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Historias

La receta de la Coca-Cola, uno de los grandes secretos de la humanidad

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Sabemos que los lectores huyen de los artículos pagados por marcas. Les garantizamos que no recibimos un solo peso por esta historia. Aquí vamos a revelar dos recetas de Coca-Cola que, por más que usted las intente, nunca podrá hacerlas en casa. Y no precisamente por falta de ingredientes, sino por el secreto que hace que el 96% de la población mundial sepa de qué le hablan cuando ve su logo y su botella curvada, que cumple 100 años en 2015.
SÓLO DOS PERSONAS EN EL MUNDO CONOCEN LA FÓRMULA SECRETA DE LA COCA-COLA. La fórmula como tal fue movida de su residencia original en las profundidades del SunTrust Bank hasta una bóveda sellada en algún lugar de la planta matriz en Atlanta, que se autodestruirá al primer intento de ser abierta. Las dos personas que conocen la fórmula no se conocen la una a la otra y nunca viajan en el mismo avión, porque si el avión se estrella se perdería el secreto para siempre. Tampoco han degustado una gota de Coca-Cola en su vida, para no poder ser sometidos a pruebas con detectores de mentiras. ¿Y mencioné que su agente de viajes es una exagente de la CIA y la NSA que los “borrará del mapa” antes de permitirles retirarse?
Si esto suena increíblemente ridículo es porque es increíblemente falso, pero esa es la versión que a Coca-Cola le gusta contar. Así lo hizo su vicepresidente, Adam Struthers, en una entrevista muy divertida con el Huffington Post en 2011.
Alrededor de la fórmula secreta hay un sinfín de historias –reales, en este caso–: Asa Candler, el hombre que compró los derechos de la bebida en sus inicios y convirtió la compañía en un negocio exitoso, era tan paranoico respecto a la fórmula que recibía personalmente los cargamentos en la embotelladora y removía las etiquetas de los recipientes, poniendo en su lugar números del uno al nueve; las personas que fabricaban el saborizante –conocido por el nombre clave 7X dentro de la compañía– tenían que reconocer los ingredientes no marcados por “su apariencia, su olor y el lugar que ubicaban en el estante”, según dijo Candler; los soviéticos intentaron crear sus propias copias de la bebida en su lado de la Cortina de Hierro, como Stern Cola y Vita Cola en Alemania Oriental, y aun así la gente ahorraba dólares para poder comprar latas de Coca-Cola en las pocas tiendas donde se conseguían.
Todos esos relatos nutren el mito que ha mantenido a Coca-Cola alrededor de su fórmula, tan secreta que la compañía nunca la ha patentado para no ponerla a disponibilidad de nadie. De hecho, en dos ocasiones los ejecutivos han desafiado al Gobierno al rehusar cumplir con órdenes de la Corte de revelar su fórmula. Si tanto significa esta receta para la compañía, ¿cómo no nos vamos a morir de curiosidad por ella?
Lo más cerca que yo he estado de ella fue en la nueva planta de Coca-Cola en Tocancipá, un lugar que no es de felicidad mágica, como se pensaría por los comerciales. Tampoco esperaba que hubiera duendecillos llenando latas, ni botellas pasando por un ventilador que rocía sobre ellas la escarcha de hombres de nieve triturados. La planta tuvo una inversión de 250 millones de dólares, con máquinas descomunales que después de un rato pierden fácilmente su encanto.
Aparte de unos murales grandísimos, no vi nada que me quitase el aliento o me exigiera contemplarlo perdidamente. No hay ninguna magia, ningún misticismo en ese lugar. Excepto por el jarabe. Cuando el guía lo señaló sin dar muchos detalles sobre qué lo conforma –dudo que él mismo lo supiera–, no vi nada más que un contenedor de metal ligeramente diferente a otros contenedores de metal, adherido a otro contenedor de metal. Pero por un momento me dejé llevar por la intriga, por la maravillosa obra de marketing que es la idea de la fórmula secreta de la Coca-Cola.
