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Historias

Bienvenidos a motelandia

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Foto:

Cali tiene un motel en cada esquina. El gato, la majestuosa escultura de Hernando Tejada y uno de los símbolos más amables de la ciudad, tiene que competir con la gigantesca Venus de Milo del motel Kiss Me que -con sus 16 metros de altura y 18 toneladas de peso- les recuerda a los caleños que cualquier momento es bueno para pasar un "ratico" por un motel.
Por Carlos Vallejo // Fotografía Jairo Gutiérrez
"Si sos más bien detallista, si mirás bien, eso se alcanza a ver desde el avión", exagera un taxista caleño para referirse a la Venus de Milo enorme que corona la edificación más pintoresca de Cali: el Motel Kiss Me, la caverna del amor. El taxista no exagera en vano: la réplica de la diosa del amor mide 16 metros, pesa cuatro toneladas, mira al centro de la ciudad desde una torre de seis pisos y todas las noches, toda la noche, dos chorros de luz fucsia realzan su deidad y suman en la cuenta de 20 millones de pesos de energía que paga el establecimiento al mes.
Con 3.000 m2, seis pisos, su Venus de Milo y 185 habitaciones, Kiss Me es una obra arquitectónica inclasificable -lo más fácil sería decir que es kitsch-, cuyo referente más cercano en el país es el Parque Jaime Duque, en Tocancipá, con sus réplicas de El Coloso de Rodas y el Taj Mahal. Un visitante tocancipeño definiría a Kiss Me como el Jaime Duque de los moteles.
La fachada mezcla el Coliseo Romano con el Jardín del Edén y una fortaleza medieval. En la entrada para taxis, Eva y un león conviven junto a la recepción, mientras que el parqueadero de particulares es dominado por un mural que representa alguno de los polos, con parvadas de pingüinos y montañas de hielo que se derriten. En los pasillos aparecen tigres y amazonas con culebras en el cuello, y en los ascensores, una voz de locutor repite eternamente "La naturaleza y Kiss Me son tu compañía, disfrútalos".
Kiss Me es otra dimensión, habitada por réplicas de yeso de humanos y animales a escala real -y muchas veces irreal-, en medio de paredes con paisajes o escenografías, todo pasado por pintura de aceite cuyo brillo empalagoso genera una sensación de irrealidad, como si el mundo se estuviera derritiendo, y sumerge al visitante en una atmósfera inexplicable.
Allí puede encontrarse desde una habitación polar con osos enormes y un iglú al que hay que entrar agachado, hasta la habitación española, con una cama en forma de plaza taurina y unos toros esculpidos que salen de la pared y miran las faenas en dos patas. Hay una japonesa con dos luchadores de sumo enfrentados, una jamaiquina en la que los músicos de la banda de "Bod Marley" (sic) tienen los ojos desorbitados, una en la que los dinosaurios gruñen en medio de la selva, otra en la que Hugo Chávez y Fidel Castro se abrazan amistosamente junto al baño y otra española, pero con la plaza en el techo.
En otra, Osama Bin Laden y George Bush juegan al ajedrez junto a una pared con la escena de las torres gemelas, y dice el expresidente con la cabeza entre las manos: "¿Y ahora qué voy a hacer sin torres?". En su sitio web, www.kissmecali.com, hay videos de modelos en bikini que desfilan en las habitaciones esforzándose por verse sexys en medio de lo que parece una broma, y también hay un texto que reza: "KISS ME ha pasado un escáner por el mundo y la historia para ofrecer a sus visitantes un mundo hecho para el AMOR".
Sobre esas 185 habitaciones, en las que infinidad de amantes se encuentran todos los días del año -menos Jueves y Viernes Santo-, vive el genio que cambió al gremio motelero caleño con una idea: diseñar habitaciones temáticas. En un penthouse también temático, pero esta vez japonés, con cuadros con geishas y espadas samuráis cruzadas en las paredes, vive el hombre de 73 años y risa fácil llamado Humberto Villegas, pero conocido desde su juventud con un apodo que le hace honor a su nariz: Condorito. ¡Exijo una explicación!
