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Historias

Así funciona La Luciérnaga

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La Luciérnaga es la mejor amiga de los conductores atrapados en los trancones de las seis de la tarde. Su fórmula radial le permite burlarse de ministros, alcaldes, presidentes y expresidentes, modelos, futbolistas, guerrilleros, paramilitares, traquetos y de todo el que tenga algo que decir. Este es el día a día del programa de humor "serio" más exitoso de Colombia. 
Unos minutos después de las cuatro de la tarde, apenas termina el boletín de noticias de la hora en punto, Hernán Peláez entra en la cabina principal de Caracol. Lleva en sus manos los libretos de La Luciérnaga y una pequeña lata plateada, apenas más larga que un dedo índice y un poco más ancha que un palo de escoba. En la cabina hay una gran mesa con forma de V: su vértice es el puesto de Peláez.
Cada posición tiene su silla y su micrófono, pero el de él no está en la mesa sino sostenido en el suelo por un soporte que el director de La Luciérnaga ajusta a su altura porque le gusta trabajar de pie. Cerca del micrófono está el atril donde pone los libretos. Con su postura, los papeles y el atril, Peláez parece más un director de orquesta que de un programa de radio.
La lata plateada entra en acción de inmediato. Se trata de un ambientador marca Slatkin & Co. que puede ser de cualquier aroma, pero que por estos días es de canela. Se consigue por cinco dólares y los humoristas del programa que van a Estados Unidos a presentaciones le traen algunos de regalo. Con sus "perfumitos", como les dicen a las latas, Peláez intenta matar el ambiente que crea el aire acondicionado. Y sigue de pie porque se siente más cómodo y así evita el dolor que le causa un problema en la rodilla, y además trabaja mejor la voz.
Desde la cabina perfumada va dando las entradas a cada una de las personas que intervienen. Ahí están Gabriel de las Casas, y "Alerta", Juan Ricardo Lozano, un humorista que lleva 18 de los 19 años que tiene el programa al aire. Las órdenes de Peláez pueden ser verbales, pero también mediante señas. Del otro lado del vidrio de la cabina está la productora Viviana Echeverry y todos los días hay uno o dos imitadores que con sólo mirar a Peláez ya saben cuál personaje deben interpretar; si Peláez se persigna, por ejemplo, es el momento de imitar al cura Hoyos.
Una de las últimas en llegar a la cabina es Alexandra Montoya. Cuando entra al estudio deja su morral rosado de libros sobre la mesa. Alexandra está en cuarto semestre de derecho en la Universidad del Rosario y siempre tiene que correr para cumplir con las clases y luego convertirse en el personaje femenino que tenga que imitar. El ambiente de La Luciérnaga, sin embargo, no está cargado de estrés. No hay invitados para hablar en el estudio o por teléfono.
Una de las pocas ocasiones en las que ha habido uno fue en junio del año pasado, cuando llegó el general Luis Mendieta un par de días después de que lo liberaran las Farc. Acababa de salir de unos exámenes médicos en el Hospital Militar, preguntó dónde quedaba Caracol y pidió que lo llevaran. Dijo que quería ir La Luciérnaga y conocer a Peláez. Allí contó cómo en medio de la selva machacaba las pilas de su radio cuando se estaban quedando sin energía para poder seguir oyendo el programa.
La ausencia de invitados hace que La Luciérnaga sea un programa barato. Sus cuentas telefónicas son prácticamente inexistentes y no gasta un peso en viajes para enviados especiales. Lo único que se debe pagar es la nómina. Gastos adicionales, como la bolsa de roscones y la botella de gaseosa que a veces piden hacia las cinco de la tarde, corren por cuenta de los integrantes del programa, que hacen una colecta para pedir las onces a una panadería.