Porque, ¿quién carajos se pregunta por la fórmula de la Pepsi? Seguro es secreta, pero a nadie parece importarle. La fórmula que de verdad genera misterio, con la que hemos crecido creyendo que se trata de un secreto mejor guardado que el Área 51, que ha sido motivo de envidia y especulación, es la del jarabe que hace de la Coca-Cola lo que es. Por eso, me sorprendió tanto que, a los pocos segundos de sentarme a investigar para este artículo, la hubiera encontrado de manera tan fácil en internet.
El 29 de mayo de 1886 los lectores del periódico The Atlanta Journal se encontraron con este modesto anuncio, atrapado entre un aviso que ofrecía los servicios de un fotógrafo local y una nota breve sobre el día de homenaje a los combatientes muertos, invitándolos a probar la nueva bebida. Fue la primera publicidad que se hizo de la invención de John “Doc” Pemberton, un veterano de la guerra civil y farmaceuta que había creado, sin saberlo, la que sería la bebida más popular del mundo.
Pemberton había estado trabajando en un jarabe hecho con base en la planta de coca desde que la prohibición de alcohol en Atlanta había deshecho su invento anterior y precursor de la gaseosa: Pemberton’s French Wine Coca. A diferencia del mito que Coca-Cola ha creado a su alrededor, Pemberton no era un curandero cualquiera, sino un farmaceuta entrenado; ni cocinaba sus muestras de jarabe en una tetera rota, sino que tenía todo un laboratorio a disposición. Tampoco mezcló la fórmula con agua carbonatada por accidente.
Él continuamente mandaba lotes de prueba al local de un amigo, la Farmacia de Jacob, donde los mezclaban con soda y la enviaban de vuelta a Pemberton para probarla, hasta que por fin quedó satisfecho de su producto en 1886.
Pemberton no era un hombre de negocios, y es ahí donde entra Frank Robinson, su socio y contador. Él inventó el nombre y el logo de Coca-Cola. Entre los dos se lanzaron al mercado con este nuevo producto, que patrocinaban como un trago dulce y refrescante a la vez que resaltaban sus supuestos beneficios como si se tratara de un remedio –entre sus beneficios estaba curar jaquecas, la depresión y aumentar el apetito sexual–. Pese a la inestabilidad de su sabor, una cosa sabía la gente con seguridad: era deliciosa.
En su primer año, un vaso de Coca-Cola sólo podía conseguirse en la Farmacia de Jacob, en Atlanta, a un precio de cinco centavos. Ese año Coca-Cola vendió nueve botellas por día. En la actualidad se venden mil novecientos millones de botellas de todas las referencias –Ligh, Zero, etc.– al día; cada segundo que pasa se consumen 10.450 bebidas de la marca. Tan poderosa ha llegado a ser la compañía que con ingresos de más de 46.000 millones de dólares en 2014 es una potencia económica por encima de países como Panamá y Serbia.
Además, Coca-Cola se ha convertido en más que una bebida. Es un símbolo poderoso, para unos de amistad, para otros de la Navidad –es solo un mito urbano que Coca-Cola inventó la imagen del Santa Claus moderno, aunque sí ayudó a popularizarlo en los años treinta–, pero para la mayoría es un símbolo del estilo de vida estadounidense, de los valores occidentales. Los gringos llevaron con ellos más de cinco mil millones de botellas durante la Segunda Guerra Mundial y establecieron 64 plantas embotelladoras en el norte de África y Europa; la llevaron con ellos al otro lado del muro de Berlín cuando cayó, como un estandarte de libertad y democracia que atravesó el antiguo bloque comunista hasta llegar a vallas publicitarias en la misma Plaza Roja; la llevaron al espacio a bordo del Voyager 1 en un dispensador y una lata que no tiene nada que envidiarle a la tecnología detrás de los cohetes.
