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Buena vida

48 horas en Ciudad de México

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Foto:

Revista Don Juan
Cada esquina de Ciudad de México despierta el apetito: si uno va caminando por una calle cualquiera y decide hacerle caso al olfato va a encontrar, inevitablemente, un puesto con decenas de clases distintas de chiles secos o un carrito donde venden tacos de chicharrón. Todo depende de lo que a usted le guste: si prefiere el aroma inconfundible del maíz cocinado, encontrará a una señora que prepara sánduches de chilaquiles, pero si prefiere el humo y la tierra terminará en una de las tantas mezcalerías donde se acompaña el shot del trago más mexicano que existe con el sabor salado de los chapulines.
Para vivir la ciudad hay que ir dispuesto a dejar atrás los prejuicios, a picarse con las salsas y a comer en horas que, para un colombiano, resultan extrañas: según descubrí esta vez, los desayunos en esta ciudad son tan abundantes como un almuerzo nuestro; y lo que en Bogotá llamarían un almuerzo solo llega hasta las cuatro o cinco de la tarde. La buena noticia es que no es necesario balancear toda esa dosis de grasa y calorías con horas de gimnasio: aunque, desde el avión, Ciudad de México se ve como un monstruo urbano inabarcable, en los sectores clave es una ciudad sorprendentemente amigable con los ciclistas. Los sistemas de bicicletas públicas y de alquiler son económicos y asequibles para cualquiera.
Es cierto que para un turista que apenas va a pasar un par de días en la ciudad puede llegar a ser dispendioso acceder a las Ecobici, las bicicletas públicas oficiales que tienen estaciones por todas partes. Pero hay decenas de compañías privadas –como Mobike y Uber– que permiten alquilar bicicletas desde la facilidad de una aplicación para celulares. Pedalear es la estrategia perfecta para conocer la arquitectura de una de las capitales más imponentes del mundo y para evitar el tráfico imposible de algunos sectores, como Polanco.
Foto: José Agustín Jaramillo
Allí, en el corazón financiero de Ciudad de México, hay una visita obligatoria: el museo Soumaya, construido por Carlos Slim para albergar una buena parte de su colección de arte, es un referente para cualquier fanático de Rodin. En el sexto piso de la construcción futurista, diseñada por Fernando Romero, hay cientos de esculturas de bronce y de mármol del escultor francés: “Junto con la del Museo Rodin, en Filadelfia, la del Soumaya es la mayor colección de este artista a este lado del Atlántico”, dice la guía. Además de La puerta del infierno –una de las ocho que existen–,El pensador, y La catedral, hay piezas icónicas de otros escultores como La dama del velo, de Lombardi. En los pisos inferiores, la colección diversa pero imponente: hay murales de Siqueiros –uno de los grandes muralistas mexicanos– y piezas de Van Gogh y de Tiziano.
Esculturas en el museo Soumaya. Foto: José Agustín Jaramillo
A unas pocas cuadras, está el restaurante El Chapulín, en el Hotel Presidente Intercontinental. Allí es posible asistir a una dosis intensa de cocina moderna oaxaqueña. Los tacos de chapulín con queso Oaxaca, la tortilla de frijol, queso y camarón, el lechón con mousse de aguacate y polvo de chicharrón o la flor de calabaza rellena de pasote y requesón, son sabores que retan los lugares comunes de la cocina mexicana. Todo se complementa en el sótano, con la cava del hotel que es una de las más completas de América Latina y ofrece más de 2.000 referencias de 17 países diferentes: hay un Petrus del 2006 y un Chateau Lafite Rothschild de 1988, entre otras etiquetas mucho más asequibles, todas disponibles con una simple llamada al camarero. Sin embargo, la joya de la corona está en el piso 42: la suite presidencial Diego Rivera tiene 540 metros cuadrados, una piscina privada y una terraza con vista a todo el Bosque de Chapultepec donde se pueden organizar eventos o fiestas, también con el servicio de la cava.
Taco de lechón en el restaurante El Chapulín. Foto: Cortesía IHG. 
Suite presidencial Diego Rivera en el Hotel Presidente Intercontinental. Foto: Cortesía IHG. 
Suite presidencial Diego Rivera en el Hotel Presidente Intercontinental. Foto: Cortesía IHG.
Después de esa dosis de lujo, vale la pena volver a la bicicleta para recorrer las maravillas arquitectónicas de México: en el extremo norte de la ciudad está la biblioteca Vasconcelos con sus estanterías que parecen flotar en el espacio; y en el extremo sur, la biblioteca de la UNAM, diseñada en los años cincuenta y decorada con murales que son patrimonio de la humanidad. Entre esos dos edificios, hay que entrar a las mezcalerías donde el líquido ahumado y transparente se sirve de los grifos y seguir el olfato para encontrar los mejores tacos al pastor, o de asada, o de chicharrón: es seguro que encontrará su favorito.
DONJUAN fue a Ciudad de México y a la Gala Latinoamericana por invitación de IHG.
 
JOSÉ AGUSTÍN JARAMILLO
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 144 - DICIEMBRE 2019
Revista Don Juan
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