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CATALINA MAYA

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Foto:

Revista Don Juan
 Lo primero que hace cada vez que vuelve a Medellín es conseguir un carro y volarse a Fredonia, a la finca de su familia. Le gusta montar a caballo, ver cómo ordeñan las vacas y mostrarles a sus hijos las montañas del sur de Antioquia, para que vivan el plan, para que prueben la comida del campo y para que, a pesar de vivir en Miami, no se olviden nunca de sus raíces y de sus tradiciones.
Catalina ha llevado una vida al límite: a los 14, ganaba castings para hacer comerciales donde buscaban mujeres de 25. Y a los 16 ya estaba cubriendo eventos especiales para La W. Desde entonces ha transmitido reinados, campeonatos de tenis, juegos olímpicos, mundiales de fútbol; logró poner en los micrófonos de la emisora a personajes como Julio Iglesias y a presidentes latinoamericanos como Michelle Bachelet, Sebastián Piñera y Cristina Fernández; vivió en Arizona y en Europa, y creó una plataforma para que el diseño colombiano abriera mercado en Estados Unidos.
Estuvo casada con Adrián Fernández, el piloto mexicano que a finales de los años 90 corrió en la misma categoría de Juan Pablo Montoya, la CART. Lo vio competir en Daytona, en Indianápolis y en Le Mans. Tuvo dos hijos con él y los vio crecer en Scottsdale –una ciudad de Arizona en donde le gustaba salir a hacer hiking porque terminaba en las montañas desde donde se veía todo el desierto– y en Lugano, en el cantón de Tesino –la Suiza italiana–, a 40 minutos de Milán. Allí se obsesionó con la moda y conoció diseñadoras como Carolina Herrera y Donatella Versace.
Sin embargo, en Colombia, ella marcó una generación. Hoy, todavía, muchos la recuerdan por los cuadernos que tenían sus fotos en la portada a principios de la década del 2000. Fueron esas portadas –y las campañas que hizo con marcas que la ponían en vallas y en comerciales que se veían en toda América Latina– las que la convirtieron en un poderoso sex symbol para todo el continente. Hizo más de 350 trabajos para marcas de ropa, de shampoo y de gaseosas, hasta que en 2003 se fue de Colombia.Después se fue a vivir a Miami y durante los últimos años, casi como si fuera un hobby, empezó a crear reuniones informales para que diseñadores colombianos abrieran mercado en Estados Unidos.
Sin embargo, nunca se fue del todo. Logró convertir las reuniones que hacía en su casa con diseñadores colombianos, en toda una plataforma de negocios de moda y diseño; el año pasado se casó con Felipe Pimiento –el CEO de la empresa de entretenimiento de Marc Anthony– y ahora, de vez en cuando, sube stories a Instagram con el cantante, su esposo y todo su “combo” de amigos desde Las Vegas. Y este año encontró tiempo para volver a los medios: dirigió a uno de los equipos del reality La agencia, de Caracol; empezó a presentar el programa Despierta América, de Univisión, y todas las tardes se conecta desde su casa con La hora del regreso, en W Radio, donde comparte micrófonos con Carlos Montoya, Rosario Gómez y Juliana Casali.
¿Cómo tomó su familia que usted, con 12, 14 años, ya estuviera saliendo en vallas, en comerciales y en cuadernos? Yo soy la menor de tres hermanas, ellas me llevan 15 años y siempre me han apoyado en todo. Mis papas llevan cincuenta y pico años casados y mi papá es el típico paisa conservador, tradicional. Cuando yo les dije que estaba modelando y que me quería dedicar a eso, a ellos casi se les viene el mundo encima. Me pusieron la condición de que a cualquier casting o a cualquier sesión de fotos tenía que ir acompañada por mi mamá o por mis hermanas, pero ya después, cuando empecé a viajar varias veces a la semana y a trabajar muy seguido mi mamá me dijo: “Yo hasta acá la acompaño, usted ya es responsable”. También mi papá me hizo prometerle que nunca iba a salir en ropa interior y que nunca iba a hacer topless. Y hasta el día de hoy, nunca lo he hecho.
¿Rechazó propuestas? Si, una vez una marca muy importante en Colombia me llamó a ofrecerme un contrato grandísimo, y yo llamé a mi papá superemocionada: “¡Papi! Me ofrecieron ser imagen de ropa interior”. Y mi papá me contestó: “¿Y es que su moral cuesta 300 millones de pesos?”.