Los integrantes de la orquesta que es La Luciérnaga son como esos músicos que tocan algo difícil pero sin hacer gestos de sufrimiento y le hacen creer al público que presentarse en un escenario es facilísimo. Tanta fluidez se logra mediante un trabajo en equipo muy bien coreografiado y un grupo de personas que se conocen dese hace mucho tiempo. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los programas o medios de comunicación, en La Luciérnaga no hay un consejo de redacción en el que todo el personal se reúne para dar ideas y repartirse las tareas.
Todo empieza temprano, pero no en Bogotá, sino en Tuluá y Medellín donde respectivamente preparan la agenda, Gustavo Álvarez Gardeazábal y Pascual Gaviria, que desde mediados de diciembre reemplaza a Héctor Rincón, quien se pensionó por esa época (Durante sus primeros días de trabajo era frecuente oír decir a alguno de los humoristas "¿Quién se coló en el estudio? ¿De quién es esa voz?", para recordarle a Gaviria que aún era un novato).
-Yo nunca he sido madrugador. Tengo una niña de tres años y ella marca la hora de levantada, pero más o menos es a las ocho de la mañana. La recopilación de la información la hago en la casa y llego a Caracol unos diez minutos antes de entrar al programa -dice Gaviria.
Por su parte, Gardeazábal no tiene una hora fija para empezar a trabajar. "Eso depende de la hora a la que me acueste... y con quien duerma". De todos modos, entre las nueve y las diez de la mañana envía un correo con unos veinte temas para el programa de ese día, cada uno de ellos escrito en un formato breve, como un titular de dos líneas. Hay toda clase de informaciones que no salen de su recorrido por los medios sino de las llamadas que hace por la mañana para enterarse de cosas, y de los almuerzos que todos los días organiza de una a tres de la tarde. Gaviria también envía sus titulares unas horas después de Gardeazábal.
Desde su casa en Tuluá, Gardeazábal se comunica, literalmente, con todo el mundo. La mayoría de los periodistas tiene que buscar a sus fuentes y Gardeazábal lo hace con juicio. Pero además tiene el privilegio de que muchas de sus fuentes lo buscan a él. Saca de su bolsillo para el trago y el almuerzo que les ofrece a sus visitantes. Casi no le gusta salir de Tuluá, y no va en absoluto a ningún lugar que esté a más de 1.500 metros de altura por causa de una deformación tubular de la aorta ascendente, que podría matarlo si se descuida.
Pero desde hace poco empezó también a atender gente en Cartagena, adonde suele ir unos cuatro o cinco días al mes para hablar con buena parte del poder nacional que con frecuencia aparece por la ciudad para eventos sociales, conferencias y reuniones de ese tipo.
Los destinatarios de los correos de la información recopilada por Gaviria y Gardeazábal son Jairo Chaparro ("Chapa") y Juan Carlos Machado, los libretistas de La Luciérnaga. Cada uno de ellos maneja el humor y la información a su manera, pero de esa combinación sale el armazón sobre el que se monta todo el programa. "Chapa" es un tipo amable y más bien callado. Sociólogo de la Universidad Nacional y periodista del Inpahu, ha pasado gran parte de su carrera poniendo a otros a decir lo que él escribe.
Trabajó en televisión como libretista de la primera época de Los reencauchados y de De pies a cabeza. Pero eso fue hace mucho tiempo porque lleva once años en La Luciérnaga. En Medellín está Juan Carlos Machado, un hombre de teatro, extrovertido y grandote, que ha trabajado por su cuenta, con su propia compañía teatral, Humor Cotidiano -fundada en 1988-, y con Crisanto Vargas "Vargasvil" (quien también fue parte del elenco de La Luciérnaga). De la cabeza y el teclado de los dos sale gran parte de lo que se emite en La Luciérnaga.
Aunque todo tiene libreto, hay mucho espacio para la improvisación. Los textos están llenos de puntos suspensivos que son llenados por la agilidad mental del que esté en el micrófono, y las partes que deben decirse tal como vienen escritas están destacadas en negrilla y se trata principalmente de cifras, nombres, fechas y lugares.
