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ATRATO VIAJERO

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Revista Don Juan
 En Helados Fríos, en Quibdó, venden helados de milpesos y de chontaduro, de badea, guayaba agría y borojó; helados que vienen de la selva profunda, sobre todo el de milpesos: ni siquiera conocí la fruta, pero en las memorias de Arnoldo Palacios, Buscando mi madredediós, queda claro que el milpesos es un manjar desde que el primer humano lo arrancó de un arbusto y se quedó con él en la boca. Los niños se aventuraban en el monte –sin consentimiento de sus papás– a recoger sus frutos de piel oscura y brillante y disfrutar su sabor azucarado perfecto.
Probar este helado fue saborear un mundo desconocido para la mayoría. El Chocó sabe bien; sabe mejor que el resto del país. Su cocina puede competir con lo mejor de la costa Caribe y el Valle del Cauca. Sus patacones son gloriosos, sus langostinos con piangua pueden ser un plato del menú de un restaurante con tres estrellas Michelin, sus pescados fritos, sus camarones, su arroz con longaniza, su atollado de carne seca. Quibdó sabe de maravilla en su plaza principal o en sus restaurantes estrella. Pero la gente –no es un secreto para nadie– no vive en el país de las maravillas; Chocó es el departamento con la mayor tasa de desempleo del país y tiene varios récords de miseria nada halagadores.
La pobreza es rampante, hace falta de todo un poco. Los recuerdos de los tiempos de paramilitares y guerrilla siguen frescos. Los estragos de la minería ofrecen sus desastres y el imponente Atrato cambia de color en varios tramos con la llegada de sus afluentes más contaminados, pero todavía su belleza natural es invencible. Aterrizar en Quibdó es una experiencia monumental. La naturaleza se presenta en estado puro por la ventana del avión: la selva más hermosa del mundo se ofrece desde arriba con ríos interminables y un verde profundo.
“Bienvenidos”. El Festival Detonante se ha convertido en uno de los momentos más felices del calendario chocoano desde hace cinco años. Es una creación colectiva de tres amigos, María López, Felipe Jaramillo y José Francisco Aguirre, que, con apoyo del Ministerio de Cultura, decidieron mezclar música, cultura, tecnología, emprendimiento, talento y espectáculo. Todo en dosis perfectas: charlas en el Sena y en el Banco de la República de expertos en tecnología, recorridos por los barrios, exposiciones de productos en la plaza, desde jabones naturales hasta camisetas y empresas turísticas, y para el cierre un concierto monumental: La Pacifican Power, Crudo y el Grupo Niche. El marco de Quibdó lo era todo: el escenario se construyó al lado del malecón del Atrato, un río monumental y uno de los más caudalosos del mundo, que vive lleno de canoas de colores que van y vienen llenas de plátanos, chontaduro, comida y gente de todos los pueblos del Chocó.
Navegar por el río en una canoa y ver pasar otras embarcaciones pintadas de colores vivos y llenas de frutas solo puede sacar una sonrisa; porque los chocoanos saben sonreír como pocos. En la calle, los jóvenes se han reinventado a través del baile, sus coreografías pueden contar su historia al ritmo de la música. Los Jóvenes Creadores del Chocó –como se llama el grupo más emblemático– han logrado piezas de danza contemporánea que hiela la sangre.
“La clave es la identidad: hay que ser autóctono de manera original. Eso fue lo que hizo Jairo Varela, un chocoano como nosotros: le inoculó su identidad, su línea melódica, nuestra identidad a la salsa, un ritmo que venía de Nueva York. Y por eso hizo lo que hizo”, soltó Yuri Toro, uno de los cantantes de Niche, en su charla en el Sena. Su charla fue el intermedio de otra charla de publicidad de Manuela Villegas. Y todos tomaban nota. Yo tomaba nota, cada charla era iluminadora y la energía y las ganas de hacer cosas flotaban en el aire: apps de medicina y una empresa hidroeléctrica, dulces tradicionales, turbantes que se podían vender en Estocolmo o en Nueva York; música o toda una industria de programadores. El Estado no ha podido hacer mucho en 200 años. Tal vez la gente, “mi gente”, como dicen en todo el Pacifico, pueda darle una lección a todo el país. Detonar.
Solo el concierto fue una lección. El viche y el aguardiente Platino pasaban de mano en mano sin problema y la policía en conjunto era un espectador más con ganas de cantar en coro con todos. Nunca vi a nadie pasado de tragos o tomando el sitio de otro. En la plaza me comí una longaniza fantástica y unos patacones con chicharrón sencillamente deliciosos. Mi gente, pensé. La Pacifican Power fue energía pura; Crudo Means Raw y sus amigos nos pusieron a rapear a todos; Son y Sabor y su Malandraye y Son Bacosó fueron fuego local, pero la apoteosis llegó con Niche. Y Niche hizo lo que tenía que hacer: no cantó Cali Pachanguero. Buenaventura y Caney, en cambio, hizo que corearan que todos son niches como nosotros. Pero el punto máximo fue Atrateño y su coro de “Atrato viajero, que mi alma llevó”, que, al lado del río, no podía ser más poético ni emocionante. Y cuando el concierto acabó, para ejemplo de todos, el malecón quedó limpio. La gente de Quibdó sabe reciclar
Revista Don Juan
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