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Historias

Diego Trujillo, de la arquitectura a la actuación

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 Hace 13 años Diego Trujillo grabó una novela en Santa Marta. “Era un hippie italiano, dueño de un bar, que se la pasaba en la playa lleno de viejas, de fiesta todo el día... Su visión de la vida era maravillosa”. Ha sido uno de los trabajos más especiales de su carrera. Trujillo suele sacar algo de sí mismo con cada personaje que representa, y en esa ocasión, durante un año, simplemente dejó de actuar y fue el hedonista que siempre había querido ser.
Llama la atención que en 23 años de carrera este tipo que compra libros de Auster y de Murakami, que abandonó su oficio de arquitecto para empezar desde cero como actor y que hoy intenta desarrollar la disciplina de escritura que exige inventarse una obra de teatro, casi siempre haya representado personajes con facetas de humor.
En Metástasis por fin se anuló esa tendencia: un químico que empieza a fabricar drogas sintéticas con la excusa de ayudar a su familia tiene contradicciones tan humanas que un actor no puede apoyarse en gestos o acentos. Para actuar a Walter Blanco había que olvidarse de los clichés. “Lo mejor es que con ese personaje uno se da cuenta de que muchas veces uno dice ‘mi familia, o mi novia está por encima de todo’, y eso es mentira. Las cosas uno las hace por uno mismo y hay que ser honesto con eso. A mí, por ejemplo, me gusta sobresalir y como arquitecto descubrí que no lo iba a lograr; en cambio cuando veía un personaje en cine pensaba: ‘yo puedo hacerlo mejor’. Llámelo como quiera. Puede que sea ego, o vanidad. Pero esa es una gran motivación
Fotografías: Juan Pablo Gutiérrez
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