Durante el día también está el grupo Revolcón integrado por Juan Gonzalo Álvarez ("Chalo") y los reyes de la trova, Loquillo y Corozo. Nadie los llama por sus nombre reales, pero se llaman Yedinson Ned Flórez y Marco Aurelio Giraldo. Aunque el trabajo de ellos tres está presente en casi todo el programa, son los que menos tiempo pasan en la cabina, porque las canciones las graban antes de la emisión en un pequeño estudio en el que hay un bajo, un teclado y una guitarra para interpretar la música y las letras que componen todos los días basados en los titulares y los libretos. Las canciones recurrentes del programa, como "Las tres del día" o el "Deshidrata", se trabajan sobre una pista, de manera que sólo hay que cambiar la letra.
A las dos de la tarde Peláez llega a su oficina. Pero antes de eso ya estaba ocupado hablando con Gardezábal y con Gaviria y con su programa diario El pulso del fútbol. Mira su correo, al que llegan desde comunicados del gobierno hasta invitaciones para la presentación de toda clase de productos. Llegan correos de los oyentes de sus programas para discutir sobre algún tema de fútbol o para preguntarle por la música de La Luciérnaga, donde predominan los boleros y las grandes orquestas y cantantes antillanos de mediados del siglo pasado.
Peláez busca los discos que la mayoría de las veces ni siquiera están en el inventario de Caracol, sino que deben comprarse y quedan para la fonoteca de La Luciérnaga. Por supuesto, muchos de ellos son de vinilo y para oírlos, Peláez tiene un tornamesa en su escritorio. Una de sus últimas adquisiciones es un disco de 1960, el único álbum que grabó la cantante cubana Fredesvinda García, una mujer de unos 150 kilos con una voz muy masculina, que no pudo seguir su carrera porque la mató un infarto a los 26 años en Puerto Rico. Esos datos salen al aire y los oyentes que se preguntaban por la canción que sonó el día anterior, quedan contentos.
Los humoristas llegan poco antes de las cuatro de la tarde, minutos antes del inicio del programa. Reciben sus libretos y no tienen que entrar en grandes detalles sobre qué deben hacer. No hay nervios ni carreras de última hora. Y entonces llega Peláez con su perfumito en la mano...
No siempre todo fue tan fluido para La Luciérnaga. El huevo del insecto que más brilla en la radio colombiana fue puesto más de un año antes del racionamiento eléctrico de 1992, que es el momento en que nace oficialmente La Luciérnaga. Yamid Amat, Juan Harvey Caicedo, los trovadores Jorge Carrasquilla y Miguel Ángel Zuluaga ("el Descachao"), y Guillermo Díaz Salamanca, empezaron un programa sin nombre. Le decían "el programa de los viernes" más en función de su horario que de un bautizo propiamente dicho, y se transmitía en Caracol de seis a siete de la noche.
Yamid Amat era el periodista serio que dirigía y moderaba, los trovadores cantaban desde Medellín sobre los temas de las noticias y Caicedo y Díaz imitaban a cualquiera que hablara ante un micrófono en este país, además de crear a sus propios personajes. Para esa época Guillermo Díaz Salamanca tenía un trabajo en otra emisora y por eso no lo identificaban al aire. Pero sus personajes, reales o ficticios, hablaban por él.
"Yo recuerdo que don Julio Mario Santo Domingo escuchó el programa y no le gustó. ijo que eso no era muy serio para Caracol. Augusto López, presidente del grupo Bavaria en ese momento (que entonces era propietario de la cadena radial), me llamó y me dijo que don Julio Mario había hecho unas observaciones. Yo le dije 'contrate una encuesta y si el resultado no es asombroso, yo lo suprimo, y si no, usted me lo institucionaliza'. Aceptó, se hizo la encuesta y apareció como el programa de mayor sintonía en la radio". Eso lo cuenta Yamid Amat, tan confiado en su producto que no dudó en apostarlo sin pruebas ante sus jefes, uno de los hombres más ricos de Colombia y el ejecutivo que entonces era su principal representante en el país.