En nuestras vidas la vemos continuamente: niños cargando una en la calle, parejas bebiéndola en restaurantes costosos y panaderías de barrio, parches y portavasos de todos los colores y tamaños con su logo. ¿Puede creer que el 96% de la población global lo reconoce? Eso equivale a más de siete mil millones de personas que reconocen aquella “C” curveada en blanco sobre rojo. Y después de la expresión “OK”, su nombre es el término más conocido en el mundo. Es decir, usted tiene más probabilidades de hacerse entender en japonés o en swahili diciendo “Coca-Cola” que diciendo “hello”. Como dijo alguna vez el cineasta Ridley Scott, es difícil imaginar una época en la que no existía Coca-Cola.
Y aun así, durante los 129 años de la compañía, no nos hemos acercado siquiera a entender qué hace única a la Coca-Cola, desde el punto de vista químico o gastronómico. ¿Cuál es su su secreto? Quizá es por eso por lo que nos cautivan tanto las historias de aquellas personas que han tratado de desvelar los secretos de la compañía. Como el de Joya Williams en 2006, una secretaria inconforme de Coca-Cola en Atlanta que, junto a dos exconvictos, intentó vender a Pepsi información clasificada sobre nuevas muestras de Coca-Cola y de las campañas de marketing de los próximos cuatro años. Pepsi reaccionó de manera muy noble colaborando con el FBI para encerrarlos a todos en una prisión federal. O nuestro propio escándalo colombiano, el de un antioqueño del que se dice que hacía Coca-Cola en su casa, pero que, tal parece, los medios exageraron un poco su historia: acorde a Edison Vanegas, de Comunicaciones Estratégicas de la Policía en Medellín, este hombre solo robaba el jarabe original de la planta embotelladora con ayuda de un conocido que trabajaba allá. Una vez lo tenía solo era cuestión de mezclarlo y reembotellarlo en recipientes usados. En esa labor lo capturó la policía en el garaje de su casa.
Sin necesidad de llamar al equipo de Ocean’s Eleven para robar la planta de Coca-Cola, puedo decirle algunos de sus ingredientes: cuenta con una gran cantidad de azúcar y cafeína, tanta que el gobierno de los Estados Unidos intentó demandar a la compañía por su uso –el caso conocido como The United States Government vs. Forty Barrels, Twenty Kegs Coca-Cola, de 1911–, pero el asunto fue desestimado por un juez que dictó que la cafeína era un “ingrediente esencial” de la bebida; tanta azúcar y cafeína como para convertir a una persona en adicta a la bebida, aunque la compañía lo niegue; tanta azúcar y cafeína, junto a otros elementos nocivos como el ácido fosfórico, han hecho que investigadores de Harvard y otros centros de salud denuncien el impacto en la salud, aumentando en un 20% las probabilidades de ataques cardiacos en hombres, la incidencia de osteoporosis, gota, diabetes tipo 2, problemas cardiovasculares y obesidad. Las bebidas con alto contenido de azúcar son sospechosas de la muerte de más de 184.000 personas cada año en el mundo –por este tipo de bebidas Colombia sufre de aproximadamente 112 muertes por cada millón de habitantes, el quinto país en mortandad después de Estados Unidos–, según un reporte de investigadores de la Universidad Tufts, de Boston, publicados en la revista Circulation.
Y, lo crea o no, aún tiene planta de coca, aunque con algunas limitaciones, desde 1903. Según Wade Davis en el libro El río, en 1906, por la prohición del transporte interestatal de alimentos con contenido de cocaína, la Coca-Cola la eliminó de su fórmula. “Hoy en día, la Stepan Chemical Company de Maywood, New Jersey, el único importador legal del país, sigue recibiendo hojas de coca. Una vez retira la cocaína, que es vendida a la industria farmacéutica, el residuo que contiene los aceites esenciales y sabores es enviado a la Coca-Cola”, comenta Wade Davis.