"En Cali lo que hay es pichaderos", dice el taxista, y no exagera. Los hay en todas partes: en las afueras, en zonas discotequeras como Menga y Juanchito, la competencia es tanta que la mayoría hacen combos de rato con almuerzo: "Si vos entrás a la habitación presidencial te dan algo rico, como un pollo, pero si te metés a la sencilla te arreglan con unos fríjoles con arroz".
Por la vía nueva del aeropuerto, la que va hacia Palmira, hay varios que intentan ser discretos, y la ciudad está cundida: en el norte, por la avenida del Río, entre la 19 y la 25, desde la torre de Cali hasta la Clínica de los Remedios; en el sur, en la autopista Sur entre carreras 39 y 66, muchos de ellos frente a iglesias y colegios, y en la calle 5 entre 61 y 70, la zona de universidades como la del Valle y la Santiago; en el oriente, la avenida Ciudad de Cali, que recorre el Distrito de Aguablanca, una de las zonas más deprimidas de la ciudad, está repleta de edificios con luces de neón, "y en el oeste, como si fueras para el zoológico, hay uno como de una manzana que se llama Santa Bárbara".
Un informe del Departamento de Planeación Municipal de marzo de 2011 dice que 80% de estos negocios adquieren licencias como apartahoteles -que según la Ley 300 no pueden alquilarse por horas o minutos y sus clientes deben estar en ellos como mínimo 24 horas-, pero en realidad funcionan como moteles.
Las cifras de la Cámara de Comercio de Cali son contundentes: hay 241 establecimientos entre moteles, apartahoteles, amoblados y residencias, y si se suman los de municipios que son parte de la jurisdicción de la ciudad como Jamundí, Yumbo y Dagua, la cifra se eleva a 279.
¿Por qué funciona tan bien el negocio de los moteles en Cali, por qué los caleños son tan moteleros? Condorito, un antropólogo del sexo, experto bailarín según sus palabras, tiene la clave: "A los caleños nos gusta mucho el baile, mientras que en otros lados se sale es a conversar sin bailar, aquí el baile está implícito en cualquier reunión. Entonces la gente después de la rumba tiene que hacer el remate. ¿Y el remate cómo es? Pues sexual, porque la gente tiene la sangre caliente, tiene unos tragos en la cabeza, tiene la música metida en el cuerpo y tiene que trasladar eso a la cama".
Aunque parezca surgido de una pesadilla, un lugar como Kiss Me era el sueño de Condorito desde su adolescencia, cuando vendía verduras en el puesto de su mamá en la galería de Palmira: "Tenía 13 años y hacía el amor entre unos cañales, me picaban las hormigas y la caña me rayaba las nalgas, y si así y todo la pasaba bien rico, cómo sería en un lugar más cómodo".
Con gran conocimiento de la naturaleza humana, Condorito supo desde entonces que el sexo era el negocio: "El amor lo hace un guerrillero, un paramilitar, un soldado, un cura, así digan que no, un comunista, un derechista. Es la tercera o cuarta necesidad después de comer o dormir; uno queda tranquilo, despejado, con ganas de salir adelante, así lo haga a escondidas o en el monte". En eso pensaba hace 20 años, cuando juntó seis millones de pesos y compró un lote abandonado para embarcarse en una aventura motelera que no podía llamarse de otra manera: Condoricosas.
Condoricosas queda hace 20 años en el barrio Obrero, en la cuadra de un restaurante esquinero que también parece sacado de Pelotillehue: El Tropezón. Ubicado en la carrera Octava, rodeado de talleres y almacenes de repuestos para bicicletas y tabernas e inquilinatos, queda apenas a unas cuadras del tradicional Teatro Mariscal Sucre, en donde ahora solo hay lugar para los amantes del cine porno.
En las cuadras cercanas se siente su impacto: hay moteles y residencias que se llaman Albaricosas, Manricuras y Muchascosas. También se siente la decadencia de un negocio con demasiada oferta para una zona de mecánicos de bicicletas: Sabrosuras, un triste tugurio con la puerta oxidada, ofrece "rato y almuerzo por 8.000".