Con la salida de Amat de Caracol, la llegada de Hernán Peláez, el formato de éxito comprobado, el talento de Díaz y sobre todo, del apagón, Caracol volvió diario el espacio de humor, aumentó su tiempo de emisión y le dio el brillante nombre de La Luciérnaga. Hernán Peláez cuenta que también hubo un empujoncito gubernamental por cuenta de un mensaje que el Ministerio de Comunicaciones envió a las emisoras para avisarles del apagón que estaba a punto de comenzar, y les pedía ayuda con programas de entretenimiento para las horas oscuras que se avecinaban.
Los funcionarios de la época seguramente no tuvieron en cuenta que con ese mensaje estaban ayudando al parto de un programa en que el poder colombiano se volvería blanco fácil de la risa de sus gobernados. Al primer presidente al que le tocó La Luciérnaga fue a César Gaviria. "Es increíble que de un hecho tan desfavorable como el apagón haya surgido un programa tan bueno, interesante, agudo y divertido. En los tiempos del apagón me imitaban todos los días. Pero tampoco en estos años desde que regresé a Colombia me han dejado tranquilo. Oigo el programa todas las tardes por lo menos una hora cuando me estoy  desplazando por Bogotá. Y aunque parezca sapo decirlo, es una de las principales fuentes de información", dice el expresidente.
Otros, como el gobernador de Nariño, Antonio Navarro, creen que el programa es clave para mantener su imagen a pesar de la tomadura de pelo. "La Luciérnaga ha ayudado a mantener sonando el nombre de Antonio Navarro y por eso existe reconocimiento de mi parte", dice. Otra de las imitadas frecuentes es la analista política Claudia López, que dice sentirse "bien tratada con el personaje".
-El otro día iba en un taxi y pasaron la imitación. El taxista me miraba y me miraba y yo pensaba que había pasado el oso en blanco, pero al bajarme, el conductor me dijo "ah, usted es Claudia López". Oigo poco La Luciérnaga pero muchas veces coincidimos en temas relevantes y Alexandra me parece una vieja berraquísima.
Piedad Córdoba se toma las cosas con mucha más seriedad. "Tuve que aprender a aislarme de todo. Yo no he visto a una persona que hayan ridiculizado en el país más que a mí. Pero creo que La Luciérnaga es interesante y hace todo lo posible por investigar antes de decir las cosas. Una vez me encontré con Alexandra en un aeropuerto, nos reímos y nos saludamos con cordialidad", dice la exsenadora.
Alexandra Montoya es la única mujer del equipo de humoristas. Llegó hace quince años, con una breve experiencia radial en las emisoras de William Vinasco. Era una recién graduada de comunicación del Externado de Colombia y los únicos personajes que tenía en su garganta eran Paola Turbay y la boyacense (aunque su entrenamiento empezó desde niña, cuando imitaba acentos de españoles, argentinos y la voz del Chavo). Ahora, prácticamente todas las mujeres que aparecen en las noticias del país han sido imitadas por Alexandra (con la excepción de Fanny Mikey, de quien se encargaba "Alerta").
La Luciérnaga no nació con el ánimo de convertirse en látigo de nadie. Peláez explica que al principio, ante el aburrimiento de las horas del apagón, el programa estaba más enfocado al entretenimiento que a la política. "Metíamos cultura, música, geografía, poesía, preguntas y temas para trabajar la memoria", dice Peláez, quien al ponerlo así, parecería estar recordando un magazín común y corriente y no el programa que todos conocemos. Pero en un país en el que la política se vive en episodios diarios con la misma intensidad que una telenovela, era inevitable que La Luciérnaga no aprovechara ese insumo inagotable que constituyen nuestros dirigentes.