Pero ¿por qué molestarme en hacer toda la investigación, cuando las recetas originales ya están publicadas en la web, disponibles para todo el que quiera hacer su propia Coca-Cola en casa? Hay dos fórmulas que, según mis investigaciones, no son la receta actual, pero tienen buenas bases para llamarse a sí mismas “la receta original de Coca-Cola”. La primera es una que Mark Pendergrast descubrió escrita en uno de los diarios del mismo John Pemberton, guardado en algún lugar de los archivos de Coca-Cola, y que luego publicaría en su libro sobre la historia de la bebida. La otra receta se publicó en un artículo poco conocido de 1979 de The Atlanta Journal and Constitution, sacada supuestamente de uno de los libros de farmacéutica de Pemberton que tenía un colega llamado Everett Beal, y fue popularizada por un especial que hizo el programa de radio This American Life al respecto, en 2011. ¿Está listo para verlas?
Además de estos ingredientes para alimentos –los cuales son más o menos fáciles de conseguir por internet, aunque no salen nada baratos–, necesitará también cinco onzas de agua carbonatada por cada vaso que sirva. Una vez los tenga a la mano, así es como se prepara (la fórmula de Beal, que es más confiable en sus mediciones):
Empiece por hacer el saborizante, 7X, el cual solo requiere que mezcle los aceites (tienen que estar al 100 %, sin ser degradados) con el alcohol. Este tiene que ser alcohol hecho para consumo, no alcohol etílico. Es algo difícil de encontrar, pero no imposible.
A continuación haga el extracto líquido de coca. Para esto tendrá que conseguir hojas de coca seca y alcohol similar al anterior. Ponga las hojas en un percolador y humedézcalas con seis onzas de alcohol diluido. Cuando el líquido empiece a gotear por el percolador, tape el orificio y el percolador, y deje reposar por 48 horas. Luego destape el percolador y deje que el fluido caiga en un recipiente, añadiendo más alcohol de a poco hasta que se consiga la cantidad deseada.
Para hacer el jarabe, mezcle los ingredientes con el saborizante 7X en este orden: agua, azúcar, colorante o caramelo, extracto de coca, extracto de vainilla, cafeína, jugo de limón y por último, ácido cítrico.
Sólo queda convertir este jarabe en gaseosa, al mezclarlo con el agua carbonatada en una proporción de 1 a 5. Y esa es la forma en la que se prepara la receta original.
Cuando la encontré –honestamente, con una simple búsqueda en Google– lo primero que se me pasó por la mente fue “vamos a probarla”. A las dos semanas ya tenía casi todo listo: un ingeniero químico y cervecero artesanal me iba a ayudar a fabricar la bebida con los instrumentos que tenía; ya había contactado a los proveedores oficiales de saborizantes para Coca-Cola y estaban dispuestos a darme las muestras necesarias para intentar mi propio lote de la bebida; estaba en proceso de comprar los demás ingredientes y me había llevado manotadas de hojas de coca de un árbol que crece en el jardín de un amigo, pensando que podría hacer el extracto fácilmente en mi propia cafetera.
Pero entonces recibo una llamada que echa al suelo mis planes: las muestras fueron decomisadas por la Aduana por razones burocráticas que creo que no entendía ni la persona que me dio la mala noticia. Para poder “liberar” las muestras era necesario pagar alrededor de dos millones de pesos, a lo que la compañía dijo “fuck it” –porque son ingleses– y prefirieron dejar que las destruyeran.
Y como yo no estaba en la posición de ofrecerme a pagar los dos millones, por más que quisiera hacer mi propia gaseosa, agradecí de igual manera por la ayuda y escondí mi desilusión lo mejor que pude.
¡Una conspiración!, pensé de inmediato, la gente de Coca-Cola se ha enterado y están detrás de todo esto. Por supuesto, era una idea estúpida y la descarté apenas se me ocurrió, prefiriendo quejarme con más motivos de la Aduana colombiana.
Así que esa es la historia de cómo NO hice la receta original de Coca-Cola. Afortunadamente hay personas más recursivas que yo. Hablo específicamente de los productores de This American Life, que hicieron su propia bebida. El resultado –después de mucho ensayo y error, así que no espere usted sacarla a la primera– fue una bebida demasiado parecida a la Coca-Cola que conocemos hoy día, si confiamos en sus papilas gustativas.