Condorito hizo su negocio poco a poco, con sobrantes de otras construcciones, de a un piso por año, cubriendo las paredes de los pasillos con azulejos blancos por los que hoy parece un baño gigante. Una de las claves del éxito fue que en esa época no había negocios así: "Eran en las afueras, y las residencias del centro eran de mala muerte, para fumar bazuco, para pobres y camioneros", explica.
Entonces surgió la otra clave, la idea que sacó de la monotonía al gremio: diseñar habitaciones temáticas: "Cuatro paredes con un baño y un televisor no causaban sensación. Lo mío tenía que ser la locura, y no tenía nada que perder: si funcionaba vivía tranquilo el resto de mi vida, y si no, seguía siendo pobre". Entonces pensó: "El estrés del hogar, con los hijos, no deja desinhibirse, no permite un grito, un quejido, y eso se lograría mejor en un sitio diferente, temático, con mucha naturaleza, que combinara el amor con la historia y el arte, para hacer que las personas caigan en un mundo diferente, tan bonito como hacer el amor".
En ese momento Condorito formó el concepto que después aplicaría también en Kiss Me. Primero, la naturaleza: "Adán y Eva hicieron el amor en el paraíso, en medio de animales". Y luego se centró en el público que no ha podido salir del país, para él "como 80% de los colombianos; entonces empecé con una caverna de Francia, con el Arco del Triunfo y una estatua de Napoleón, para que la gente hiciera el amor a la francesa, y para decirles a ellos que son bienvenidos".
Y así como se inventaba una cosa se inventaba otra, hasta que de pronto todos hablaban de un lugar en el que había una habitación con un platillo volador en la cabecera de la cama, otra en la que unos dragones rojos con bigotes amarillos salían de las paredes, otra dedicada al universo de Los Picapiedra, todas con Condoritos vestidos de meseros sosteniendo los televisores en sus bandejas, y con variaciones como un Condorito Hulk.
"Es en lo que ha tenido éxito Discovery: mostrando el comportamiento de los animales y la naturaleza", dice. Diez años después, cuando la Alcaldía amenazó con demoler Condoricosas para hacer una avenida, supo que debía pensar en algo más. Y aunque finalmente nunca lo tumbaron, siguió pensando, porque "la plata está hecha y la cabeza no sirve solo para ponerse un sombrero mexicano". Así empezó a trabajar en su obra cumbre, el lugar en donde hace todo lo que quiere: Kiss Me.
Kiss Me es el mundo que se inventó Condorito para sí mismo. De sus frecuentes viajes se inspira para sus diseños, que complementa con los elementos decorativos que trae en las valijas. Todo el tiempo genera ideas: "Estoy pensando en hacer una de vikingos, que me puse a investigar y parece que podrían ser la cultura más antigua". De esa imaginación -a la que le da forma su propio grupo de escultores de yeso- surgió una habitación colombiana en la que una chiva a punto de desbarrancarse sobresale de la pared.
O una en la que San Pedro les niega la entrada al cielo a Juan Manuel Santos y a Hugo Chávez por pecadores, o la muy extraña Cueva Hitleriana, con una esvástica sobre la cama. O las botellas de agua marcadas con el nombre del motel, y La ruleta del amor, que gira en todas las habitaciones para que los amantes dejen sus posiciones sexuales al azar. Y la habitación argentina, en la que una estatua de Juan Román Riquelme, el 10 de Boca Juniors, pisa el balón mientras mira un acordeón gigante que hay sobre la barra del bar. Condorito le dio su toque hasta a la máquina del amor, el típico mueble motelero para hacer piruetas: "En la habitación selvática, por ejemplo, es un gorila grandote".
A veces los usuarios no aguantan tanta crudeza: "Nos tocó quitar un bandido muerto en la del Viejo Oeste porque la gente se asustaba, y lo mismo con un torero atravesado por el cacho de un toro, como muy violento, ¿sí o qué?". También hubo que quitarle los porros a la banda de "Bod Marley" y la experiencia puede ser tan intensa que muchos visitantes han interactuado de formas lamentables con las estatuas: "Cada rato le quitan el tabaco a Fidel, y una vez un borracho rompió un retrato de Chávez a puño".
