”, dijo en nuestra entrevista. Para cuando su hijo se fue, ya era demasiado tarde para que la policía hiciera algo. Por eso le pidió ayuda a Dimitri que, por una mezcla de compasión por la madre y búsqueda de la adrenalina que corre por la sangre al estar en una zona de guerra, el exmilitar accedió a ayudarla. Por más que intentaron, Ozana dice que no pudieron dar con el paradero de Brian en Siria, aunque Dimitri logró rastrearlo y verlo de lejos con un grupo de yihadistas en cierta ocasión. Aunque se comunicaba de vez en cuando con su madre, por teléfono o usando Skype o con mensajes de texto, Brian no accedía a volver.
–Brian, vuelve, vuelve –cuenta Ozana que le rogaba a su hijo.
–Mamá, no te preocupes por mí –le decía Brian–. Estoy trabajando con los niños, estoy bien.
–Brian, vuelve.
–No, mamá. Yo estoy feliz aquí.
En octubre de 2015 la familia dejó de oír de Brian. En vez de eso su hermana recibió un comunicado por WhatsApp de la mujer que se había convertido en su esposa en Siria: “Brian está en el paraíso”. Lo acompañaba una foto del joven de 22 años pálido y sin color en los labios. Brian de Mulder había muerto en un bombardeo. Ozana todavía se niega a creerlo: “pienso que es una historia falsa de ISIS”, dice ella por teléfono, su voz a punto de quebrarse.
Aparte de Ozana, varios padres que contacté con la ayuda de Dimitri, se negaron a hablar con nosotros o no dieron respuesta. Sus hijos son más difíciles de contactar: como Brian, muchos han muerto en Siria, mientras que de otros no se tiene noticia.
Estos padres se quejan de la inhabilidad de las autoridades para contrarrestar los métodos de reclutamiento de ISIS, una organización tan versátil que utiliza desde salas de chat en la deep web hasta sitios de citas para contactar a futuros yihadistas, según lo reportó la periodista Sheera Frenkel para BuzzFeed News. “Google recientemente dijo que más de 50.000 personas buscan la frase ‘unirse a ISIS’ cada mes”, escribe ella. De igual manera, compañías como Facebook y Google, que trabajan a diario para eliminar contenido relacionado con el grupo terrorista, son criticadas por varios medios y expertos, que alegan que podrían hacer más para evitar convertirse en instrumentos del terrorismo. The MIT Technology Review señala en un artículo que herramientas como Graph Search de Facebook, que permite ver las páginas que sigue y los gustos de una persona para construir un perfil de ella, facilitan el trabajo de reclutamiento.
Dimitri tuvo suerte de encontrar a su hijo entre las filas del Estado Islámico, mucha más suerte de sacarlo. Ahora que ambos están en Bélgica y dejaron todo eso atrás, él asegura que su relación con Jejoen, que sigue siendo musulmán practicante, nunca ha estado mejor que antes.
–Ahora me respeta más, debido a lo que hice, ¿sabes? –cuenta el belga–. Solo imagina, estás en Siria y al día siguiente te enteras de que tu padre está ahí buscándote. No lo creerías. Estarías pensando que es como… magia, ¿sabes? ¡Es como una historia de Disney!.
–Como Buscando a Nemo –le sugiero.
–¡Correcto! Sé que si no me hubiera ido a Siria, no hubiera tenido a mi hijo de vuelta”, dice. “Si me preguntas hoy si tomaría ese riesgo de nuevo… Sí, lo haría.
(1) Esta versión de las negociaciones viene directamente de nuestra entrevista a Dimitri, una aclaración que vale la pena hacer porque entra en conflicto con otras versiones de la historia contadas por medios como The New Yorker, de los cuales también nos basamos para hacer este artículo.
Si quiere saber más del autor, sígalo en Twitter como @ElPrincipote
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