Pero hay un par de razones por las que estas fórmulas no serán nunca the real thing –no por nada la serie Mad Men termina con Coca- Cola–, además del hecho de que, como ya dije, serían las fórmulas originales y no las actuales.
Aunque las fórmulas descubiertas señalen el ingrediente, hay ligeras variaciones que pueden hacer toda la diferencia. Sí, las fórmulas señalan la presencia de aceite de canela, ¿pero es canela traída de Indonesia, o tal vez de alguna otra parte? Ese pequeño detalle hace una gran diferencia. Además, las proporciones también tienen que ser exactas. Una sola cucharada de azúcar que falte o una sola gota de alguna esencia que sobre puede cambiar el sabor de manera radical.
Por último, como lo expresó John Sicher, editor de la revista Beverage Digest, en el podcast Science Talk: “Si decidiera lanzar una nueva gaseosa el próximo año, sin duda podría idear un producto que sepa exactamente como Coca-Cola. Lo que no podría hacer es llamarlo Coca-Cola, y el poder detrás de Coca-Cola es la marca. La fórmula secreta es un mito maravilloso. Es parte de su tradición, pero no es su clave. La clave es la marca”.
Así como también lo dijo en otra entrevista Phil Mooney, el historiador oficial de Coca-Cola, “hay un componente psicológico en este producto”. El nombre de Coca-Cola se alza sobre 129 años de publicidad y marketing, tarea que va desde aquel anuncio en 1886 hasta los comerciales animados de millones de dólares que nos dejan con el corazón en la mano –en mi caso, ese en el que muestran lo que “realmente pasa” dentro de una máquina expendedora–. Solo en 2013 la compañía gastó 3.300 millones de dólares en publicidad a nivel internacional, acorde a Advertising Age. Eso cuesta ser la marca más valiosa y reconocida globalmente y tener un lugar en algunos de los recuerdos más significativos de nuestras vidas. Esos recuerdos son una pauta que no se quita con facilidad.
Recuerdos como el de la niña que mientras la mamá le advertía continuamente que no tomara gaseosa, y de vez en cuando el papá servía dos vasos de Coca-Cola que disfrutaban en secreto en la cocina; la pareja de novios enamorados que buscan desesperados, con el sabor del agua de mar en la boca, una Coca-Cola mientras están de viaje por la costa; la pequeña que recibió a sus cinco años su primera botella y se sentía como una adulta; el adolescente que se hastió de dos docenas de gaseosa durante toda una semana; la estudiante nicaragüense en Alemania que la tomaba sin mesura cada vez que necesitaba estudiar para los exámenes de la universidad, y el estadounidense que en 1972 combinó una prescripción de descongestivo con Coca-Cola, resultando en una sensación tan extraña e incómoda en su estómago que la recuerda más de cuarenta años después, y aun así la sigue tomando.
No son grandes historias. A veces hay que hacer un esfuerzo por recordarlas, porque nos parecen tontas. Sin embargo, cuando se miran desde la distancia del tiempo, son momentos realmente especiales… y Coca-Cola tiene un papel protagónico en ellos.
Puede ser entonces que la fórmula secreta no se guarde en bóvedas con sistemas de autodestrucción ni se cocine en laboratorios secretos en Atlanta, sino que toda la magia sucede entre las paredes de agencias de publicidad. Una fórmula que no nos atrapa por su sabor, sino por el recuerdo de momentos felices. En esos recuerdos que tenemos casi todos reside el verdadero poder de The Coca-Cola Company.
Este es un mundo donde hay una Coca-Cola en cada valla y en la mente de cada persona. En un mundo así, hay algo que sé con total seguridad: las cosas pintan muy mal para la competencia.
Fuentes: Gran parte de la información sobre la historia de Coca-Cola sale del libro de Mark Pendergrast, For God, Country and Coca-Cola: The Definitive History of the Great American Soft Drink and the Company That Makes It. Otros libros y artículos también fueron consultados, pero ninguno tanto como este. Por otro lado, las recetas, junto a algunos datos y experiencias, fueron tomadas del capítulo “Original Recipe”, del programa radial This American Life.
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