Empezó a trabajar en La W a los 16 años. ¿Cómo se enganchó ahí? Conocí a Julio porque él me hizo una entrevista para una revista de la que fui portada. Obviamente estaba muerta del susto: cuando me dijeron que me iba a entrevistar Julio Sánchez Cristo, me temblaba todo. Pero fue una entrevista muy chévere. Unos meses después, él me llamó y me dijo que si quería cubrir el reinado, en Cartagena. Yo le dije que de una. Fue el primero de muchos cubrimientos especiales: seguí en el reinado, fui al mundial y a los olímpicos de Brasil… Y nunca me fui de La W: trabajé con Julio en las mañanas hasta hace seis años, pero seguí haciendo cubrimientos. Y desde principios de este año me mandó para la tarde a La hora del regreso y estoy dichosa.
¿Qué es lo que más le gusta de ese trabajo? A mí me fascina todo lo que tiene que ver con relaciones públicas. Aprendí un montón de producción porque a mí lo que más me gusta es conseguir a los invitados. Yo tengo un dicho, que es que a mí me gusta más tener amigos que plata. Tengo mucha facilidad para conseguir personajes y para entrevistar, porque yo soy superpreguntona y supercuriosa.
¿Se vuelve muy intensa en esas búsquedas? [Risas]. Lo que pasa es que cuando a mí se me mete algo en la cabeza, nadie me lo saca: si me dicen: “Cata, consígueme a tal artista o a tal político”, yo hasta sueño con el personaje y no descanso hasta conseguirlo.
¿A quienes ha conseguido? El primero fue Julio Iglesias. Averigüé que se estaba quedando en el Hilton, en Cartagena y le mandé una nota con el room service, pero no me paró bolas. Yo sabía que iba a salir por la salida del servicio y me le paré en frente. Pero han sido muchísimos. Por ejemplo, en el 2015 me iba a ir a cubrir la Copa América y Julio me dijo: “Consígame a Bachelet”; yo no conocía a nadie en el mundo político de Chile, pero me clavé un mes en Chile hasta que fue misión cumplida. También, durante un cubrimiento en Brasil, logré conseguir al abogado de Dilma Rousseff, que se salió de un juicio para darnos una entrevista en directo. Y, bueno, también conseguí a Sebastián Piñera, a Cristina Fernández… Y empresarios. Es que una cosa conecta con otra. Mis compañeros de La W se ríen. Rosario [Gómez] dice: “Claro, Catalina y sus amigos”. Y [Carlos] Montoya me dice: “Cata, el que no es amigo tuyo vos te lo inventás”. Eso es lo que me encanta de mi trabajo.
Además del periodismo, usted tiene otra faceta que es la de la moda. Les ha ayudado a muchos diseñadores colombianos a entrar en Estados Unidos. ¿Cuándo empezó a obsesionarse con ese tema? Cuando viví en Europa. Ahí empecé a conocer más de los diseñadores, a entender tendencias y como vivía cerca de Milán fue inevitable meterme en ese rollo. Pero lo que a mí me fascina es la moda colombiana: cuando en Miami me ponía una falda que me compraba en Colombia y me preguntaban de quién era, la gente no conocía. Estoy hablando de empresas pequeñas, de emprendimientos de accesorios, de vestidos de baño, de ropa deportiva… Entonces hace como seis años empecé a invitar amigas a mi casa e invitaba también a cinco o seis marcas que me gustaban. Y bueno, estas marcas empezaron a abrir mercado en Estados Unidos. Lo que pasa es que estas reuniones, que empezaron como un hobby, crecieron muy rápido: al principio iban cincuenta personas, hoy ya van 600 o 700 y hago cuatro eventos al año. Pero los sigo haciendo en mi casa.
¿Con ese gusto por la moda, nunca se interesó en ser modelo de desfiles de ropa? ¡No! ¡Cuando participé en pasarelas fui porque me invitaron! Es que, aunque no parezca, yo soy bajita y a todas esas modelos yo les llegaba a la rodilla. Además, soy superdescoordinada, mientras todas caminaban para un lado yo iba para el otro. Como dicen por ahí: zapatero a sus zapatos. Me especialicé en fotografía y comerciales.
Cada semana, usted pone en sus redes sociales una de esas fotos de los noventa o de la primera década del 2000 que marcaron a toda una generación. ¿Dónde tiene todas esas fotos? Esa colección la hizo Ángelita, una de mis hermanas, que se puso a recoger todas las revistas y todas las fotos en unas cajas. Además, en mi oficina tengo varios álbumes; entonces abro el álbum en cualquier página y subo la foto que caiga. Me gusta mucho recordar esa época porque esa fue una época superespecial de mi vida. La gente me conoció por esas portadas, por esos cuadernos. Además, éramos muy poquitas modelos y siempre he estado superorgullosa de mi trabajo.
Revista Don Juan
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