Peláez lo sabe bien y aclara que "este programa no funcionaría en un país serio. Partimos de la base de la corrupción y la lagartería". Por algo uno de los primeros personajes ficticios de Díaz Salamanca era un sobachaquetas llamado Lamberto y el nacimiento del programa estaba enmarcado en medio del escándalo del Guavio que, junto con el fenómeno de "El Niño", fue uno de los responsables del apagón eléctrico bajo el cual nació el programa.
Gabriel de las Casas recuerda que una de las mejores cosas de Díaz era que no sólo imitaba a los personajes sino que actuaba y pensaba como ellos. Pero también reconoce que el cambio que produjo la partida de Díaz tuvo un efecto positivo en otros aspectos. "Alguien tan poderoso se lleva mucha atención. Cuando Guillermo se fue, hubo más espacio para los talentos ocultos". La salida de Díaz ocurrió a finales de 2005 tras una oferta de RCN para montarle competencia a La Luciérnaga con El Cocuyo, pero ese programa salió del aire en 2009.
La explicación de Gabriel es exacta, porque las novedades fueron sobre todo en lo creativo; en lo que tiene que ver con el equipo de trabajo, ninguno es precisamente un novato. El mismo De las Casas llegó hace quince años a La Luciérnaga, y para ese momento ya tenía muchas horas acumuladas de experiencia en radio juvenil. Pero siempre había tenido claro que quería trabajar en la cadena básica de Caracol, hasta que por fin le abrieron un pequeño espacio en La Luciérnaga, en el que él llegaba con alguna canción de rock que sonaba en Radioactiva, y en medio de un claro contraste con los boleros y las orquestas de Peláez, Gabriel quedaba listo para que le tomaran el pelo.
Óscar Monsalve, "Risaloca", está a punto de cumplir cinco años en el programa. Alexandra, Gabriel, Peláez, Gardeazábal, Gaviria y "Risaloca" son las únicas personas que están todos los días en la cabina. Los demás, "Polilla", Pedro González ("Don Jediondo"), Juan Ricardo Lozano ("Alerta"), y Fabio Daza trabajan por días intercalados, de manera que dos de ellos siempre estén presentes. Si por algún motivo se produce una noticia cuyo protagonista debe interpretar un imitador que no esté en el estudio, se le llama a donde esté y la broma o el comentario se hacen por teléfono.
En La Luciérnaga todo pasa por las manos de Viviana Echeverry. Como productora, tiene que hacer de todo: está pendiente de los libretos, edita, cuadra los horarios de los humoristas, maneja el correo de los otros programas de Peláez (El pulso del fútbol y Café Caracol), atiende a las personas, se asegura de tener listas las cuñas del programa, está pendiente de que todo esté en orden con  la música que su jefe escoge y todo lo que haga falta.
Acaba de graduarse de comunicación social, pero el cartón de profesional lo recibió con una ventaja: "Tengo la mejor escuela, que es Hernán Peláez", dice Viviana. Y la escuela de Peláez sigue abierta, a pesar de un susto el 25 de febrero cuando al director se le bajó la tensión fuertemente. "Eso fue por lidiar con estos micos del programa", dice tranquilo, poco antes de empezar una nueva emisión como si nada hubiera pasado.
Ya son 19 años de La Luciérnaga. Ahora, la mayor parte de su audiencia no pasa su aburrimiento entre las penumbras del apagón sino en los trancones vespertinos que sufren quienes regresan a casa.
Es, definitivamente, uno de los programas con mayor audiencia de la radio colombiana pero es imposible medir cuánta gente lo oye, porque las firmas encuestadoras hacen sus sondeos mediante llamadas a los hogares y no entre cada carro que hace fila ante un semáforo. En un carro, cuando alguien se ríe, no es difícil adivinar en dónde tiene el dial.
Por Jorge Patiño
Fotografías: Sebastián Jaramillo
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