Condorito despertó polémica cuando empezó a construir su Venus de Milo en 2008. La sociedad caleña se escandalizó sin saber que pudo ser peor: por su cabeza pasó la estatua de la Libertad. Los vecinos del barrio Saavedra Galindo se preocuparon porque la construcción no cumplía con las normas y podía causar un accidente. La discusión llevó a Condorito a enfrentarse con la Alcaldía, que lo multó con diez millones de pesos.
En entrevista con la revista Semana, Condorito dijo que "eso pasa cuando el arte lo promueve una persona como yo, sin abolengo y criada en una plaza de mercado. Lo hice como un regalo para Cali y se me volvió un problema". Ni en Cali ni en Pelotillehue saben cómo hizo Condorito para terminar su estatua y que nadie lo volviera a molestar.
En los últimos años otro motel caleño fue noticia por razones muy distintas. Se trata de Pk2, que tuvo un honor que pareciera no estar reservado a construcciones con una función social tan cuestionada: en 2004 fue seleccionado para la XIX Bienal Colombiana de Arquitectura. Pk2 -que acaba de cambiar su nombre a uno aún más sugestivo: K3- es un elegante volumen de concreto a la vista y colores sobrios en la fachada que queda en el barrio Obrero, el mismo de Condoricosas. Allí solo hay 41 habitaciones, parqueaderos privados, y nunca se verá un letrero como el del parqueadero de motos del primer motel de Condorito: "Cuidado con el casco".
A cargo del inusual diseño estuvo Juan Felipe Cadavid, uno de los arquitectos del momento en Cali, encargado de proyectos de envergadura como la remodelación del estadio olímpico Pascual Guerrero para el Mundial de Fútbol Sub-20. "Cuando me lo propusieron, lo que seguía causando furor eran las habitaciones temáticas de don Condorito. El dueño me planteó eso, pero después de investigar le dije que no, que habría que ser como ese señor, tener ese ingenio tan particular, porque si no terminaba haciendo una mala copia", explica Cadavid: "Uno se quita el sombrero ante ese negocio: hay gente que mezcla un cuadro de Ómar Rayo, un Sagrado Corazón y una silla Luis XV y le sale bien, con armonía, y eso es bello porque es espontáneo; si se llegara a pensar a través de un proceso estético no funciona.
En Kiss Me, como es una obra sin arquitecto, me encontré soluciones arquitectónicas impresionantes: ¿qué más creativo que una columna atravesada en la mitad de una habitación se convierta en el árbol del bien y del mal del Jardín del Edén?". Consciente del boom temático generado por Condorito, Cadavid pensó "en algo no tan cargado, algo sobrio, con una estructura de cemento y ladrillo y colores discretos, que debía responder a una necesidad de intimidad".
La participación en la bienal fue importante porque "habla muy bien de un arquitecto clasificar con un motel, que no es lo mismo que una biblioteca, o un espacio público patrocinado por el gobierno, que es lo que suele acaparar estos encuentros. Eso enseña una moraleja: la arquitectura no debe estigmatizar ningún edificio; eso pasaba con los moteles, eran considerados de bajo rango, sórdidos o de mal gusto, pero cada espacio hay que entenderlo según sus circunstancias, como Kiss Me, que en su contexto es una genialidad".
Hace un año K3 se convirtió en el proyecto de Juan Manuel Calle, un administrador de empresas con diez años de experiencia en moteles. Después de trabajar en Casablanca y Deseos, Calle le apuesta a que por fin reparen la avenida Colombia, cuyo daño le hizo perder mucha clientela. "Este va a ser el año de este negocio", dice, mientras reafirma su idea de por qué los caleños son tan moteleros: "La gente siempre quiere hacer el amor, y en esta ciudad las cosas se prestan para hacerlo a cualquier hora porque las distancias son mínimas, en cambio vos en Bogotá querés culiar a medio día y te coge el trancón".
Como la cosa está dura, no se ha quedado quieto: ofrece bonos de descuento a través de Groupon, sale en revistas locales, adelanta remodelaciones y se inventa promociones: "Hay unos que te ofrecen hasta almuerzo, entonces nos inventamos un bono con el que podés pedir un coctel, y otro con el que te lavamos el carro mientras usás la habitación". Entre los pioneros del negocio en Cali están Noches de París y Tardes de París, cada uno con dos sedes.
La historia de estos moteles, fácilmente reconocibles por tener en sus fachadas una enorme torre Eiffel de acero, es la de unos empresarios paisas que dicen que montaron la primera licorera de la carrera Octava, Licores La Octava. "Después montamos el primer taller de bicicletas, El mundo de las bicicletas, y luego una panadería, El mundo de los panes, y así hasta los moteles", cuenta el paisa que se encarga de todo ahora. Su papá fue el que empezó, cuando después de tener 25% del Motel Travesuras, en Menga, se quedó con el negocio y entró en la ciudad.
"Hicimos algo distinto", cuenta, "nos inventamos las residencias bonitas", una propuesta en la que no cabe algo como la máquina del amor, ni cuadros con mujeres desnudas en los pasillos, y en la que lo más importante es el aseo: "Esto es un servicio público, entonces lo primero que encontrás es sábanas blancas para que se vea que todo está limpio. Cuando te salgan con sábanas de flores, desconfiá". El primer Noches de París se ubicó estratégicamente, frente a la Registraduría. Luego vino el segundo y finalmente los dos Tardes de París. Fue un innovador: dice que se inventó la terraza-bar y el techo corredizo.
En el último Tardes, que antes era un hotel, no quiso tumbar la piscina y concibió una habitación colectiva para fiestas que se llama Suite París, una modalidad que después de eso se puso de moda. Y sigue pensando en innovar -le gustaría hacer una promoción "para que la gente deje el carro en pico y placa"-, pero solo porque es paisa y no puede dejar de hacerlo.
En realidad, para él el negocio ha cambiado tanto que ya no es negocio: "Ahora en cada esquina encontrás una panadería o un motel. Hasta la autopista está llena de residencias, y aquí no más, a dos servicentros, pusieron una. Hay mucha competencia, los precios bajan y uno tiene que dar descuentos. Nosotros ya no vamos más con los moteles". Es en serio: ya vendieron los dos Noches de París, se quedaron solo con los dos Tardes y, como desde los tiempos de El mundo de los panes, empiezan a apuntarles a otros negocios.
"Hay que innovar, porque hay mucha competencia", dice Juan Manuel Calle, el administrador de K3. Si de innovar se trata, Condorito manda la parada: "La gente no creía, pero mientras siga produciendo ideas el negocio va a seguir creciendo. Y nunca he dejado de producirlas". Calle está convencido de que un motel siempre va a tener éxito: "Si hay algo que la gente siempre quiere hacer es el amor".
Y Condorito se suma con una sentencia: "Mientras exista el sexo existirán los moteles". Para él es fácil, porque solo necesita que se le sigan ocurriendo ideas para que sus escultores las hagan realidad: "Este negocio no se va a acabar nunca, y es más, cada vez se va a volver más normal, porque cada vez nos liberamos más, y va a llegar el día en que uno se va a poder meter a un motel sin ser mal visto".
El paisa, entre tanto, no está tan entusiasmado. Como ha hecho su familia toda la vida, está alerta a las nuevas posibilidades. Por eso, combina la administración de su motel con el oficio de representante de futbolistas. Su oficina, en el quinto piso del establecimiento, está llena de fotos de jugadores a los que representa, y todas las tardes sube a la azotea para mirar la cancha que hay del otro lado de la avenida.
Allí entrenan los jóvenes del equipo en el que descubre a sus joyas, su equipo, el París Fútbol Club. Mientras los mira, piensa en el negocio.
- Este negocio no tiene futuro, pero a mí me gusta como un verraco.
- ¿Por qué?
- Ah, ¡pues porque no hay que fiar!
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